Capítulo 21

AHORA tenía que considerar un dato en la ecuación que no había tenido en cuenta. Ahora que Flick había compartido con ella esas observaciones, y todas las implicaciones, Pris tenía muchas cosas en que pensar, una visión más amplia de Dillon Caxton y su proposición.

Quizás aún no confiaba en sus razones para querer casarse con ella, pero, tras las revelaciones de Flick, la balanza se había inclinado a su favor.

A pesar de que no estaba segura de él al cien por cien, la esperanza había florecido en su corazón.

Esa misma noche, en la atestada pista de baile de lady Kendrick, escuchó cómo Rus describía con entusiasmo sus planes, no sólo para los meses siguientes, sino para el resto de su vida.

—Al final, regresaremos al Hall, por supuesto, pero antes…

Rus no lo había especificado, pero estaba claro que «regresaremos» quería decir Adelaide y él. Se había acostumbrado a referirse a ellos en plural, tal y como Dillon insistía en hacer con ella y él. Eran siempre ellos. «Nosotros».

Consciente de repente de que Rus había dejado de hablar, Pris lo miró y se lo encontró observándola con una seriedad inusual.

Sintió que la pregunta: «¿Qué vas a hacer?», estaba en la punta de la lengua de su hermano; no obstante, él sólo se limitó a mirar a la multitud por encima de su cabeza.

—Si todavía estás en Dalloway Hall, puede que ya seas tía para entonces. —Curvó los labios levemente—. Puedes ayudarnos a cuidar de nuestros hijos.

Pris entre cerró los ojos hasta que sólo fueron dos estrechas rendijas, pero él se negó a sostenerle la mirada.

—Es inútil, ya lo sabes. No me vas a picar.

Rus se decidió por fin a mirarla.

—Adelaide sugirió que una pequeña provocación podría servir de ayuda.

Ella agrandó los ojos con una mirada ofendida.

—Tú sabes que no.

Él suspiró.

—Bien, tenía que intentarlo. —Con total despreocupación, Rus regresó a su vida, a su futuro, y dejó que ella pensara en el suyo.

Algo que no era precisamente fácil. Adelaide había sabido por dónde atacar.

Al volver con Dillon al final del baile, esgrimió la excusa de una cenefa suelta para escapar a la salita privada. Mientras reparaba el daño, intentó ordenar sus pensamientos y abordar la pregunta que aclararía su futuro —convertirse o no en la esposa de Dillon—, desde un ángulo diferente.

Si no se casaba con Dillon, ¿qué haría entonces?

La respuesta no era alentadora. ¿A qué otra cosa, aparte del matrimonio, podría aspirar?

Rus estaba a salvo, había logrado enfocar su futuro en su actividad favorita, y su padre y él se habían reconciliado. Lo cierto es que jamás los había visto en tan buena armonía. Sus hermanos menores eran felices y estaban bien cuidados como resultado de una buena planificación, no la necesitaban a su lado. Y aunque estaba dispuesta a regresar a casa al instante si surgía algún problema, con su padre, Eugenia, Rus, Adelaide y Albert presentes, era difícil imaginar que pudiera surgir alguno.

En lo que respecta a Dalloway Hall, su hogar, Pris había crecido sabiendo que jamás sería suyo. Las riendas del lugar pasarían a Adelaide cuando se convirtiera en la esposa de Rus. Marcharse y crear su propio hogar…, eso era lo que tenía asumido que haría algún día.

Había viajado con Eugenia a Dublín, de allí a Edimburgo, y de Edimburgo a Londres. Le gustaban bastante las ciudades, le gustaban las distracciones que ofrecían, pero era más feliz en el campo.

«Por eso en Newmarket se había sentido como en casa».

El pensamiento surgió de la nada. Arrugando la nariz, se sentó ante el espejo para arreglarse los rizos.

Un movimiento a la izquierda captó su atención. Una dama elegantemente vestida y peinada, se dejó caer en la silla de al lado y se la quedó mirando.

Lentamente, Pris giró la cabeza y clavó la vista en la dama, que parpadeó.

—Oh. —Miró fijamente a Pris mientras le estudiaba la cara. Parecía dispuesta a dedicarse simplemente a mirarla.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó Pris.

La mujer le sostuvo la mirada, luego hundió los hombros.

—No. No es… —Frunció el ceño—. Es usted muy hermosa. Mis hermanas me lo advirtieron, pero no había creído realmente que… —Su ceño se hizo más profundo—. Me ha puesto muy difíciles las cosas.

Pris parpadeó.

—¿Qué cosas?

—Las cosas con Dillon Caxton, por supuesto. —La dama, rubia y con enormes ojos color café, miraba a Pris con creciente desaprobación—. Se suponía que me tocaba a mí, a mí o a Helen Purfett, pero si le digo la verdad, creo que yo me lo merecía más.

—¿Se lo merecía más? —Pris frunció también el ceño—. ¿El qué?

Echando una mirada furtiva a su alrededor, la dama se acercó más y susurró:

—¡A él, por supuesto!

Pris la observó, no parecía estar loca.

—No lo entiendo.

—Cada vez que él viene a Londres, hay una especie de competición. Para ver quién puede captar su atención y atraerlo a su cama. Todas conocemos las reglas: sólo matronas de la sociedad, y sólo aquellas que no lo hayan catado antes. Mis hermanas, las tres, han tenido su oportunidad. Debo informarla que todas somos reconocidas bellezas. Así que estaba totalmente resuelta a que la próxima vez que él visitara la capital, fuera mío. Pero en vez de eso… —la dama le lanzó a Pris una mirada airada—, se ha pasado todo el tiempo persiguiéndola a usted. ¡No me ha dirigido ni una sola mirada! Ni a mí, ni a Helen, ni a cualquier otra. —La mujer se echó hacia atrás y extendió las manos mientras miraba a Pris—. ¡Y mírese! —Le temblaron los labios—. ¡No hay derecho!

