EL estruendo de los cascos y el rugido del gentío llenaron los oídos de Dillon, abrumando su mente a la vez que se esforzaba por ver mejor la pista. Al igual que los jueces de la carrera, bajó de la tribuna para estar justamente en la línea de salida. Aquella carrera se corría en una recta, un larguísimo sprint hasta la meta frente a la tribuna; desde la línea de salida no podía asegurar quién sería el ganador…, pero un caballo negro aventajaba a los demás en un ¡par de cuerpos!
No podía respirar, clavó la mirada en la pista mientras la estela negra se hacía cada vez más pequeña. Belle corría veloz y parecía un borrón delante del resto de los caballos.
Su corazón volaba con ella; durante un instante sobrecogedor, se sintió como si estuviera al borde de un precipicio. Ni siquiera en los días en que había depositado su confianza en las apuestas de caballos había estado tan implicado en algo. Esta vez eran sus emociones las que estaban involucradas, nunca se había jugado tanto en una carrera.
La multitud prorrumpió en gritos, vítores y silbidos. Podía ver cómo la gente ovacionaba y gesticulaba como loca cuando el caballo favorito ganaba ventaja al resto. Y luego ella estuvo allí, cruzando velozmente la meta; los apostadores rugieron eufóricos, mientras se giraban y se abrazaban a sus amigos, dándose palmaditas en el hombro sin dejar de reír.
Dillon dirigió la mirada al alboroto que estalló en el palco. Sólo podía divisar a Pris y a Rus que saltaban de alegría y abrazaban fuertemente a Patrick y a Barnaby.
—Bien, pues.
Dillon se giró para encontrarse con Smythe a su lado.
Con una amplia sonrisa, el juez observó las efusiones de alegría en el palco y en la pista.
—Es bueno ver que gana el favorito. Hace que los apostadores tengan fe.
—Ciertamente. —A Dillon le resultaba imposible contener la sonrisa—. Será mejor que bajemos a la pista. Quiero que se examinen los caballos para descartar cualquier sombra de duda.
—Y así será —le aseguró Smythe—. No habrá nada que pueda ensombrecer los ánimos.
—Salvo para los corredores de apuestas. —Dillon caminó al lado de Smythe, con los demás jueces a la zaga.
—Sí. —Smythe meneó la cabeza—. Había varias apuestas ridículamente altas contra las posibilidades de victoria de esa potrilla. A pesar de que a mí ni me va ni me viene, hay que reconocer que está en una forma excelente; quien quiera que la haya entrenado para Cromarty lo ha hecho muy bien. Aquellos que pensaron que había un corredor mejor que ella han sido bastante tontos. Se han pillado los dedos, sin duda.
Dillon, ciertamente, así lo esperaba.
La multitud se agolpaba en el palco mientras que los alegres aficionados se acercaban para felicitar a Fanning y ver más de cerca a la última leyenda de las carreras. Flick, radiante y con Demonio protectoramente a su lado, estaba en primera fila. En cuanto vio a Dillon lo tomó de la mano y tiró de él para susurrarle:
—Te felicitaría, pero no es tuya. Aunque ¡ha sido magnífica!
—Lo que significa —dijo Demonio cuando Dillon se enderezó— que tenemos que comprarla. —Miró a su esposa que clavaba los ojos en Belle con la misma atención arrobada con la que miraría a un amante.
Dillon curvó los labios.
—Por supuesto.
Se giró cuando los vítores anunciaron la llegada del dueño y el entrenador de la ganadora. Ambos, Cromarty y Harkness, parecían aturdidos. Los dos intentaban por todos los medios no parecer como si el alma se les hubiera caído a los pies mientras todo el mundo los felicitaba, les estrechaba las manos y les daba palmaditas en la espalda. Cromarty parecía a punto de vomitar. Harkness estaba pálido como la muerte.
Sin esforzarse en ocultar su sonrisa, Dillon se acercó para hablar con ellos.
—Felicidades, milord. —Le tendió la mano.
Con una mirada aturdida, Cromarty le estrechó la mano y carraspeó.
—Ah…, sí. Una carrera… —se tiró del cuello como si le apretara— asombrosa.
—No sé de qué se asombra. —Dillon señaló a Harkness con la cabeza—. La buena preparación salta a la vista.
Harkness palideció aún más si cabe.
La mera idea era un chiste; sin dejar de sonreír, Dillon observó a Cromarty y a Harkness detenidamente, notando las incrédulas y horrorizadas miradas que se intercambiaban mientras los tres jockeys, con Belle y los dos finalistas, hacían las diversas valoraciones de la carrera.
Luego volvió Smythe. Ofreció a Dillon la hoja de la carrera, con los detalles bien anotados y saludó a Cromarty con la cabeza.
