LA besó hasta que ella se quedó sin aliento, hasta que el aroma de él, su sabor, la abrumaron y sedujeron; hasta que tuvo que apoyarse en él para no caerse. La unión de sus bocas, el roce sinuoso de sus lenguas, era voraz, hambriento. Pris se aferraba a él con cada partícula de su ser, y lo devoraba con la misma ansia con que él la devoraba a ella.
A pesar de ello, en el momento en que los labios masculinos se apartaron de los de ella para recorrerle la mandíbula con la suavidad de una pluma, Pris pudo recobrar el juicio. Hundió los dedos en los duros músculos de sus brazos y conteniéndose para no levantar sus propios brazos, enterrarle los dedos en el pelo y atraerlo hacia ella, cerró los ojos y murmuró:
—Suéltame.
—No. —Él la apretó con más fuerza contra su cuerpo.
Todos los sentidos de Pris se encendieron ante el contacto. La cabeza le dio vueltas mientras su cuerpo reaccionaba ante la dura promesa del suyo.
—Pero… ¿por qué?
Era la pregunta más importante. Pris abrió los ojos para encontrarse con los de Dillon a tan sólo unos centímetros cuando él levantó la cabeza. Observó cómo la estudiaba, y sintió que él buscaba las palabras adecuadas, la manera más directa de decirle la verdad.
Apretó los labios con firmeza y luego dijo:
—Porque eres mía.
Las palabras ya habían sonado drásticas, pero el tono con que fueron dichas hizo que sonaran más categóricas si cabe. No era una simple declaración, era un hecho indiscutible en su vida tal y como él la veía.
Ella contuvo el aliento, siguió mirándolo a los ojos, intentando poner nombre a lo que veía en esas oscuras profundidades.
—Esto es una locura.
Él la miró un momento, luego hizo desaparecer el espacio que había entre ellos. Cuando rozó sus labios contra los de ella, murmuró:
—Es mucho más.
Dillon volvió a poseer su boca, reclamando todo lo que ella no era capaz de negarle. Pris tenía razón, poseerla era una auténtica locura, una enfermedad en la sangre, una dolorosa adicción que sólo ella podía aplacar. Poseerla era todo lo que él necesitaba y deseaba ardientemente en ese momento y aún más sabiendo que podía tenerla, sabiendo que ella querría ser poseída. No importaban sus negativas, su incredulidad; cuando los dos estaban juntos y a solas como ahora, sus necesidades y anhelos se fundían y se convertían en uno solo.
Era una compulsión, un hambre voraz, un deseo abrumador de saborear ese lado salvaje e imprudente, esa ávida y ardiente pasión que los consumía a ambos y que cada uno de ellos sólo podía alcanzar con el otro.
El padre de Pris le había comentado que él poseía una ventaja sobre ella que nadie más tenía; él podía comprenderla. Aunque nunca podría entenderla del todo, era cierto que Dillon pensaba y sentía lo mismo que ella.
Ella poseía el mismo fuego y la misma pasión que atravesaban su alma salvaje e imprudente. Y por lo tanto sentía el latigazo del deseo con la misma intensidad.
Estaban hechos el uno para el otro. Las damas habían tenido razón al decir que hacían buena pareja.
Pero aunque ella se sentía indiscutiblemente unida a él, Dillon también percibía su confusión, su falta de comprensión y su necesidad de comprenderlo, incluso mientras notaba que la pasión crecía y fluía en el interior de Pris. Se daba cuenta de la lucha que ella sostenía consigo misma para reprimir la inexorable marea, esa cautela innata que la hacía contenerse hasta averiguar lo que él quería, hasta saber qué implicaría entregarse de nuevo a él, cuál era el camino por el que Dillon estaba decidido a llevarla.
Dillon sabía que podía eliminar todo rastro de resistencia; que si lo deseaba, podía simplemente avasallar sus sentidos y conquistar su intimidad. Ella podía resistirse a la pasión masculina, pero no a las de ambos unidas. La conocía lo bastante bien para saber que intentar razonar con ella sólo los conduciría a más discusiones, y a que Pris ofreciera más resistencia, no menos. Si quería conquistarla con rapidez y seguridad, antes de revelar sus objetivos, tenía que aclarar la verdad: que ella había malinterpretado lo que él le había ofrecido en la salita de Flick unas noches antes.
Pero era Pris que, al igual que él, desconfiaba de las palabras. Las acciones, sin embargo, hablaban por sí solas. Y era por eso por lo que él estaba allí, a solas con ella, para mostrarle la verdad. Para dejarle bien claro lo que ella significaba para él.
Los dos estaban excitados, la unión de sus labios y lenguas no era suficiente para satisfacer el hambre salvaje que crecía en su interior. Dillon extendió las manos y las movió sobre la espalda de Pris, sobre la seda que cubría su piel.
Sintió el estremecimiento de Pris en sus propios huesos, le dolió cuando, sin hacer caso de su juicio, ella se apretó contra él, agarrándolo por las solapas mientras intentaba luchar contra la compulsión que la impulsaba hacia él. Pris luchó contra sus propios razonamientos mientras se estrechaba aún más contra ese cuerpo duro, moviendo sus caderas y muslos y haciendo que el control de Dillon se tambaleara.
