RUS fue la primera persona que vio Pris nada más entrar en el vestíbulo de Flick. Con una sonrisa exuberante, se arrojó hacia sus brazos.
—Vas a tener un cuñado. Voy a casarme con Dillon.
La cara de Rus se arrugó en una sonrisa semejante a la de ella.
—¡Excelente! —La hizo girar en círculos; Pris se rio con los ojos brillantes.
Adelaide y Eugenia aparecieron en la puerta de la salita, seguidas por Flick, todas ellas deseosas de saber qué ocurría.
Con su encanto habitual y sin apartar la vista de Pris, Dillon se lo dijo.
Adelaide soltó un grito y lo abrazó. Eugenia sonrió radiante, le palmeó el brazo y lo besó en la mejilla. En la sonrisa de Flick asomaba un toque de satisfacción mientras aguardaba para felicitarlos. Con una sonrisa arrogantemente orgullosa, Dillon recibió y respondió a las felicitaciones y a las preguntas ansiosas.
Pris se volvió hacia Rus y le lanzó una mirada acusadora.
—Tú lo sabías.
Rus sonrió ampliamente.
—Por supuesto. Era obvio que los dos estabais enamorados, no puedes esperar que no nos hubiéramos dado cuenta. Incluso papá se percató de ello después del baile.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué hicimos que fuera tan revelador?
Su gemelo la observó, confirmando que su hermana lo preguntaba en serio.
—Es por la forma que reaccionáis cuando estáis juntos. Te he visto relacionarte con un buen número de caballeros, algunos tan bien parecidos como Dillon, y siempre te has comportado con ellos como si fueran un cero a la izquierda. Los miras, les sonríes, conversas e incluso bailas con ellos, pero es como si no te fijaras en ellos de verdad, como si fueran demasiado débiles para hacer mella en tu conciencia. Con Dillon… si estáis en la misma habitación —Rus esbozó una sonrisa cuando desvió la mirada hacia su futuro cuñado—, tú eres consciente de él. De inmediato centras toda tu atención en él. No tiene que esforzarse en reclamar tu atención…, simplemente la tiene.
Rus le apretó la mano.
—Y a él le ocurre lo mismo, si no más, contigo. Por ejemplo, si intentaras esfumarte, él lo sabría y te buscaría con la mirada antes de que lograras escabullirte.
Tras un silencio desconcertado, ella le preguntó:
—¿Y eso es suficiente para que papá y tú estéis seguros de su amor por mí?
Rus se rio.
—Créenos…, en un hombre como él, es una señal infalible.
Pris se preguntó lo que querría decir con «como él».
—Estoy más que feliz de que lo hayas conocido —continuó Rus—. Tú me has ayudado mucho para que mi vida esté bien encarrilada, me has dado todo lo que necesito para ser feliz; por todo ello, me alegro de que también hayas encontrado la felicidad.
Ella bufó.
—Parece como si considerases que Dillon es mi recompensa.
A Rus le brillaron los ojos.
—Si el zapato calza…
Antes de que Pris pudiera pensar en alguna réplica mordaz, Flick se acercó a abrazarla, luego la siguieron Eugenia y Adelaide, y antes de que Dillon y ella pudieran tan siquiera intercambiar una mirada, se vieron arrastrados por un torbellino de preguntas, arreglos, decisiones y más felicitaciones. Como Dillon había predicho, Flick los reunió para ir a casa de Horatia a soltar la noticia.
Al cabo de media hora, las damas Cynster estaban reunidas, todas deseosas de ayudar a organizar el baile de compromiso. Horatia había reclamado de inmediato el derecho a desempeñar el papel de anfitriona.
A continuación se desencadenó un caos total, principalmente femenino, aunque alguno de los hombres, como George, el marido de Horatia, se acercaron a felicitarlos y a estrechar la mano de Dillon. Pris echó un vistazo alrededor y se escabulló discretamente. Dillon, Rus y el padre de Pris permanecieron allí un rato más, pero una vez que dieron su aprobación para el acontecimiento principal, se hizo evidente que sobraban.
Pris no se mostró sorprendida cuando sintió la mano de Dillon en el hombro y luego le murmuró:
—Tu padre, Rus y yo nos vamos al club. Tengo una reunión de negocios esta tarde, me reuniré contigo para la cena.
Ella sonrió.
—Sí, claro. —Pris le apretó tiernamente la mano, él le besó los dedos y se fue.
Aplastando el fugaz pensamiento de que preferiría irse con él, Pris volvió a concentrarse en lo que decían las damas y se rindió a lo inevitable de buena gana.
El baile de compromiso se celebró cuatro noches más tarde en la casa de Horatia en Berkeley Square. Fue precedido por una cena formal durante la que se anunció el compromiso y la inminente boda ante unos cincuenta invitados.
Pris dio gracias a las horas de entrenamiento que había sufrido a manos de diversas institutrices.
