Capítulo 17

ERA una noche extraña y tranquila, pero el viento se había vuelto punzante, caprichoso e inestable; lo mismo se levantaba en ráfagas que desaparecía al minuto siguiente. Las nubes se habían adueñado del cielo, atrapando el calor del día bajo ellas. Cuando Pris se escabulló de la casa, no necesitó más que un ligero chal.

Con la luna oculta, la noche se cernía oscura sobre ella. Pris lo encontró reconfortante. Se sabía de memoria el camino al cenador y con paso apresurado —y una incipiente desesperación— se dirigió hacia su destino.

—Maldito Rus —masculló las palabras sin sentidas; realmente no sentía envidia por el júbilo de su gemelo, pero él se había pasado toda la hora del té hablando y riendo y ella había llegado a pensar que gritaría, o que tendría que retirarse pretextando un falso dolor de cabeza. Algo que no se habría creído nadie. Jamás había padecido de migrañas por lo que tal declaración habría llamado la atención de todos al instante. Así que tuvo que luchar contra su impaciencia y esperar a que Rus se quedara sin palabras con las que deleitar a Adelaide y Eugenia y todos se retiraran finalmente, antes de poder atender su necesidad más urgente.

La necesidad de ver a Dillon otra vez.

La necesidad de volver a estar a solas con él, envuelta en la calidez de sus brazos, sintiéndose una vez más completamente viva y sabiendo muy bien que esa noche podría ser la última vez que estuvieran juntos.

Sin aflojar el paso, sus pies se deslizaron en silencio sobre el césped mientras atravesaba una zona de arbustos. Estos no estaban tan bien recortados como deberían, pero no creía que se debiera a un descuido de los jardineros, sino más bien a una rebelión de las plantas por querer escapar de los confines que se les había impuesto. Pris siempre se había sentido cómoda cuando estaba rodeada por algo imperfecto.

Gracias a Rus, llegaba tarde a la cita, ya pesar de que nunca antes se había retrasado esperaba que Dillon todavía la estuviera aguardando.

Rezó para que él no pensara que se había olvidado o que, simplemente, había decidido no acudir.

¿Y no llegaría antes si echaba a correr?

Subiéndose las faldas, hizo justo eso. Agachándose bajo las ramas y saltando sobre las matas, corrió a toda velocidad por los estrechos caminos flanqueados por los densos arbustos, pero no lo hacía impulsada por el pánico sino por la desesperación. Sí, definitivamente se trataba de desesperación. Una emoción que no le gustaba sentir, pero que aceptaba. Aceptaba que tenía esa noche, esa única noche, y que eso sería probablemente todo.

Nada más.

Por qué había llegado a esa conclusión, no lo sabía, pero así era como estaban las cosas ahora. Después de Dillon, no podía imaginar a otro hombre ocupando su lugar. Siguió corriendo más rápido, casi con frenesí, necesitando vivir esa última noche con él, ese último momento; un momento que guardaría y atesoraría para siempre en su corazón.

Cuando alcanzó el claro que rodeaba el cenador, se dio de bruces contra un muro. Un cálido muro de músculos y huesos.

Dillon la agarró por los hombros para evitar que perdiera el equilibrio. Al instante se puso alerta y miró por encima de la cabeza de Pris, escudriñando la senda por la que ella había llegado.

—¿Qué ocurre?

Al no ver nada, bajó la vista hacia ella, sin dejar de sujetarla protectoramente.

—¿Por qué corrías? ¿De qué huyes?

Pris no podía decide por qué. En su lugar se humedeció los labios resecos.

—No huyo de nada. Corría… —lo miró fijamente a la cara, empapándose de su oscura belleza, visible incluso bajo la escasa luz hacia ti.

Poniéndose de puntillas, le tomó el rostro entre las manos y presionó sus labios contra los de él.

Y le dijo por qué con sus labios, con su lengua, con su boca. Le dijo por qué con su cuerpo cuando Dillon le soltó los brazos para rodearla con sus brazos y atraerla hacia él.

Por encima de ellos, el viento sopló y gimió, desatando su primitivo y salvaje poder. Ráfagas de aire sacudieron con fuerza las ramas de los árboles y luego empujaron las nubes que cubrían el cielo.

En aquel claro, en el cálido refugio de los brazos de Dillon, Pris lo oyó pero no lo sintió. Ella sentía su propio poder interior, una corriente que la llenaba y fluía a través de ella. Dejó que la invadiera y luego la modeló hasta que transformó su desenfreno en algo más suave. Algo brillante y glorioso. Algo infinitamente precioso.

Fue ella la que se apartó para dejarse caer de rodillas en el césped, en la exuberante hierba; un lecho perfumado que se hundió bajo su peso.

Sin soltarle la mano, Dillon la miró fijamente, intentando leerle los ojos a través de la oscuridad.

—Vamos al cenador… —Cuando ella negó con la cabeza, él respiró entrecortadamente, con su pecho subiendo y bajando—. A tu habitación, pues.

—No. —Extendiendo el brazo, le cogió la otra mano. Con un firme tirón, lo instó a bajar a su lado—. Aquí, ahora. Bajo el cielo.

Él se dejó caer de rodillas, y Pris volvió a besarle; otro cálido intercambio que les aceleró el pulso. Dillon respondió al beso sin discutir; en su cara se reflejaba la pasión, en su expresión el deseo sombrío cuando se deshizo del abrigo y lo extendió debajo de ella. Pris se recostó encima y Dillon se unió a ella.

Se hundió en sus brazos, dejando que le diera la bienvenida, dejando que lo sujetara, que lo atrapara…, que llevara el control. Ella, sólo ella. Sólo con ella —para ella— haría eso, cedería el mando y permitiría que fuera Pris quien llevara la batuta. Sólo ella lo hacía sentirse de esa manera, hacía que no existiera nada más importante en su vida que tenerla, abrazarla, que adorarla y poseerla; haría todo lo que estuviera en su mano para conservarla para siempre.

