Capítulo 20

PRIS no se lo podía creer. Cuando Dillon por fin la llevó a Half Moon Street, con Rus y Adelaide siguiéndoles en un coche de alquiler, era la hora de vestirse para la cena. De alguna manera que no comprendía, ¡había pasado todo el día con él!

Al terminar el almuerzo de lady Celia, él había sugerido que hicieran un recorrido por la capital, una visita rápida, para ver algunos de los sitios de mayor interés. Como el día se había nublado, y se había levantado viento, Dillon les había sugerido a Rus, Adelaide y a ella misma que le permitieran enseñarles el museo.

Rus y Adelaide habían aceptado encantados; ella no había encontrado razones para no acceder, pero mientras Dillon la acompañaba fuera de la casa de lady Celia, había vislumbrado un cierto aire de satisfacción en los rostros de las matronas.

No obstante, el comportamiento de Dillon había sido intachable, a pesar de que había permanecido todo el día a su lado. Si bien había habido momentos en que sus sentidos habían dado un brinco, como cada vez que la había tomado por la cintura para ayudarla a bajar del cabriolé, apenas podía culparlo por ello. Si tenía que culpar a alguien era a sus estúpidos sentidos, no a él. Y aunque a veces ella había sido muy consciente de sus nervios temblorosos, del calor que le recorría la piel, también había encontrado fácil relajarse en su compañía (que era donde la habían dejado casi todo el rato Rus y Adelaide).

Pris había tratado de recriminárselo a su hermano. Lo había llevado a un lado y le había susurrado sin rodeos que no era aconsejable que se alejara con Adelaide sin que los acompañara una chaperona. Él la había mirado como si ella estuviera loca mientras le espetaba un «¡chorradas!». Luego había tomado a Adelaide del brazo y se había marchado para ver los Elgin Marbles.

Resignada, se había quedado con Dillon, paseándose entre una serie de exhibiciones de tesoros egipcios. Se quedó un tanto perpleja al comprobar que había muchas otras parejas paseándose por la enorme sala. Cuando le había comentado a Dillon la gran afluencia de gente, él le había explicado que los últimos artefactos traídos de Egipto habían causado furor.

Pris se reprendió a sí misma mentalmente cuando él detuvo los caballos negros ante la puerta de Flick. Lanzándole las riendas al mozo, Dillon descendió y rodeó el cabriolé para ayudarla a bajar. Como siempre, cuando sus manos se cerraron sobre su cintura, contuvo la respiración, pero ya comenzaba a familiarizarse lo suficiente con el efecto como para ocultar su reacción. Le sonrió. Durante un instante, mientras le sostenía la mirada, él parecía tan serio y formal que el corazón de Pris empezó a palpitar de manera inesperada, pero luego Dillon le devolvió una ligera sonrisa. Soltándola, la acompañó hasta la puerta.

Al llegar al porche, Dillon hizo sonar la campanilla y se volvió hacia ella. Le alzó la mano y mientras capturaba su mirada le rozó las yemas de los dedos con los labios, luego, sonriendo ampliamente, giró su mano y, sin dejar de mirarla a los ojos, le dio un beso mucho más íntimo en la muñeca.

—Au revoir.

Ante el tono profundo de su voz, una cálida oleada atravesó el cuerpo de Pris dejando un vacío anhelo en su interior.

Con una elegante inclinación de cabeza, Dillon le soltó la mano, luego se volvió cuando el coche de alquiler que transportaba a Rus y Adelaide se detuvo detrás del suyo. Al bajar la escalinata, se despidió de ellos y se subió al asiento del cabriolé. Al tomar las riendas volvió a mirarla, le sonrió y la saludó, y luego hizo avanzar a sus caballos.

La puerta se había abierto a sus espaldas. Pris se giró lentamente, y entró en el vestíbulo, instando a sus revoltosos sentidos a que se comportaran correctamente.

Escuchó a medias la animada charla de Adelaide cuando subieron juntas las escaleras. Cuando alcanzaron el piso superior, le murmuró:

—Esta noche tenemos la velada musical de lady Hemmings, ¿no?

—¡Sí! Jamás he asistido a un acontecimiento semejante…, la tía Eugenia dijo que iban a cantar una soprano italiana y también un tenor. Al parecer están causando bastante furor.

Pris sonrió sin comprometerse. Se separó de Adelaide cuando llegaron a la puerta de esta y se encaminó hasta la suya, al final del pasillo.

Una soprano italiana y un tenor; ese no parecía el tipo de entretenimiento al que acudiría un caballero como Dillon. Dado el estado de aturdimiento en que se encontraba su traidor corazón, era algo que sin duda le venía bien.

—¿Realmente disfruta de estos chillidos?

Pris se alarmó, luego se giró; apenas logró evitar que se le abriera la boca cuando Dillon se hundió en la silla de al lado y estiró sus largas piernas bajo la silla de delante. Abriendo de golpe el abanico, Pris lo levantó hasta su cara y le susurró desde atrás:

—¿Qué haces aquí?