—Gracias a Dios que soy hija de un conde —le murmuró en voz baja a Dillon mientras recibían a los invitados en la entrada del salón de baile—. No sé cómo habría hecho frente a esto si no fuera así. Me estremezco sólo de pensarlo.
A su lado, Dillon soltó un bufido.
—Habrías sabido cómo arreglártelas. —Pris sintió la breve caricia de su mirada en los hombros desnudos—. Sólo con ese condenado vestido has inclinado la balanza a tu favor… Las damas están casi tan absortas como los caballeros.
Como la muy arrogante condesa Lieven, que en ese momento le ofrecía una altiva aprobación tras observar durante largo rato el sorprendente diseño de su vestido. Pris tuvo que ocultar una sonrisa ante el gruñido de Dillon y le contestó:
—Una tiene que hacer buen uso de las armas con las que nace.
Lord Carnegie los abordó en ese momento, obligando a Dillon a dejar pasar ese comentario.
La asombrada reacción de su señoría sirvió para alimentar todavía más la confianza de Pris. El vestido de esa noche era uno de los detalles menores que las damas habían dejado a su elección, juzgando, acertadamente, que podrían dejar ese tema en sus ya experimentadas manos. La creación que tanta justicia hacía a su persona, era de seda y del mismo tono verde esmeralda que sus ojos, su color favorito, y era todo un alarde de sencillez y fantasía. No sólo realzaba su figura. Si bien era decoroso, el corpiño ajustado y escotado estaba cubierto por un fino encaje del mismo tono y que dejaba muy poco espacio a la imaginación. La falda estaba cortada al bies, caía desde el frente y se recogía detrás.
Dillon, a su lado, vestía de blanco y negro, y ambos parecían la perfecta personificación de una pareja de la alta sociedad en su baile de compromiso.
Pris apenas podía esperar para el primer vals, que daba inicio al baile, y seguir adelante con sus vidas, pero la cola que se extendía ante ella parecía no tener fin. Sin dejar de sonreír, estrechó manos, se inclinó cortésmente y aceptó todas las felicitaciones de los invitados.
Para su gran sorpresa, muchas damas con hijas casaderas parecían muy sinceras en sus comentarios.
—Estoy muy feliz de que ambos hayáis hecho vuestra elección. —Lady Hendricks, seguida de su sobrina, sonrió con gracia, estrechó sus manos, y luego observó el salón de baile, presta a evaluar a sus potenciales víctimas.
Aprovechando un momento cuando un viejo amigo se detuvo a conversar con Horatia y George, Pris se acercó a Dillon y le murmuró al oído:
—Tu padre me dijo que habíamos complacido a todas las casamenteras comprometiéndonos el uno con el otro. —Señaló a lady Hendricks con la cabeza y murmuró—: Parece que tenía razón.
—Al parecer —le respondió Dillon con otro murmullo—, habíamos alcanzado el estatus de «demasiado peligrosos», ahora las damas están encantadas de que hayamos desaparecido de las listas. Con nosotros fuera de juego, estarán esperando que sus protegidas obtengan la atención oportuna.
Pris se rio y volvió la mirada al frente para deslumbrar a los Montague.
El general había llegado el día anterior; Pris había estado encantada de pasar la tarde con él, que se dedicó a tranquilizarla y distraerla hablándole de Hillgate End, la madre de Dillon y de lo feliz que estaba de que muy pronto fuera a vivir allí con Dillon. La vida sencilla que le había pintado no debería haberla atraído, pero le había encantado; las tiernas palabras del anciano la habían llenado de expectación y anhelo, despertando su habitual estado impetuoso que la impulsaba a aprovechar el momento y actuar.
Quería vivir allí, en Hillgate End, quería ser la esposa de Dillon y disfrutar de su vida juntos.
De nuevo se sentía invadida por la impaciencia; se había contenido, sermoneándose a sí misma de que ese baile, y todos los arreglos que conducirían a la boda que se celebraría al cabo de unas semanas, eran el preludio necesario para alcanzar todo lo que su corazón deseaba.
Mientras charlaban, recibían a los invitados y aceptaban sus felicitaciones, Pris revisó su lista mental, los preparativos que la llevarían a esa vida, intentando recordar si se había dejado algo. Cualquier nube que pudiera ensombrecer su camino, cualquier obstáculo que pudiera impedirle alcanzar sus objetivos.
Había un pequeño y molesto inconveniente. Barnaby había regresado a Londres, al parecer sin noticias del señor X. En medio del bullicio que la rodeaba, no había tenido tiempo de oír la historia completa, sólo el final. Habían llegado a un callejón sin salida en sus propósitos de identificar al malhechor.
A los hombres parecía no importarles, aceptaban con un encogimiento de hombros que el daño financiero sufrido por el señor X tendría que ser suficiente retribución. No es que ella se hubiera quedado tranquila, pero por lo poco que había oído, no podían hacer nada más. Parecía un final muy poco satisfactorio para su aventura. Tomó nota mental de acordarse de bailar con Barnaby para que le contara los detalles de su búsqueda.
—Lady Cadogan. —Pris hizo una reverencia—. Qué alegría verla.