Los dedos masculinos encontraron lo que buscaban. El vestido se abrochaba en la espalda.
Levantando la cabeza de golpe, Dillon respiró hondo y la hizo dar la vuelta, atrayéndola hacia sí y apretándola contra su pecho.
Al sentir su delicioso trasero contra la ingle, Dillon contuvo un gemido, luego se concentró en ella. Subió las manos a sus pechos, las cerró sobre ellos, y la apretó contra sí mientras el contacto la hacía jadear, la hacía más maleable por momentos.
Pris mantuvo los ojos cerrados y luchó para contener los escalofríos que le bajaban por la espalda. No tenía frío, no necesitaba más ropa, sino menos.
Dillon le amasó los pechos, pero no había desesperación en sus caricias, sólo una astuta confianza. Sabía demasiado bien que cada evocadora caricia hacía flaquear la mente de Pris, encendía sus sentidos, y debilitaba su voluntad.
Antes de que ella pudiera reunir fuerzas para resistir y escapar, una de las duras manos abandonó su ya dolorido pecho. Un segundo más tarde, Pris sintió unos rápidos y hábiles tirones cuando él desató los cordones que cerraban el vestido.
¿Por qué estaba él allí? ¿Por qué estaba haciendo eso? ¿Qué esperaba lograr?
La mente de Pris no tenía una respuesta para eso y a su cuerpo ardiente le traía sin cuidado.
Pero sabía que tenía que decir algo, tenía que hacer algo antes de… Se le abrió el corpiño; las diminutas mangas no estaban diseñadas para sostenerlo. De espaldas a él, Dillon deslizó una mano bajo la seda suelta y le bajó la camisola de encaje, liberando primero un pecho y luego el otro.
Pris aspiró sobresaltada, tuvo que apoyarse contra él, y aferrarse a los largos músculos de los muslos de Dillon cuando sus dedos y manos volvieron a despertar el placer que tan bien recordaba mientras le recorrían la piel desnuda una y otra vez. Sus manos la esculpieron y moldearon. Con total descaro, la privó de sus sentidos, hasta que sus pechos estuvieron pesados, doloridos e hinchados, firmes y sensibles bajo cada caricia seductora.
Le rodeó los pezones con los dedos, y se los pellizcó.
Pris jadeó y él inclinó la cabeza para trazar con los labios la curva de su oreja.
—Abre los ojos. Mira al espejo.
Aunque le costó trabajo, levantó los párpados y al mirar al otro lado de la habitación, vio lo que él veía. Él era una oscura presencia masculina vestida de negro, que tenía atrapada entre sus brazos a una delgada sirena cubierta de seda con el corpiño suelto y caído, revelando dos sonrosados montículos que esas manos bronceadas poseían y acariciaban a su antojo. Como si tuviera todo el derecho, sí, pero eso no era lo único que ella sentía.
No era todo lo que veía cuando levantaba la mirada al espejo y observaba su propia cara.
La suave luz se derramaba sobre ellos, dorada y oscilante la del fuego, inmóvil y blanca la que provenía de la lámpara. Bajo esa iluminación, ella vio y sintió algo que hizo que contuviera la respiración.
Ella —la sirena— podría estar atrapada e indefensa, pero…
El cuerpo de Pris le pertenecía a él. Vio cómo la observaba. Vio cómo aquella mirada reverente la acariciaba con una necesidad apenas contenida, cómo la adoraba abiertamente, sin disfraces.
Cada caricia, cada roce de las yemas de sus dedos sobre su piel tensa era una homilía, una oración. No era una simple caricia física, sino algo más efímero, como si él valorase las enfurecidas necesidades de su interior, como si apreciara sin necesidad de palabras la pasión salvaje que ella deseaba liberar.
Pris bajó la mirada a las manos de Dillon, luego la subió de nuevo hacia su cara, y confirmó que él, ciertamente, estaba adorándola. Respondiendo a la salvaje compulsión que palpitaba en su sangre.
Nadie más la había oído antes, ni mucho menos respondido.
Nadie la había apreciado y compartido como hacía él.
Eso fue lo que leyó en su cara.
En ese momento Pris sintió que comenzaba a perder el control de su cuerpo.
Respiró hondo y se humedeció los labios resecos intentando liberar sus sentidos de la tierna y abrumadora seducción.
—Yo no…
Dillon bajó la mirada a sus manos.
—¿Quieres esto? —preguntó y le pellizcó los pezones con los dedos; Pris cerró los ojos y siseó de placer mientras él murmuraba—: No me mientas…, lo quieres.
La voz de Dillon sonó como un trueno oscuro en su oído. Sus caricias cambiaron, se convirtieron en algo mucho más posesivo.
—¿O prefieres esto?
La repentina presión —el placer que le produjo— la hizo jadear.