La miró de reojo con esos ojos oscuros.

—Diría que es algo obvio.

Cuando ella arqueó las cejas, él le señaló con la cabeza el frente de la estancia donde la soprano italiana cantaba la siguiente aria.

—No podía perder la ocasión de escuchar la última sensación.

—¡Shhhh! —La dama de delante se giró y los miró con el ceño fruncido.

Pris apretó los labios y contuvo un bufido de incredulidad. Había un total de cinco hombres presentes, aparte del tenor y el pianista. De los cinco, cuatro eran mequetrefes. Y luego estaba el caballero que se había sentado a su lado.

Ni siquiera Adelaide había podido convencer a Rus de que asistiera con ellas.

Miró a Dillon mientras murmuraba:

—¿Dónde está Rus? —Había pensado que su hermano estaba con él.

Dillon señaló a la dama de delante y también murmuró:

—Después.

Pris no poseía la suficiente paciencia para esperar a que la soprano finalizara el aria.

—Está con Vane en el club —respondió Dillon sin esperar a que ella le volviera a preguntar—. Está a salvo.

Dillon giró la cabeza y le sonrió, y Pris se preguntó si ella también lo estaría haciendo.

Frunció el ceño.

—Pensaba que los caballeros como tú no asistían a este tipo de eventos —volvió la mirada hacia la soprano de busto generoso, mientras el pianista barajaba las partituras—, donde se dedican a maullar como gatos.

—Tienes razón. No lo hacemos. Salvo en algunas ocasiones especiales.

Ella clavó los ojos en su cara.

—¿Qué ocasiones?

—Cuando estamos empeñados en impresionar a una dama con nuestra más profunda devoción hacia ella.

Lo miró fijamente. Tras un momento de duda, le preguntó con voz débil:

—¿Cómo se te ocurre decir algo así en medio de un recital? —Tuvo que contenerse para no acabar la pregunta gritando.

Él sonrió con aquella ladina sonrisa que ella comenzaba a conocer bien. Cogiéndole la mano, Dillon se la llevó a los labios con rapidez.

—Es el mejor lugar. —Él bajó la voz mientras el pianista empezaba a tocar—. Aquí no puedes discutir, ni huir.

La soprano comenzó a cantar de nuevo. Pris volvió a mirar hacia delante. Dillon tenía razón. Allí, él podría decirle todo lo que quisiera, y ella no podría hacer nada… Tendría que quedarse allí sentada, sin poder abrir la boca.

A no ser que quisiera discutir con él. O huir.

Sintió que la cabeza le daba vueltas de repente y no tuvo nada que ver con los gorgoritos que la soprano emitía con magistral perfección. Pris había rechazado la proposición de matrimonio que él le había hecho guiado por el honor. Pero él la había seguido a Londres, negándose a dejarla ir. Y ahora…

La había sometido a sus atenciones durante todo el día, manteniéndose a su lado y demostrando a todos —damas de la alta sociedad en su mayor parte— los que los habían visto cuáles eran sus propósitos, lo determinado que él estaba en convertirla en… ¡Su mujer!

El temperamento de Pris se inflamó. Los leopardos no podían cambiar sus manchas. Al parecer los jaguares tampoco. Dillon no había cambiado de idea sobre casarse con ella; simplemente había cambiado de estrategia y además se había ganado la aprobación de su padre y de su gemelo… y de Eugenia, y de todos aquellos que realmente importaban. El velo cayó de sus ojos y de repente lo vio todo claro.

Delante de ella, la soprano chillaba. Pris entre cerró los ojos sin ver nada y apretó los labios. No iba a permitir que la intimidara para casarse con él sólo porque pensara que era eso lo que debería hacer. Sólo porque pensara que era lo más correcto, y la sociedad, su familia y todos los demás fueran de la misma opinión que él.

Pero para Pris eso no era suficiente, ni mucho menos. No era suficiente para retenerla a ella, o a él.

El recital terminó finalmente. Las damas se levantaron y percibieron la presencia de Dillon, alarmadas e intrigadas. Y la aprobaron. A Pris sólo le bastó una mirada para saberlo. No había ni una sola persona en aquella sala dispuesta a ayudarla a librarse de él.

No podía discutir con él —no allí—, y tampoco podía excusarse y marcharse, a menos que fuera él quien decidiera irse primero.

Lo trató con una fría cortesía. Dillon lo notó, sonrió y se negó a darse por enterado. Cogiéndola de la mano, se acercaron a Adelaide y a Eugenia, con las que charló cortésmente. Luego las guio a las tres escaleras abajo, se subió con ellas al carruaje —donde Eugenia y él mantuvieron una animada conversación sobre tesoros egipcios— y cuando finalmente llegaron a casa de Flick, las acompañó hasta la puerta y traspasó el umbral con ellas.

Eugenia y Adelaide le agradecieron su compañía, le dieron las buenas noches y comenzaron a subir las escaleras.