Así que le dio a Pris lo que ella quería, liberó su lado salvaje para que se uniera al de ella y volaran juntos. Dejó que las chispas se convirtieran en llamas, que estas ardieran y rugieran… y por último permitió que se adueñaran de ellos y los consumieran.

Ella quería apresurarse, correr, asirlo con fuerza y devorarlo; él la contuvo, la obligó a refrenarse, la forzó a conocer, a sentir, a apreciar cada pizca de esa fuerza poderosa con la que quería agasajarla, cada brizna de pasión que él sentía por ella, cada jadeo de rendición que ofrecía ante sus delicados pies.

¿Pero cómo podría saberlo si él no se lo decía…? Para eso, él no tenía palabras, así que se lo demostró a su manera.

Le demostró, mientras el viento enfurecido rugía en lo alto y ellos permanecían abrigados y protegidos por los arbustos, a qué profundidades podía llevarlos la pasión, qué nuevas alturas podrían alcanzar con ella, o cuánto placer experimentar.

Dillon se deshizo de la ropa, de la de él y la de ella, hasta que Pris yació desnuda bajo él, hasta que sus cuerpos se encontraron, se rozaron, se tocaron y se acariciaron sin restricción alguna. Las manos, la boca, los labios y la lengua de Dillon se deleitaron con la belleza de Pris, la poseyeron, la reclamaron de nuevo. Fue suya, de una y mil maneras diferentes mientras la noche los envolvía y los enfriaba, mientras iban a la deriva, intercambiando sombras sobre la hierba que ardía con el fuego incandescente de sus cuerpos, ardientes y anhelantes.

Ella gritó mientras los labios y la lengua de Dillon la enviaban al borde de un precipicio sensual que hacía estallar todos sus sentidos. Gritó de nuevo cuando él la condujo más allá; gimió y sollozó cuando le abrió los muslos y se ubicó entre ellos, jadeó cuando él levantó sus largas piernas y la instó a que le rodeara con ellas las caderas, luego la embistió.

Una y otra vez.

Pris se retorció y se aferró a él sollozante, lo tentó, le rogó y acarició para que continuara. Lo instó a tomarla una y otra vez, para que la poseyera hasta el límite de su naturaleza, hasta las profundidades de su alma apasionada, y le diera todo lo que ella quería. Que se rindiera y fuera totalmente de ella. Era lo que más necesitaba, un último momento de locura.

Metiendo las manos bajo el cuerpo de Pris, Dillon alzó sus caderas hacia las de él, y empujó con más fuerza, más duro y profundo mientras la reclamaba, tal y como ella quería, exactamente como ella deseaba.

Pris se arqueó, desesperada por responder al ritmo avasallador de él con su propio cuerpo, de satisfacer su necesidad, de alcanzar también su propio límite sensual y atravesarlo con él.

Dillon inclinó la cabeza y sus labios se cerraron sobre la punta arrugada del seno de Pris. El viento se tragó su grito y se lo llevó con él, junto con cada sollozo y gemido, con cada prueba de su rendición. Dillon sintió a Pris estremeciéndose bajo él, sus jadeos de éxtasis mientras explotaba una y otra vez, pero él aún no estaba satisfecho, aún no había terminado con ella.

No estaba en condiciones de ceder y ser vencido. Y ahora era su turno.

Se alzó sobre ella en la noche oscura, como una figura primitiva, como un dios pagano, erguido sobre sus brazos y recorriendo con la vista la imagen que ella ofrecía, mirándola con la pasión grabada a fuego en las duras líneas de su rostro, viendo cómo se arqueaba bajo él con cada poderoso envite, tomándolo con salvaje abandono, mientras se perdía en ella.

Pris no podía verle los ojos, pero podía sentir su fuego y supo cuándo los cerró, cuándo quedó atrapado por el mismo clímax que la atravesaba a ella, y que amenazaba con fundirlos a ambos sin piedad.

Bajo ese sensual asalto ella volvió a explotar de nuevo, pero esta vez, Dillon la acompañó con un gemido gutural. Se unió a ella mientras sus cuerpos danzaban, sus sentidos estallaban y sus corazones atronaban, a tono con sus propias almas conscientes.

Simplemente se dejaron llevar. A pesar de estar cegados por la pasión, eran conscientes, no sólo del viento salvaje que los azotaba, sino de la liberación indomable que los atravesaba, que los invadía, que los consumía en el fuego de la pasión, que los llevaba a gran altura.

Y luego los dejaba caer, los dejaba sentir con cada latido del corazón, hasta que suavemente volvieron de regreso a la tierra.

Al olor de la hierba aplastada, a los almizcleños aromas de sus cuerpos saciados, a la dureza, al calor, a la humedad. La suave calidez que todavía los sostenía, los acunaba y los sosegaba. La noche los envolvía en una reconfortante oscuridad mientras sus labios se unían y se poseían.

El tiempo se detuvo, atrapándolos en la cúspide entre la realidad y lo efímero, llenándolos con la indescriptible alegría de ser sólo uno.

Un solo ser.

Él y ella. Salvajes, imprudentes y reales.

A Dillon todavía le daba vueltas la cabeza cuando horas más tarde, se subió a lomos de Salomón y guio al castrado negro hacia Hillgate End.

Ella lo había hechizado. Otra vez.

Pris lo había deseado y necesitado con una pasión tan oscura y turbulenta como la suya y no le había podido negar nada, ni siquiera había podido apaciguarla lo suficiente para averiguar qué era lo que la preocupaba.

Hasta Dios sabía que cuando ella estaba así, pensar era lo último que tenían en mente. Dillon ni siquiera estaba seguro de que su cerebro funcionara correctamente ahora.

