Capítulo 2

—NO veo a Rus por ningún lado. —Pris escudriñó a la multitud de jinetes, entrenadores y mozos de cuadras que formaban parte de la sesión de entrenamiento en la pista de Newmarket. Iba a disputarse una carrera menor; muchas caballerizas aprovechaban ese tipo de carreras para hacer pruebas que despertaban el entusiasmo de los corredores de apuestas, o eso era lo que le había dicho el mozo de las cuadras de Crown & Quirt.

Lo cual, pensó Pris, explicaba el motivo de por qué había tanto público presente, que al igual que Adelaide y ella misma, permanecían de pie detrás de las vallas de enfrente de la pista, observando a los caballos. Al menos la multitud servía para camuflarlas.

Adelaide entrecerró los ojos mientras miraba la pista.

—¿Puedes ver a alguien de las caballerizas de lord Cromarty?

—No. —Pris examinó a los jinetes sobre sus impacientes monturas, los comentarios volaban entre ellos y los entrenadores, y los jueces de la pista—. Pero no estoy segura de reconocer a nadie salvo al propio Cromarty, que es bajo y rechoncho. También he visto al jefe de cuadras, Harkness, por lo menos una vez. Es alto y moreno, con un cierto aire temible. Hay algunos hombres de esas mismas características por allí, pero no creo que esté entre ellos. No son lo suficientemente morenos, o feroces si lo pienso bien. —Miró a su alrededor—. Caminemos. Quizá Rus o Cromarty estén de este lado de la pista, hablando con alguien.

Abrieron las sombrillas para protegerse del sol de la mañana y pasearon por el césped, atrayendo más de una mirada hacia ellas.

Pris se dio cuenta del interés que despertaba a su paso, pero hacía mucho tiempo que era inmune a ese tipo de miradas. No podía evitar observar con desdén a aquellos que la miraban fijamente, aturdidos y algunas veces babeantes.

Adelaide y ella cambiaron de rumbo entre todo el gentío, buscando con mucho disimulo. Luego, rodeando un numeroso grupo de educados caballeros que comparaban notas con varios corredores. A unos metros delante de ella, vio una figura alta y delgada, y muy morena.

Los ojos oscuros de Caxton estaban fijos en ella.

Pris contuvo el impulso de tomar el brazo de Adelaide, girarse y caminar en dirección opuesta. Pero aunque quería hacerla, la maniobra despertaría las inoportunas sospechas de Caxton, además de demostrarle que era una cobarde, lo que no era cierto.

El pensamiento de que él la creyera una cobarde la irritó lo suficiente como para alzar la nariz con altivez cuando Adelaide y ella se acercaron a él.

Dillon esperó hasta que se detuvieron delante de él, luego esbozó una leve sonrisa. Una sonrisa que le hizo desear propinarle una patada… y otra a sí misma por tonta. Debería haberse detenido unos metros atrás y esperado a que él se acercara a ella.

Al menos la saludó cortésmente con la cabeza y fue quien habló primero.

—Buenos días, señorita Dalling. ¿Examinando el terreno?

—En efecto. —Se negó a reaccionar a la sutil insinuación de que él no estaba seguro de que fuera el terreno lo que llamaba su interés. Habían pasado años desde que ella había jugado a esos juegos; estaba falta de práctica. Mejor pasarlo por alto y cambiar de tema.

—Esta es la señorita Blake, una de mis mejores amigas.

Dillon se inclinó de forma respetuosa sobre la mano de la señorita Blake e intercambió con ella los saludos de rigor. La señorita Blake era una hermosa chica con brillante cabello rubio y radiantes ojos color avellana; sin duda destacaría entre la mayoría de las mujeres, pero al lado de la señorita Dalling, esa belleza palidecía.

—¿Es esta su primera visita a Newmarket?

Él miró a la señorita Dalling, incluyéndola en la pregunta. Ella no le había ofrecido la mano; las había mantenido bien aferradas al mango de la sombrilla.

Fue la princesa irlandesa la que contestó:

—SÍ. —Con un frufrú de faldas, que en esta ocasión eran de un vívido color azul, ella se volvió hacia la pista cuando un grupo de caballos pasó con un gran estruendo—. Y hablando de Newmarket… —Señaló a la pista y luego lo miró—. Dígame, ¿participan en esta carrera todas las caballerizas? ¿Es obligatoria?

Él se preguntó por qué motivo quería saberlo.