—Una excelente victoria, milord. Todo está en regla, sería mejor que se dirigiera al círculo del ganador.
Cromarty esbozó una débil sonrisa.
—Gracias.
Dillon firmó la hoja de la carrera y se la devolvió a Smythe.
—Nos veremos en la línea de salida para la siguiente carrera.
Smythe se fue. Dillon miró a Cromarty.
—Bueno, ¿vamos, milord? El comité nos está esperando para hacer la presentación.
Cromarty lo miró como si dudara.
—Ah, sí. Por supuesto.
Cubierta con una manta y guiada por Crom, aturdido y derrotado, y Fanning, que caminaba a su lado, Belle avanzó elegantemente a lo largo de un estrecho corredor que se abrió entre la gente. La potrilla aceptó los aplausos como algo que se merecía, contenta ahora por haber corrido y haber hecho morder el polvo a todos sus competidores.
Dillon miró a Cromarty, que caminaba a su lado siguiendo la estela de Belle. Tenía la piel cenicienta y comenzaba a sudar.
Una prueba fehaciente de lo que se le venía encima.
El círculo del ganador, un área despejada ante la multitud, apareció delante de ellos, mostrándole al desventurado Cromarty que lord Crichton, el miembro de la comisión que oficiaba ese día, lo esperaba con una radiante lady Helmsley para entregarle el trofeo, una copa de plata. Dillon lo escoltó al borde del círculo, luego se volvió.
Cromarty apenas era coherente. Tartamudeó durante el discurso de entrega, y la tensa sonrisa que lucía en el rostro se borraba con frecuencia. Aquellos que no estaban familiarizados con el mundo de las carreras podían suponer que su extraño comportamiento era debido al asombro de quien no estaba acostumbrado a recibir tales gratificaciones. Pero los que entendían del asunto comenzarían a preguntarse por qué el dueño de una potrilla que era conocida por ser una prometedora campeona, se sentía tan consternado ante la victoria.
Dillon miró a Harkness y vio en él la misma confusión, no sólo en los rasgos morenos del entrenador, sino en su postura, en sus forzadas respuestas a quienes lo felicitaban. La reacción de Cromarty era comprensible pues sabía muy bien que al ganar Impetuosa Belle se estaba enfrentando a una ruina de proporciones gigantescas, pero Harkness, sin embargo, sabía que se estaba enfrentado a un peligro mayor que el de la simple ruina financiera.
Dillon se alejó del círculo del ganador con discreción. Buscó a dos de los jueces de las carreras y los llevó aparte.
—Lord Cromarty su entrenador, Harkness. —No necesitó decir más; la sospecha endurecía la mirada de ambos jueces. Conocían el deporte para el que trabajaban, sabían lo que se jugaban. Dillon mantuvo la expresión impasible—. Dadles tiempo para agradecer las felicitaciones, luego acercaos a ellos, pero por separado. John, habla con Harkness primero. Dile, educadamente, que al comité y a mí nos gustaría hacerle unas preguntas. —Tal petición era algo a lo que un entrenador no podía negarse, pero por si acaso añadió—: Asegúrate de que van dos personas contigo. Pídele que te acompañe al club. Mételo en una de las habitaciones pequeñas hasta que yo llegue. No dejes que hable con nadie mientras tanto.
Mirando al otro juez, Dillon continuó:
—Mike, espera hasta que Harkness esté camino del club, luego haz lo mismo con Cromarty. No me importa si se ven de lejos, pero no quiero que tengan la posibilidad de hablar en privado, no hasta después de que haya terminado con ellos.
—Por supuesto, señor. —Mike Connor intercambió una mirada significativa con John Oak—. Los llevaremos al club. ¿Cuándo vendrá usted?
Dillon sonrió.
—Dudo que aparezca por allí antes de media tarde. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Que esperen. A solas.
—Sí, señor. —Los dos jueces se despidieron y se mezclaron entre la multitud.
Mirando al palco. Dillon se encontró sonriendo ampliamente; levantó una mano, resistiendo el deseo de saludar con la misma intensidad que lo hacía Pris. Vaciló, pero casi era la hora de la siguiente carrera. No siempre se encontraba en la línea de salida, pero dadas sus declaraciones a los jockeys esa misma mañana, muchos esperarían vede allí.
Además, necesitaba pensar. Las reacciones de Cromarty y Harkness sugerían que allí podría tener algo a lo que aferrarse. Si se reunía con los demás ahora, si se unía a sus celebraciones, lo único de lo que estaba seguro era que no sería capaz de pensar. Suspiró, saludó al grupo en el palco, se dio media vuelta y se dirigió a la línea de salida.