Él, ellos, su futuro…, tenía intención de indagar sobre lo que ella pensaba al respecto. Preferiblemente con sutileza, pero si eso no funcionaba, iría directo al grano, hablaría con claridad sin importar lo vulnerable que eso lo hiciera. Tenía que saberlo.

Por otra parte…

Con los ojos entornados, se quedó mirando a la oscuridad de la noche. Podría ser que ella ya se lo hubiera dicho. Quizás, al igual que él, ella no sabía expresarse con palabras. Eran, después de todo, muy parecidos.

Si eran esas semejanzas lo que le hacían estar seguro de que ella era la única, o si era algo más que eso, no podía saberlo. Lo que sí sabía era que ella lo comprendía. Comprendía a su verdadero yo mejor que cualquier otra persona. Que nadie. Ni su madre, ni su padre, ni siquiera Flick lo habían comprendido tan bien como Pris lo hacía. Porque ella, en el fondo, era igual que él.

Porque los demonios que la poseían —esas salvajes y temerarias pasiones que bullían en su interior— eran iguales a los suyos propios.

Ella lo comprendía y lo impulsaba a ser quien era ya todo lo que podía llegar a ser. No le permitía contener sus pasiones ni mantenerlas a raya o que se pusiera en guardia contra ellas, sino que le daba rienda suelta para dejarlas fluir, confiando en que él era lo suficientemente fuerte y juicioso para saber cómo guiarlas y encauzarlas.

Con ella, él era él. Un solo ser, una persona completa. Cuando ella estaba con él, se sentía completamente integrado —sin reservas, sin máscaras—, tan integrado con ella que algunas veces sufría un gran impacto emocional. Sin la fuerza de Pris, Dillon no se creía capaz de dominar su propia naturaleza.

La necesitaba y la deseaba y si se fiaba de su instinto, ella también lo necesitaba y lo deseaba. Quizá todo lo que tenían que hacer era dar el siguiente paso. Confiar en que lo que había entre ellos sería suficiente para tener un futuro juntos.

El ruido de los cascos de Salomón al alcanzar el camino a casa lo trajo de nuevo al presente. Mientras el caballo enfilaba el último tramo a la mansión, Dillon pensó en su cama, fría y vacía, e hizo una mueca. Para él todo había quedado muy claro.

No había ninguna duda de lo que debía hacer a continuación.

Con respecto a cuándo…

Flick siempre organizaba un fastuoso baile para los asistentes a las carreras de octubre de Newmarket. Como siempre, el baile se celebraría al día siguiente por la noche, tras las últimas carreras, y por supuesto, lady Fowles y sus acompañantes estarían invitados.

Con Rus rescatado y a salvo, con la estafa de las carreras descubierta, la velada del día siguiente parecía perfecta para sus propósitos.

Guiando a Salomón hacia la entrada de Hillgate End, Dillon se hizo una firme promesa. Mañana por la noche, le pediría a Pris que se casara con él.

Todos los asistentes al baile de Flick parecían querer disfrutar del placer y gozar del momento sabiendo que todo estaba bien. Pris no podía compartir el entusiasmo general. Para ella, el final parecía cerca, se cernía sobre ella a cada minuto que pasaba.

Aun así no podía olvidar sus modales. Sonriendo con alegría, siguió a Eugenia al salón de baile que ocupaba un lateral de la casa de los Cynster, y saludó alegremente a Demonio y a Flick.

Flick le apretó la mano y luego examinó a sus invitados. Un brillante gentío había acudido a un baile que nada tenía que envidiar a los que se celebraban en Londres.

—Sé que Dillon anda por aquí, pero te aconsejaría que evitaras tanto como te sea posible a los aficionados a las carreras. Se convierten en unos pesados tediosos cuando se ponen a discutir sobre su obsesión.

Pris se rio.

—Lo tendré en cuenta. —Siguió a Eugenia hacia el gentío con Rus y Adelaide a la zaga.

Habían pasado la tarde haciendo planes. Le habían comunicado a su padre que irían un tiempo a Londres; ahora que Rus era libre y tenía resuelto su futuro inmediato, Eugenia había declarado que debían ir a Londres aunque sólo fuera unas semanas. Las sesiones de otoño del Parlamento estaban en pleno apogeo, y la llamada «temporada pequeña» ocasionaba el regreso a la ciudad de la mayor parte de la sociedad y se organizaban muchos eventos. Unas semanas en Londres sería suficiente para visitar a todos sus conocidos y ponerse al día.

Rus las había sorprendido insistiendo en acompañarlas. Se había mostrado categórico, y Demonio y Flick convinieron en que su lugar estaba con ellas durante su estancia en la capital; su nuevo trabajo podía esperar. Como Demonio había ido a visitarlos para intercambiar impresiones con Rus, y se había mostrado completamente de acuerdo con él, Rus formaría parte de la excursión londinense.

Pris no sabía si sentirse aliviada o inquieta. Tener a Rus cerca alejaría de ella la atención de Eugenia y Adelaide, pero poco podía hacer para ocultar su bajo estado de ánimo a su hermano.

Y como naturalmente no podía explicarle la causa —el haber aceptado un reto que la había satisfecho de maneras que jamás había imaginado—, sabía que tener a Rus observándola y preocupado por ella sería otra cruz más que cargar sobre sus hombros. En especial cuando él se sentía tan feliz.

Odiaba aguarle la fiesta, pero tenía la fuerte sospecha de que cuando llegara el día siguiente, iba a sentirse como si estuviera de luto.