Pris comprendía la situación de las aburridas matronas; se habían casado por las razones socialmente aceptadas, y, por lo tanto, se veían obligadas a buscar la excitación fuera de sus votos matrimoniales. Ese era el motivo por el que ella se negaba a casarse por cualquier otra cosa que no fuera amor; sintió compasión por ellas. Sin embargo…

—Lo siento. No entiendo de qué manera podría ayudarla. No puedo cambiar de cara.

La dama siguió frunciendo el ceño.

—No, y no me atrevería a pedirle que lo rechazara. Además, él parece totalmente comprometido. Pero al menos podría casarse con él con rapidez; luego, una vez que se hayan establecido, él será libre para volver con nosotras de nuevo.

Pris parpadeó sorprendida. Le costó un gran esfuerzo, pero logró no reaccionar y sacar a esa dama del error de manera muy clara y concisa. Si ella se casaba con Dillon, ya podía olvidarse él de mirar a otra mujer. No obstante, aquello era más bien una cuestión de que las damas lo miraban a él casi… casi como si Dillon fuera ella. Era un reflejo exacto de cómo los hombres la miraban a menudo a ella.

Sintió que su lado salvaje y temerario despertaba.

Esbozó una sonrisa, una tan dulce como las que lucía Adelaide cuando quería parecer insegura. Puede que el engaño no fuera con Dillon, pero, definitivamente, era algo que sí iba con ella, por lo menos cuando se trataba de una buena causa. En especial si esa causa eran ellos.

«Ellos». La palabra resonó en su mente, dudó por un instante, y luego la asimiló.

—Estaría encantada de casarme con él a toda prisa, pero… —Se encogió de hombros ligeramente—. Para eso, tengo que convencerlo de alguna manera. —Miró inocentemente a la dama—. Usted, o alguna de sus tres hermanas, deben de conocerlo muy bien. ¿Podría darme algunas indicaciones de cómo… alentarle?

Por un momento, Pris se temió que la dama no fuera tan ingenua como para compartir los conocimientos de sus hermanas. Entrecerró los ojos, frunció los labios y por fin esbozó una mueca.

—Lo más probable es que acabe conmocionándola, y seguro que él se quedará más conmocionado todavía cuando una señorita como usted haga esas cosas, pero…

La dama se llevó un dedo a los labios, echó un vistazo alrededor, y se acercó más.

—Primero, debería arreglar un interludio privado. Luego…

Pris escuchó y aprendió. La mujer se mostró de lo más servicial.

Esa misma noche, Pris se encontraba esperando a que Dillon apareciera en su dormitorio.

Habían bailado los tres bailes usuales, luego él las había acompañado a casa y había partido; Pris suponía que se habría marchado al club. Tan pronto como regresara, iría a su habitación para estar con ella. Con una bata sobre el camisón, se dirigió a la chimenea y esperó.

Había tomado una decisión. No habían sido los profundos razonamientos de Flick los que habían inclinado la balanza de manera irrevocable, sino más bien lo que la dama de la salita privada —lady Caverstone— había revelado. Había comprendido de repente que si ella no aceptaba a Dillon —si no corría el riesgo, agarraba el toro por los cuernos y conseguía que «ellos» fuera una realidad—, lo estaría condenando precisamente al tipo de vida que jamás aceptaría para sí misma.

Eran muy parecidos. La belleza exterior los había marcado, pero poca gente comprendía las intensas pasiones que subyacían debajo. Hasta ese momento, ella no había percibido lo similares que eran sus destinos.

Si como Flick había sugerido, ella era especial para él, la única a la que había perseguido con las miras puestas en el matrimonio, si como él le había dicho, ella era la única mujer con la que se sentía completo, entonces…, si ella no se aferraba a la mujer que era ni se permitía ser quien él necesitaba que fuera —su esposa, o como había repetido varias veces, la salvaje, apasionada y temeraria diosa que podía comprender su corazón y su alma—, si lo rechazaba y regresaba a Irlanda para vivir una vida serena y tranquila, ¿en qué lugar le dejaría eso?

A merced de damas como lady Caverstone y sus hermanas. Una existencia a medias, sin fuego ni pasión, sin emociones salvajes y temerarias, sin una vida real.

«No. Ese no es el camino».

La idea de Dillon abandonado a una soledad que le carcomiera el alma, las emociones que ese pensamiento despertaba en ella, no habían respondido a sus preguntas, sino que habían hecho que las descartara. No tenían importancia. Él sí que la tenía.

Había llegado el momento de poner punto final, de anunciar su decisión, de dar a conocer su disposición.

Y tras escuchar a lady Caverstone, sabía exactamente cómo. Cuando se abrió la puerta de su dormitorio, estaba preparada. Preparada para sonreír, más para sí misma que para él, preparada para tenderle la mano y conducirlo a la cama, justo al lado de donde estaba parada. Extendió las manos contra el pecho de Dillon para evitar de esa manera que él la tomara en sus brazos y la besara.

—No. Todavía no.

Dillon se detuvo y la estudió. En su mirada asomaron la sospecha y la cautela.

Pris reconoció los sentimientos y arqueó una ceja para retarlo.

—Es mi turno.

La sospecha abandonó los rasgos de Dillon, que curvó los labios.

—¿Es uno de esos momentos donde tú llevarás la voz cantante?

—Exacto. —Casi exhaló la palabra mientras le quitaba el abrigo y se lo bajaba por los brazos. Permitió que se liberara de las mangas y centró la atención en la corbata.

Deshaciendo el nudo, tiró de los extremos para hacerle bajar la cabeza hacia ella, para besarle atrevidamente con la boca abierta, con ansia, con hambre. En el mismo momento en que ella sintió que los brazos de Dillon la rodeaban, en el mismo instante en que él intentó tomar el control, ella se apartó.