—No. Los entrenadores pueden participar en las carreras que deseen. Pero la mayoría prefieren aprovechar la ventaja que supone disponer de la pista, aunque sólo sea para que sus corredores conozcan el terreno. Cada pista es diferente. Distinta longitud, distinta forma…, distinta manera de correr en ella.

Pris arqueó las cejas.

—Debo comentárselo a mi tía Eugenia.

—Pensé que como aficionada, lo sabría.

—Oh, su pasión por las carreras es algo reciente, es por eso por lo que quiere conocer todos los detalles. —Lo examinó como si estuviera decidiendo si él podría serle útil.

Él la miró a los ojos, haciéndole ver que conocía sus artimañas. Ella a su vez le sostuvo la mirada y por un momento pareció que consideraba la idea de retarlo para ver si era capaz de resistirse a sus argucias. Al final decidió ir al grano y preguntó:

—Dado que no me deja ver el registro, quizá pueda decirme con exactitud qué contienen las entradas, así podría decírselo a mi tía y resolver al menos esa duda.

Él le sostuvo la mirada, luego consciente de que la señorita Blake, de pie al lado de ellos, paseaba la mirada de uno a otro, se volvió hacia ella y le preguntó:

—¿La anciana dama también es su tía?

La señorita Blake sonrió con ingenuidad.

—Oh, no. Ella es tía de Pris. Yo solamente soy ahijada de lady Fowles.

Dillon volvió la mirada hacia Pris.

—¿Priscilla? —a tiempo de captar el fruncimiento de ceño con que obsequió a la señorita Blake, pero cuando levantó la mirada hacia él, sus ojos tan sólo mostraban un moderado interés.

Arqueó una ceja en su dirección.

—¿Las entradas del registro?

¿Cuánto debía divulgar…? ¿Qué la tentaría a indagar todavía más? ¿Cuánto sería suficiente para que ella acabara por revelarle por qué y para quién preguntaba?

—Cada entrada lleva el nombre del caballo, su sexo, color, fecha y lugar de nacimiento, su dueño y su madre, sus ascendientes… Un caballo debe ser de pura sangre para poder competir en las carreras del Jockey Club.

Estaban de pie no demasiado lejos de la valla; a medida que salían los caballos a la pista, los corredores de apuestas, los revendedores de entradas, los apostadores y todo el público en general se apiñaban sobre la valla para poder ver mejor. Uno de ellos lo empujó contra la señorita Blake, ya que él se había quedado mirando fijamente a la señorita Dalling.

Agarró por el codo a la señorita Blake para ayudarla a mantener el equilibrio sin quitarle ojo a la señorita Dalling. Luego la soltó, mientras la señorita Blake mascullaba un entrecortado agradecimiento, y les indicó la zona más alejada de la pista.

—A menos que quieran ver los caballos, será mejor que nos retiremos un poco más lejos.

La señorita Dalling asintió conforme.

—La tía Eugenia aún no se ha obsesionado por ningún animal en particular.

Dillon crispó los labios, conteniendo las ganas de preguntar si la tal tía Eugenia existía de verdad. Pero en su lugar caminó entre ambas señoritas a través del césped, lejos de la pista.

La señorita Dalling lo miró.

—¿Qué más incluyen las entradas del registro? ¿Qué respuesta despertaría más su interés?

—Existen más detalles en cada entrada, por supuesto, pero todos, me temo, son confidenciales.

Pris miró hacia delante.

—¿Así que alguien que desee participar en las carreras de caballos del Jockey Club tiene que registrar el caballo, con todos esos detalles que mencionó, y esos otros que no dijo, para recibir una licencia?

—Sí.

—¿Dicha licencia es un pacto verbal o un impreso?

Dillon se preguntó por qué lo quería saber.

—Es un impreso con el sello del Jockey Club. El propietario del caballo tiene que tenerlo en regla para poder participar en la carrera.

Continuaron caminando en silencio. Al mirarla a la cara, vio que fruncía el ceño; cualquier cosa que tuviera que ver con el registro era importante para ella.

—¿Esa hoja contiene la misma información que la entrada del registro?

—No. La licencia sólo indica el nombre, sexo, color y fecha de nacimiento del caballo, y es válida para las carreras patrocinadas por el Jockey Club.

—Entonces, ¿los detalles confidenciales no están en la licencia?

—No.

Ella suspiró.

—No tengo ni idea de qué detalles pueden ser esos, pero estoy segura de que la tía Eugenia lo encontrara fascinante. Seguro que querrá conocerlos. —La mirada que ella le dirigió dejaba a las claras que esos «detalles confidenciales» serían su próximo objetivo, pero entonces sonrió—. Bueno, quién sabe. Quizá cuando le cuente lo que usted me ha explicado, se quede satisfecha y busque otra afición.