Dillon sonrió y se inclinó formalmente sobre la mano de la dama.
Con los ojos chispeantes, lady Cadogan le golpeó los nudillos con el abanico y le aconsejó que no apartara los ojos de su futura esposa. Él le aseguró que eso era lo que tenía intención de hacer, luego observó cómo la dama cogía a su marido del brazo para apartarlo de la subyugadora belleza de Pris.
Para alivio de Dillon, el flujo de invitados fue menguando, luego los músicos comenzaron a tocar un breve preludio.
Cuando se volvió hacia Pris, le tomó la mano, hizo una reverencia, y la condujo a las escaleras que llevaban al salón de baile, Dillon no sintió ni el más leve nerviosismo ni la más leve pizca de vacilación. Lo único que sintió fue un sentimiento de posesividad y la urgente necesidad de hacer de una vez los arreglos necesarios para casarse con Pris, y llevarla a su casa en Newmarket.
Fue ella quien vaciló en lo alto de las escaleras. Dillon, con su mano en la de ella, captó su mirada, su completa atención, y, sin apartar la vista de ella la condujo hacia abajo, a la pista, mientras los invitados se iban apartando a su paso, para iniciar el vals de compromiso.
Al tomarla entre sus brazos, Pris parecía ligera como el aire, como un hada irlandesa. Mientras la atraía más cerca y giraban por la estancia, él murmuró:
—Me has hechizado, lo sabes, ¿no? Mi corazón y mi alma son tuyos para siempre.
Los ojos verdes de Pris refulgieron como esmeraldas cuando le devolvió la sonrisa.
—Eres el único hombre al que veo…, el único al que he visto jamás. No sé por qué es así, pero lo es.
No dijeron nada más; todas las demás palabras sobraban. Giraron alrededor del salón de baile. En lo que a ellos concernía estaban solos y sus sentidos lo sabían. Aunque se les unieron algunas parejas y otras personas los miraron y sonrieron, ninguno de los dos fue consciente de ello.
Nada podía romper el hechizo que los envolvía.
Cuando la música terminó, les costó bastante arrancar sus mentes de ese mundo privado y regresar a la tarea de atender a los centenares de personas que esperaban charlar con ellos y saludarlos. Los dos lo hicieron porque era su obligación, pero bastaba con intercambiar una mirada, con clavar los ojos en el otro, para saber que en eso, como en todo lo demás, también se parecían.
«Pronto», decían sus ojos. Era una promesa que ambos tenían la intención de mantener.
Al dejar la pista, se entregaron a las buenas intenciones de toda esa gente. Al final se vieron forzados a separarse.
Dillon aceptó lo inevitable, pero antes de alejarse de su lado, levantó la vista, y vio que el padre de Pris esperaba cerca para asumir el deber de velar por ella.
Con un gesto de aprobación, Dillon le pasó la batuta al conde, y dejó que la multitud se interpusiera entre Pris y él. El conde, el general y Rus estaban cerca, preparados para intervenir ante cualquier cosa que pudiera ocurrir para mantenerla a salvo de cualquier amenaza y asegurarse de que no se convertía en blanco de ninguna trampa ni se involucraba en nada de una manera deliberada y temeraria.
En cuanto a él, echó un vistazo a su alrededor, y se abrió paso hacia Barnaby que permanecía de pie a un lado de la estancia.
—Pasar desapercibido jamás ha sido tan difícil —se quejó Dillon cuando se reunió con Barnaby. Miró por encima de las cabezas de los invitados—. ¿Ha ocurrido algo?
—Nada que yo haya visto. —Barnaby esbozó una mueca—. Tengo vigilantes en el exterior. Si el señor X hace alguna maniobra, se va a llevar una buena sorpresa.
—Lo único que podemos hacer es esperar. —Dillon observó cómo un buen número de Cynster se dirigían hacia él, sonriendo y saludando, tan discretamente como tales hombres podían, a los conocidos que se encontraban entre la multitud. Al cabo de unos minutos se unieron a ellos, primero Demonio y Vane, y luego Gabriel y Diablo.
—Supongo que tu reunión con Tranter y compañía fue fructífera. —Diablo arqueó una ceja—. Esos hombres de ahí afuera son suyos, ¿no?
Barnaby asintió con la cabeza.
—Suyos o de algunos de los otros. Los enemigos del señor X en el mundo del hampa parecen una legión, y son muchos los que, como nosotros, quieren identificarlo. Hasta que nos pusimos en contacto con ellos, no me había dado cuenta de que también los estaba eludiendo a ellos. Les debe una fortuna, pero es su anonimato lo que toman como un insulto personal, una bofetada en la cara, una cuestión de honor.
—Ni más ni menos. —Diablo curvó los labios en una mueca cínica—. Los hombres poderosos odian encontrarse indefensos. Tu señor X ha calculado mal.
—Hum. —Demonio los recorrió a todos con la mirada—. Si hace un movimiento contra Dillon, y lo cogen, ¿qué deberíamos hacer…, librarlo de ellos o permitir que sean ellos los que se encarguen de él?