—De eso nada. —Retrocediendo un paso, se apartó de sus brazos meneando un dedo acusador—. Nada de manoseos. No hasta que yo te dé permiso.

Dillon alzó una ceja ante sus palabras, pero bajó los brazos obedientemente. Se mantuvo inmóvil mientras ella posaba los dedos en los botones de plata de su chaleco, le quitaba la prenda y la dejaba a un lado, luego se dispuso a deshacerse de la camisa. Los botones se le resistieron, y ella agarró los bordes de la camisa y tiró de ellos, luego se quedó quieta. Para admirarlo. Para recrearse con una satisfacción oculta.

Todo eso podía ser —de hecho lo sería— suyo. Lady Caverstone y sus hermanas tendrían que fastidiarse.

Dillon inspiró con fuerza, sintiendo el deseo que lo atravesaba mientras la observaba y veía en la cara de Pris una posesividad que no había esperado encontrar allí. Por qué no, no sabría decirlo, pero aquello sólo podía significar una cosa.

La agarró con suavidad, con la intención de atraerla hacia él y averiguar lo que esa expresión quería decir de verdad.

—No. —Ella le apartó las manos. Dillon frunció el ceño cuando ella le bajó la camisa por los hombros, atrapándole los brazos—. Quédate quieto.

Hablaban en susurros aunque la habitación de al lado estaba desocupada. Tragándose la impaciencia porque ella hubiera adoptado el papel que normalmente le tocaba jugar a él —sobre todo cuando no estaba acostumbrado a la sumisión—, esperó a que le liberara las manos. Pero en vez de eso, ella le extendió las suyas por el torso, acariciándolo con manifiesta posesividad, luego acercó los labios a la cálida piel.

Sus dientes tomaron parte en la función, distrayéndolo con pequeños mordiscos o un roce sutil sobre un pezón tenso. Luego lo lamió con la lengua y él tomó aliento. Cambiando el peso a la otra pierna, él se inclinó e intentó aproximar su cabeza a la de ella para besarla, pero no pudo tocarla.

Ella lo esquivó y le ordenó:

—No te muevas.

Imposible. Había una parte de él que ni siquiera ella podía controlar; una parte que presionaba contra la bragueta de los pantalones, y Pris lo sabía. Dillon apretó los dientes.

—Pris…

Ella se rio, una risita ronca y sensual; el cálido aliento contra su piel, fue una sutil tortura.

—Espera.

Pris se retiró un poco.

Con la mandíbula tensa, él suspiró, y clavó en el techo una mirada martirizada, luego oyó un susurro —la bata de Pris cayendo al suelo— y un segundo más tarde vislumbró un atisbo del camisón blanco. No pudo apartar los ojos de ella mientras se retorcía para quitarse el largo camisón por la cabeza.

La miró fijamente y sintió un dolor en el pecho. A regañadientes, se recordó que tenía que respirar. Sólo la había visto desnuda en la cama, o cubierta con una sábana en la oscuridad. Hasta ahora…

Bañada por una seductora mezcla de rayos de luna y la luz de las velas, Pris era la diosa con la que siempre había soñado. La diosa pagana, salvaje y temeraria. Los rizos negros le caían en cascada sobre los hombros, los sedosos mechones enmarcaban las tensas cimas de sus pechos. Las largas y gráciles extremidades destellaban con un brillo perlado, con la exuberancia de una deidad.

Se acercó a él sonriendo dulcemente, con una mirada ardiente en esos ojos color esmeralda, y algo se estremeció y se quebró en el interior de Dillon. Luego ella estaba allí, delante de él, extendió las manos para tocarlo y Dillon supo que estaba perdido.

Maravillado se preguntó cómo ella habría logrado hacer realidad un sueño que él ni siquiera era consciente de haber tenido. Pris se frotó contra él, sinuosamente, con una promesa latente, pero que por el momento contenía.

Detrás de su espalda, él se liberó primero una mano y luego otra del enredo de la camisa, casi sin atreverse a respirar mientras ella se las arreglaba con los botones de su pantalón y luego se agachaba para bajárselos.

Él inspiró con fuerza. No podía pensar con claridad, no lo suficiente para tomar el control, no cuando ella se comportaba de esa manera. Tenía que saber qué más había planeado ella, porque su mente obnubilada sabía con certeza que Pris había planeado algo. En lugar de la vela solitaria de la mesilla, había un candelabro de cuatro brazos, derramando un charco de luz sobre la cama.

Y ella, todavía arrodillada a sus pies, lo hizo girar lentamente sobre sus talones mientras lo miraba de arriba abajo, las rodillas, los muslos, la prominente erección, el abdomen tenso, su torso hasta llegar a sus ojos.

Durante el espacio de un latido, Pris le sostuvo la mirada con unos ojos ardientes como llamas esmeraldas, luego ella le sonrió y comenzó a acariciarle las rodillas, le pasó las manos por los muslos, y las siguió moviendo. Hacia arriba.

Dillon casi se tragó la lengua cuando ella cerró ambas manos en torno a su rígida longitud. Y casi perdió la cabeza cuando ella se acercó lentamente y lo lamió. Se estremeció totalmente cuando Pris siguió una vena protuberante con la punta de la lengua, luego rozó ligeramente la punta de su verga.

Muy suavemente se la metió en la boca, y la mente de Dillon explotó.

Dillon no podía respirar. Cada uno de sus músculos se había convertido en un nudo tenso. Cuando ella lo succionó con suavidad, y lo introdujo más profundamente en su boca, él cerró los ojos y sintió que no podía ponerse más duro.