Esa noche, sin embargo, estaba decidida a conservar su brillante sonrisa, a disfrutar de la compañía de Dillon tanto como pudiera, aunque no le cabía duda de que él sería el centro de atención de muchos de los aficionados al deporte hípico que habían acudido a la fiesta. No importaba cuánto tiempo pudiera dedicarle, Pris lo aceptaría agradecida. Sería la última vez que lo vería; habían decidido salir con destino a Londres a la mañana siguiente y los deberes de Dillon con la alta sociedad seguramente lo reclamarían hasta altas horas de la madrugada.

En alguna parte, en algún momento de la noche, tendría que encontrar el momento de despedirse.

La multitud se abrió ante ellos, revelando una chaise donde estaba sentado el general, parloteando con los dos caballeros que estaban de pie delante de él. Detrás de la chaise, con la mano en la cadera, Dillon hablaba con lord Sheldrake.

Sonreír de manera radiante se hizo más fácil en el mismo momento en que los ojos de Dillon se posaron en los de ella, en el mismo momento en que percibió la espontánea expresión de intenso placer masculino. La calidez de sus ojos, la sonrisa de sus labios, que hizo que lord Sheldrake se girara para ver quién había llamado su atención, la hicieron sentir mejor.

Todos intercambiaron saludos. Eugenia se sentó al lado del general, que le dio una calurosa bienvenida y la introdujo en la conversación con los otros dos caballeros, concejales del pueblo. Rus y Adelaide permanecieron detrás de la chaise. Su hermano hacía observaciones mientras Adelaide lo escuchaba fascinada.

Dillon se excusó con Sheldrake quien, sonriendo, saludó a Pris con una inclinación de cabeza y luego se perdió en la multitud. Tras rodear la chaise para reunirse con ella, Dillon la cogió de la mano. Dejó vagar su mirada por el sugestivo vestido de seda a rayas esmeralda y marfil y que tenía un revelador escote, luego la miró a los ojos y arqueó una ceja.

—¿Nada de chal esta noche?

Pris sonrió.

—No lo estimé necesario.

Dillon no estaba seguro de compartir esa misma opinión. Colocándole la mano en su brazo esperó que la multitud impidiese que los demás caballeros pudieran admirar los atributos tan elocuentemente exhibidos por el corpiño, apropiado pero no recatado, y las faldas de seda casi transparente. El intenso tono esmeralda hacía resaltar el color de esos gloriosos ojos verdes mientras que el marfil destacaba el cremoso matiz de su piel.

Llevaba el pelo negro retirado como siempre en un recatado recogido que dejaba escapar algunos tirabuzones según la moda, y que hacía que sus ojos volvieran una y otra vez a la curva vulnerable e intensamente femenina de la nuca.

Sin apartar la mirada de ese evocativo perfil, consideró la posibilidad de estar con ella a solas y ceder a su pasión compartida una vez más.

Como si hubiera percibido sus pensamientos, ella levantó la vista y lo miró a los ojos; los de él se abrieron de par en par cuando vio lo que asomaba en ellos.

Recordando sus intenciones de retenerla junto a él, Dillon no ocultó su deseo, algo que ella despertaba sólo con estar a su lado, y permitió que ella lo viera, lo sintiera, lo comprendiera.

Pris parpadeó y apartó la mirada.

—Ah…

Suavemente, él dijo:

—Flick sólo permite valses en estos eventos… Mejor dicho, Demonio se niega a ver con buenos ojos cualquier otra cosa. Lady Helmsley nos hace señas. Charlemos con ella un rato hasta que los músicos estén listos.

Lady Helmsley estuvo encantada de tener la oportunidad de felicitarle y hablar con Pris de nuevo. Luego los músicos comenzaron a tocar y se excusaron con la dama para acercarse a la pista de baile. Sosteniendo a Pris entre sus brazos, Dillon se hizo el firme propósito de capturar toda la atención femenina, y tuvo bastante éxito, teniendo en cuenta los continuos parpadeos de Pris.

Entonces ella centró la atención en la cara de Dillon, leyó su compromiso con ella, con su placer. Un gesto desconcertado asomó en las profundidades de esos ojos color esmeralda; con una profunda sonrisa, la condujo a hablar con lady Fortescue, una amiga de su madre que había acudido a las carreras. Después departieron con la señora Pemberton y con lady Carmichael.

Quería conquistar a esa mujer, jamás antes se había dedicado a esa tarea con tal celo inquebrantable. Estaba resuelto a que cuando le pidiera que se casara con él, Pris ni siquiera se detuviera a pensarlo, ni siquiera fuera capaz de razonar, pero por desgracia para él, no se atrevía a correr el riesgo de darle siquiera un beso. Si lo hacía, sería Dillon quien no fuera capaz de razonar. Y después de los últimos días, de lo acontecido la noche anterior, deseaba que su extraño cortejo acabara y llegara a su inevitable conclusión esa misma noche.

Así que la retuvo a su lado, reclamando su atención toda la noche, y exhibiendo su interés con total descaro para que no le quedara ninguna duda sobre sus intenciones.

Bailaron el vals dos veces. Permitió que Rus, Demonio y lord Canterbury bailaran también con ella, pero nadie más. Su tolerancia tenía un límite… Su naturaleza no le permitía más, al menos con respecto a ella.

Aunque era extraño sentirse esclavizado de esa manera, de ser víctima de su propia pasión posesiva, que lo manejaba y controlaba, sabía que ninguna gallarda sofisticación sería capaz de someter su naturaleza apasionada.

Durante años había presenciado los efectos de esa misma aflicción en Demonio, y aunque eso era algo que él nunca había deseado para sí, tampoco se sorprendía de que al final le hubiera contagiado también a él. Sabía cuál era la causa.

Y contra eso no podía ni quería luchar.

Esperó hasta después de la cena; el interludio cuando los invitados regresaban al salón de baile era el momento perfecto para desaparecer un rato. Guiando a Pris hacia un lateral del salón de baile, observó a la multitud que los rodeaba y luego la miró a ella.