Dillon frunció el ceño mentalmente. Una sonrisa divertida jugueteaba en esos labios sensuales. Pris apartó la mirada, dejando que él se preguntara qué había querido decir con su última declaración. Ella había hablado como si ya no tuviera intención de sonsacarle más cosas…, pero él quería que lo hiciera, quería que lo siguiera intentando hasta que perdiera el control y cometiera un error que la delatara.

Parecía una mujer temeraria, presta a abandonar toda prudencia por culpa de ese temperamento irlandés del que había hecho gala. Su intención era provocarla para averiguar todo lo que quería saber sobre ella.

Pero no podría hacerlo si ella abandonaba el juego ahora. Girándose hacia la señorita Blake, volvió a incluirla hábilmente en la conversación, preguntándole qué opinión tenía sobre los caballos y de Newmarket en general, animándola a ir algún día al Twig & Bough. Cualquier cosa para seguir disfrutando de la compañía de la señorita Dalling, cualquier cosa para aprender más de ella y de su entorno.

Y lo cierto era que parecía inocente; una joven dulce como la señorita Blake no era lo que uno denominaría una inteligente femme fatale. Pero la señorita Dalling, con su ingenio y su belleza, sí era la clase de mujer fatal por la que cualquier hombre estaría dispuesto a perder la cabeza.

Era probable que la señorita Blake fuera realmente su amiga, lo que sugería que la señorita Dalling era, al menos en parte, lo que parecía, una joven de buena cuna.

La miró mientras caminaban. Ella observaba con atención a los equipos del otro lado de la pista. Ser una joven de buena cuna no impedía que también fuera una aventurera.

La recorrió con la mirada, admirando su perfil perfecto. Luego se dio cuenta de que tanto ella como la señorita Blake no se dedicaban meramente a observar sino a buscar.

—¿Buscan a alguien en particular?

Pris giró lentamente la cabeza, tomándose un tiempo antes de mirarlo a los ojos y decidir qué respuesta dar.

—Como habrá observado, somos irlandesas. La tía Eugenia nos dijo que deberíamos de encontrar un buen número de caballerizas irlandesas por aquí. Nos pidió que echáramos un vistazo por si veíamos algunas de ellas.

Adelaide añadió con amabilidad:

—Alguien que parezca irlandés. O que al menos tenga acento irlandés.

Pris se apresuró a atraer la atención de Caxton.

—¿Sabe por casualidad qué caballerizas irlandesas participarán en las carreras las próximas semanas?

Él sostuvo su mirada, luego desvió la vista al terreno delante de ellos.

—Hay algunas caballerizas irlandesas, pero la mayoría alquilan establos en el Heath y traen aquí a los caballos justo el mismo día que van a competir. Por lo general contratan a jockeys locales, a aquellos que conocen perfectamente las pistas. —Señaló con la cabeza a los establos—. Los únicos irlandeses que se encuentran hoy aquí son los propietarios y los entrenadores de los caballos, quizás algún mozo.

—Ya veo. —Pris se apresuró a cambiar de tema antes de revelar demasiado.

Caxton se detuvo.

—Si lo desean, podría escoltarlas hasta allí. No es recomendable que las damas se aventuren solas en esa zona, pero conmigo estarán a salvo.

Pris se detuvo también y lo miró a los ojos, deseando poder aceptar su oferta; estaba desesperada por localizar a Rus. Si no lo encontraba, al menos se conformaría con ver a cualquier miembro de las caballerizas de Cromarty. Pero en lugar de aceptar… forzó una sonrisa suave.

—Otro día quizá. Me temo que ya hemos perdido demasiado tiempo. La tía Eugenia comenzará a preguntarse dónde estamos. —Le tendió la mano—. Gracias por su compañía, señor. Mi tía agradecerá la información que nos ha facilitado.

Él le cogió la mano. Ella fue consciente de inmediato del calor, del ardor, del hormigueo que se produjo allí donde sus dedos se cerraron con firmeza en torno a los de ella. Sin apartar la mirada de él, tomó nota mental de no volver a ofrecerle la mano de nuevo.

—¿Limita sus salidas? —Le sostuvo la mirada, sin dejar de observarla, ni de estudiarla.

—Ciertamente. —Intentó retirar su mano, pero él la retuvo un instante más, luego la soltó muy lentamente.

Pris sintió la advertencia implícita, aunque no estaba segura de qué le estaba advirtiendo con exactitud, qué línea se suponía que no debía cruzar.