Todos consideraron la cuestión. Al final todos miraron a Diablo que a su vez miraba a Dillon con una ceja arqueada.
—Tú eres el que está más involucrado. —Su mirada incluyó a otras personas de la estancia, Pris, Rus y el resto de los que habían estado implicados en la sustitución de Belle—. ¿Qué tienes que decir?
Dillon sostuvo la mirada de color verde pálido de Diablo, considerando las posibilidades, cómo se sentiría…
—Creo que dependerá de sus acciones. Si en vez de atacar se rinde ante mí para librarse de los matones, entonces se lo entregaremos a Stokes. A Tranter y a los suyos no les va a gustar nada, pero entregárselo a las autoridades era nuestro acuerdo… Acabarán aceptándolo.
—Y aun así se beneficiarán —dijo Barnaby—. Quieren identificarlo para poder seguir sus tejemanejes financieros y ver si pueden recuperar algo. Y son conscientes de que ganarán puntos con las autoridades por ayudar a capturarlo. Así que estoy de acuerdo con Dillon, lo acabarán aceptando.
—¿Y si —preguntó Gabriel— la venganza es su único objetivo?
Dillon lo miró fijamente a los ojos.
—Entonces lo dejaremos a su destino. Si está tan obsesionado con la venganza, entregarlo a las autoridades sólo creará un montón de dificultades innecesarias.
—Cierto —asintió Diablo curvando los labios sin pizca de humor—. Eso es lo que haremos.
Vane miró a Dillon.
—Planes aparte, ¿tienes alguna prueba de que él esté preparando un ataque?
Dillon negó con la cabeza.
—Todo son conjeturas nuestras, no tenemos pruebas de que vaya a intentar vengarse.
Barnaby soltó un bufido.
—Si no lo hace, me comeré el sombrero. El hecho de que se haya ocultado y no haya actuado de manera precipitada sólo confirma que es un intrigante calculador y frío.
—Son los tipos más peligrosos. —Diablo miró a Dillon—. Ándate con cuidado.
Dillon encontró esa mirada directa algo desconcertante, y asintió con la cabeza. El grupo se separó con una máscara de cordialidad en sus caras y tomó caminos separados, pero la mirada de Diablo —y la advertencia que había detrás— permaneció en la mente de Dillon.
Antes de que Pris hubiera irrumpido en su vida y se hubiera convertido en una parte esencial de ella, Dillon habría reconocido la mirada de Diablo, y habría comprendido lo que eso significaba, pero no la habría sentido en las entrañas, no como una amenaza. Ahora sí que lo hacía. Mirando por encima de las cabezas, vio a Pris, la persona por la que debía de tener más cuidado, como Diablo había insinuado. Estaba entretenida con un grupo de invitados, con Rus a un lado y su padre cerca, velando cariñosamente por ella.
Consciente de que algo se tranquilizaba en su interior, como una bestia reacomodándose para dormitar, Dillon le sonrió a lady Fowles y se detuvo a su lado para charlar.
Pris estaba a salvo, la noche acabaría pronto y su boda estaba cada vez más cerca. A pesar de su impaciencia por capturar al señor X, por identificarlo e interrogarlo, estaba igualmente impaciente por irse de la ciudad y regresar a casa con Pris. Si el señor X no actuaba pronto, dejaría las sustituciones y a su perpetrador en el pasado, y pasaría página. Pris y él tenían muchas cosas que hacer, y demasiado que esperar, para perder el tiempo con un malhechor arruinado.
Al baile había acudido mucha gente y la velada fue declarada un enorme éxito. Horatia y Flick estaban radiantes. Dillon bailó con ambas, agradecido y receloso al mismo tiempo. Flick le informó de que Pris tenía intención de pedirle a Prue que llevara las flores junto con sus hermanas; él le preguntó si no consideraba que con eso sólo conseguiría animar a Prue a pensar en bodas… y Flick se rio. Dillon supuso que si le hacía la misma pregunta a Demonio, este no le vería la gracia.
Mientras giraba sobre la pista, Pris vio a Dillon dando vueltas con una Flick muy feliz entre sus brazos y sonrió.
—El señor Caxton es realmente un hombre afortunado.
El comentario atrajo de nuevo su atención hacia su pareja de baile, el señor Abercrombie-Wallace. Pris inclinó la cabeza y miró a Dillon por encima del hombro mientras su pareja la hacía dar vueltas hacia el otro extremo del salón de baile.
Las palabras de Rus acudieron a su mente; al no volver a mirar al señor Abercrombie-Wallace, Pris probaba la hipótesis de Rus de que ella no veía más hombre que a Dillon. Abercrombie-Wallace era el típico caballero londinense, más o menos de la misma edad que Dillon y Demonio. Tenía el pelo oscuro; no tan alto y algo más fornido sería la manera en que lo describiría. Suponía que tenía una típica cara inglesa, bastante aceptable, con unos rasgos que revelaban sus antepasados aristocráticos. Sabía que pertenecía a una de las familias con más peso en la sociedad y que estaba muy bien relacionado. Toda esa riqueza e influencia quedaban reflejadas en sus ropas y el diamante de su corbata.