Sus intenciones no tenían poder ante esa reacción; cuando ella le daba placer con tal libertad y atrevimiento, ningún poder en la tierra le hubiera podido impedir enredar los dedos en esa melena sedosa. Pris lo succionó con más fuerza, y él apretó los dedos, luchando para no empujar en esa boca caliente, mojada y acogedora.

Pris movió las manos, le rodeó los muslos, las subió para acariciarle las nalgas, luego las apretó ligeramente, mientras sus labios y su lengua seguían jugando con su miembro.

Puede que ella fuera una diosa, pero él sólo era un humano. Conteniendo un gemido, tomó aliento con fuerza.

—¡Pris! Basta.

Dillon no supo si sentirse aliviado o decepcionado cuando ella le obedeció y lo soltó.

Con los pechos subiendo y bajando, ella lo observó, y la expresión en sus ojos era realmente calculadora.

Antes de que ella pudiera volver a dedicarse a su reciente obsesión, él la tomó por los brazos. Para su enorme alivio, Pris permitió que la ayudara a ponerse en pie, pero le plantó las manos en el pecho y se mantuvo alejada de él. Le miró a los ojos con fiera determinación.

—No, aún no es suficiente.

Él frunció el ceño y arqueó una ceja.

En respuesta, ella arqueó una de las suyas como la diosa controladora que era.

—¿Qué estás dispuesto a ofrecer? ¿Tu rendición?

«Por mí. Por mi amor».

Pris dejó que sus ojos hablaran por ella, con ellos le dijo sin ambages cuál era el premio que ella le ofrecía.

Dillon agarró por los hombros a Pris. Respiraba tan entrecortadamente como ella lo hacía; el calor que emitía el cuerpo masculino la atraía, la excitaba, pero no cedería hasta que él se rindiera y admitiera eso que los haría libres a los dos.

Él estaba estudiando sus ojos y soltó un suspiro torturado.

—¿Qué es lo que quieres?

La pregunta correcta. Pris sonrió. Lo miró fijamente, y le clavó el dedo en el pecho.

—Túmbate boca arriba en la cama.

Él vaciló, pero apartó las manos de ella e hizo lo que le pedía. Ella lo observó mientras él se acostaba en la cama, con la cabeza en las almohadas, los brazos a los lados y las piernas ligeramente abiertas. Con una sonrisa, ella se subió a la cama para arrodillarse entre sus pies.

Pris se detuvo a admirar la vista, luego le colocó las manos en las piernas y las deslizó muy lentamente hacia arriba, por los muslos y más arriba, inclinando su cuerpo hacia el suyo para sentir los duros músculos y deslizar su piel sobre la de él, hasta que no le quedó más remedio que abrir sus piernas y montarse a horcajadas sobre el tenso abdomen de Dillon. Entonces le cogió una de las manos y le levantó el brazo por encima de la cabeza hasta donde estaba la bufanda de seda que ella había atado a la cabecera.

Él giró la cabeza y se quedó mirando con incredulidad cómo Pris ataba con rapidez su muñeca. Boquiabierto e incapaz de reaccionar, Dillon giró la cabeza hacia el otro lado y observó cómo ella hacía lo mismo con la otra mano, dejándolo, al menos en teoría, indefenso. A su merced.

Dillon entrecerró los ojos cuando Pris, satisfecha, se incorporó sobre su abdomen.

—¿Qué intentas hacer?

Por el tono de su voz, Pris supo que él no tenía intención de discutir con ella.

Sonrió. Apoyando las manos a ambos lados de su torso, se inclinó sobre él y lo lamió.

—Poseerte. —Exhaló la palabra sobre el punto donde lo había mojado con su lengua, y sintió que el duro cuerpo masculino reaccionaba. Sin quitarle los ojos de encima, ella añadió—: Y lo haré. Como es mi deseo.

Pris dejó que su mirada añadiera el resto: «como te mereces». Dillon la miró fijamente y leyó su mensaje, luego gimió y cerró los ojos.

Ella sonrió ampliamente y posó los labios en su piel. Luego ejecutó su sentencia. Se dedicó a tomar todo lo que deseaba de él, todo lo que él entregaba de buena gana. Todo lo que él exigía a sus amantes, se lo exigió ella a él; todo lo que les daba, se lo dio. Con los labios, con la lengua, con las manos, con su cuerpo, con las cimas de sus pechos, lo acarició y lo volvió loco.

Sin sentido. Como él solía dejarla a ella normalmente. Lo hizo sentirse tan salvaje e imprudente, tan hambriento y necesitado como la dejaba él a ella.

Con lo que Pris no había contado era que la creciente necesidad de él alimentaba la suya.

El deseo la invadió mientras se movía sobre él, mientras se contoneaba y retorcía, lo exploraba y acariciaba. Dillon respondió a cada demanda, le ofreció su boca cuando Pris así lo quería, luego cuando ella se movió más abajo, cerró los ojos, apretó los dientes y dejó que se saliera con la suya.

Sin restricciones, ofreciéndole cada parte de sí mismo y permitiendo que ella hiciera lo mismo. Una y otra vez, con total devoción, hasta que ninguno de los dos pudo esperar más, y ella se irguió sobre él, lo acogió en su interior y lo montó.

Salvaje, desinhibida, una diosa pagana bajo la luz de la luna, desenfrenada y erótica como la trémula luz de las velas que doraba su piel.

Dillon la observó, apenas era capaz de creer lo que veía, lo que palpaba, lo que sentía, mientras la sangre rugía en sus venas y unas emociones intensas y reales se apoderaban de su corazón y de su alma, mientras ella explotaba encima de él. Apretando los dientes y cerrando los puños, Dillon se aferró a su cordura y observó cómo Pris era invadida por la pasión, cómo, durante un momento que pareció eterno, el placer llenaba el vacío y los atravesaba a los dos.

Pris cayó desmadejada sobre él, respirando entrecortadamente sobre su pecho.