Pris las observó alejarse y esperó hasta que estuvieran fuera de su vista antes de volverse hacia él, resuelta a poner fin a toda esa charada.

—Me voy al club para buscar a tu hermano —le dijo Dillon con una sonrisa—. Me aseguraré de que llegue sano y salvo a casa.

Esa sonrisa no le ofrecía ni la más mínima confianza, le recordaba a un gato acechando a un ratón. Y esa mirada era demasiado seria, directa e intensa para su tranquilidad de espíritu. Pris se irguió, juntó las manos delante de ella e inspiró hondo…

Dillon bajó las pestañas y se tiró de los puños de la camisa.

—¿Qué habitación te ha dado Flick? ¿La del final del pasillo?

Pris parpadeó, la había distraído de una manera muy eficaz.

—Sí, ¿cómo lo has sabido?

Dillon alzó las cejas.

—Acerté de casualidad.

Pero en realidad no era así. Cuando Dillon había llegado a la casa de Horatia, había encontrado un paquete esperándole con una nota escrita con la letra de Flick. Contenía una llave…, una que cuando la había mirado, le había dejado perplejo. Tenía una llave de la casa de Flick desde hacía muchos años. Al ver su confusión, Horatia le había informado que Flick le había dejado la llave para que fuera más cómoda su estancia en Londres. Al parecer había creído que le resultaría útil.

Al final cayó en la cuenta. La llave era la de la puerta lateral de la casa de Flick, la del ala donde estaban situados los dormitorios.

Se había quedado escandalizado, en especial cuando Horatia había observado su reacción, y le había sonreído. Eran unos sinvergüenzas, todos sin excepción, pero…

Ahora le tocaba a él esbozar una sonrisa desvergonzada… a Pris.

—Te veré más tarde.

Con una inclinación de cabeza, Dillon se dio la vuelta.

—¿Qué? ¡Espera un momento!

Echando un vistazo alrededor para confirmar que estaban solos, Pris se acercó a él y lo cogió por la manga.

—¿Qué quieres decir con «más tarde»?

Él se detuvo y la miró.

—Más tarde esta noche.

Ella le devolvió la mirada con el ceño fruncido.

—¿Más tarde esta noche? ¿Dónde?

Dillon arqueó las cejas; la sonrisa asomó a sus ojos cuando bajó la mirada hacia ella divertido, pero había una determinación en su expresión que se había vuelto más penetrante con cada hora que pasaba.

—En tu habitación. En tu cama.

Estupefacta, ella simplemente se lo quedó mirando. Al final consiguió pronunciar una palabra.

—No.

Levantando la mano de su manga, Dillon le besó la yema de los dedos antes de soltársela.

—Sí. —Girándose, él se dirigió a la puerta. La abrió y la miró por encima del hombro—. Y ni se te ocurra cerrar la puerta.

Despidiéndose con una leve inclinación de cabeza, atravesó el umbral y cerró la puerta tras él. Pris sacudió la cabeza… intentando poner orden en sus pensamientos, intentando recuperar la cordura de nuevo.

—No —dijo mirando la puerta con los ojos entrecerrados—. No, no y no.

Girando sobre sus talones, enfiló hacia las escaleras, dispuesta a atrincherarse en su habitación.

Pris no iba permitir que la «persuadiera» para casarse con él. De pie junto a la ventana cerrada —muy bien cerrada— de su dormitorio, Pris miró a la noche oscura y deseó que él no fuera tan honorable, que hubiera aceptado su negativa, que hubiera suspirado aliviado y la hubiera dejado ir. De esa manera las cosas hubieran resultado mucho más sencillas.

De esta otra manera, lo único que conseguiría Dillon era que se mantuviera más firme, más segura de su mente, su corazón y su alma. O era amor —salvaje, imprudente, apasionado y sin límites— o nada. El amor era el único vínculo que ella aceptaría.

Lo único que Dillon debería aceptar también.

No había nada más que decir. De una u otra manera, Dillon iba a tener que aceptarlo.

Miró la puerta. Estaba cerrada; había intentado cerrarla con llave para descubrir que, aunque tenía cerrojo, no disponía de llave. Pris no podía ir en busca de Flick para pedírsela, sobre todo a esas horas de la noche, e incluso aunque lo hiciera, ¿qué excusa podría darle?

Miró por la ventana otra vez, a los jardines de abajo, apenas iluminados por la luna en cuarto menguante. Se ciñó el chal que se había puesto sobre el camisón y se preguntó cuánto tiempo tendría que esperar… Se preguntó dónde estaría él. Hacía rato que había oído llegar a Rus. ¿Lo había llevado Dillon a casa? ¿Estaría allí abajo, oculto entre las sombras, entre los arbustos agitados por el fuerte viento?

Se aproximaba una tormenta, había nubes inmensas oscureciendo el cielo. El viento rugió y se cernió sobre el alero. Pris sonrió. Le gustaban las tormentas. Volvió a mirar abajo una vez más. ¿Le gustarían a él?