Sus modales eran refinados, su carácter demasiado suave para su gusto. No parecía tímido, pero sí reservado.
Deslizando la mirada por esa cara, Pris se encogió de hombros mentalmente. No era una sorpresa que él no la hubiera impresionado en lo más mínimo.
—Señor Abercrombie-Wallace…, me estaba preguntando, señor, ¿cuáles son sus intereses en la capital? —Lo interrogó con la mirada—. ¿Está aquí por negocios o por placer? —Lo había visto en otros bailes a los que había asistido en los últimos días; su dote abría todo tipo de puertas.
Él quizá no lograba impresionarla, pero ella sí había captado su atención de inmediato.
Clavó sus ojos castaños en ella. Tras un momento de silencioso desconcierto, él respondió:
—Como suele ocurrir, es una mezcla de ambas cosas.
Su voz, que había sido suave y educada hasta ese momento, era tensa. Pris agrandó los ojos.
—¿De veras? ¿Cómo…? ¡Oh…!
Pris tropezó y casi se cayó. Abercrombie-Wallace la sostuvo, haciéndole recuperar el equilibrio, mientras se deshacía en excusas ante su torpeza; le había pisado la falda. Pris bajó la vista a la cenefa que se había desprendido del dobladillo, y contuvo una maldición. Tenía que sujetarla con alfileres.
—Perdóneme, querida. —Wallace había palidecido—. Le sugiero que, si tiene alfileres, vaya a la salita al otro lado del pasillo por esa puerta de ahí. —Señaló con la cabeza una puerta cercana—. Podría reparar los daños sin tener que atravesar todo el salón de baile.
Estaban en el otro extremo del salón de baile. Pris miró la puerta, luego observó la multitud que había entre ella y la salida principal del salón de baile.
—Sería lo más conveniente.
Abercrombie-Wallace le abrió la puerta. Luego la siguió. Cerró la puerta dejando el pasillo débilmente iluminado por un candil alejado.
—Por allí. —Él le señaló una puerta pequeña al otro lado del corredor.
Sujetando la falda con la enagua rota a un lado para no pisarse la cenefa, Pris se dirigió hacia allí. Wallace se adelantó para abrirle la puerta.
Ella entró, comprobando con la mirada que la estancia era una pequeña sala con vistas al jardín. Se le había enredado la cenefa en la punta del escarpín. Pris bajó la vista para desenredarla, luego se soltó la falda y se giró para darle las gracias a Wallace y cerrar la puerta.
Él estaba allí, casi cerniéndose sobre ella. La puerta ya estaba cerrada.
Pris abrió la boca para despedirlo pero las palabras murieron en su garganta cuando él sacó algo del bolsillo y lo extendió. Era una bufanda negra lo que sostenían sus dedos.
Pris levantó las manos en un gesto defensivo. Mientras lo miraba a la cara, respiró hondo y se dispuso a gritar.
Él se movió con la rapidez de un rayo. Le enrolló la tela alrededor de la cabeza y la cara, y ahogó su grito…, la ahogó a ella. Rápidamente se quedó sin respiración y tuvo que esforzarse para inspirar a través del grueso tejido.
—Eso es. —La voz, dura y controlada, llegaba desde detrás, era un susurro frío en su oído—. Si tiene algo de sentido común, concentrará sus energías en respirar.
«¿Qué?». «¿Quién?». Ciega, atontada y medio sorda, Pris no podía pronunciar las palabras, pero podía adivinar las respuestas.
Él le atrapó las manos, inútiles con los sentidos bloqueados, y se las ató con rapidez en la espalda, luego, sujetándola delante de él, la instó a caminar. Él abrió una puerta. Mareada, con la cabeza dándole vueltas e incapaz de hacer nada más que seguir sus indicaciones, ella se tambaleó, avanzó un paso y sintió la fría piedra bajo las suelas de sus escarpines de baile.
El vals llegó a su fin. Soltando a Flick, Dillon la acompañó de regreso al chaise donde estaban sentadas Eugenia y Horatia. Dejó que lo ridiculizaran un rato y luego se apartó. Por instinto, escudriñó el salón de baile.
No pudo ver a Pris.
Se detuvo y volvió a mirar de nuevo, con más cuidado, diciéndose que sus sentidos, repentinamente alerta, no podían estar en lo cierto…, luego vio algo que hizo que se le detuviera el corazón.
Rus, al igual que él, estaba buscando a su hermana entre la gente, pero, a diferencia de Dillon, estaba claramente perturbado.
Cuando Dillon llegó junto a él, Rus tenía el ceño fruncido.
—¿Sabes dónde está? —le preguntó sin preámbulos.
—No. —Dillon miró a Rus directamente a los ojos—. No creo que esté aquí, en la casa. ¿Puedes sentirla?