—¿Sabes?… Una de las cosas que más me gustan de ti es cómo respondes. A cada toque, a cada caricia, a cada roce. —A continuación se lo demostró y su desvergonzado cuerpo, sus estúpidos e irrazonables sentidos le probaron que él tenía razón—. Sí, eso es. —Su cálido aliento fue como otra caricia—. Pero también es mucho más. No es sólo tu cuerpo quien ansía y desea al mío cuando vienes a mí, cuando te unes y vuelas conmigo, sino que también me anhelan tus sentidos y tu alma. —Dillon se movió ligeramente, su fuerza la rodeó cuando su mano abandonó su pecho y se deslizó hacia abajo—. Y eso es algo muchísimo más precioso.
Pris oyó el susurro de las faldas, notó que se las levantaba y sintió el roce frío del aire cuando se las subió por delante. Sin prisas, sin amontonarlas ni arrugarlas, alzándoselas lentamente por las piernas mientras las recogía a un lado. Pris abrió los ojos y se quedó mirando, fascinada, cómo él le soltaba el otro pecho, cómo sujetaba las faldas pasándolas por el pliegue del codo y cómo sus dedos regresaban para cubrir su piel caliente, cerrándose firmemente de nuevo sobre el seno mientras deslizaba la mano libre bajo el dobladillo y le acariciaba la pierna, hasta llegar a los rizos de la unión de sus muslos, luego le deslizó los dedos a lo largo de los pliegues hinchados y los acarició.
Levantando la vista, él le sostuvo la mirada en el espejo.
—¿Prefieres esto mejor? —Sus dedos resbalaban en su deseo y Dillon deslizó uno en su vaina, indagando ligeramente.
Pris se estremeció y cerró los ojos.
Sintió los labios de Dillon en la sien, su aliento en la mejilla.
—No te lo he dicho antes, pero tenerte así, entre mis brazos, sintiéndote responder a mí, es una de las cosas que más me gusta de amarte.
Entre sus muslos, los dedos de Dillon siguieron explorando; con la otra mano le apretó el pecho. La voz que le murmuraba en el oído se hizo más profunda, más ronca, y la ató a él con más fuerza.
—Y esto.
El cuerpo de Pris respondió.
—Y también esto.
Y la hizo estremecer.
El sonido ronco de esas palabras, explícitas y evocativas, la retuvo junto a él, provocó su rendición, y en esos momentos acalorados, a través de las llamas de la pasión, Pris vio la respuesta en sus propios ojos.
Una revelación que le dolió. Había notado antes esa necesidad ardiente pero ahora la entendía, ahora sabía lo que era.
Y en eso, Dillon tenía razón. Lo deseaba, siempre lo desearía. Siempre querría entregarse a él de esa manera, no por complacerle, sino para sentir ella la alegría de saber que podía y quería hacerlo.
Eran las manos de Dillon las que la acariciaban, su voz la que la hechizaba, pero eran sus propias necesidades las que ardían en su interior. Y eso era lo que conducía su pasión hacia alturas inimaginables.
Y Pris lo sabía. Podía tener fuerzas para rechazarle, pero una vez que él había enardecido y avivado sus sentidos, ella no poseía la voluntad de negarse.
Simplemente, no podía hacerlo, sobre todo ahora que él había revelado algo de su fascinación por ella, despertando la curiosidad de Pris por saber más, por sentirlo dentro de su cuerpo otra vez y experimentar de nuevo el vínculo que existía entre ellos, sabiendo lo que sabía ahora.
Si ella pudiera comprender qué era esa conexión, qué era lo que le daba ese poder, sabría qué hacer, cómo lidiar con ello. Cómo conquistarlo.
Y eso, sin duda, era lo que con más urgencia necesitaba saber. El cuerpo de Pris comenzó a tensarse, pero ella necesitaba tenerlo dentro, necesitaba sentir la unión física para volver a descubrir el efímero placer.
Como si él estuviera oyendo sus pensamientos, sus caricias cesaron.
Con los ojos todavía cerrados, ella sintió la vacilación de Dillon antes de que le preguntara con la voz ronca por el deseo.
—¿Me quieres dentro de ti?
Pris abrió los ojos y sostuvo su mirada en el espejo.
—Sí. —Clavó los ojos en él durante unos instantes, luego le preguntó con atrevimiento—: ¿Cómo?
La brusquedad de su respuesta lo dijo todo. Sus manos la abandonaron y la empujó a un sillón…, un sillón de orejas con un escabel.
—Arrodíllate ahí… Ten cuidado de no arrugar las faldas.
Ella apenas podía entender sus palabras; no era la única que estaba dominada por la pasión compartida. Levantándose la falda, se arrodilló en el asiento, dejando caer la seda color agua sobre sus rodillas.
—Inclínate hacia delante y sujétate en el respaldo.
Las manos de Dillon en la cintura la sostuvieron. Cuando Pris curvó los dedos en el borde de madera tallada, él la soltó y levantó la parte de atrás de sus faldas.
El sillón estaba paralelo al espejo. Girando la cabeza, Pris observó cómo él le sujetaba las faldas sobre la cintura, observó la expresión de su cara cuando le acarició con las manos el trasero desnudo, totalmente absorto. Luego, a ciegas, se llevó las manos a los botones de su pantalón.
Los abrió con facilidad y liberó su erección.