Apoyándose contra el cristal, observó con más atención.

El ruido de pasos a sus espaldas fue tan suave que casi no lo oyó. Se giró, y se quedó atónita cuando vio a Dillon atravesando la habitación.

Él se detuvo a los pies de la cama, se quitó el abrigo y lo tiró encima de una silla cercana. Entonces, con total serenidad se sentó en el borde de la cama y la miró de arriba abajo.

—¿Qué haces ahí? ¿Estabas esperando a un Romeo presto a encontrarse con su Julieta?

Mirándolo con los ojos entrecerrados, Pris cruzó los brazos y se acercó a él.

—Ni mucho menos. No pensaba abrir la ventana.

La fugaz sonrisa de Dillon cuando se encogió de hombros bajo el chaleco fue totalmente genuina. Bajó la mirada a las botas y se estiró para quitárselas.

—Menos mal que Flick sabe lo que se hace… —murmuró entre dientes.

—¿Qué?

Levantando la vista, Dillon vio la confusión y la especulación en los ojos de Pris.

—Nada. —Dejando a un lado una bota, se centró en la otra, pero sin dejar de mirarla fijamente. Él estaba más cerca de la puerta que ella. Si bien Pris no miraba en esa dirección, él la notó tensa—. Ni lo intentes.

Ella lo fulminó con la mirada. Luego levantó las manos en el aire y se dio la vuelta.

—¡Esto es ridículo! No voy a cambiar de idea y a casarme contigo sólo porque tú y la sociedad consideréis que es lo correcto. Las cosas —dijo dando un paso hacia él y señalando la cama que tenía detrás— no funcionan así.

Él dejó caer la segunda bota al suelo.

Lentamente, ella se acercó más. Cruzando los brazos sobre el pecho, lo miró escupiendo fuego verde por los ojos y se detuvo justo delante de él, rozándole las piernas con la fina tela del camisón.

—¿Por qué no me lo preguntas otra vez, me vuelvo a negar y luego te marchas a…?

Pris contuvo un chillido cuando la agarró por la cintura, la alzó y la lanzó encima de la cama. De repente, Pris se encontró tumbada boca arriba en medio de la cama con él inclinado sobre ella.

—No.

Pris se quedó mirando fijamente la cara en sombras de Dillon.

Había dejado sólo una vela encendida encima de la mesilla, pero quedaba oculta por los hombros masculinos, dejando su cara —misteriosamente masculina— a oscuras e ilegible. Frunciendo el ceño, lo miró a los ojos e ignoró con valentía los latidos cada vez más acelerados de su corazón.

—¿Por qué no?

Dillon se concentró en los diminutos botones que cerraban la parte delantera de su camisón.

—No, no te pediré otra vez que te cases conmigo… Todavía no. No pienso volver a pedírtelo hasta que sepa con seguridad que no vas a negarte.

Lo dijo en tono casual, como si estuviera discutiendo sobre alguna estrategia comercial, mientras con calma le abría uno a uno los botones del camisón.

—Y en lo que respeta a marcharme… —Le había desabotonado el camisón hasta el ombligo; subiendo una mano hasta el hombro de Pris, apartó la tela y dejó un pecho al descubierto que miró fijamente con los rasgos convertidos en piedra—. Eso no va a ocurrir.

Inclinando la cabeza, Dillon tomó el pezón entre los labios, y ella se olvidó de cómo respirar. Su lengua describió círculos sobre la cima, y ella jadeó y se arqueó contra él.

Atrapada bajo el musculoso cuerpo de Dillon, el cuerpo de Pris cobró vida, respondiendo a su cercanía, a la salvaje tentación que él representaba, a los ilícitos deseos que con suma maestría despertaba en su interior.

Unos deseos salvajes, primitivos; Pris sabía que en menos de un segundo la haría arder y respondería a la llamada —a sus caricias, a su cercanía— que le nublaría los sentidos, y barrería cualquier pensamiento de resistirse, de controlar… algo incontrolable. Ella no podía, no debería, dejar que eso ocurriera.

Con los párpados medio cerrados, centró su atención en él, y se sintió atrapada por la expresión de su rostro cuando le deslizó el camisón hacia la cintura, dejando desnudo el otro pecho; de forma reverente, Dillon acarició los dos montículos de color marfil con las cálidas yemas de sus dedos. La mirada masculina era puro fuego; esa intensa concentración sólo podía recibir un nombre, «devoción». Una entregada devoción que estaba fuera de toda duda.

Con voz temblorosa, débil y jadeante, Pris se obligó a implorar:

—Por favor, pregúntamelo otra vez.

La mirada oscura voló hasta sus ojos y luego regresó a su obsesión.

—No. —Tras un largo momento en el que ella se quedó sin aliento y cerró los ojos al sentir que tiraba aún más de su camisón hasta enrollarlo en las caderas, Dillon añadió—: No sería justo.

«¿Justo?».

Dillon extendió la mano sobre su estómago desnudo, luego presionó y la deslizó más abajo.