Rus parpadeó. Su mirada se hizo distante, luego torció los labios con gravedad y negó con la cabeza.
—No… No puedo sentirla. Pero es sólo una sensación. Quizá…
Dillon negó ferozmente con la cabeza.
—No está aquí. Lo sé, también lo siento.
Dillon echó un vistazo alrededor. Estaban al lado de las puertas y las escaleras principales. Ninguno de los otros estaba a la vista.
—¡Vamos!
Tenían que actuar ya, aprovechar el momento y arriesgarse. Dillon subió las escaleras de dos en dos con Rus pisándole los talones. Atravesó el vestíbulo a toda velocidad y bajó la escalera hasta la entrada.
Highthorpe estaba en el vestíbulo principal.
—¿Has visto a lady Priscilla? —preguntó Dillon.
—No, señor. —Highthorpe dirigió la mirada al lacayo que atendía las puertas: este negó con la cabeza—. No ha pasado por aquí.
Dillon vaciló, pensando en todas las posibilidades, luego soltó una maldición y atravesó las puertas para bajar la escalinata hacia la calle. Los carruajes estaban alineados junto a la acera; al otro lado de la calle, sólo había un carruaje negro con las cortinas echadas y el conductor y un mozo subidos al pescante. Mirando en la otra dirección, Dillon vio un carruaje de alquiler que esperaba tranquilamente a que algún caballero abandonara el baile. El vehículo de alquiler estaba parado frente a la entrada del camino que recorría los jardines de Horatia Cynster. Se dirigió hacia el carruaje de alquiler.
Al verle acercarse, con Rus a sus espaldas, el conductor se incorporó y se levantó con las riendas en la mano. Los saludó tocándose la gorra cuando Dillon se detuvo ante él.
—¿Qué hay, jefe?
—¿Has visto si algún carruaje ha recogido a alguien en el camino?
El conductor parpadeó.
—Sí… Un amigo mío recogió a un caballero no hace ni dos minutos. Él, mi amigo, estaba en la fila delante de mí. Un individuo salió del sendero. Iba con una mujer, una dama que no parecía estar demasiado bien.
—¿A qué te refieres con «demasiado bien»? —preguntó Rus.
El conductor frunció el ceño.
—Bueno, llevaba un velo, y caminaba casi tambaleándose, la mujer tenía que agarrarse a él. La ayudó a entrar en el carruaje.
—¿De qué color era su vestido? —preguntó Dillon.
—Oscuro… juraría que era verde.
Rus maldijo entre dientes.
—¿Cómo era el hombre?
—No te preocupes por eso —lo interrumpió Dillon—. ¿Oíste la dirección?
El conductor parpadeó.
—Sí. Se dirigían a Tothill. El individuo le dijo a Joe que le daría nuevas instrucciones una vez que llegaran allí.
Dillon abrió la puerta del carruaje y le indicó a Rus que entrara.
—¿Podrías seguirlo?
Los ojos del conductor brillaron.
—Será fácil… Sé qué camino tomará mi amigo.
—Diez soberanos si lo alcanzas. —Dillon se subió de un salto al carruaje, y cerró la puerta—. ¡Vamos! —Y se dejó caer bruscamente en el asiento cuando el conductor azuzó a los caballos y puso el carruaje en movimiento.
Rus y él se agarraron a los laterales cuando el conductor se lanzó a toda velocidad para poder reclamar su recompensa. Bajaron por la calle, con gran estrépito, luego giraron hacia una vía más concurrida, Piccadilly. Se unieron al lento flujo de vehículos que la recorrían. Rus maldijo y miró por la ventanilla.
Se abrió la trampilla del techo y el conductor gritó desde arriba:
—Señor, puedo ver el carruaje de Joe un poco más adelante, pero no podré llegar hasta él mientras estemos en este atasco.
—No lo pierdas de vista. Si podemos atraparlo cuando se detenga, el dinero será tuyo.
—¡Eso está hecho!
Un momento después, el conductor habló otra vez, su tono era más moderado.
—Ah…, no sé cómo decirle esto, señor, pero nos sigue un carruaje. Es el carruaje que estaba apartado del resto cuando salieron de la casa. No debería mencionarlo, pero… reconozco al conductor.
Dillon vaciló, luego dijo.
—Sé quién es. Ya sabía que nos iba a seguir.
—¿Nos iba a seguir? —El conductor parecía intrigado, pero al mismo tiempo aliviado. Después de un momento, volvió a añadir—. De acuerdo, señor. —Volvió a colocar la trampilla en su lugar.
Rus miró a Dillon.
—¿Quién va en el otro carruaje?
—Lo más probable es que sea un hombre llamado Tranter, y algunos de sus hombres. No nos molestarán, y si necesitamos ayuda, allí estarán.
Rus lo estudió. Después de un momento, añadió:
—¿Quién es el hombre… el hombre que ha secuestrado a Pris?
Desde el otro extremo del carruaje, Dillon le sostuvo la mirada.