Nada en la expresión de Pris ni en la de Dillon indicaba un significado más profundo. Adelaide sonrió cuando él la miró y se despidió alegremente de él.

Antes de que Pris pudiera emprender la partida, él hizo una pregunta, y Adelaide se apresuró a responder que su carruaje estaba aparcado delante de Crown & Quirt, en la calle Mayor.

Pris lo observó como un halcón, pero Dillon no dio indicación alguna de que esa información fuera de particular interés para él. Sonriendo, inclinó cortésmente la cabeza y les deseó un buen viaje a casa.

Con una regia inclinación de cabeza, ella tomó a Adelaide del brazo resuelta a alejarla de allí. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no volver la mirada atrás, a pesar de sentir los oscuros y penetrantes ojos masculinos clavados en la espalda, hasta que finalmente se perdieron de vista.

—Tengo que encontrar la manera de localizar a Rus. —Pris se sentó ante la mesa del almuerzo en la casa solariega que la tía Eugenia había alquilado y cogió un racimo de uvas—. Como Caxton nos comentó, Cromarty ha debido de alquilar un establo en el Heath.

—¿Cómo es de grande el Heath? —Eugenia había abandonado la mesa y se había colocado la sempiterna labor de encaje en el regazo.

Pris arrugó la nariz.

—Por lo que he oído decir, es enorme, y parece no tener fin. Está a las afueras del pueblo y es lo suficientemente grande para que todas las caballerizas puedan ejercitar a sus caballos por lo menos dos veces al día.

—Así que encontrar un establo en concreto no es tarea fácil.

—No. Pero si paseamos a caballo durante las sesiones de entrenamiento, al amanecer y al anochecer, podríamos divisar a alguien de Cromarty. Rus dijo que ayudaba en las sesiones de entrenamiento, o al menos, lo hacía en Irlanda.

Adelaide habló desde el otro extremo de la mesa.

—¿Deberíamos ir esta misma tarde?

Pris quería hacerlo, pero negó con la cabeza.

—Caxton sospecha algo, aunque no sé con certeza qué. Le dijimos que estábamos buscando yeguadas irlandesas porque tú, tía Eugenia, tenías curiosidad —señaló a su tía con la cabeza—, mucha curiosidad. Si nos ve aparecer por allí esta tarde, daremos la impresión de estar demasiado ansiosas, y que necesitamos con urgencia localizar las caballerizas irlandesas. No quiero llamar su atención más de lo que ya lo he hecho.

Levantando la vista de la labor de encaje, Eugenia miró a Pris fijamente.

—Lo temes. ¿Por qué?

Pris se tragó la negativa que tenía en la punta de la lengua. Eugenia era, como ya había descubierto, muy perspicaz. Finalmente admitió:

—Creo que es porque es bien parecido…, como yo. —Miró a su tía a los ojos—. Y porque le ocurre lo mismo que a mí, la gente mira esa cara y esa figura y se olvida que hay un buen cerebro bajo ese apetitoso aspecto.

—No cabe duda de que es muy guapo —confirmó Adelaide—, bastante irresistible de hecho. Es muy moreno, duro y atlético. Pero aunque es guapo, no se siente a gusto siéndolo.

Pris estuvo de acuerdo. Tamborileando con los dedos en el mantel, reconsideró lo que había averiguado, y pensó en cuál sería su próximo movimiento.

—¿Qué piensas hacer entonces? —preguntó Eugenia. Pris levantó la vista y sus miradas se encontraron.

—Mañana por la mañana podemos comenzar a buscar entre las caballerizas que se estén ejercitando en el Heath. El dueño de la posada nos dijo que todos entrenan allí por las mañanas, y Caxton no esperará encontrarnos allí a horas tan tempranas. Si tal como creo, sospecha algo y quiere buscarnos, lo hará en las sesiones vespertinas. Entre tanto… —Frunció el ceño, luego echó hacia atrás la silla—. Si sólo pudiera echarle un vistazo a ese condenado registro, tendría una idea mejor de qué tipo de plan ha ideado Harkness. Una idea mejor de qué es lo que tiene pensado hacer Rus.

Eugenia curvó los labios.

—Beneficios de ser gemelos.

Poniéndose en pie, Pris esbozó una sonrisa.

—Por supuesto. Si me disculpáis, voy a dar una vuelta por el jardín.