Después de la última carrera de la mañana, un poco decepcionante tras la excitación de la tercera, y después de que el ganador recibiera el trofeo y la multitud comenzara a dispersarse, Dillon regresó al palco, a una habitación privada que había debajo de la larga estructura, y donde se celebraba la fiesta que le había anunciado uno de los mozos de Demonio.
Demonio y Flick habían alquilado la estancia, y habían reunido allí a todos los involucrados en el plan para brindar por el éxito. Deteniéndose en la puerta, Dillon oyó el murmullo de voces y las risas alegres. Para la mayoría de los allí presentes, hoy había sido su día, y todo había salido muy bien.
Para él, sin embargo, que Belle fuera la primera en llegar a la meta era sólo la primera batalla, una que habían ganado por total imprudencia de sus adversarios y por lo inesperado de su ataque. Si todo transcurría tal y como esperaban, y la red caía y el señor X con ella, entonces todo acabaría bien. Hasta entonces, no había nada seguro…
A pesar de todo, no resultaba difícil alegrarse por las victorias de ese día.
Abrió la puerta y entró; cerrándola a sus espaldas, miró a su alrededor. La estancia no era grande, por lo que se encontraba abarrotada. Dillon observó las caras y reconoció a sus mozos y a los de Demonio; a Eugenia, a Patrick, a Adelaide, a su padre, así como al resto de los miembros de la banda de los salvajes y temerarios, sin faltar los tres jueces del Jockey Club; dos estaban con su padre y el otro, lord Sheldrake, mantenía una animada conversación con Barnaby. Luego se detuvo en seco. Juró por lo bajo.
Flick y Pris estaban cerca de la entrada; las dos se dieron la vuelta y lo vieron.
—¡Aquí está! —Con una radiante sonrisa en la cara (una que Dillon absorbió y que sintió que le llegaba al alma), Pris se adelantó con rapidez para tomarlo del brazo.
—¡Por fin! —Flick se acercó también, lo tomó del otro brazo y lo arrastró hacia el interior de la estancia—. ¿Una copa?
Stan se apresuró a ofrecer a Dillon una copa de champán; Demonio se acercó con otra para Flick; Pris ya tenía una.
—¡Por Dillon y el éxito de su plan! —Flick levantó la copa.
—¡Por el juego limpio! —añadió Demonio, alzando la suya.
—¡Por la muerte de la araña! —Pris alzó la suya.
—¡Por Belle y todos aquellos que creyeron en ella! —gritó Rus.
Con una sonrisa fácil, Dillon levantó su copa.
—¡Por todos nuestros esfuerzos y el éxito de hoy!
Todos brindaron y luego bebieron.
Al bajar la copa, la mirada de Dillon se topó con la de Barnaby en el otro extremo de la habitación; una persona al menos, compartía sus reservas.
Cuando todos retomaron sus conversaciones, él bajó la vista hacia Pris, que seguía colgada de su brazo; sus ojos de color esmeralda brillaban con alegría. Era un brillo diferente; Dillon sólo tenía que mirada para saber que ella se sentía —por primera vez desde que la conocía— libre de preocupaciones. Como debería ser.
Sonriendo profundamente, con el corazón henchido ante la evidente felicidad de ella, la tomó de la mano para llevarla hasta un rincón lejos del gentío.
—Barnaby me contó que Crom casi te pilla.
Por fortuna, Barnaby lo había mencionado después de asegurar que todo había ido bien, así que él no había reaccionado como habría sido de esperar, algo que agradecía de corazón.
La sonrisa de Pris no perdió intensidad, pero sus ojos se agrandaron.
—Gracias a Dios, él estaba allí… Me refiero a Barnaby, claro. Entretuvo a Crom cuando iba a entrar en los establos. Yo estaba en mitad del pasillo con Black Rase, jamás hubiera podido escabullirme si Barnaby no hubiera intervenido.
—Es muy útil en esa clase de situaciones. ¿Cómo te fue?
Pris estuvo encantada de contárselo; Dillon la escuchó, no sólo sus palabras sino la cadencia de su voz, las notas más ligeras del suave acento irlandés que nunca dejaba de fascinarle, el deje de felicidad que reflejaba su ánimo alegre.
Nunca le había oído antes ese tono tan ligero y alegre; el sonido le llegó al corazón y lo enterneció de una manera indescriptible y misteriosa.
—¿Y tú qué tal? —Fijó la mirada en él—. ¿Cómo te fue con Harkness?
Se lo contó todo, luego se enderezó, mirando por encima de la multitud.
—Hablando de Harkness, ven y hablemos con Barnaby. Hay algo que debo contarle.