—¿Justo para quién? —Pris se obligó a mirarle, pero él no la miraba a la cara.

Dillon estaba observando su propia mano que deslizaba bajo el arrugado ceñidor que había formado el camisón, estirando los dedos y encontrando los rizos. Los acarició, jugueteó con ellos suavemente y luego presionó más abajo.

Y la encontró, hinchada, mojada y caliente para él, dando la bienvenida a sus tiernas caricias. Bajó aún más la mano y presionó entre sus muslos hasta deslizar un dedo en su interior.

Fue entonces, y sólo entonces, cuando la miró a la cara.

La acarició mientras la observaba y respondió serenamente.

—Justo para nosotros. Para ti y para mí. —Y profundizó en su interior logrando que Pris se estremeciera y cerrara los ojos.

Dillon se inclinó más cerca y Pris sintió su aliento sobre un pezón dolorido. Luego sintió sus labios en él, cerrándose sobre él. Dillon la lamió y ella luchó para contener un gemido.

Lo agarró por los brazos y se aferró a él mientras Dillon se alimentaba de ella, excitando sus sentidos. Y de nuevo la conquistó como Pris había sabido que haría. Ella deseó poder resistirse, decirle que estaba equivocado, que no existía un «nosotros», que sólo eran él y ella…, pero Dillon tenía razón.

Sí que existía.

No importaba lo mucho que intentara negarlo, él lo sabía, y ella también. Sabía que cuando se trataba de la pasión, no eran sólo iguales, sino que de alguna manera estaban unidos. Eran un solo ser.

Dillon la liberó del camisón, y lo reemplazó con sus manos, con su boca y con su pasión. Le acarició un pecho hasta que ella estalló en llamas. Hasta que el deseo y la necesidad se volvieron insoportables, luego la llevó más allá, hasta que Pris se retorció desesperada bajo sus manos, hasta que el sol y las estrellas la reclamaron.

Pris se aferró al cobertor de la cama jadeando. Con los ojos entreabiertos, lo observó mientras trazaba dibujos sensuales en su piel sonrosada.

—Esto —extendió una mano y la deslizó sobre un seno, por la curva de la cintura hasta la suave turgencia de su cadera y observó la indefensa respuesta del cuerpo femenino—. Esto es lo que más me fascina, lo que me atrapa, lo que me ata. Lo que me alienta. —Torció los labios con ironía—. Lo que me impulsa.

Ella parpadeó.

—La belleza —girando la mano, le rozó el estómago con el dorso de los dedos. Pris contuvo el aliento y sus nervios se estremecieron—, es algo transitorio, y como ambos sabemos, no garantiza nada, ni ahora, ni en el futuro. Pero esto —levantando la mano, le rozó la parte inferior del pecho, y la hizo temblar— es una promesa de incalculable valor.

Dillon alzó su oscura mirada buscando la de ella, y no había ningún velo que ocultara o disimulara el significado de sus palabras. Nada que lo encubriera.

—Es la mujer que hay en ti a la que amo, la diosa a la que adoro. No las ropas que te cubren, sino la mujer que hay dentro. Es a ella a quien me siento unido, con quien quiero compartir mi vida, con quien quiero vivirla.

Hizo una pequeña pausa y, sin dejar de mirarla a los ojos, inclinó la cabeza y depositó un beso ardiente debajo del ombligo.

—Es a ella a quien codicio. A quien me someto. —El aliento de Dillon era ardiente sobre su piel, y el calor se extendió por su vientre—. A quien necesito. La mujer que me hace sentir completo.

Sus labios la tocaron otra vez, y ella cerró los ojos para negar las palabras que le habían llegado a lo más profundo de su corazón; cerró los ojos con fuerza ante las vertiginosas sensaciones mientras él se deslizaba más abajo, rozando la sensible piel de Pris con su boca. Luego sintió su aliento sobre los rizos de su monte de Venus cuando le abrió los muslos y…

—¡Oh, Dios…! ¡Dillon! —Pris tuvo que tragarse un chillido, tuvo que recordarse que no debía gritar. Impotente, gimió cuando él la cubrió con la boca, cuando su lengua la reclamó.

Llevándose un puño a la boca para sofocar los gemidos, le metió la otra mano en el pelo y tiró de él, aferrándose con descaro mientras la dejaba sin sentido. Bajo el azote de su pasión, bajo sus íntimas caricias, Pris se retorció y jadeó.

El calor invadió cada poro de su piel, luego estalló. La pasión tomó su lugar y ardió, consumiendo cualquier vestigio de resistencia hasta que ella se rindió, hasta que se convirtió en la diosa que él había dicho que era, y aceptó todo lo que él le ofrecía, toda la pasión y el deseo que despertaba en ella y que ella despertaba en él.

En algún lugar más allá de la cordura, su mundo se convulsionó. La realidad se difuminó y explotó. Luego la misma existencia se fragmentó, y el placer se derramó sobre ella inundando su cuerpo… Y ella aún siguió esperando, deseando, anhelando…

Él se apartó y Pris se sintió vacía y perdida. Quería protestar, pero no era capaz de articular las palabras. Al no poder hablar, abrió los ojos y se sintió más tranquila.