Pris le sostuvo la mirada; había asumido que la atención que él le mostraba se debía a que esa era su última noche. Deseaba pasar la noche a su lado, degustando algunos de los placeres que él le había enseñado, pero sabía que el fatídico momento había llegado. Con una sonrisa firme en los labios, alzó la barbilla dispuesta a despedirse y desearle un futuro feliz.

Sin embargo, él se le adelantó y le murmuró con esa oscura mirada fija en ella:

—Quiero hablar contigo a solas. La salita estará vacía.

Él había dicho «hablar»; escrutando sus ojos, Pris vio que era realmente eso lo que Dillon quería. También lo que ella quería decirle, le costaría menos decírselo en privado.

—Sí. Vamos.

Echando un vistazo a la multitud, le ofreció su mano.

Detrás de él, un distinguido caballero avanzó entre el gentío y miró con atención a su alrededor, hasta que la vio y esbozó una sonrisa radiante.

Pris se quedó paralizada.

Dillon observó su reacción y se giró.

Ella le apretó los dedos, deteniéndolo cuando él se movió instintivamente para protegerla.

—Ah… —Tenía los ojos tan abiertos que era imposible abrirlos todavía más, así que tragó saliva y esbozó lo que debió de parecer una parodia de sonrisa—. ¡Papá! ¿Cómo…?

No sabía qué decir. Algo que su padre, por suerte, comprendió.

Con una sonrisa sardónica, y algo apesadumbrada, dio un paso adelante y la envolvió en un enorme abrazo, el tipo de abrazo que no le había dado desde hacía años.

Tras parpadear sorprendida, le devolvió el abrazo con rapidez, y de repente se sintió como si volviera a tener quince años.

—¿Has visto a Rus?

—Sí. —Soltándola, su padre se echó hacia atrás. Su sonrisa era cálida y se extendía a sus ojos, algo que Pris llevaba años sin ver—. Y sí, lo sé todo sobre vuestras aventuras aquí. He conocido a los Cynster y al general Caxton, y a lord Sheldrake, y también he hablado con tu hermano y con Eugenia.

Hizo una pausa, estudiándola, como si quisiera cerciorarse de que ella estaba bien.

—Te he estado buscando, y… —Girándose, miró a Dillon. Si uno se fijaba bien, había un brillo perspicaz en esos ojos, capaz de atravesar esa bien parecida fachada. Al igual que Rus y ella, su padre no se dejaba impresionar por un rostro bello—. Tú debes de ser Dillon Caxton. —Su padre le tendió la mano—. Soy Kentland.

Dillon lo saludó con una inclinación de cabeza y le estrechó la mano.

Su padre la recorrió con la mirada, con una sonrisa de orgullo curvándole los labios.

—Gracias a mis pecados, el padre de lady Priscilla y su hermano.

Dillon ni siquiera parpadeó. Soltando la mano de su padre, giró lentamente la cabeza y la miró.

Ella no podía leerle los ojos, ni mucho menos la expresión que ahora era perfectamente impasible. Sin embargo, debía decir en su favor que él no había repetido como un loro «¿lady Priscilla?», pero no tenía duda de que esas palabras habían resonado en su mente.

Ignorante de los reproches callados, su padre continuó:

—Quería darle las gracias por haber ayudado a Russell a salir de su último aprieto.

Dillon parpadeó y se volvió hacia su padre. Después de una leve pausa, dijo:

—Fue lo suficientemente inteligente para darse cuenta de lo que pasaba y escapar a tiempo. Después, nuestros intereses siguieron caminos paralelos. El éxito nos ha beneficiado a todos, y a la industria de las carreras en particular, como supongo que lord Sheldrake ya le habrá contado. Créame, agradezco que su hijo actuara basándose en su educación y no en la mentira. Y, por supuesto —sus fríos ojos recorrieron a Pris de arriba abajo—, debe darle las gracias a su hija. Sin su intervención, jamás hubiéramos llegado a conocernos.

—En efecto. —Su padre sonrió complacido. Buscó su mirada y la sostuvo un momento, luego añadió quedamente—: Me obligaste a reflexionar sobre algunas cosas. He mantenido una larga conversación con Albert. Rus y yo… Bien, encontraremos la manera de arreglar nuestras diferencias. —Observó a la multitud, mucha de esa gente pertenecía a la alta sociedad—. Me he dado cuenta de que me formé una opinión demasiado apresurada sobre el camino que había escogido Rus.

Volviéndose hacia ella, sonrió, luego miró a Dillon.

—No pretendía interrumpir. Mi hija y yo tenemos mucho tiempo para ponernos al día más tarde. ¿No ibais a bailar?

Los músicos acababan de comenzar a tocar otra vez. Dillon sonrió —una sonrisa que ella supo que era una advertencia—, y saludando a su padre con la cabeza, la cogió de la mano.

—Gracias, señor. —La miró y arqueó una ceja. Abrió la boca, pero se contuvo, luego dijo con tono tranquilo—: ¿Lady Priscilla?

Ella sonrió débilmente y aceptó con una inclinación de cabeza.

Soltó el brazo de su padre y permitió que Dillon la guiara. El conde y su inesperada aparición no era la verdadera razón por la que su corazón latía con fuerza. Cuando al alcanzar la pista Dillon la introdujo en el baile con un movimiento contenido, ella pudo sentir su furia y el esfuerzo que hacía para no perder el control.

Antes de que Pris pudiera decir nada o incluso pensar en algo que pudiera decirle, él habló con voz dura y afilada.

—No estoy muy puesto al día con la aristocracia irlandesa. —Su mirada estaba fija en el resto de los bailarines mientras la guiaba—. Ilústrame al respecto. ¿Me equivoco al suponer que Kentland es el conde de Kentland?