Ella contuvo el aliento, mirando con los ojos muy abiertos cómo él guiaba la gruesa verga entre sus muslos. Mientras Pris sentía la ancha punta de su erección en sus pliegues resbaladizos, en su enardecida carne, vio cómo Dillon cerraba los ojos, y, muy lentamente, con una fuerza apenas contenida, se introducía en su interior. Luego la penetró hasta el fondo.
Pris jadeó. La pasión que había estado conteniendo creció y retumbó en su interior, la golpeó cuando se cerró en torno a él, aferrándolo con fuerza y dándole la bienvenida.
Durante un instante, Dillon se mantuvo inmóvil, con los muslos contra su trasero desnudo, con la pasión grabada en su cara, reflejando un deseo voraz… y algo más. Algo más sombrío, más intenso, más elemental.
Más importante.
Durante ese único instante, Pris lo miró fijamente, empapándose de su imagen, intentando averiguar con qué la retenía él sin ningún esfuerzo.
Luego, él inspiró con fuerza, se retiró y volvió a penetrarla. Pris se estremeció, y cerró los ojos.
Se entregó a él, buscando el placer de Dillon y el suyo propio. Para perderse en el olvido.
Por completo.
Dos veces.
Pris se despertó a la mañana siguiente y se desperezó lánguidamente bajo las mantas. Relajándose, permaneció allí tumbada, recreándose en el fuego placentero que la noche anterior había recorrido sus venas.
Lo echaba de menos. Echaba de menos esa maravillosa sensación de totalidad. De sentirse mujer en el sentido más profundo de la palabra.
La noche anterior… él la había sostenido, y la había amado, la había acunado tiernamente hasta que se había recuperado lo suficiente para ponerse en pie. Luego le había colocado el corpiño bien, le había bajado las faldas, y la había acompañado de regreso al salón de baile.
Al parecer, nadie los había echado de menos. Pris no tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, pero las grandes damas sólo se habían limitado a arquear ligeramente la cejas. No estaba segura de qué quería decir eso, pero ella tenía ya veinticuatro años, una edad en la que la sociedad esperaba que las damas de su rango estuvieran casadas.
Dentro de la sociedad, el coqueteo era aceptado como parte del ritual que conducía al altar.
Frunciendo el ceño, tamborileó con los dedos sobre las sábanas. Era una cosa que tenía que tener en cuenta, ya que eso podría hacer que Dillon se saliera con la suya. Y ella no podía —evidentemente— confiar en que la sociedad le pusiera obstáculos en su camino.
Por supuesto, su mayor problema en esos momentos era que no estaba segura de cuál sería el camino que tomaría Dillon. No después de la noche anterior.
Se habían separado en el vestíbulo principal de lady Trenton; Pris no había pronunciado ni una palabra de advertencia o de reproche… Cualquiera de las dos hubiera sido una hipocresía, y habría sido una pista para Dillon de que algo la preocupaba, aparte de que sería malgastar el aliento.
Para ella no había pasado desapercibida la honestidad —la cruda realidad— del deseo que Dillon sentía por ella. O ella por él. Sin embargo, Dillon no había dicho ni una sola palabra de matrimonio. ¿Qué dirección tomaría él ahora?
Todo lo que le había dicho era que la vería ese mismo día.
Pris esbozó una mueca. Apartó las sábanas y se levantó. Se lavó rápidamente, luego se vistió y miró el reloj. Las once. Se quedó paralizada, con la mirada clavada en el reloj. ¿Las once?
Miró hacia la ventana, deteniéndose a escuchar los ruidos de la casa.
¡Maldición!, se había quedado dormida.
Mascullando entre dientes, atravesó la habitación a toda velocidad.
Su primer objetivo, obviamente, era saber dónde estaba Dillon y qué tenía planeado. Hasta que averiguara eso, intentaría evitarle, o al menos, intentaría evitar situaciones en las que estuvieran solos.
A pesar de que todas las fuerzas se aliaban contra ella, era la dueña de su destino, y no iba a dejar que nadie tomara las riendas de su vida. No iba a casarse con un hombre que no la amara. A pesar de sus arraigadas costumbres, la sociedad tendría que aceptar ese hecho.
Dispuesta a presentar batalla, bajó la escalera algo sorprendida por el silencio que reinaba en la casa. Se dirigió al comedor y… vio a Dillon sentado a la mesa.
Parándose en seco, se lo quedó mirando fijamente. ¡No había esperado que él moviera pieza cuando ella todavía estaba en ayunas!
Echando la silla hacia atrás, Dillon apartó la vista del periódico que había estado leyendo detenidamente y le sonrió.
—Buenos días. —La mirada de Dillon se paseó por el vestido de muselina verde de Pris. Su sonrisa se hizo más amplia—. Confío en que hayas dormido bien.
Pris esperó hasta que la mirada de Dillon regresó a su cara para indicar fríamente.
—Lo he hecho, gracias. ¿Qué haces aquí?
—Te estaba esperando. —Le señaló el aparador.
A regañadientes, apartó la mirada de él, y se acercó al mueble.
—¿Dónde están los demás?
—Salieron hace quince minutos en la calesa de Flick. He traído aquí el cabriolé. Nos reuniremos con ellos en el parque.