Tomándola de la mano, la guio entre la multitud, deteniéndose cuando ella insistió en que probara los sándwiches y delicias que se habían dispuesto sobre una mesa. Con un plato en una mano y la suya en la otra, se abrieron paso entre la gente, parándose para dar las gracias a los mozos de Demonio, y a los suyos propios que se encontraron en el camino.
Los tres jueces se acercaron a él para felicitarlo, estrechándole la mano y dándole palmaditas en el hombro. No sólo estaban complacidos sino profundamente agradecidos por el resultado de las acciones de Dillon, por la pronta actuación de este a la petición del comité de que investigara los rumores.
—Les has arreado un golpe mortal a los estafadores que plagan nuestra industria. Bien hecho, muchacho. ¿Qué más podemos pedir? —Lord Canterbury le palmeó el hombro de nuevo—. Ni siquiera tu padre podría haberlo hecho mejor.
Estaba claro que alguien les había contado todo. Dillon se preguntó quién habría sido.
El general estaba sentado al lado de Eugenia. Tras aceptar las cariñosas felicitaciones de esta, Dillon intercambió una mirada con su padre que simplemente le sonrió.
—Bien hecho, muchacho. Correr el riesgo fue la mejor decisión que pudiste tomar.
Sin apartar la mirada de los sagaces ojos de su padre, Dillon le estrechó la mano, se la sostuvo un momento, y luego, con una sonrisa, se la soltó. Si su padre se lo había contado a los jueces, era porque había sentido la necesidad de protegerle, de asegurarse de que a pesar del riesgo, no sufriera ninguna repercusión innecesaria. Algo comprensible, pero…
Dejando las dudas a un lado, permitió que Pris lo condujera junto a Barnaby, que hablaba con Rus, Adelaide y Patrick.
Pris se mantuvo al lado de Dillon mientras intercambiaba impresiones, comentarios y anécdotas con el grupo mientras volvían a revivir su glorioso plan. Ella no podía dejar de sonreír; no podía recordar cuándo había sido la última vez que había sentido su corazón tan alegre y liviano. Prácticamente saltaba de felicidad y tenía que hacer un esfuerzo para no dar brincos.
—No puedo creer que se haya acabado. —Adelaide le dirigió a Dillon una sonrisa radiante, luego volvió la mirada a Rus que estaba a su lado—. Es un alivio.
Tras sonreír a Pris, Rus bajó la mirada hacia Adelaide y le tocó la nariz con un dedo.
—Bien está lo que bien acaba.
Pris se rio y se mostró de acuerdo. Dado que los ojos de Adelaide chispeaban y que su hermano no era ciego, Pris comenzaba a sospechar que él no era tan ignorante de los sentimientos de Adelaide como fingía ser. En realidad, se preguntaba si Rus no habría hecho ya sus propios y descabellados planes al respecto.
Esperaba que así fuera. Durante el año anterior había llegado a la conclusión de que Adelaide era la mujer adecuada para él. Era tranquila, sensata —un ancla para su vivo temperamento—, pero a pesar de eso no era débil ni se desmoronaba fácilmente. Tenía una increíble fuerza interior. Sería la roca sobre la que Rus podría edificar su vida.
Levantando la vista, Pris se encontró con la mirada de Patrick y vio allí una especulación similar. Esbozó una amplia sonrisa que Patrick devolvió con una inclinación de cabeza.
Él miró a Rus.
—Ibas a presentarnos al jefe de establos de Cynster.
Apartando la mirada de la cara de Adelaide, Rus parpadeó, y luego asintió con la cabeza.
—¡Sí, claro! Vamos… Está allí.
Dirigiéndole una sonrisa a Pris, Dillon y Barnaby, Rus guio a los otros dos.
Para sorpresa de Pris, Barnaby se transformó ante sus ojos; fue un cambio drástico, como si hubiera dejado caer su máscara afable para revelar la mente perspicaz que había detrás de ella.
—¿Qué pasa? —Barnaby fijó sus ojos azules en la cara de Dillon y enarcó las cejas.
Pris miró a Dillon a tiempo de ver cómo sus labios se curvaban en una mueca sardónica pero mortalmente seria.
—Lo cierto es que hubiera preferido que el éxito de nuestros planes hubiera quedado entre amigos, y que cualquier recriminación futura se concentrara en Cromarty y Harkness, y no llegara más allá. Pero… —Mirando a los tres jueces que se encontraban al otro lado de la estancia, Dillon hizo una mueca.
—Pero está claro que no podía ser —continuó Barnaby—, y con un poco de suerte habremos conseguido mermar las fuerzas del señor X lo suficiente para que se retire a lamerse las heridas en vez de planear una venganza.
La voz de Barnaby se fue desvaneciendo al final de la frase. Pris frunció el ceño cuando se percató que miraba —¿con pesar?— a Dillon.