Dillon cerró los ojos e inspiró hondo, rezando para retomar el control. Luego abrió los párpados, bajó la vista y le dijo al oído:

—Mis manos. —Su voz era poco más que un susurro—. Desátamelas, Pris, por favor.

Durante un momento, ella permaneció inmóvil sobre su torso, luego él sintió la presión de sus pechos cuando ella tomó aliento y se estiró para alcanzar el lazo de la muñeca y desatarle.

En cuanto él sintió que era libre del sedoso grillete, extendió la mano, la pasó por encima de la espalda de Pris, apretándola contra su pecho, y dio un tirón para desatar la otra mano.

Luego la atrapó, la besó y reclamó su boca, dejándole ver todo lo que sentía por ella. Rodó hasta que Pris quedó debajo de él. Profundizó el beso, la agarró por los muslos, se los abrió y le levantó las piernas para hundirse en su hogar.

Muy profundamente. En el lugar donde pertenecía.

Y ella también lo creyó así. Con un sonido medio sollozo, medio jadeo, Pris lo rodeó con las piernas, arqueó las caderas y lo instó a penetrarla más hondo.

Dillon la llenó, saboreando cada centímetro de su funda apretada, de su completa y deliberada rendición. Luego la poseyó, llenó su alma, su corazón y sus sentidos. Permitió que la sangre que rugía en sus venas los condujera a los dos. Sintió que ella se unía a él, sintió su placer, oyó sus gemidos.

Luego ambos volaron más allá del fin del mundo, más allá de las sensaciones que los atravesaban y los convertían en un solo corazón, un alma, dos mentes unidas, dos cuerpos esclavos de esa ansia elemental que los conducía, los llenaba, y los hacía ansiar y desear más.

Ella se deshizo en mil pedazos y lo arrastró a él con ella. Con las manos entrelazadas, alcanzaron su paraíso privado. Y sintieron que la gloria los rodeaba, dándoles la bienvenida, asegurándoles más allá de las palabras, más allá de los pensamientos, que ahí era donde se encontraba su verdadero hogar.

Que ahí era donde el «nosotros» pertenecía.

—Pídemelo de nuevo —murmuró Pris agotada, mientras permanecía tumbada a su lado. Todavía podía sentir los restos de esa pasión dorada surcándole las venas.

Dillon yacía de lado, con el pecho contra la espalda de Pris, como dos cucharas en un cajón, acunándola contra su cuerpo.

—No —masculló con voz ronca.

Pris intentó fruncir el ceño, pero no lo consiguió, luego se acordó de que, de todas formas, él no podía ver su rostro.

—¿Por qué no?

—Porque ninguno de los dos es capaz de pensar o razonar correctamente. No me arriesgaré a que me respondas lo que no quiero oír o, Dios me libre, más tarde te olvides de qué respuesta me diste.

Con las palabras de Flick dándole vueltas en la cabeza, Pris soltó un bufido muy poco elegante.

—Pues bien que te gusta arriesgarte con otras cosas.

—No cuando podría perder más de lo que estoy dispuesto a perder.

Ella se lo pensó un momento y se dio cuenta de que eso era algo que no podía discutirle.

También se percató de que no podía recordar haber ganado ninguna discusión con él. Ella podía quejarse, pero él se mantenía firme y finalmente acallaba sus protestas.

—Además, no eres la única que puede planear las cosas.

Antes de poder decidir si eso era una amenaza o una promesa, Pris se quedó dormida.

A la mañana siguiente Dillon se encontraba sentado en la mesa del comedor de Horatia, contento de estar a solas, incluso más feliz aún, de estar dando los toques finales a sus planes para ese día, cuando la aldaba resonó con demasiada fuerza.

Highthorpe se dirigió hacia la entrada. Dillon oyó voces y luego vio entrar a Barnaby.

Un Barnaby despeinado, manchado de barro y exhausto.

—¡Dios mío! —Dillon se incorporó; dejó la taza de café sobre el platito y con un gesto de la mano le indicó que tomara asiento—. Siéntate antes de que te caigas. ¿Qué demonios ha ocurrido?

Con una barba de dos días, Barnaby esbozó una mueca cansada.

—Nada que una taza de café cargado, un buen desayuno, un baño, un afeitado y un día de sueño no puedan curar.

—Podemos empezar con las dos primeras cosas. —Dillon asintió cuando Highthorpe colocó una taza delante de Barnaby y se la llenó.

Esperó hasta que Barnaby tomó un largo sorbo, con los ojos cerrados, claramente saboreando el alivio. Cuando abrió los ojos y examinó los platos del desayuno dispuestos en la mesa, Dillon le dijo:

—Sírvete tú mismo, podemos conversar mientras desayunas. Con ese aspecto difícilmente puedes calmar mis nervios.

Barnaby sonrió fugazmente y con rapidez se sirvió de una bandeja de jamón.

—He cabalgado toda la noche. Y la mayor parte del día y la noche anterior.

—¿Martin?

Barnaby asintió con seriedad. Dillon frunció el ceño.

—¿Lo has encontrado?

—Sí y no. —Barnaby cortó un trozo de jamón—. Me dejé caer en Connaught Place con Stokes. —Se metió el jamón en la boca y agitó el tenedor vacío mientras masticaba. Luego tragó—. Martin no estaba allí, pero descubrí que el señor Gilbert Martin le había alquilado la propiedad a una familia. Buscamos al administrador y Stokes lo persuadió para que nos diera la dirección de Martin.

Barnaby miró el plato.

—En Northampton. Stokes me acompañó. Cuando llegamos, se repitió la misma historia. Había otra familia en la casa y se la había alquilado a Gilbert Martin por medio de un agente. Y buscamos a ese administrador, que nos envió a Liverpool.

Dillon contuvo la lengua mientras Barnaby comía.