Pris lo miró de arriba abajo; la atención de Dillon había regresado al periódico. El jamón olía muy bien y se sirvió dos lonchas, luego regresó a la mesa y se sentó frente a él. El mayordomo apareció con una jarra de té recién hecho y una bandeja con tostadas calientes. Pris se lo agradeció y se dispuso a dar cuenta del desayuno.
Por lo que ella sabía, los hombres rara vez charlaban en el desayuno. Satisfecha con el silencio de Dillon, se dedicó a saciar un apetito debido en gran parte a él.
En el mismo momento en que Pris se llevó la servilleta a los labios, él dobló el periódico y lo dejó a un lado.
—Iré a preparar los caballos. Sal cuando estés lista.
Ella asintió y se levantó al mismo tiempo que él. Era extraño caminar hacia el vestíbulo uno al lado del otro, separándose sin ceremonias al pie de las escaleras… Cuando estaba llegando a su dormitorio, Pris se dio cuenta de lo que quería decir «extraño». Hogareño. Como si él y ella…
Frunciendo el ceño, abrió la puerta y cogió su sombrero y la capa.
Aún tenía el ceño fruncido cuando bajó al vestíbulo, dispuesta a parar en seco cualquier acción inoportuna o posesiva que a él se le pudiera ocurrir. Pero en lugar de hacer eso, Dillon mantuvo sus relaciones privadas apartadas de la conversación que sostuvieron mientras la conducía entre las calles de Mayfair, y sus acciones hacia ella quedaron más allá de la duda. Se comportó con total decoro, como debería hacer cualquier caballero con una dama soltera de su clase.
Pris aún se preguntaba qué estaría tramando —no sólo adónde pretendía dirigirse él sino adónde pretendía dirigirla a ella— cuando Dillon atravesó una de las entradas del parque. Pasaron bajo los árboles a gran velocidad, y luego tomaron la Avenida, por donde se desplazaban los carruajes, por lo que Dillon tuvo que refrenar sus caballos.
Eran los mismos caballos negros que ella había admirado en Newmarket; Dillon los hizo adoptar un trote lento mientras circulaban entre los carruajes estacionados, otros cabriolés más pequeños y faetones que se desplazaban en el abarrotado lugar.
—El vehículo de Flick es azul marino. Mira a ver si puedes verlo.
Ella miró a su alrededor. Cuando la vieron otras damas, y le sonrieron inclinando la cabeza, ella respondió de la misma manera. Parecían atraer mucho la atención, pero claro, eran ella, él y los caballos, todos juntos. Pris recorrió a Dillon con la mirada, observando el abrigo abierto, la elegante chaqueta negra, el chaleco de rayas doradas y negras y los pantalones de ante remetidos en las lustrosas botas, y tuvo que admitir que, en conjunto, debían de ofrecer una imagen digna de ver. Algo semejante a una ilustración en una publicación para damas londinenses al pie de la cual se podía leer: «Elegante dama y caballero paseando en el parque».
—¿Qué te parece tan divertido?
Las palabras de Dillon la trajeron de vuelta al presente, y Pris se dio cuenta de que estaba sonriendo sola.
—Es sólo… —Él la miró; ella le sostuvo la mirada, encogiéndose de hombros mentalmente—. Es sólo la imagen que ofrecemos. —Mirando hacia delante, ella saludó con una inclinación de cabeza a las damas que iban en los carruajes que pasaban ante ellos—. Llamamos bastante la atención.
Dillon sólo inclinó la cabeza, pero sonrió para sus adentros. Llamaban la atención por una razón mucho más poderosa que su encantadora presencia. Pero no sentía, sin embargo, ninguna necesidad de explicárselo, por lo menos de momento.
O quizá nunca. Si conseguía sus objetivos, había cosas de las que quizá fuera mejor que ella no se enterara jamás.
Dillon vio un destello azul delante de ellos.
—Allí están… A la izquierda.
El espacio que había al lado del carruaje de Flick era lo suficientemente amplio como para poder aparcar su cabriolé. Dejando los caballos a cargo de uno de los mozos londinenses de Demonio, rodeó el cabriolé y ayudó a bajar a Pris.
Eugenia y Flick estaban sentadas en el carruaje. Mientras Pris y él se acercaban, Rus ayudaba a bajar a Adelaide al césped.
En cuanto Pris hubo saludado a Eugenia y a Flick, Adelaide rebosante de entusiasmo dijo:
—Os hemos estado esperando para dar un paseo.
Pris esbozó una sonrisa ante su impaciencia.
—Sí, por supuesto. ¿Podemos ir?
Levantó la mirada al carruaje, y observó cómo Eugenia asentía con la cabeza, luego se giró y se encontró a Dillon ofreciéndole el brazo. Pris vaciló un instante antes de posar la mano sobre su manga. Después de todo era sólo un paseo por el parque.
Un paseo que a ella francamente le gustaba. Pasear con Dillon, Rus y Adelaide era relajante, no tenía que estar en guardia ante las costumbres sociales. Aunque de vez en cuando, otras parejas y grupos se cruzaban con ellos y tenían que detenerse a intercambiar saludos o comentarios sobre el clima o los eventos a los que esperaban asistir esa noche.