—No sé su nombre, pero apostaría mi vida a que es el señor X.
En el carruaje que iba delante de ellos, Pris dejó de intentar liberar sus manos subrepticiamente. Él había usado seda para atárselas y lo único que conseguía con sus esfuerzos era apretar los nudos. Lo mejor que podía hacer era relajarse contra el respaldo de lo que parecía un carruaje de alquiler y obligarse a mantener la calma para decidir qué hacer.
Casi se había desmayado cuando la había metido a la fuerza en el carruaje. Luego le había aflojado la seda con la que le había envuelto la cabeza, pero se la había vuelto a colocar con rudeza cuando respiró de nuevo con normalidad. Los pliegues de la tela estaban ahora apretados en torno a sus ojos y un poco más flojos sobre los labios, pero al menos no le presionaban la nariz. Podía respirar, aunque no podía gritar. Lo único que podría hacer, con bastante esfuerzo, era hablar entre dientes.
—¿Por qué? —Sabía que él estaba sentado frente a ella. ¿Sería él quien ella pensaba? ¿Sería el honorable señor Abercrombie-Wallace, alto, moreno, algo mayor y más fornido que Barnaby, vástago de una noble familia, de verdad el señor X?
—Estoy seguro, querida, de que es usted lo suficientemente inteligente para saberlo. Su prometido no habrá perdido la ocasión de jactarse y presumir de ser el honorable defensor del hipódromo.
La voz era fría y firme. No había ni pizca de humanidad en su tono.
—¿Usted…? —Le costaba trabajo articular frases enteras.
—Exacto. Soy a quien él venció.
Ella podía sentir sus ojos sobre ella, fríos y calculadores.
—¿Entonces usted…?
—¡Estoy arruinado! —Su fachada de frialdad se resquebrajó, las emociones se desbordaron: furia, maldad, odio puro. De repente Wallace estaba muy enfadado—. ¡Completamente arruinado! Como muchos de mis iguales, he vivido la vida al límite, no haber pagado de inmediato mis deudas no ha alertado todavía a mis acreedores. Pero para cuando se den cuenta de que esta vez es diferente, que no les pagaré, ya estaré lejos. Sin embargo, no me gusta nada verme forzado a dejar la vida que vivo aquí, una vida cómoda y placentera, y desaparecer. Aun así… —Su voz sonaba cascada mientras escupía cada palabra; todas ellas destilaban maldad.
Hizo una pausa; Pris lo oyó inspirar hondo, sintió que ponía todo su empeño en recobrar la fachada suave y caballeresca que mostraba al mundo.
—Aun así… —una vez más, su voz era suave, melodiosa y ligeramente arrastrada—, esto es a lo que su prometido me ha empujado. Tendré que huir al continente, y esconderme hasta que pueda encontrar algún alma ingenua que satisfaga mis necesidades. Pero no es por ese degradante panorama por lo que usted está aquí. Verá, ahora no tengo fondos, no puedo jugar a los juegos de azar.
Pris frunció el ceño.
—No… No me refiero a los caballos. Mi vicio son las cartas y las amantes caras. Pero para mantenerlas, alimentarlas, y disfrutar de ellas tenía que conseguir fondos en alguna parte. Y sí, es ahí donde entraban los caballos. No me importan nada las carreras, pero me han resultado de gran utilidad. Han servido fácilmente a mis propósitos. Todo funcionaba bien, hasta que… hasta que su prometido, y si no he oído mal, su hermano, intervinieron.
Su voz se había alterado en esa última locución. Pris luchó para contener los temblores. ¿Estaría llevándola con él al continente?
Pris tomó aliento, y reunió coraje para mascullar:
—¿Y yo…?
Transcurrió un largo silencio, luego él dijo:
—Usted, querida, es mi venganza.
En el carruaje de atrás, Dillon se estiró para golpear la trampilla. Cuando se abrió, preguntó:
—¿A qué distancia están?
—A unos cien metros, quizá más.
—Acércate tanto como puedas.
—Sí, señor. Joe siempre toma la ruta que pasa por Whitehall, luego podré acortar distancias. —Volvió a cerrar la trampilla.
Bajaban por Pall Mall, todavía despacio, mientras el coche de alquiler sorteaba los carruajes de los caballeros que salían a pasar una noche en los infiernos.
—¿Tothill? ¿No es ahí donde están los burdeles?
Dillon asintió con la cabeza.
—Uno de tantos lugares.
—¿Por qué la lleva allí?
Dillon vaciló, luego contestó con franqueza.
—Prefiero no pensarlo.
El viaje parecía interminable, pero tras pasar Cockspur Street, el vehículo giró en Whitehall y ganó velocidad.
Fueron recortando distancia, luego tuvieron que frenar, con maldiciones por parte del conductor, cuando Westminster apareció a la izquierda y el carruaje tuvo que esquivar el tráfico, en su mayor parte peatonal, que atestaba la plaza ante Guild Hall.
Cuando finalmente pudieron avanzar, volvieron a escucharse las maldiciones del conductor. Dillon se arriesgó a ponerse en pie y deslizó la trampilla.