Dillon percibió su mirada y arqueó las cejas con rapidez.
—Exacto —acordó en voz baja—. Los bastardos son mucho más peligrosos cuando sienten que no tienen nada que perder.
Barnaby hizo una mueca.
—Cierto.
—Sin embargo —continuó Dillon con firmeza—, te cuento esto por una razón. —Sostuvo la mirada repentinamente alerta de Barnaby—. Desde el principio hemos aceptado que Cromarty y Harkness no querrían incriminarse, que se resistirían, a pesar de los incentivos que pudiéramos ofrecerles, a contarnos más, como por ejemplo, quién es el señor X. Después de presenciar sus reacciones cuando ganó Belle, creo que deberíamos volver a replantearnos nuestras suposiciones.
Los ojos de Barnaby brillaron.
—¿Piensas que cantarán?
—Creo que, con un poco de persuasión por nuestra parte, podrían considerar que autoincriminarse sería el mal menor.
—¡Oh! Bien, entonces… —Barnaby se frotó las manos—, ¿cuándo piensas ir a visitarles?
—He hecho que los jueces los inviten, por separado, a una entrevista… Están en el Jockey Club esperando a que yo llegue.
—Ah… —Barnaby asintió, comprendiendo—. En ese caso, démosles un par de horas más para que piensen en el futuro.
—Es justo lo que yo pensaba.
Pris lo había escuchado todo sin decir nada, con la sonrisa feliz aún puesta en su lugar, pero mordiéndose la lengua. Deseó exigir un papel en los interrogatorios de Cromarty y Harkness —como mínimo un lugar donde escuchar—, pero… eso no era posible. Tal petición sería irrazonable, difícil de arreglar…, y mientras antes se había sentido parte del equipo, ahora… ahora que había liberado a Rus de cualquier amenaza, su parte en la aventura había llegado a su fin.
Y Dillon seguiría adelante sin ella, como debía hacer. Barnaby y él perseguirían al señor X hasta donde pudieran. Era lo que se esperaba de ellos, y por supuesto, no podían hacer otra cosa, aun así…
Pris ya no tendría lugar en ese juego. El solo pensamiento le hizo sentir una punzada de tristeza, pero se obligó a reprimirla. Mantuvo su expresión alegre, y sonrió de manera alentadora cuando Dillon la miró.
En ese momento, apareció Demonio, tranquilo como siempre, como si mirara a la multitud desde una altiva pero benevolente condescendencia. Deteniéndose al lado de Dillon, inspiró y luego le dijo:
—Fui yo quien se lo contó a los jueces del club.
Dillon lo miró fijamente y luego arqueó las cejas. Demonio sonrió débilmente.
—Ya observaste a Cromarty y a Harkness…, pero no viste cuánta más gente los observaron también, cuántos se vieron asaltados por repentinas sospechas. No contarles a los jueces lo que había pasado se hizo imposible en ese momento. ¡Caramba! Cromarty parecía enfermo, y Harkness no era capaz de sonreír. Todos con un mínimo de conocimiento supusieron al instante que algo había ocurrido. Cuando me acerqué a los jueces, los tres se me echaron encima… Estaban deseosos por conocer la verdadera historia. Por supuesto, como Sheldrake fue lo suficientemente honesto para decir, no habrían querido saberlo si tu plan hubiera fracasado, pero como ese no fue el caso… Al menos, de esta manera, la historia que circulará será vista con buenos ojos. —Demonio se encogió de hombros—. Si al menos los jueces mantuvieran la boca cerrada, pero eso sería esperar un milagro.
Barnaby bufó.
—Si hay algo que he aprendido durante mi breve estancia en Newmarket es que en este deporte proliferan los rumores. Murmuraciones, noticias, especulaciones. Sin eso, nada funcionaría.
Demonio y Dillon intercambiaron una mirada, luego sonrieron.
Pris había seguido la conversación… más o menos. Comprendía la postura de Dillon de que mientras menos gente conociera el plan —hubiera salido este bien o no—, mejor; lo que no podía comprender era por qué Demonio había creído necesario contárselo todo a los jueces del club, que no tenían fama de ser precisamente discretos. ¿Qué era lo que le había impulsado a no mantener en la ignorancia a los jueces? ¿Por qué había decidido que contar la verdad era más importante que guardar el secreto de Dillon?
Todo el mundo era feliz, todos estaban contentos de que el plan hubiera salido tan bien; ahí no estaba el problema… La duda, la incógnita, eso era lo que más le preocupaba. Todavía sonreía cuando Flick los animó para que se unieran a ellos. Pris tomó nota mental de preguntarle más tarde a Dillon.