—Me la encontré en la pista a media mañana, la acompañaba una amiga, la señorita Blake. —Repantigado en la silla detrás del escritorio en su despacho, Dillon entrelazó las manos sobre el chaleco—. La señorita Dalling me hizo más preguntas sobre el registro, pero no era por eso por lo que estaba allí. Estaban buscando a alguien. Dijo que estaban buscando caballerizas irlandesas, pero no sé si era verdad o simplemente fue la primera respuesta que se le ocurrió cuando le pregunté al respecto.

—¿Averiguaste dónde se hospedan? —Barnaby estaba medio tumbado en el sofá cercano a la librería, con sus largas piernas extendidas hacia delante, dispuesto a compartir lo que había descubierto ese día.

Dillon asintió con la cabeza.

—Las seguí a su casa, se desplazaron al pueblo en una calesa. Se hospedan en la vieja mansión de Carisbrook Place. Hice algunas preguntas. Al parecer es cierto que existe la tía, una tal lady Fowles, y que ha alquilado la casa durante varias semanas.

—Hum. —Barnaby se miró las botas con el ceño fruncido—. ¿Qué opinas de la señorita Dalling? ¿Crees que su interés por el registro se debe realmente a su excéntrica tía?

Dillon miró el crepúsculo a través de la ventana.

—Creo que es una mentirosa consumada, que intenta ceñirse a la verdad todo lo que puede, y que inventa sólo lo justo y necesario.

Barnaby frunció los labios.

—Son las más difíciles de descubrir.

—En efecto. ¿Has averiguado algo sobre el hombre interesado en el registro?

—Es un irlandés de pelo oscuro, alto, delgado y más joven de lo que suponía, unos veintitantos años. No he descubierto mucho más, aunque un anciano lo describió como «un burgués caído en desgracia».

Dillon frunció el ceño.

—Conozco a todos los entrenadores y a todos los propietarios irlandeses que acuden en la temporada, al menos de vista, y no recuerdo a nadie que se ajuste a esa descripción.

Barnaby agitó las manos en el aire.

—Igual que la señorita Dalling, no tiene por qué estar relacionado con ninguna caballeriza, podría tener una conexión diferente.

—Cierto. ¿Descubriste algo más sobre quién intentó forzar la entrada?

—Sólo que este lugar es un paraíso para un ladrón. Está al final de una avenida flanqueada por esos árboles inmensos, y… —Barnaby señaló a través de la ventana más allá de la parte posterior del edificio— hay un bonito bosque en la parte de atrás. Es casi ridículo lo fácil que resulta acercarse a este lugar por la noche sin ser visto. —Reclinándose, miró al techo—. La primera vez comprobó las ventanas, pero no pudo con los cerrojos, y tuvo que retirarse cuando el vigilante hizo su ronda. La segunda vez consiguió entrar por las ventanas de la cocina, pero la puerta estaba cerrada con llave y tuvo que volver sobre sus pasos. La última vez forzó una ventana y se metió en las oficinas del otro pasillo. Comenzó a buscar en las librerías, pero luego tropezó con una caja, atrayendo la atención del vigilante, por lo que tuvo que huir. —Barnaby miró a Dillon—. La descripción del vigilante no fue muy detallada, pero dio una idea de la altura, constitución y aspecto general del intruso, que casualmente se corresponde al del joven irlandés que anda haciendo preguntas por ahí.

—Eso indica que tenemos un solo camino a seguir. —Pasó un minuto, luego Dillon le devolvió la mirada a Barnaby—. Se está tramando algo. El comité, tú y yo lo sabemos, pero lo único que tenemos son conjeturas y sospechas. Necesitamos atrapar a ese irlandés, es la única persona que podría arrojar alguna luz en todo este asunto.

Barnaby asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo, pero ¿cómo?

—Acabas de decir que este lugar es un paraíso para un ladrón; ahora que ha estado tan cerca del objetivo, volverá a intentarlo. ¿Y si le ponemos un cebo, esperamos a que haga su próximo movimiento… y entonces lo atrapamos?

—¿Qué estás sugiriendo?

—La última vez él se metió en las oficinas, entonces, suponiendo que el Registro Genealógico sea su objetivo, ya sabe en qué ala del edificio tiene que concentrar sus esfuerzos. —Dillon señaló hacia la ventana con la cabeza—. Como ya has señalado, el bosque está cerca. Lo utilizará para ocultarse, para vigilar el edificio y conocer los movimientos del vigilante, para saber si alguien trabaja hasta tarde. Este despacho está en la esquina, y tiene un saliente en la ventana. Así que, si vuelve de nuevo esta noche, y ve una de las ventanas abierta…

Barnaby sonrió ampliamente.