—¿Qué sucede?
—¡Los he perdido! —se lamentó el conductor—. Sé que vino por aquí, pero ha desaparecido del mapa.
Dillon juró y se asomó a la ventanilla de la derecha.
—Ve despacio, los buscaremos.
Rus se asomó a la otra ventanilla mientras rodaban lentamente, pero la enorme abadía de Westminster bloqueaba ese lado de la calle. Luego dejaron atrás el edificio, y pudo escudriñar la oscuridad. Había una calle delante de él. Cuando se acercaban, el conductor preguntó:
—Entonces, ¿debo dirigirme a Tothill?
—¡Espera! —Rus clavó la mirada a lo lejos—. ¿No son aquellos de allí abajo?
—¡Así es! —El conductor azuzó a los caballos y se dirigieron en esa dirección a toda velocidad.
—Han girado en la segunda calle a la derecha —avisó Dillon.
—Los veo. —El conductor giró por esa calle demasiado rápido. Tuvo que frenar para enderezar el carruaje, y luego soltó otro juramento—. Los he vuelto a perder.
—¡Búscalos! —urgió Dillon.
Recorrieron un laberinto de callejuelas estrechas y atestadas, y callejones fétidos. A Dillon siempre le había parecido una ironía del destino que algunas de las peores zonas de la capital estuvieran a la sombra de la abadía más venerada del país. Rastrearon la zona, el carruaje negro estaba ahora justo detrás de ellos; en ocasiones se detenían a escuchar y oían el ruido de los cascos de los caballos del otro carruaje de alquiler, pero no llegaron a verlo. Alcanzaron el límite de un área densamente poblada. El conductor aminoró la marcha.
Se inclinó sobre la trampilla para hablar con Dillon.
—Jamás lo encontraremos de esta manera, jefe, pero si entra ahí, tiene que volver a salir, y sé por dónde lo hará. ¿Quiere que probemos de ese modo?
Dillon vaciló y luego asintió con la cabeza.
—Sí.
Mirando a Rus al otro lado del carruaje le aclaró:
—Mejor arriesgarse a llegar unos minutos tarde que perder su rastro por completo.
Con aire sombrío, Rus asintió brevemente con la cabeza.
El conductor regresó a la primera esquina que había pasado.
Apenas llevaban un tiempo esperando a ese lado del camino, cuando gritó:
—Ya sale. ¡Eh, Joe, detente! —Para asegurarse de que se detendría, atravesó su carruaje en medio del camino.
Su compañero apartó a un lado su carruaje negro en medio de floridas maldiciones. Dillon bajó de un salto a la calle. Rus se apeó por el otro lado del vehículo.
—¿Qué…? —Joe los miró con precaución—. ¿Qué sucede? —Tardíamente, los saludó tocándose la gorra—. ¿Caballeros?
Dillon estaba lejos de esbozar siquiera una sonrisa.
—Acabas de dejar a unos pasajeros. Un caballero y una dama… ¿Tengo razón?
—Sí. —Joe miró a su amigo.
—Sólo respóndeles. No van detrás de ti.
—¿Estaba luchando la dama? —preguntó Rus.
Joe se lo pensó.
—No…, bueno, no estaba luchando, pero llevaba algo encima de la cabeza… No es que se opusiera al caballero, es que no podía hacerlo.
—¿Dónde los dejaste? —espetó Dillon, dolorosamente consciente de los minutos que estaban perdiendo.
—¿Dónde? —Joe clavó la mirada en Dillon, luego miró a su amigo—. Ah…
De repente, una sombra se cernió sobre el hombro de Dillon.
Dillon miró al recién llegado que se había acercado sigiloso como un gato. El hombre era como media cabeza más alto que Dillon, y bastante más corpulento. Y cada centímetro de su cuerpo era puro músculo. Tenía las manos como jamones, los ojos hundidos. Se acercó a Joe para decirle:
—El señor Tranter dice que deberías contarle al caballero todo lo que desee saber.
Con los ojos como platos, Joe asintió con la cabeza.
La aparición esperó, luego añadió con el mismo tono dulce e inocuo.
—¿Entonces qué? ¿Te comió la lengua el gato?
Joe casi se tragó la nuez ante la pregunta. Tosió y miró con una expresión de impotencia a Dillon.
—En el local de Betsy Miller. Es ahí donde los dejé.
Dillon miró al gigante.
—¿El local de Betsy Miller?
—Es un burdel —aclaró servicialmente el gigante—. Uno de clase alta. Atiende las necesidades de los de su rango. —Con una inclinación de cabeza señaló a Dillon y Rus.
Por encima de la grupa de los caballos de Joe, Dillon y Rus se miraron fijamente el uno al otro.
El gigante le dio un codazo a Dillon.
—Supongo que querrá continuar su camino. El señor Tranter, los chicos y yo iremos detrás.
Segundos después, Dillon cerró de golpe la puerta del carruaje de alquiler.