Levantó la mirada hacia él. ¿Más tarde cuándo? ¿Esa noche? Dillon no había acudido al cenador ninguna de las últimas tres noches. Sabía que había estado ocupado con la preparación de los planes, pero ahora, todo eso había terminado y el triunfo ya era suyo. ¿Acudiría esa noche a celebrarlo en privado con ella?
El corazón le dio un brinco, se le tensaron los nervios y casi se quedó sin aliento. Al darse cuenta de que Flick le estaba hablando, se forzó a regresar al presente y se obligó a prestar atención.
—Sabes qué es lo que quiero. —Flick se apoyó en el brazo de su marido, y le dirigió una brillante mirada azul y una sonrisa provocativa—. Y sabes que tú también lo quieres, así que no gruñas.
Todos miraron a un lado cuando se acercó Rus con Adelaide del brazo.
—Y aquí está. —Flick le dirigió a Rus una sonrisa y le dio a Demonio un codazo.
Demonio suspiró, pero sonrió. Miró a Rus.
—Mi esposa quiere que te diga que llevamos algún tiempo buscando un ayudante de entrenador y que nos gustaría que tú ocuparas el puesto.
La cara de Rus se había quedado pálida ante las palabras «ayudante de entrenador». Cuando la voz de Demonio se desvaneció, Rus no sonrió, se sonrojó.
—¡Sí! Quiero decir que será un honor… ¡Por supuesto que sí!
Con sus ojos verdes chispeando de entusiasmo, Rus estrechó la mano que Demonio le ofrecía.
Observando el deleite de su gemelo, Pris se sintió orgullosa, y también otra cosa, algo inesperado. Qué humillante… ¿cómo podía sentirse celosa de que Rus hubiera obtenido finalmente todo lo que había soñado? Horrorizada, enterró esa intensa y antinatural emoción. Su sonrisa que no había vacilado se hizo más amplia para demostrar su alegría.
—¡Es maravilloso!
Rus soltó a Adelaide, a quien había abrazado y que había chillado mostrando su alegría, y se giró hacia ella. Pris lo abrazó con fuerza, y aprovechó el momento para susurrar:
—Incluso papá comprenderá el honor que supone este puesto.
Rus la miró a los ojos apretando los labios. Le devolvió el abrazo y luego la soltó.
Se volvió hacia Flick.
—No lo lamentaréis. —Tomó una de sus manos entre las suyas—. Trabajaré tan duro como pueda. —Su mirada encendida incluyó a Demonio—. Será una enorme placer trabajar para ambos.
Pris escuchó el balbuceo de su gemelo; podía sentir lo feliz que estaba.
Adelaide se acercó a su lado. Ella también observaba a Rus.
—Estoy tan contenta. Es justo lo que él quería, ¿verdad? —Miró a Pris que asintió con la cabeza. Volvió a observar a Rus al tiempo que preguntaba—: ¿Qué crees que dirá tu padre?
Era lo mismo que había estado pensando ella.
—Sin duda intentaré que lo comprenda, no es sólo el puesto que le ofrecen, sino el honor que le conceden. Nunca lo ha visto desde esa perspectiva, ¿sabes?
—Lo sé. —Una sombría determinación tiñó el tono suave de Adelaide—. Tendrá que aceptarlo.
—Eugenia también ayudará. —Pris miró a su tía, sentada junto al general. Parpadeó y agudizó la vista; la sonrisa de Eugenia era cálida, y se apreciaba una tierna admiración en los ojos del general.
Pris miró a Dillon. ¿Acaso era la única que no se había dado cuenta?
—En realidad, he estado pensando. —La mirada de Adelaide también estaba fija en Eugenia y el general—. La tía Eugenia ha disfrutado mucho de su estancia en Newmarket. —La mirada de Adelaide se desvió a Rus—. He pensado en sugerirle que después de ir a Londres, y acompañarte a casa, podríamos regresar aquí. Todos sabemos que Rus es su favorito, no querrá perderlo de vista, ¿no crees?
Pris no pudo contener la sonrisa; era obvio que Adelaide no quería perderse ninguna oportunidad de verlo. Le apretó el brazo.
—Creo que es una buena idea. De hecho…
Se interrumpió. Tras un momento, Adelaide la miró de manera inquisitiva.
—¿De hecho… qué?
Sin perder la sonrisa, Pris negó con la cabeza.
—No importa.