—Después de Liverpool, viajamos a Edimburgo, York, Carlisle, Bath y Glasgow. —Barnaby frunció el ceño—. Puede que me haya saltado uno o dos sitios, pero el último fue Bristol. Es ahí donde encontramos al señor Gilbert Martin, casi por casualidad, mediante un conocido de ese lugar.

Barnaby clavó los ojos en los de Dillon.

—El señor Gilbert Martin tiene setenta y tres años. No tiene hijos y no conoce a ningún otro Gilbert Martin, y aunque es cierto que posee una casa en Connaught Place y la alquila mediante un administrador, el señor Martin no tiene ni la más remota idea de ninguna otra dirección en Northampton ni en cualquiera de los otros lugares.

Barnaby hizo una pausa y luego añadió:

—Los pagos de los alquileres de la casa londinense son depositados en una cuenta en la ciudad, y el señor Martin los controla. No ha habido en ella ingresos considerables, y él no tiene ni la más remota idea de lo que está sucediendo.

Dillon frunció el ceño.

—¿Y no tienes ni idea de quién puede ser ese otro señor Gilbert Martin?

—¿Además de un tipo endemoniadamente listo? No, ninguna.

Tras un momento, Barnaby continuó.

—Durante nuestros viajes, Stokes y yo tuvimos mucho tiempo para elucubrar diversas teorías. Una vez que comprendimos que nuestro señor X nos había hecho seguir una pista falsa, y lo bien que lo había dispuesto todo, garantizando más o menos que ni siquiera los cabecillas de los bajos fondos pudieran rastrearle, se hizo evidente el peligro que tú, especialmente, corres ahora.

Miró a Dillon.

—Si el señor X decide vengarse, no tendremos ninguna pista de por dónde podría atacar.

Dillon asintió, impasible.

—Puede que nunca haya ningún ataque ni venganza. No puedo pasarme la vida esperándolo. El señor X podría estar en la más absoluta ruina. Quizás incluso haya huido del país.

—Es posible, pero… —Barnaby sostuvo la mirada de Dillon—. Hay algo que no encaja. Con todas esas precauciones para encubrir su identidad, ¿no podría ser acaso uno de los nuestros? ¿Un miembro de la alta sociedad?

—Gabriel ha continuado buscando, pero, hasta el momento, no ha encontrado ninguna pista, ninguna señal, nada de lo que podamos tirar.

—Por eso mismo. El señor X ha sido muy hábil para ocultar sus huellas. Podría ser cualquiera de los caballeros con los que te codeas cuando visitas tu club, o uno de los asistentes a cualquiera de los bailes que frecuentas. Supongo que no has considerado volver a Newmarket.

—No.

Barnaby suspiró.

—Le dije a Stokes que esa sería tu respuesta. Él, al igual que yo, está seguro de que el señor X intentará ir a por ti, incluso si luego tiene que salir corriendo del país. Tal y como suele actuar, supongo que matarte es algo que entra en sus planes.

Dillon no pudo evitar sonreír.

—¿Estás tratando de asustarme?

—Sí. ¿Funciona?

—No de la manera que imaginas, pero… tengo una idea. Como estás tan seguro de que el señor X vendrá a por mí, ¿no podríamos aprovechar esa oportunidad, posiblemente nuestra última oportunidad, y echarle el guante?

Barnaby parpadeó.

—¿Quieres decir que te utilicemos como cebo?

Dillon enarcó las cejas.

—Si yo soy el único de todos nosotros a por quien él irá… ¿por qué no?

A las once fue a buscar a Pris, la instó a recoger su capa y luego la condujo al lugar que había escogido.

Cuando la hizo atravesar las puertas y la guio por la nave, ella miró a su alrededor, luego se acercó más a él y le susurró:

—¿Para qué hemos venido aquí?

En torno a ellos, predominaba la paz sagrada de la catedral de Saint Paul.

—Porque —le susurró él en respuesta, colocándole la mano en su brazo— quería un lugar donde a pesar de estar solos, no corriéramos el riesgo de distraernos. Tenemos que hablar y para eso necesitamos pensar.

Ella consideró protestar, luego lo pensó mejor. Miró a su alrededor con sumo interés.

—¿Dónde?

Dillon también había previsto eso.

—Allí.

Era un día frío, las nubes se deslizaban rápidamente por el cielo arrastradas por el viento y nadie podía predecir si llovería o no. Había un montón de turistas vagando por los lugares más interesantes de la nave y el ala transversal de la iglesia, estudiando las placas y los monumentos. Dillon condujo a Pris por la puerta de una capilla lateral que daba a un antiguo patio; tal y como él había esperado, no había nadie que hubiera buscado la paz allí.

El estrecho recinto amurallado que en días pasados había sido un patio lleno de hierbas cuando el sanatorio estaba pegado a la catedral, ahora era simplemente un lugar tranquilo para la meditación.

Era el lugar perfecto para considerar y decidir el resto de sus vidas.

La condujo a un ancho banco de piedra gris cubierto con musgo. Recogiéndose las faldas, Pris se sentó y lo observó. Tras un momento de vacilación, de sopesar sus pensamientos, él se sentó a su lado.

—No había hecho esto nunca y no estoy seguro de cuál será la mejor manera de proceder, pero no creo que ponerme de rodillas pueda ayudar demasiado.

—No lo hará. —El tono de su voz era entrecortado y tenso.

—En ese caso…

Tomándola de la mano, Dillon le quitó suavemente el guante, se lo puso en el regazo, y sostuvo sus dedos entre las palmas de sus manos. Miró hacia el otro lado del patio a los antiguos muros tan viejos como el tiempo, un escenario muy apropiado para ellos. De alguna manera, sus almas eran también «viejas» y paganas.