—Vendrá hacia aquí atraído como la polilla a la llama, se asomará, verá que es un despacho y…

Dillon sonrió con suficiencia.

—Como una polilla ante una llama, se quemará.

Esa noche, Pris se apeó de la silla de montar en el límite del bosque próximo a la fachada posterior del Jockey Club. La luna, en cuarto creciente, estaba cubierta por nubes oscuras. El bosque estaba oscuro y silencioso, como si los árboles estuvieran conteniendo el aliento, pendientes de lo que iba a ocurrir a continuación.

Reprimiendo un estremecimiento, Pris apartó a un lado esos descabellados pensamientos y ató la yegua a una rama baja. Había arbustos y matorrales dispersos bajo los árboles, pero no tan densos como para no ver a cualquier figura que se escondiera entre las sombras.

Se deslizó entre la maleza. Con pantalones de montar, botas, chaqueta y un pañuelo al cuello, el pelo recogido y firmemente sujeto, y un sombrero de ala ancha cubriéndole el rostro, a cierta distancia podría ser confundida con un mozo de cuadras. Y Dios sabía que abundaban en Newmarket.

Avanzando con cuidado entre los troncos oscuros, escudriñó el camino que tenía delante, buscando cualquier señal de alguien aproximándose al Jockey Club. Podía ver el edificio entre los árboles; el ladrillo rojo desdibujado, las pálidas juntas de mortero y los marcos blancos de las ventanas brillando ocasionalmente bajo la luz de la luna.

Las palabras de Eugenia en el almuerzo le habían recordado algo: que ella, no cabía duda, sabía cómo pensaba Rus. Cuando le había escrito la última carta, él no sabía qué era el registro, o por lo menos no con detalle, ni qué relación tenía con cualquier cosa ilícita que hubiera planeado Harkness. La intención de Rus había sido informarse sobre el registro. Lo más probable es que hubiera averiguado qué se guardaba en el Jockey Club y que se hubiera dirigido allí para preguntar, tal y como había hecho ella.

Quizá fuera a él a quien Caxton y su amigo habían oído el acento irlandés.

Parecería extraño que dos personas, precisamente con el mismo acento —las mismas inflexiones y tonos—, se interesaran por el registro en tan corto espacio de tiempo. No era de extrañar que hubieran sospechado algo.

Y más aún si tenían motivos para pensar que se estaba planeando alguna estafa.

Incluso podían sospechar de Rus.

Sabía que Caxton sospechaba de ella. Pero con todo, tenía que arriesgarse y echar un vistazo al registro. En cuanto lo hubiera hecho, sabría tanto o incluso más que Rus, si él no se le había adelantado.

Caxton poseía un carácter reservado y duro, y Pris estaba segura de que no era dado a perdonar los errores, por lo que en sus planes no entraba perder el tiempo tratando de convencer a ninguno de sus ayudantes. Por lo menos hasta que hubiera agotado todos los recursos.

Y en lo más profundo de su mente sabía que si Rus aún no había averiguado qué contenía el registro, intentaría seguir el mismo camino que ella.

Cruzando los dedos mentalmente, rogó para que su hermano fuera allí esa misma noche. Poder ver el registro y encontrar a su gemelo —sano y salvo—, era todo lo que le pedía a Dios.

Al llegar al límite del bosque se agazapó detrás de un árbol. Con cautela, escudriñó la fachada trasera del edificio de izquierda a derecha, fijándose en la distribución y comparándolo mentalmente con lo que había visto el día anterior. Caxton se había referido al registro como si fuera un archivo. Tenía que haber más de un tomo, almacenados en Dios sabía dónde, pero estaba segura de que al menos uno, el que se utilizaba actualmente, estaría en la librería de su despacho.

Todo lo que necesitaba era echar un vistazo, justo el tiempo suficiente para ver todos esos «detalles confidenciales».

A la derecha del edificio, en la esquina más cercana a donde ella se encontraba, había una ventana abierta. Agudizó la vista y un segundo más tarde supo a dónde correspondía. Había medido mentalmente la distancia que había desde el centro del edificio, donde estaba el vestíbulo, y el pasillo que había recorrido hasta el despacho de Caxton…, donde estaba la ventana abierta.

De inmediato, sospechó. Las palabras que le había dicho a Eugenia acudieron a su mente. Sabía mejor que nadie cómo subestimaba un hombre una cara bonita.

Clavó los ojos en la ventana con creciente inquietud. Simplemente le costaba creer que Caxton hubiera dejado esa ventana abierta por accidente.