—No. —Pris tuvo que hacer un esfuerzo para llenar de aire sus pulmones—. De Dalloway Hall, en el condado de Kilkenny.

—¿Dalloway? —Dillon apretó los dientes violentamente; un músculo le palpitó en la mandíbula. Los ojos oscuros estaban llenos de rabia cuando se clavaron en ella—. ¿Es ese tu apellido? ¿Tu verdadero apellido?

Pris sintió un enorme peso en el pecho. Incapaz de articular las palabras, asintió con la cabeza.

Pasó un segundo, luego el pecho de Dillon se hinchó mientras inspiraba bruscamente y Pris se dio cuenta de que estaba tan tenso como ella.

—Siempre resulta agradable saber el nombre de la dama que me he tir…

Pris cerró los ojos, deseando poder cerrar también los oídos, pero aun así oyó la palabra que él había usado. Sabía lo que quería decir, sabía a qué se referían los hombres cuando la utilizaban.

La hizo girar bruscamente por la pista, haciendo que su cuerpo duro se apretara contra el de ella. Pris luchó por contener un grito ahogado. Un segundo después, él maldijo entre dientes.

Ella abrió los ojos, pero giraban tan rápido por la pista que no podía verle la cara. Si él continuaba bailando el vals con esa intensidad, la gente acabaría dándose cuenta.

Dillon debió de pensar lo mismo pues volvió a jurar entre dientes. Sin perder el paso, la guio hasta el borde de la pista, le soltó la cintura y, cogiéndola de la mano, la forzó a seguirlo fuera del salón.

Antes de que ella pudiera preguntarle a dónde la llevaba, Dillon le espetó:

—A la salita, ¿recuerdas?

Ella tragó, intentando que el corazón volviera a su lugar, intentando poner orden en sus pensamientos, pero nunca se había esperado algo así. Se había olvidado de que él la conocía como la señorita Priscilla Dalling —además de en otros sentidos— y no se le había ocurrido corregir la mentira sobre su verdadera identidad.

Arrastrándola lejos del salón de baile por un largo pasillo, Dillon abrió una puerta de golpe y la hizo entrar con rapidez. Luego la soltó y cerró la puerta dando un portazo.

Pris se volvió para enfrentarse a él. Esa no era, definitivamente, la manera en que había pensado despedirse.

Pero lo que vio en sus ojos, fijos en ella, le borró cualquier pensamiento de la cabeza.

—Si no lo he entendido mal, eres «lady Priscilla Dalloway».

Dio un paso —un paso claramente amenazador— hacia ella; Pris retrocedió de inmediato, asintiendo con la cabeza.

—Eres hija de un conde.

—Sí. —No había sido una pregunta, pero alzó la barbilla y le contestó de todas maneras. Oír su propia voz aparte de los gruñidos de Dillon era un alivio.

Él continuó avanzando hacia ella mientras Pris retrocedía. En ese momento la palabra pantera le vino a la mente: ¿o debería decir «jaguar»? El que fuera más letal de los dos.

Esa era la imagen que él ofrecía mientras la acechaba por la habitación, con los ojos oscuros ardiendo con una furia desatada, una furia que ella comprendía, pero que no sabía cómo apaciguar.

—Yo… —Pris se mordió un labio. Las palabras que le venían a la mente eran realmente penosas.

—¿Te olvidaste de quién eras?

Su tono irónico la provocó. Pris se detuvo y alzó el mentón un poco más mientras él seguía acercándose, luego lo miró con los ojos entrecerrados.

—Sí, eso fue lo que ocurrió. Por así decirlo, me olvidé de quién era.

El temperamento de Pris se inflamó. Ella lo agradeció y permitió que la cólera tomara el control. Eso le dio fuerzas para poder mirarlo directamente a los ojos.

—Cuando nos conocimos, no existía ninguna razón para que tú conocieras mi verdadero nombre, y Dalling es el nombre que Rus y yo acostumbramos a utilizar cuando hay razones para ocultar el apellido familiar. Así que, naturalmente, lo empleé cuando nos conocimos. Luego…

La sonrisa de Dillon no tenía ni pizca de humor.

—Eso… Dime qué pasó luego.

Inclinándose hacia delante, ella le devolvió esa misma sonrisa con intereses.

—Después no tuvo importancia. Sí, me olvidé del asunto…, porque mi nombre no es lo que importa. ¡Es sólo un nombre, y para mí un nombre no indica cómo es en realidad la persona! Así que sí, se me olvidó… y se me olvidó decírtelo. Te pido disculpas si te ha sorprendido y molestado, pero por lo demás…

Su voz había sonado cada vez más fuerte. Señalándose con la mano, Pris le sostuvo la mirada cada vez más indignada.

—Esta soy yo. Pris, ¿qué importa que me apellide Dalling o Dalloway, o que haya un lady delante? ¿Qué diferencia hay? ¿Qué importa que sea hija de un conde para lo que sucedió entre nosotros o para lo que pueda suceder a partir de ahora? Está claro que no cambia ni los hechos pasados ni los futuros.

Dillon observó su cara, esos ojos llameantes donde asomaba una firme certeza, y se dio cuenta de que ella le había respondido a todo lo que quería saber. Su nombre, su título no importaban; se casaría con él de todas maneras. Bien, porque él pensaba casarse con ella y cuanto antes mejor.

No había ninguna razón por la que él no pudiera aspirar a casarse con la hija de un conde. Su familia tenía uno de los linajes más antiguos de Inglaterra, estaba relacionado con algunas de las familias más importantes. Su hacienda podría ser descrita como modesta, pero su fortuna privada era inmensa, y su estatus era tan selecto que había sido uno de los elegidos para gobernar un deporte de reyes, un estatus que su reciente triunfo sólo había elevado más. Estaba seguro de que lord Kentland no tendría razones para rechazar su petición.