—Tú y yo no somos como las demás personas, como las demás parejas. —La miró y observó que había captado toda su atención—. Lo supe en el mismo momento en que te vi en los escalones del club. No te parecías a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Tú me veías a mí, a mi verdadero yo. No a través de un velo, sino directamente. Y yo te veía a ti exactamente de la misma manera. Me di cuenta luego, y creo que tú también. Pero en ese momento ninguno de los dos supimos verlo de esa manera, así que… nos anduvimos con rodeos.

Dillon curvó los labios y se miró las manos que apretaban la de ella.

—Creo que tú estabas más confundida que yo ante los hechos, de ahí que no te dieras cuenta de por qué te propuse que te casaras conmigo, y ese fue mi error. Yo supe por qué todo el tiempo, pero la intervención del destino y las dudas te hicieron pensar lo que no era y desconfiaste de mí. Desde entonces te he estado contando algunas de mis razones, pero no todas. Te he dicho lo que siento por ti, que tú eres la única mujer que me hace sentir entero y completo, que eres mi alma gemela, pero no te he dicho por qué tú… eres tan preciosa para mí.

Mirando su perfil, Pris le apretó los dedos, y dijo suavemente:

—¿No es evidente?

Ella vio la sonrisa que asomó a sus labios, luego Dillon negó con la cabeza.

—No quiero andarme con más rodeos. La verdad es que si no te hubiera conocido ese día en las escaleras del Jockey Club, si tú no hubieras estado allí buscando a Rus, dudo seriamente que me hubiera visto en esta situación alguna vez. Creo que nunca hubiera llegado a pensar en casarme, no porque no lo deseara, sino porque casarme con una mujer que no me comprendiera, que no me viera a mí tal como realmente soy, que nunca me hubiera llegado a conocer por completo, sería…

—Como una prisión.

Él asintió con la cabeza.

—Sí… Tú lo entiendes. Pero poca gente lo haría. —La recorrió con la mirada con los labios todavía curvados, pero con una mirada seria y sincera en sus ojos oscuros—. La verdad es que tú eres mi salvación. Si me aceptas como esposo, si me aceptas y eres mi esposa, me estarás liberando, reemplazando la idea de esa prisión por la posibilidad de vivir la vida que yo hubiera escogido.

Con la mirada clavada en sus ojos, cambió de postura para mirarla de frente.

—Y yo hubiera escogido vivir contigo, hubiera escogido crear un hogar en Hillgate End contigo, hubiera escogido tener hijos y hacerme viejo contigo.

Hizo una pausa, luego, sin apartar la mirada de sus ojos, se llevó la mano de Pris a los labios y la besó.

—¿Quieres casarte conmigo, Pris? ¿Serás mi salvación, me aceptarás y serás mi diosa para siempre?

A Pris le costó un gran esfuerzo contener las lágrimas. Tuvo que tomarse un momento para recuperar el habla, aunque era consciente de que incluso en ese breve instante, mientras él la observaba, Dillon debía de estar sintiéndose cada vez más tenso; no obstante él debería saber cuál sería su respuesta.

Él encarnaba todo lo que ella deseaba, todo lo que necesitaba.

Sumergiéndose en su oscura mirada, en la luz tranquila que allí brillaba, ella no tenía dudas de cuál sería su respuesta, pero él merecía más que una simple aceptación. Pris inspiró hondo, contuvo la respiración un instante y luego dijo:

—Sí, pero… —Levantó la otra mano, deteniéndolo cuando intentó atraerla hacia él—. Si estamos aquí para sincerarnos, entonces yo también seré sincera contigo. Tú también eres mi salvación, Dillon. Quizá me habría casado con el tiempo, pero ¿qué posibilidades habría tenido de encontrar a otro caballero que apreciara mis impulsos salvajes y temerarios?

Lo miró directamente a los ojos.

—La verdad es que si no te hubiera conocido, hubiera suprimido esa parte de mí misma, y eso habría sido como una muerte en vida. Pero si me caso contigo, si tú te casas conmigo, no tendré que hacerlo. Sencillamente podré ser tal como soy en realidad, podré ser lo mejor que puedo llegar a ser durante el resto de mi vida.

El corazón de Pris dio un brinco ante la perspectiva. Sus labios se curvaron sin remedio al sentirse invadida por la alegría.

Dillon estudió sus ojos y su sonrisa incipiente. Para su sorpresa, él permaneció serio. Entonces respiró hondo y le apretó la mano que sostenía entre las suyas.

—Tengo que hacerte una advertencia.

Fue el turno de Pris de estudiarle.

—¿Una advertencia?

—Esos impulsos salvajes y temerarios… ¿podrías prometerme que sólo los tendrás cuando estés conmigo? —Él se mostraba serio e incómodo, inquieto por si hacía algo incorrecto.

Ella parpadeó.

—¿Por qué?

Apretando los dientes, Dillon bajó la mirada a la mano atrapada entre las suyas, luego levantó la vista y la miró a los ojos.

—Porque… —su expresión se había transformado en aquella que ella conocía tan bien, una arrogante y dominante— perderte es un riesgo que no quiero correr jamás.

«Eres mi vida. Significas demasiado para mí».

No lo dijo con palabras pero podía verlo en sus ojos, estaba grabado en los planos duros de su rostro, se reflejaba en las líneas definidas de sus músculos tensos. Ella sintió que esa realidad, inequívoca e inquebrantable, la llenaba. Pris vaciló, contuvo el aliento, pero entonces cerró los ojos y dejó que la envolviera.

La aceptó. Lo aceptó a él.

Aceptó cómo era. Cómo necesitaba que fuera. Salvaje e imprudente, apasionado y posesivo. Esa era la verdad de él. De ellos. De «nosotros».

Pris abrió los ojos, y miró los suyos, aún ardientes y posesivos.

—Sí. De acuerdo.