Él se estaba quitando el resto de la ropa. Como un dios desnudo, se reunió con ella sobre las sábanas arrugadas. Acomodándose entre sus muslos, él le cogió las piernas e hizo que envolviera con ellas sus caderas, capturó su mirada, y luego empujó, la penetró, y los unió.

La llenó, y los conectó.

Dillon inclinó la cabeza y buscó sus labios con los suyos. Al cabo de unos segundos, se mecían profundamente, volviendo a recorrer —sin prisa pero sin pausa— aquel trayecto dolorosamente familiar, aferrándose con desesperación el uno al otro, capeando la tormentosa pasión que los unía, hasta que estalló con fuerza, los impulsó y los barrió a los dos.

Y el fiero placer regresó, alimentándolos y conduciéndolos, impulsándolos a unas alturas cada vez mayores, a las cimas más altas, hasta que la misma pasión se fraccionó y no hubo nada más que una luz cegadora, y un fuego ardiente que les inundó el alma.

Esas almas que se unieron y se fundieron todavía con más fuerza. En algún plano superior de su mente, Pris lo supo, y aunque deseaba poder negarlo, no pudo hacerlo.

Sabía, mientras regresaba lentamente a la tierra, mientras recorría la espalda de Dillon con largas caricias, que esa era la verdad.

Él y ella eran uno. «Nosotros».

Pris no sabía qué hacer con esa revelación. No sabía cómo ese «nosotros» —al que una parte de ella aún se resistía— tendría alguna posibilidad de existir en el futuro. No podía imaginarse cómo. No en el mundo real, en el mundo que había fuera de esa cama, lejos del acogedor círculo de los brazos de Dillon.

¿Cómo podía llegar a estar segura? ¿Cómo podía saber que todo lo que él le había mostrado —incluido eso— no era más que su conocida persuasión?

Se había despertado hacía un rato, su mente había vuelto a la realidad con un golpe sordo. La habitación estaba oscura, la vela hacía mucho tiempo que se había apagado; la casa permanecía sumida en el silencio de la noche, pero el manto de oscuridad más allá de la ventana había comenzado a clarear.

Dillon estaba detrás de ella, amoldando su cuerpo cálido y fuerte al suyo de una manera extrañamente reconfortante.

Y también tentadora. Tenía un brazo sobre su cintura; una pierna enlazada con las de ella. El desacostumbrado roce de las velludas extremidades masculinas contra la suave piel de las suyas estimulaba constantemente sus sentidos.

Pris necesitaba pensar —para evaluar y reconsiderar— y recordar todo lo que él había dicho, todo lo que había revelado. Todo lo que ella había visto y entendido.

Necesitaba saber dónde se encontraba, y si algo había cambiado en realidad. Si, como él creía, había un futuro para «nosotros», o si, como ella temía, todo era un espejismo.

Con mucho tiento, se deslizó hasta el borde del colchón, intentando librarse del brazo de Dillon. Estaba a punto de conseguirlo cuando él dobló el brazo con más fuerza, y la atrajo bruscamente de nuevo contra su cuerpo.

—¿Adónde vas?

Pris aspiró profundamente.

—Necesito pensar.

Dillon suspiró y su aliento le agitó los rizos de la nuca.

—No lo hagas. Ese es nuestro problema…, piensas demasiado.

Se removió, deslizándole el otro brazo por debajo y rodeándola con él, luego deslizó la cálida y enorme palma de su mano por su costado, y la bajó para acariciarle el trasero. Ella inspiró sobresaltada e intentó apartarse, pero él extendió la otra mano por su estómago y la mantuvo quieta donde estaba.

—Si en realidad quieres pensar… —Él se acercó todavía más; ella sintió su erección contra el trasero. Le recorrió con los labios la curva de la oreja mientras sus dedos le acariciaban los suaves pliegues entre sus muslos—. Entonces piensa en esto. ¿De quién estás huyendo? ¿De ti o de mí?

Ella se mordió los labios para contener un gemido y cerró los ojos. Sabía exactamente de quién huía, a quién estaba intentando ignorar la parte lógica y racional de su mente. A la mujer de su interior, la que se encontraba tan a gusto en sus brazos. A la mujer en que se convertía estando con él, y sólo con él. A la mujer que tenía en su interior y que él sacaba a la luz, a la salvaje, temeraria y apasionada mujer que era todo lo que ella quería ser.

Con la que él conectaba, y que le amaba tan profundamente que Pris sabía que su corazón se haría pedazos si Dillon no correspondía a ese amor. Si no la amaba con la misma salvaje pasión, con la misma devoción e igual compromiso.

Dillon la atrajo hacia él, la acarició de manera descarada hasta que se entregó a él, luego la penetró, se unió a ella y juntos alcanzaron ese glorioso placer salvaje.