Había estado a punto de sugerir que ella, también, estaría encantada de regresar a Newmarket, luego había recordado la realidad. Dillon y ella no eran Rus y Adelaide; ni siquiera Eugenia y el general, cuya relación, a los ojos de Pris, estaba basada en un cariñoso compañerismo y no en la pasión. Dillon y ella…
Su unión había surgido en un momento inesperado, un compromiso que había surgido de la imprudencia, de la irresponsabilidad, del deseo irreflexivo que crepitaba y ardía entre ellos. Una fuerza irresistible que los había arrastrado a ambos. No era que su relación hubiera nacido de la pasión, sino que era pasión pura. Sólo pasión.
Era algo efímero, insustancial. Algo que, sin duda, desaparecería con el tiempo.
Volvió a mirar a Dillon. Rus, Flick y Demonio estaban inmersos en una discusión sobre caballos, con Adelaide escuchándoles arrobada. Dillon y Barnaby mantenían sus cabezas juntas, sin duda alguna tramando cuál sería la mejor manera de sacar toda la información que pudieran de Cromarty y Harkness.
Pris miró a su alrededor, sólo había caras sonrientes. Todavía se respiraba en el ambiente la alegría por el éxito conseguido.
Todo había salido bien; todas sus oraciones habían sido escuchadas, y respondidas con creces. Desde los jueces del Jockey Club, hasta el general, desde Demonio y Flick a Rus, Adelaide y Eugenia, incluso Barnaby…, todos habían obtenido la recompensa que se merecían.
De una manera u otra, todos habían corrido un riesgo, y también habían ganado más de lo que pensaban. Y no cabía duda de que Dillon y Barnaby esperaban ganar todavía más, querían desenmascarar al malvado señor X.
En cuanto a ella… Inclinó la cabeza y su mirada se volvió distante cuando miró a Dillon y recordó cuáles eran sus propósitos al llegar a Newmarket. Había encontrado a Rus, lo había ayudado a salir del lío en el que sin querer se había visto metido, y ahora tenía el placer de ver cómo sus sueños se hacían realidad. Eso ayudaría de manera inconmensurable a reconciliarle con su padre, y luego la familia volvería a estar en paz. Todo estaría bien en su vida, salvo por…
Un pequeño detalle, un inesperado regalo que el destino le había concedido.
Volvió a centrar la atención en Dillon, dejó que sus ojos se empaparan de su oscura belleza, esos rasgos tan bien parecidos que habrían sido demasiado perfectos si no hubiera sido por la intensa virilidad y sensualidad que ondeaba, como una advertencia, bajo la suave fachada.
Al mirarlo sintió la respuesta en su interior, sintió que se estremecía su corazón y también su alma. Sintió el vínculo que se volvía más fuerte y más profundo cada día, cada noche, cada momento que pasaban juntos.
¿Un tesoro o una maldición? ¿Qué le deparaba el destino? Cuando todo eso terminara y se separaran, ¿qué sucedería entonces?
¿La había bendecido el destino o la había condenado? Sólo el tiempo lo diría.
Y el tiempo para ella, para ellos, se había acabado.
De repente, en medio toda aquella alegría, de toda aquella felicidad, sintió el corazón como si fuera de plomo.
Como si él lo presintiese, Dillon levantó la vista, clavando una mirada inquisitiva en ella.
Ella esbozó una leve sonrisa, obligándose a respirar con calma, luego se apartó de Adelaide para reunirse con Barnaby y Dillon.
—¿Habéis decidido ya cómo vais a abordados? —Intentó que su voz sonara entusiasta.
Barnaby sonrió ampliamente antes de asentir.
Dillon continuó estudiándola; Pris no se atrevió a leer en esos ojos oscuros por si acaso él leía en los suyos. No sabía lo que él pensaba, o por qué él, de repente, la había mirado de esa manera, por qué se mantenía callado, permitiendo que fuera Barnaby el que esbozase el plan.
—¿De verdad creéis que os darán el nombre del señor X?
—No de buena gana. Pero persuasión es mi segundo nombre —dijo Barnaby bromeando.
Ella soltó una risita, luego se giró cuando Rus, con Adelaide del brazo, se unió a ellos. Él aún bullía de alegría, apenas era capaz de creerse su buena ventura.
Dillon observó cómo Pris tomaba el pelo a su hermano ante su desbordante entusiasmo, riéndose cuando él, en broma, intentó desmentido, arguyendo que él sólo había aceptado el puesto para no herir los sentimientos de Flick. Guardó silencio mientras ella, Rus y Adelaide volvían su atención de nuevo a Barnaby y a los próximos interrogatorios… Casi podía convencerse a sí mismo de que nada malo ocurría, de que ese algo que sentía y que ponía en alerta sus sentidos, no tenía fundamento. Pero entonces se dio cuenta de que Rus miraba a Pris, y vio la misma preocupación que él sentía reflejada en los ojos verdes del gemelo de Pris.