Él todavía no estaba seguro de si podía creerla, no sabía si debía confiar en la brillante alegría de sus ojos. Vaciló, y preguntó:

—¿De acuerdo? Sólo eso… ¿De acuerdo?

Ella lo consideró, luego asintió firmemente con la cabeza.

—Sí. Sí a todo. —Tras recuperar su guante se puso de pie. La felicidad inundaba su cuerpo, amenazando con desbordarse; sería mejor que se marcharan antes de que eso ocurriera.

Dillon se levantó con ella, reteniendo su mano entre las suyas.

—Entonces ¿me prometes no correr ningún riesgo, ningún tipo de riesgo, a menos que yo esté contigo? —Todavía desconcertado, intentó verle la cara mientras volvían caminando a la puerta que conducía a la capilla.

—¡Sí! Bueno, si puedo. —Al llegar a la puerta, ella se detuvo y se giró hacia él, buscando su mirada—. Y no, no pienso hacerte esa promesa, salvo que… —Ladeando la cabeza, clavó la mirada en él—. No te quedarás tranquilo a menos que lo haga, ¿verdad?

A Dillon se le había olvidado que ella podía leer en su alma. Le sostuvo la mirada, vio la alegría que esperaba encontrar, y comprendió perfectamente por qué ella se negaba, por qué no cedía.

—No.

Ella asintió con la cabeza.

—Lo esperaba. —Se volvió hacia la puerta—. Así que intentaré…

—Por favor, prométeme que harás algo más que intentarlo.

—… complacerte lo mejor que pueda. —Lo miró de reojo y le guiñó un ojo—. ¿No es eso lo que se supone que hacen las esposas?

Había una sonrisa sutil en sus labios, una luz en sus ojos color esmeralda, provocativa y desafiante, y algo más que comprendía perfectamente.

No pudo apartar la mirada de esos labios divertidos. Ella se puso tensa al ver el fuego que ardía en sus ojos.

—No. No en la catedral. Esto fue idea tuya. Tendrás que aceptarlo.

Él cerró los ojos, gimió y le abrió la puerta. La siguió a la iglesia, tan ansioso ahora por salir como ella, y ligeramente asombrado de haberlo conseguido, de que, a pesar de todo, su destino hubiera quedado sellado.

Ella miró el altar cuando pasaron por delante, y luego levantó la mirada hacia Dillon cuando la tomó del brazo.

—¿Has pensado cuándo deberíamos casarnos? Llegados a ese punto no había que darle demasiadas vueltas.

—¿Qué te parece tan pronto como sea humanamente posible? La mayor parte de tu familia está aquí, podríamos enviar a buscar al resto de tus hermanos. —Dillon vaciló—. ¿O prefieres casarte en Irlanda?

—No. —Pris negó con la cabeza. De esa manera sería más difícil que asistieran muchos de sus nuevos amigos, y además, no había nada allí para ella; su futuro estaba en… Clavó los ojos en Dillon—. Casémonos en Newmarket.

Él le sostuvo la mirada mientras salían por las puertas principales a la brillante luz del sol cuyos rayos habían logrado colarse entre las nubes.

—¿Eso te haría feliz?

—Sí. —Sonriendo con placer, Pris sintió que su corazón volaba; parecía que todo iba a ir bien.

Se detuvieron en el pórtico de la fachada principal. Dillon hizo señas al lacayo para que trajera el cabriolé. Cuando se subieron al vehículo, la tomó en sus brazos y la besó a fondo. Al soltarla, la sonrisa de sus labios selló la alegría de ella. Pris miró a su alrededor; el sol calentaba; todo parecía más claro, más limpio, más cristalino. Más real y definido, dentro y fuera, como si desde aquel primer encuentro en Newmarket ella hubiera estado viviendo en un caleidoscopio de posibilidades que cambiaran a cada instante, y ahora, de repente, el caleidoscopio se hubiera detenido revelando un fabuloso y excitante patrón de cómo sería su futuro.

Se sintió presa de la ansiedad. De la impaciencia. En el mismo momento en que Dillon puso en marcha los caballos, ella preguntó:

—¿Adónde deberíamos ir primero?

—¿Primero?

—¿Adónde debemos ir para comenzar los preparativos? Nuestra boda no va a ocurrir así sin más, no sin una buena dosis de debate y organización.

Dillon hizo una mueca, pero no apartó la vista de los caballos negros.

—Haré un trato contigo: tú haces los preparativos, me dices dónde y cuándo debo estar, y allí estaré. Pero, por favor, no me pidas opinión sobre nada.

Ella no pudo contener la risa; el cálido sonido llenó de ternura el corazón de Dillon.

—Hecho. —Pris se apoyó ligeramente contra su hombro y luego se enderezó—. Y ¿adónde deberíamos dirigimos primero para dar la buena nueva?

—A casa de Flick o jamás me lo perdonará. Y Eugenia y Adelaide también estarán allí. Sospecho que todavía no habrán salido. —Estarían esperando a ver qué ocurría, a Dillon no le cabía ninguna duda—. Y seguramente, Flick nos enviará luego a casa de Horatia.

Pris asintió feliz.

Dillon guio el cabriolé por las calles de la ciudad, más tranquilo ahora que sabía que podría dejarla con total seguridad en compañía de las damas Cynster, en especial para organizar los preparativos de una boda. Todas estarían pendientes de ella, Pris sería el centro de atención.

Con su seguridad garantizada, él podría dedicarse a pensar en el último riesgo que iba a correr, una jugada pensada para hacer salir al señor X de su escondite y asegurar de esa manera que ni Pris ni él quedaban a merced de un vengativo maleante durante el resto de sus vidas.

Esa vida compartida que ahora había tornado forma en su mente y que con Pris a su lado, se haría realidad. Y había muy poco que él no arriesgaría para mantenerla a salvo, para protegerlos, a él y a ella.