Siguiendo a Rus y Adelaide por el camino de grava que llevaba al Serpentine, Pris estaba a punto de mencionar que el día anterior había tenido que lidiar con todos esos caballeros, los elegibles y los no tan elegibles, cuando por precaución, se mordió la lengua.
Recorrió a Dillon con la mirada; aunque sabía qué acechaba bajo ese aire civilizado, no había nada en su apariencia o sus miradas que proclamara lo posesivo que era con ella. Nada que advirtiera a los demás caballeros de que ella era suya.
Dillon sintió que lo observaba. Giró la cabeza y al captar su mirada, arqueó una de sus cejas oscuras.
Ella volvió la vista hacia el lago donde las aguas de color pizarra ondeaban bajo la brisa.
—Sólo pensaba lo agradable que es caminar al aire libre. —Lo recorrió con la mirada—. Casi no he podido pasear desde que llegamos. De hecho ayer se acercó tanta gente a saludarme que apenas pude alejarme ni diez metros del carruaje.
Dillon esbozó una sonrisa confiada.
—Quizás ayudaría aparecer en algunas veladas y satisfacer la curiosidad de todos. En cuanto sepan quién eres…
Ella ladeó la cabeza y pareció aceptar la sugerencia.
Dillon le estudió la cara, luego miró hacia delante, y se reafirmó en sus anteriores pensamientos. No tenía ningún sentido explicarle a Pris cómo esas buenas damas y caballeros interpretaban su paseo en cabriolé, o ese paseo juntos por el parque. No, mejor no decir nada, sobre todo ante la sospecha que había vislumbrado en la mirada de Pris.
Tras la media hora habitual de paseo, Dillon se reunió con Rus y Adelaide y volvieron de regreso a los carruajes que esperaban.
Flick le dirigió una sonrisa radiante; la emocionaba ver que se comportaba de esa manera tan poco habitual en él. Y Dillon sólo podía rezar para que no hiciera ningún comentario que alimentara las crecientes sospechas de Pris.
—¿Vamos a casa de Celia? —sugirió Dillon, intentando desviar la atención de Flick mientras Rus ayudaba a subir a Adelaide al carruaje. Retuvo la mano de Pris sobre su manga colocando la suya encima.
—Sí. —Flick miró a Eugenia que le dirigió una sonrisa a Dillon.
—Lady Celia insistió en que impusiéramos nuestra autoridad sobre ti… Sus palabras exactas fueron: «Debéis aseguraros de que también venga».
A Dillon no le costaba trabajo creerlo.
—En ese caso, Pris y yo os seguiremos en mi cabriolé.
Flick los despidió con un gesto.
—Adelántate. Tus caballos odiarían tener que mantenerse detrás de nosotros.
Él bajó la mirada hacia Pris.
—¿Prefieres ir conmigo o en el carruaje?
La mirada que ella le devolvió era evaluativa. Girándose, Pris observó los caballos negros.
—Los caballos de Flick son buenos, pero si puedo elegir, prefiero los tuyos.
Se separaron de los demás. Dillon la condujo al cabriolé y la ayudó a subir al asiento. Pris esperó a que él se sentara a su lado para preguntarle:
—¿Puedo llevar las riendas?
Él tomó las riendas tras acomodarse a su lado.
—Sobre mi cadáver.
Pris lo miró entre cerrando los ojos.
—Soy muy buena.
—¿De veras?
Mientras recorrían las calles londinenses, ella intentó persuadirlo de que la dejara guiar el cabriolé, pero fue en vano.
Estaba claramente molesta cuando llegaron a la casa de lady Celia Cynster, pero la reunión que se celebraba en el interior la distrajo.
Él también encontró divertida la reunión, aunque estuvo todo el rato pendiente de que las damas —tanto las de la familia Cynster como muchas de sus amigas, algunas de las cuales había llegado a conocer de manera muy íntima— no hicieran ningún comentario que pusiera a Pris sobre aviso de su estrategia. Si bien las damas captaron la indirecta, no dejaron escapar la oportunidad de tomarle el pelo, mientras que otras damas como Horatia, Helena y Honoria, aprovechaban para darle ánimos cuando Pris no estaba cerca.
La insinuación era clara. Todos esperaban acción. Todos esperaban su éxito.
—La verdad —gruñó él en respuesta a la pregunta de Flick sobre los progresos, específicamente los suyos—, es que preferiría tener que notificar al comité del Jockey Club alguna estafa que se me hubiera pasado por alto, antes que tener que enfrentarme a esta inquisición si fracaso.
Flick arqueó las cejas de manera provocativa.
—¿Pero vas a fracasar?
—No. Pero me gustaría que no me presionaran tanto.
Ella le dirigió una amplia sonrisa y le palmeó el brazo.
—Pero los caballeros como tú responden mejor ante la presión sutil.
Y se esfumó antes de que él pudiera contestarle, dejándolo totalmente atónito.
—¿Sutil? —se quejó a Vane, el cuñado de Flick, cuando apareció ante él de manera inesperada—. Son tan astutas como Eduardo I, el azote de los escoceses.