Un movimiento furtivo en el extremo más alejado del edificio captó su atención, una sombra se movió con rapidez y se confundió al instante con los troncos oscuros. Ella miró de nuevo la ventana abierta y se quedó donde estaba, inmóvil, respirando con regularidad, fundiéndose con la noche.

Esa ventana abierta era una trampa. Pero la sombra que había visto, ¿sería Rus o era Caxton aguardando? A pesar de su sofisticada elegancia, podía imaginarlo escondido entre los arbustos a medianoche; no era tan refinado como parecía.

Todos sus sentidos se pusieron alerta, esforzándose por oír cualquier susurro, golpe o chasquido, escrutando en la oscuridad para intentar distinguir cualquier forma o movimiento.

Y detectó una figura silenciosa —masculina— que se abría paso furtivamente en su dirección.

Los pensamientos se agolparon en su cabeza mientras se mantenía inmóvil. Si era Rus, ¿se daría cuenta de que la ventana abierta era una trampa?

Y si lo hacía, ¿estaría lo suficientemente desesperado, sería tan imprudente como para arriesgarse a pesar de todo?

Un profundo silencio se adueñó del lugar. El latido del corazón le retumbaba en los oídos. No pudo ver ni oír ninguna otra señal del hombre. Pasaron los minutos. Los ojos le comenzaron a lagrimear y parpadeó.

Una figura surgió de los arbustos a quince metros. El hombre caminaba a grandes zancadas y atravesó con rapidez el espacio abierto de detrás del edificio.

Pris maldijo. La luna jugaba al escondite con las nubes; no había suficiente luz para ver la cara del hombre, y sus ropas eran demasiado amplias para estar segura.

El hombre se detuvo y echó un vistazo alrededor, deslizando las manos en los bolsillos.

Y Pris lo reconoció.

Iba a abrir la boca para advertir a su gemelo, cuando otro hombre —con el pelo dorado— salió de su escondite y fue a por Rus.

Pris soltó un grito ahogado, pero su hermano ya había oído el ruido de los pasos del hombre y se giraba para enfrentarse a él.

Rus arremetió con una patada y le dio al amigo de Caxton en las costillas. Este se tambaleó, pero luego recuperó el equilibrio y sin pérdida de tiempo se lanzó contra Rus.

Pris sabía que su hermano solía ganar todas las peleas, así que permaneció en las sombras, a la espera de que escapase.

Una maldición y un repentino movimiento a su derecha la hicieron volverse hacia ese lugar. El corazón se le subió a la garganta.

Otro hombre había estado esperando oculto en el bosque. Caxton. Pris lo observó correr para ayudar a su amigo a doblegar a Rus.

Sin pensar en lo que hacía, salió de su escondite y se movió entre las sombras. Una rápida mirada le indicó que la distracción había dado resultado; Caxton se había detenido a medio camino entre el bosque y los dos hombres que forcejeaban bajo la ventana abierta, y dirigió la mirada hacia el bosque.

Ella sólo tenía un instante para decidir si debía gritar —sabía que Rus reconocería su voz—, y hacerle saber a su hermano que ella estaba allí, en Newmarket, y no en Irlanda. Pero Rus estaba demasiado entretenido con el amigo de Caxton. Oír su voz le distraería, sobre todo si descubría que estaba siendo perseguida por Caxton. Rus haría algún movimiento en falso y acabaría siendo atrapado.

Así que se giró y escapó.

Sabía a dónde dirigirse. Era rápida y ágil, Y le llevaba ventaja. En cuanto alcanzara la yegua, estaría a salvo.

Pero él estaba ganando terreno.

Con el corazón en la boca y jadeando, vio la trémula luz donde terminaban los árboles y comenzaba el césped. Era allí donde había atado a la yegua.

Por las fuertes pisadas de Caxton, dedujo que debía de estar a tan sólo unos metros por detrás de ella; podía sentir las vibraciones de esas pisadas en la suela de sus zapatos.

Desesperada, emergió de la sombra de los árboles y continuó, casi sin aliento, hacia la yegua…

Algo pesado la golpeó en la espalda y comenzó a caer.

Dillon supo en el mismo momento que atrapó aquel cuerpo, quién era. Había jugado al rugby en el colegio y se había lanzado sobre el intruso sin pensar.

Ella forcejó furiosa y se las ingenió para darse la vuelta, cuando él de manera instintiva aflojó su presa.

Dillon maldijo entre dientes y volvió a agarrarla con fuerza, y entonces acabaron sobre la hierba, él encima de ella.