Pris cerró los ojos, deseando poder cerrar también la mente, pero sabía que no podía. No podía escapar de la verdad, sobre todo cuando esta brillaba resplandeciente en su interior.

Su cuerpo se movió rítmicamente con el de él; sintió cómo la rodeaba, cómo la poseía, pero no era eso lo que ella temía. Lo que ella temía era no poder poseerle también.

Los labios de Dillon le rozaron la sien. Pris dejó escapar un jadeo.

—Yo no… —Hizo una pausa, luego susurró—: No lo comprendo.

Al menos era verdad. Estaba demasiado implicada para poder articular ninguna mentira.

Los movimientos posesivos de Dillon no vacilaron. Volvió a recorrerle la oreja con los labios.

—Comprende esto. —Sus palabras fueron roncas y ásperas por el deseo, con un deje afilado por la pasión desatada. Pero ella las oyó, las sintió cuando él embistió repetidamente en su cuerpo, mientras la sujetaba entre sus brazos y la hacía suya.

—No pedí tu mano por una obligación moral.

Cambió de posición ligeramente y la penetró más profundamente.

—Y a pesar de lo que has pensado todo este tiempo, no me sedujiste. Dejé que me sedujeras…, que es diferente.

Las últimas palabras apenas fueron audibles, solo un susurro en su hombro, seguido por un beso abrasador.

Y juntos estallaron en llamas, y el fuego los volvió a tomar, los volvió a consumir y Pris lo acompañó gustosa, con ansia, liberando a la diosa salvaje que tenía en su interior.

Y fue de él. Como él fue de ella.

Al menos en ese terreno. Allí, ella lo creía.

Una cosa estaba clara. Como Dillon le había advertido, bien podía olvidarse de huir.

En los días siguientes, fuera a donde fuera, allí estaba él. Dillon no sólo estaba constantemente en sus pensamientos, sino que también estaba constantemente a su lado.

Constantemente la incitaba a escabullirse para satisfacer ese lado salvaje y escandaloso, imprudente e ilícito. Incluso rodeados por el mismo corazón de la sociedad, él la hacía sentir unas emociones y una excitación mucho más salvajes e imprudentes de las que ella sabía que guardaba en su interior.

Y con cada uno de sus encuentros, con cada hora que pasaban juntos, se hacía más difícil rechazarle, volver a enterrar a la mujer imprudente para adoptar de nuevo el papel de dama estirada.

Durante una de las ocasiones en que se había dejado arrastrar por la locura y yacía a horcajadas sobre él en el cenador de lady Carnegie, le señaló que la estaba corrompiendo, Dillon le respondió con toda la tranquilidad del mundo que dado que estaba sólo con él, y que él iba a ser su marido, aquello difícilmente podía ser considerado una depravación. Incluso en medio de las sombras, Pris había visto la expresión que había aparecido en su rostro y endurecido sus rasgos. «Sólo con él, que iba a ser su marido».

La expresión de Pris debió de cambiar; antes de que pudiera decir nada, él atrajo su cabeza hacia la suya y la besó…, y la siguió besando hasta que el deseo comenzó a arder y convirtió en cenizas sus pensamientos.

Era demasiado. No podía seguir así.

Tenía que hacer algo…, tenía que tomar una decisión y actuar en consecuencia.

Y eso fue lo que hizo. Se dirigió a la persona que mejor lo conocía. Encontró a Flick en la salita de atrás y agradeció que estuviera sola, mientras ojeaba distraídamente el Ladies Journal.

Sintiéndose inquieta y audaz, se acercó a la ventana y abrió fuego sin previo aviso.

—¿Conoces bien a Dillon?

Flick levantó la vista y sonrió ligeramente.

—Desde que tenía siete años. Él es un año mayor que yo, pero éramos los únicos niños de la casa, y no había demasiados niños en los alrededores, y dado el interés que yo siento por la equitación y los caballos, como podrás suponer, pasábamos mucho tiempo juntos, mucho más de lo normal.

Dejándose caer en el asiento junto a la ventana, Pris sostuvo la mirada azul de Flick.

—¿Podrías hablarme de él? No sé si puedo…, es muy…, no sé…

—¿Si puedes confiar en él? —soltó Flick con una sonrisa—. Una sabia pregunta que cualquier dama se debería hacer. En especial con un hombre como él.

Pris parpadeó.

—¿Un hombre como él?

—Un ladrón de corazones. Oh, no a propósito, eso nunca. Pero hay numerosos corazones en la alta sociedad que llevan una grieta por culpa suya. Y debo añadir que algunos de esos corazones son sorprendentemente duros. Pero de eso, él, como la mayoría de los hombres en similares circunstancias, parece no darse cuenta.

Flick hizo una pausa.

—Pero me preguntabas sobre la confianza. —Cerró la revista, frunciendo el ceño—. Hum…, te haré el favor de no decirte sencillamente que deberías confiar. Así que veamos cómo puedo ayudarte.