Vane sonrió ampliamente.
—Todos nosotros hemos tenido ocasión de experimentarlo. Y sobrevivimos. No tengo duda de que tú también lo harás.
—Eso espero —masculló Dillon mientras Pris se unía a ellos.
Dillon se la presentó a Vane. Tras saludarla con una reverencia, Vane le dirigió una mirada intrigada…, como si, de repente, comprendiera la incertidumbre de Dillon. Ninguno de los que habían tenido que conquistar a las damas Cynster había tenido que lidiar con una dama como Pris.
Una que se movía guiada por la temeridad y la imprudencia.
—Quería felicitaros —Vane los incluyó a los dos y a Rus, que estaba cerca, en su mirada— por el éxito que habéis tenido en destapar la estafa de las carreras. Por lo que Demonio me ha contado y por lo que he oído corristeis un riesgo importante, pero ha merecido la pena.
—¿Qué has oído? —preguntó Pris.
Vane sonrió. Dillon, que los observaba atentamente, notó que el legendario encanto Cynster no tenía ningún efecto visible en Pris, si bien ella esperaba la respuesta de Vane con obvio interés. Vane miró brevemente a Dillon que le dirigió una imperceptible inclinación de cabeza, tan fugaz, que no creía que Pris se hubiera dado cuenta.
Volviendo la atención hacia ella, y escogiendo sus palabras con un cuidado que Dillon apreció, Vane respondió:
—La atmósfera en los clubs masculinos es de abierto regocijo. En las altas esferas hay muchos asentimientos de cabeza y sabios comentarios, y se han extendido los rumores de que hay que tener mucho cuidado con promover ese tipo de enredos.
Mirando a Dillon, continuó:
—En las clases inferiores, sin embargo, los comentarios son bastante más cáusticos y afilados. Es como un caldero hirviente, todos buscan a quien echar la culpa.
Dillon arqueó las cejas.
—¿No hay ningún rumor sobre quién está detrás de todo esto?
—No he oído ninguno, aunque sé que se ha organizado una búsqueda. —Vane miró al otro lado de la estancia—. Pero acaba de llegar una persona que quizá pueda arrojar un poco más de luz sobre el tema.
Girándose, Pris observó a otro caballero alto, elegante y evidentemente peligroso. Todos los varones Cynster parecían cortados por el mismo patrón; Pris volvió a mirar a Dillon mientras esperaban a que el otro hombre terminara de saludar a lady Celia —por los comentarios que llegaron hasta ellos, era uno de los hijos de la dama, el que respondía al nombre de Rupert—, y no le costó trabajo ver a Dillon como parte de ese equipo.
La misma elegancia serena y tranquila, como la de un gato saciado, pero que podría cambiar en un instante y transformar su fachada civilizada en algo acerado y duro. La misma fuerza, no sólo de músculos y huesos, aunque también estaba allí, sino de firmeza, decisión y ejecución.
Pris entrecerró los ojos para observar a los dos hombres que tenía delante —Dillon y Vane— intentando poner nombre a esa otra similitud que planeaba sobre su mente. ¿El mismo… afán de protección?
Mirando al recién llegado de arriba abajo, observó en él la misma cualidad. Cuando se separó de su madre y se dirigió hacia ellos, la imagen que le vino a la mente era mucho más descriptiva que las palabras: un caballero con una brillante armadura y la espada en alto, no para agredir, sino para defender.
Unos caballeros con brillante armadura dispuestos a defenderla. Así es como ella los veía.
Los tres, Dillon incluido.
—¿Lady Priscilla? —El recién llegado buscó su mano y ella se la tendió. Él se inclinó de manera respetuosa—. Gabriel Cynster. —Saludó con la cabeza a Dillon y a Vane—. Tengo noticias… No tantas como había esperado, pero algo es algo.
—Justo en este momento le estaba diciendo a lady Priscilla y a Dillon que los bajos fondos están que arden.
La mirada de Gabriel se quedó clavada en la cara de Vane durante un instante, luego miró a Dillon. Después de una breve vacilación, dijo:
—Ya veo. Bueno —le sonrió a Pris—, lo que tengo que deciros tiene que ver con eso.
Pris oyó cómo Gabriel —al que su madre llamaba Rupert, al igual que la madre de Vane y Demonio los llamaba Spencer y Harry respectivamente, no había dudas de que allí había gato encerrado, pero ya se enteraría más tarde— describía cómo sus contactos en el mundo de las finanzas habían confirmado que todos aquellos que habían participado en la estafa de alguna manera no sólo habían salido mal parados, sino que habían quedados literalmente hundidos por el resultado de la carrera.
—Boswell está hundido y es muy improbable que vuelva a salir a flote, y al menos otros tres de la misma calaña también están a punto de caer en la bancarrota. Aunque nadie se alegra abiertamente, muchos, incluyendo el nuevo cuerpo policial, están encantados.
Ni Gabriel, ni Vane, ni Dillon parecían estar tan contentos como ella había esperado. De hecho, los tres mostraban una expresión seria.