El impacto los sacudió a ambos y los dejó sin aliento. Por un instante, ella permaneció quieta, luego se transformó en una gata salvaje, retorciéndose y arqueándose bajo él, levantando las manos para clavarle las uñas en la cara.

Él extendió el brazo libre para atraparle las manos medio segundo antes de que lo lograse.

Pris comenzó a insultarle en gaélico, se revolvió, pateó y luchó contra él como una salvaje. Dillon tuvo que cambiar de posición; apenas logró esquivar la rodilla femenina, bloqueándola e inmovilizándola con el muslo.

—¡Deténgase, maldita sea!

Ella no lo oyó. Él podía oír su respiración entrecortada, casi sollozante, pero parecía estar fuera de sí.

De manera implacable, él ejerció su fuerza, apretándole las manos contra el suelo a ambos lados de la cabeza y utilizando todo el peso de su cuerpo para doble garla.

Esa no fue —definitivamente no lo fue— una maniobra inteligente. En esa posición podía sentir cada curva de ese delicioso y suave cuerpo femenino que se contorsionaba debajo de él.

Al sentirla, su cuerpo reaccionó al instante de una manera tan dolorosa que…

—¡Por el amor de Dios! —Maldijo—. ¡A menos que quiera que la tome aquí mismo, quédese quieta!

Eso sí lo oyó, pues se quedó totalmente paralizada.

Él esperó; cuando ella se quedó quieta y rígida bajo él, Dillon respiró hondo y se alzó, apoyándose en los codos lo justo para poder mirarla a la cara y que ella no se hiciera ilusiones de que podría escapar de él.

Yacieron allí, con sus rostros separados tan sólo por unos centímetros, pero los rasgos de ambos quedaban oscurecidos bajo la sombra de él; si Pris levantaba la vista, no podría ver su expresión más de lo que Dillon podría ver la de ella.

Tuvo que contenerse para no bajar la mirada a esos labios ya esos pechos, que subían y bajaban como consecuencia de su respiración jadeante, rozándose repetidamente contra su pecho. Se obligó a concentrarse en esos ojos, muy abiertos y enmarcados por la oscura curva de las pestañas.

—¿Qué está haciendo usted aquí?

Por un instante, ella se lo quedó mirando fijamente, luego le soltó otra retahíla de juramentos en gaélico y se puso tensa, pero no intentó quitárselo de encima. Probablemente, porque él yacía entre sus delgados muslos. Luego le dijo:

—¿Es en esto en lo que se entretiene ahora? ¿Le gusta acosar a las damas que pasean por el bosque?

Había desprecio en esa voz seductora, pero también un atisbo de pánico.

La acusación parecía de lo más inapropiada.

Dillon frunció el ceño, y clavó la mirada en sus ojos agrandados. A pesar de no poder ver su expresión, comprendió de repente. Sintió el calor sensual que había provocado que ella se quedara inmóvil.

Se percató de cuál era la causa de que ella abriera tanto esos preciosos ojos, y de que su respiración fuera jadeante y aterrorizada.

Debajo de él, ese cuerpo femenino se estremeció en una respuesta involuntaria, pero ella preferiría morir antes de admitirlo…, antes de admitir que él había vencido.

Él sentía los propios latidos de su corazón en las sienes, podía sentir el calor que ella desprendía, apretada contra él. Sintió la tensión que la invadía, combinada con la resistencia ante esa reacción que no podía controlar.

Una que la dejaba débil.

Dillon jamás tendría una oportunidad mejor para obligarla a decir todo lo que sabía. Con ese propósito, presionó sus caderas entre los muslos con más fuerza.

Ella jadeó, alarmada.

—Apártese de mí.

La última palabra se le quedó trabada en los labios.

Él se quedó paralizado y maldijo para sus adentros. Ella estaba a punto de sufrir un ataque de pánico. Maldita sea, no podía hacerle eso.

Estaba a punto de levantarse cuando unos ruidos en el bosque captaron la atención de ambos.

Girando la cabeza, Dillon observó cómo Barnaby salía tambaleante de entre los árboles. Se sujetaba un costado; estaba claro que no había logrado capturar al irlandés.

Bastante maltrecho, Barnaby se dejó caer contra el tronco de un árbol.

—Gracias a Dios. —Exhaló un doloroso suspiro—. Lo has atrapado.

Dillon suspiró. Sin soltar las manos de la cautiva se levantó y, sin ceremonias, la obligó a ponerse en pie delante de él.

Miró por encima de la cabeza de Pris a Barnaby.

—No. La atrapé.