—Cásate conmigo.

Pris parpadeó sorprendida. Luego se lo quedó mirando con la boca abierta; esos ojos color esmeralda que ya estaban muy abiertos, se abrieron todavía más.

—¿Q-qué? ¿Qué has dicho?

Dillon apretó la mandíbula con fuerza. Rechinó los dientes cuando volvió a hablar.

—He dicho que te cases conmigo. Me has oído perfectamente.

Pris se echó hacia atrás. Lo miraba como si él fuera el espécimen masculino más extraño que hubiera conocido nunca, pero entonces, mientras él la observaba, la sospecha, la duda y la cautela asomaron a sus ojos. Respirando hondo, preguntó con voz temblorosa:

—¿Por qué?

«¿Por qué?». Un montón de respuestas acudieron muy rápido a su mente. ¿Porque si no lo hacía —y pronto—, se volvería loco? ¿Porque la necesitaba en su vida y ella lo necesitaba a él? ¿Porque era lo más obvio? ¿Porque habían mantenido relaciones íntimas y ella podría estar esperando un hijo suyo? Ese último pensamiento lo dejó débil.

Y definitivamente, le debilitó también el cerebro.

—Porque es lo que quiero.

Antes de que ella pudiera responderle con otro «¿por qué?», él se acercó más a ella y le ahuecó la cara.

—Y porque tú también lo quieres. De eso estaba seguro al cien por cien.

Para su asombro, ella palideció. Sus labios se cerraron igual que su expresión.

—No, no quiero. —Las palabras le salieron entrecortadas. Esta vez era el turno de Dillon de quedársela mirando, igual de asombrado e incrédulo que ella.

Antes de que él pudiera añadir algo —antes de que pudiera siquiera discutir y presionarla—, Pris levantó una mano para que no dijera nada. La cólera y el pesar, el dolor y la rabia formaban una poderosa mezcla que alimentaba el rencor que crecía en su interior.

—Veamos si lo he entendido bien.

Ante el repentino endurecimiento de la expresión de Dillon, Pris supo que en sus ojos se reflejaban todas las emociones que ardían en su interior. Señaló con la mano hacia el salón de baile.

—Hace diez minutos, estábamos disfrutando de una noche agradable, nuestra última noche juntos, en una velada encantadora. Estábamos a punto de despedirnos de manera amistosa y de desearnos buena suerte, antes de tomar caminos diferentes. —Pris cruzó los brazos; alzando la barbilla mantuvo la mirada fija en él—. Pero entonces descubriste que soy hija de un conde, que la señorita con la que habías estado intimando era en realidad hija de un conde y, de repente, decides que tenemos que casarnos.

Pris le dio sólo un instante para que asimilara todos esos hechos antes de dejárselo bien claro.

—No. ¡No estoy de acuerdo! Jamás me casaré porque sea eso lo que la sociedad espera que haga.

Había demasiada cólera bajo esas palabras vacilantes, pero también dolor y pesar. Pris respiró hondo, y echó mano de su temperamento para reunir fuerzas y continuar:

—Sabía lo que estaba haciendo desde el principio, y jamás imaginé que el matrimonio formara parte de nuestro acuerdo, y no lo era, algo que tú y yo sabemos. Lo que tuvimos fue un affair, una sucesión de encuentros que nos convinieron a ambos. Había una razón para la primera vez. Y para la segunda por si no lo recuerdas. El resto sucedió porque ambos así lo quisimos.

El rostro de Dillon se volvió de piedra, y se endurecieron los rasgos anglosajones en los que destacaban esos ojos oscuros que parecían echar fuego.

—No puedes haber pensado en serio que…

—Lo que sé es que no me sedujiste tú… Fui yo quien te sedujo a ti. —Pris le devolvió la misma mirada feroz—. ¿De verdad crees que lo hice para que luego te sintieras obligado a casarte conmigo? ¿Que estuve contigo, íntimamente contigo, con la intención de atraparte y que pidieras mi mano?

El tono herido asomó a su voz mientras daba rienda suelta a su temperamento. Mejor eso que liberar cualquiera de las otras emociones que bullían en su interior.

Una confusa exasperación desequilibró la intensidad de la mirada oscura de Dillon.

—Jamás he dicho… —Él frunció el ceño y la miró—. No, no fue de esa manera como ocurrieron las cosas.

—¡Sí, fue así como ocurrió! —Su voz se había convertido en un chillido. Pris estaba a punto de llorar de frustración ante la triste ironía del destino. Hasta que él lo había dicho, no había tenido esa esperanza, había podido ignorarlo, simular que no era eso lo que quería, convencerse de que nunca había querido casarse con él, de que ese coqueteo y la experiencia vivida eran todo lo que había querido de aquella relación. Y nada más.

Pero ahora que él había dicho las fatídicas palabras y por las razones equivocadas. Por las peores razones del mundo. Ahora que él había hecho su propuesta, ella ya no podía negar la verdad. Casarse con él, ser su esposa, era un sueño que no se había permitido tener, pero que hubiera querido ver hecho realidad.

No había forma de retroceder en el tiempo, de comenzar de nuevo como una simple dama y un caballero, no podían ignorar lo que en realidad había pasado entre ellos durante las últimas semanas.

No había manera de que se casaran sabiendo que lo único que los unía no era amor sino los dictados de la sociedad.

Y eso era algo que ella jamás aceptaría.

En especial con él. Sabía mejor que nadie que era imposible retener un espíritu salvaje sin hacerle daño.

Ella le sostuvo la mirada sin perder la compostura.

—De cualquier manera, no tengo ningún interés en obligarte a casarte conmigo. Es más, te aseguro que no tengo ningún interés en casarme con nadie.