—Quienquiera que estuviera detrás de la estafa, ha hecho caer con él a muchos de los peores criminales de Londres. Algunos sobrevivirán; otros no. Sin embargo, todos estarán dispuestos a vengarse. —Gabriel miró a Dillon con una ceja enarcada—. ¿Sabes algo de Adair?
—Todavía no. Está de viaje, siguiendo la pista al señor Gilbert Martin, supuestamente de Connaught Place.
Vane carraspeó.
—Por el bien de Martin, esperemos que Adair y la policía lo encuentren primero.
Pris había guardado completo silencio, juzgando que era más sabio no despertar esos instintos protectores que antes había vislumbrado. Había esperado que ellos intentaran excluirla; pero en lugar de eso, había captado la subrepticia señal de Dillon a Vane de que podía hablar libremente delante de ella.
Pris lo agradecía. Agradecía el hecho de que él no la hubiera tratado como si fuera un niño al que hubiera que proteger y mimar, o palmear en la cabeza antes de enviarla a jugar con sus muñecas. Pris sabía que había personas peligrosas involucradas en la estafa de las sustituciones, pero hasta que Gabriel había hablado con esa frialdad, no había comprendido lo peligrosas que eran.
Sus propios instintos se despertaron, incluso antes de que Vane intercambiase una mirada con Dillon, y dijera en voz lo suficientemente baja para que no lo oyeran las damas de alrededor.
—Hay algo más. Mientras iba a la caza de noticias, oí tu nombre a menudo. Si bien aún no es de dominio general, es bien sabido que has jugado un papel crucial en la caída de la trama. Todos reconocen, de buena o mala gana, sin importar de qué lado de la calle estén, que tu estrategia ha sido brillante…, justo el tipo de respuesta que los maleantes no desean ver en las autoridades.
Dillon hizo una mueca.
—En cuanto me enteré de que los jueces del club conocían la verdad, gracias a Demonio, debo añadir, supe que sería imposible contener las habladurías.
—Tal como están las cosas ahora, deberás mantenerte alerta —señaló Gabriel.
Dillon le sostuvo la mirada y luego asintió.
—Lo sé.
Pris no estaba segura de estar captando todas las implicaciones de ese intercambio, pero Vane asintió con la cabeza también, y luego, con una encantadora sonrisa, se despidió.
—Deberías hablar con el joven Dalloway —murmuró Gabriel—, aunque por lo que sé, su implicación en los hechos ha pasado inadvertida.
—Lo haré —dijo Dillon—. Ven…, te lo presentaré.
Con ella a su lado, condujo a Gabriel junto a Rus. Unos minutos más tarde, dejaron a su hermano charlando con Gabriel de caballos y del futuro que le aguardaba ayudando a Demonio con los sementales.
Luego se vieron abordados por varias damas; cuando finalmente los dejaron solos de nuevo, Pris sugirió que pasearan por la galería que daba a los jardines.
Pocas de las damas presentes estaban interesadas en la jardinería. Pris se detuvo a contemplar una extensión de césped bien cuidado.
—¿El señor Cynster ha insinuado que estás bajo amenaza?
Deteniéndose a su lado, Dillon contestó:
—No una amenaza específica, sino una potencial. —Sostuvo la inquisitiva mirada femenina, e hizo una ligera mueca—. Si trasciende el papel que jugué en la caída de la trama de Martin, es posible que los que hayan sufrido mayores pérdidas puedan sentirse inclinados a vengarse, y a falta de Martin, o incluso después de ajustar cuentas con él, consideren la posibilidad de venir a por mí.
—¿A por ti? —Ella indagó en esos ojos tranquilos y oscuros como la noche; a Pris no le gustó la fría y estremecedora sensación que envolvió su corazón—. ¡Eso es… horrible! Corrieron un riesgo…, si perdieron, lo que deberían hacer es…
Dillon sonrió con pesar.
—¿Ser lo suficientemente caballerosos como para aceptar las pérdidas? —En una ocasión, él había sido lo suficientemente ingenuo para pensar lo mismo.
Pero le enterneció ver que ella salía en su defensa. Sonrió mientras se llevaba los dedos de Pris a los labios y los besaba.
—Desafortunadamente no creo que lo hagan, pero no te preocupes por ellos. —Le volvió a besar la yema de los dedos y esta vez captó la atención de Pris. Observó cómo sus ojos se fijaban en sus labios. La sonrisa de Dillon se hizo más amplia—. Creo que ya has tenido bastante por hoy.
Pris parpadeó, levantó la mirada y lo miró con los ojos entrecerrados, pero él sólo se limitó a sonreír de manera imperturbable, guiándola de nuevo a la reunión. Luego se dedicó a distraerla hasta que ella olvidó la advertencia de Gabriel.
No había sido necesario que su amigo le advirtiera, ya había visto venir la amenaza. Pero como tenía intención de pasar cada hora de vigilia —y tantas de las otras como fuera posible— al lado de Pris en el futuro, estaría allí para impedir cualquier acción contra ella, que era el verdadero motivo por el cual le había advertido Gabriel.
Una amenaza contra él le traía sin cuidado. Una amenaza contra él que acabara arrastrándola también a ella era algo totalmente diferente.