Flick miró al otro lado de la habitación.

—Fijémonos en los recientes acontecimientos, los que las dos conocemos. Por ejemplo, el asunto de las sustituciones. —Volviendo la mirada hacia Pris, Flick continuó—: ¿Te ha contado su pasado? ¿Cómo estuvo involucrado una vez en carreras amañadas?

Pris asintió con la cabeza.

—Demonio y tú le ayudasteis a salir de ese lío.

—Sí, pero en el proceso, Dillon recibió un disparo dirigido a mí. Quizás él lo viera como un acto redentor, pero a pesar de eso, en el momento en que ocurrió, él actuó sin pensárselo dos veces. Y después de todo ese barullo, fue él mismo quien reconstruyó su reputación. Con tenacidad y firmeza. Él sabe lo que vale la reputación más que cualquier otro caballero.

—Porque la perdió una vez —convino Pris.

—¡Exacto! —Flick levantó un dedo—. Cuando se ocupó de la última estafa, Dillon escogió la manera que menos perjudicara a las carreras, un deporte cuyos ideales defiende, pero a cambio ponía su reputación, que tanto le había costado recuperar, en juego. Y corrió un verdadero riesgo, uno que él conocía y comprendía. Si algo hubiera salido mal, si Belle hubiera perdido, cualquier sospecha de implicación por su parte le habría hecho perder su cargo como responsable del registro, y ya sabes lo mucho que eso significa no sólo para él sino para el general; sin embargo no vaciló en lo que era, una vez más, un acto desinteresado en defensa de algo que considera su deber proteger.

Flick hizo una pausa, luego continuó:

—He conocido a muchos hombres poderosos. —Frunció los labios y buscó la mirada de Pris—. Después de todo me he casado con un Cynster. Pero ninguno de ellos tiene el arrojo temerario ante los riesgos que afronta Dillon. Si hay algo que él se compromete a proteger, algo que le importa, entonces jamás piensa en el riesgo que eso supone para él. —Flick esbozó una sonrisa—. Por fortuna, el destino tiende a sonreír a esas almas tan apasionadamente imprudentes.

Pris ladeó la cabeza, pensativa.

—Así que me estás diciendo que él es indiscutiblemente leal, valiente y…

—Cierto. No hay ni una pizca de falsedad en él, nunca tiene intención de hacer daño. Puede andarse con rodeos o manipular si lo cree necesario, pero en el momento en que las cosas se vuelven serias, en que la acción se hace imperativa, todo lo demás deja de tener importancia, y actúa.

Pris pensó en lo que él le había dicho, en lo que le había revelado, en los días y noches pasados. Volvió a centrar su atención en Flick y se la encontró mirándola fijamente.

—Y aquí estás tú. —Flick la señaló con la cabeza—. Es muy reveladora la manera en que se comporta contigo.

—¿Reveladora?

—Considera los hechos. Primero, a pesar de su inquebrantable lealtad a las carreras, te ha antepuesto a ellas, te ha seguido hasta aquí a pesar de que están a mitad de la temporada en Newmarket. Luego selló su destino, haciendo absolutamente todos los gestos posibles, para demostrar públicamente que te quiere como esposa, aunque no haya recibido ningún ánimo por tu parte. Se ha arriesgado no sólo a abrir su corazón, sino a ponerlo a tus pies, y de la manera más pública imaginable. Y eso que es un hombre que aborrece con vehemencia ser una figura pública.

»En lo que concierne a las damas, es la discreción personificada. Sé que tuvo numerosos affaires en el pasado, pero nunca supe quiénes fueron las damas con las que estuvo involucrado. —Flick hizo una pausa, luego continuó—: Me estoy saliendo por la tangente. Lo que trato de decir es que Dillon, a sabiendas y con toda intención, ha corrido un enorme riesgo social y emocional para seguirte.

Pris frunció el ceño.

—¿A qué se arriesga?

Flick agrandó los ojos.

—A que lo puedas rechazar. Todavía puedes rechazarlo, lo sabes, y eres lo suficientemente fuerte para hacerlo, a pesar de todo lo que Dillon está haciendo, es algo que podría ocurrir, y eso él lo sabe muy bien.

Pris permaneció sentada con el ceño fruncido, pensando en lo que Flick le había dicho.

Flick la observó durante un minuto, luego se inclinó y le palmeó la rodilla.

—Cuando te decidas por fin a confiar en él, no olvides esto: él ha confiado en ti. Con sus acciones y su persona, ha depositado su vida y su corazón en tus manos. Poco más puede ofrecer un hombre como él. —Flick hizo una pausa y luego reiteró—: Recuérdalo cuando tomes una decisión.

Pris sostuvo la mirada azul de Flick durante una largo momento, luego inspiró hondo y asintió con la cabeza.

—Gracias.

Flick esbozó una sonrisa y se recostó en su asiento.

—¿Por el consejo? ¿O por señalarte las verdades?

Pris la estudió, luego le devolvió la sonrisa.

—Por las dos cosas.