Dillon la miró fijamente, todavía con el ceño fruncido, luego exhaló entre dientes y se pasó una mano por el pelo.

Ella aprovechó ese momento para despedirse, pues no podía soportar quedarse allí y seguir discutiendo, no cuando sentía cada palabra, cada frase como otra losa más en su corazón.

—Te deseo que tengas éxito en el futuro. —Pasó por su lado y se dirigió a la puerta—. Y espero… —Se detuvo con la mano en la manilla y lo miró por encima del hombro.

Él se había dado la vuelta y seguía mirándola fijamente con una mirada aturdida y totalmente incrédula en la cara.

Pris lo contempló durante un instante, absorbiendo cada parte de su impresionante belleza, luego respiró hondo y dijo:

—Espero que seas feliz.

«Sin mí».

La expresión de Dillon cambió; ella no esperó a saber por qué.

Abriendo la puerta, salió con rapidez y, cerrándola a sus espaldas, se recogió las faldas y corrió hacia el salón de baile.

Detrás de ella oyó un bramido, luego la puerta se abrió… y él gritó enfurecido.

—¡Pris! ¡Maldición…, regresa! —Pero ella ya doblaba la esquina sin querer oír más.

Desde el umbral de la salita, Dillon miró fijamente el pasillo, pero ella no regresó. Durante un largo momento, se quedó allí parado. Esa era ¿la tercera vez?, que se sentía como si le acabara de dar un buen golpe en la cabeza.

Volviendo a la salita, cerró la puerta. Frunciendo el ceño, cruzó la estancia hasta el sofá y se hundió en él mientras intentaba ordenar sus sentimientos.

Que Pris no quisiera que se sintiese forzado a casarse con ella estaba muy bien, pero el problema era que ella nunca había querido casarse con él.

No estaba seguro de cómo manejar aquella situación…, no veía cómo encajaba con lo que había creído que pasaría, con lo que había creído que había surgido entre ellos. Hasta que ella le había dicho eso, Dillon habría jurado que sentía por él lo mismo que él sentía por ella.

Sin embargo, cuando Pris había afirmado que el matrimonio nunca había formado parte de sus planes, había sido muy rotunda en ello. Estaba claro que la idea no se le había pasado por la cabeza (si bien él lo había tenido claro desde el principio), que a diferencia de su corazón, ella nunca había permitido que el suyo se implicara en aquella relación.

Dillon fue de repente consciente de lo oprimido que sentía ese órgano. Apoyando la cabeza en el respaldo del sofá, miró al techo y maldijo entre dientes.

Y oyó un susurro detrás de él y un familiar «¡bah!».

Dándose la vuelta, miró por encima del respaldo del sofá y se encontró con unos ojos muy abiertos.

—¡Prue!

Ella le devolvió la mirada impasible, arrugó la nariz y se puso de pie.

—¿Qué diantres estás haciendo aquí?

Se alisó la bata con serenidad y se apretó el cinturón.

—Mi dormitorio está encima del salón de baile. Mis padres me dijeron que si había mucho ruido y no podía dormir, podía bajar a leer.

Volviendo a hundirse en el sofá, Dillon se dio cuenta de que todas las lámparas estaban encendidas.

—Estaba leyendo. —Con un libro en la mano, Prue se sentó en uno de los sillones que había junto al fuego—. Luego oí que venía alguien y me escondí.

Repasando con rapidez todo lo que ella podía haber oído, Dillon entrecerró los ojos y la miró fijamente.

—Te has ocultado para poder escuchar a escondidas.

Ella parecía satisfecha.

—Pensé que podría ser instructivo. —Sus ojos azules, más azules que los de su padre y más pícaros que los de su madre, se clavaron en él—. Y lo fue. Probablemente sea la peor propuesta de matrimonio que he oído en mi vida. —Frunció el ceño—. O al menos, eso espero.

Dillon le habló entre dientes con su tono más amenazador.

—Olvidarás todo lo que has escuchado.

Ella aspiró por la nariz.

—¿Todo ese rollo de que tu petición de mano era porque habías descubierto que Pris es hija de un conde? La verdad, no sé qué esperabas. En realidad, bajo mi modesta opinión, Pris se contuvo. No obstante, no hay duda de que tiene un temperamento espectacular.

Dillon rechinó los dientes. Recordó los ojos de Pris encendidos por las emociones, por su temperamento, sí, pero también había algo más, algo que le había molestado, distraído y conmocionado.

—No fue por eso por lo que me declaré.

Las palabras que escaparon de sus labios, eran una declaración de los hechos más para sí mismo que para cualquiera. Al darse cuenta de que había hablado en voz alta, Dillon levantó la vista y descubrió a Prue observándolo con una pizca de compasión en los ojos.

—Lo que importa es lo que ella piensa, y ella cree que pediste su mano porque te sentiste obligado. Te preguntó por qué y fue eso lo que le diste a entender, eres tonto.

—No fue así.

—No, claro. Primero le ruges, te diste cuenta de que le rugías, ¿verdad? Luego no le preguntas, se lo dices, le ordenas que se case contigo. ¡Ja! Si yo fuera ella, también te habría mandado a freír espárragos.

Dillon clavó los ojos en Prue —en su expresión directa y poco impresionada— durante un minuto, luego, con determinación, se puso en pie y se dirigió a la puerta.

—¿Adónde vas?

Agarrando la manilla de la puerta, se volvió hacia ella y vio cómo Prue abría el libro. Ella lo miró inquisitivamente. Él le sostuvo la mirada y le sonrió con aire peligroso.

—Voy a buscarla, a arrastrarla a algún lugar donde me escuche, y le explicaré la verdad con un lenguaje tan sencillo que será imposible que me entienda mal.

Tras abrir la puerta, Dillon salió y la cerró con un chasquido.