Dillon volvió a mirar fijamente a Pris, pero, igual que su gemelo, no fue capaz de ver más allá del escudo protector que ella había levantado, reflejando una alegría y felicidad que, sencillamente, era demasiado brillante, demasiado buena, para ser cierta.
Algo preocupaba a Pris, y se lo ocultaba a él y también a Rus, pero eso a él no le importaba. Lo que de verdad le molestaba era que ella lo hacía deliberadamente, que lo dejaba fuera de su vida, sin querer contar con él para nada.
Barnaby lo miró.
—Deberíamos irnos ya. Si conseguimos un nombre, partiré de inmediato hacia Londres… Y sería mejor si lo hiciera antes de que oscurezca.
Dillon parpadeó, miró a Barnaby y asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
Retrocedió un paso e invitó a Barnaby a que lo precediera, luego volvió a mirar a Pris, pero ella ya observaba cómo se alejaba su amigo hacia la puerta.
Dillon esperó. Ella sintió que la miraba y volvió a esbozar aquella sonrisa falsa, pero no era eso lo que él quería ver.
Un frío helado invadió el alma de Dillon. No sabía lo que ella pensaba o sentía, lo que pensaba y sentía sobre él, sobre ellos. Había supuesto que… No, era lo suficientemente inteligente para saber que él no comprendía la mente femenina.
Esbozando una sonrisa, se despidió con una inclinación de cabeza. Estaba a punto de girarse y marcharse, cuando, de repente, supo que no podía irse de esa manera…
Rus y Adelaide se habían alejado; acercándose a Pris, capturó su mirada verde.
—¿Nos vemos esta noche?
Los ojos de Pris, fijos en los de él, se agrandaron. Durante un instante, ella se quedó sin respiración. Luego, cuando volvió a recuperar el aliento, le susurró:
—Sí. Esta noche.
La mirada femenina se deslizó por los labios de Dillon durante un fugaz instante, luego Pris se dio la vuelta y se alejó de él.
Dillon se obligó a moverse y a seguir a Barnaby hacia la puerta.
—No sé de qué habláis. ¿Qué hombre?
Harkness, con belicosidad y beligerancia, les fulminó con la mirada.
Lo habían interrogado primero; era un delincuente de la peor calaña, por lo tanto era quien podía cantar antes. Sin embargo, se había cerrado en banda y había vuelto a negar su implicación en todo aquello.
Dillon caminó hacia la mesa de madera detrás de la que Barnaby estudiaba a Harkness sentado en una silla frente a él. Le dio una palmadita en el hombro.
—Déjalo. Vamos a hablar con Cromarty a ver qué nos cuenta.
Harkness parpadeó. Hasta ese momento no había sabido que también habían retenido a Cromarty para interrogarlo.
Mientras seguía a Barnaby fuera de la habitación, Dillon miró por encima del hombro y observó a Harkness que había clavado la mirada en la pared que había enfrente y ya empezaba a morderse las uñas.
Dejando que los jueces vigilaran a Harkness, Barnaby y él se dirigieron a otra de las pequeñas habitaciones que se reservaban par las entrevistas con los jockeys, entrenadores y propietarios, y en ocasiones con la policía local.
Dillon siguió a su amigo al interior de la estancia. Al igual que con Harkness, Dillon presentó a Barnaby como un caballero con conexiones en el nuevo cuerpo de policía. Algo que era verdad, y por la manera en que Cromarty, sentado en una silla ante una mesa similar a la de Harkness, palidecía, estaba claro que había llegado a la conclusión de que Barnaby ostentaba toda clase de poderes no especificados. Precisamente lo que querían que pensara.
—Buenas tardes, lord Cromarty. —Sentándose detrás del escritorio, Barnaby abrió un bloc de notas. Sacando un lápiz del bolsillo de su abrigo, dio golpecitos en la página con él, luego miró a su señoría—. Vayamos al grano, milord. Ese caballero que es su socio, su socio capitalista. ¿Cómo se llama?
Cromarty parecía visiblemente incómodo.
—Ah… ¿Qué ha dicho Harkness? ¿Le han preguntado a él?
Barnaby ni parpadeó. Dejó pasar los segundos y luego dijo:
—¿Cuál es el nombre de ese caballero, milord?
Cromarty se removió inquieto en la silla y lanzó una mirada Dillon.
—Yo… Hum —tragó saliva—. Yo… Ejem, me lo impide el contrato. —Parpadeó y luego asintió con la cabeza—. Sí, así es… En el contrato que firmé me comprometía a no divulgar el nombre de ese caballero.
Barnaby enarcó las cejas.
—¿De veras? —Bajó la vista a su cuaderno, lo golpeó dos veces con el lápiz, y luego miró a Dillon—. ¿Qué opinas?
Dillon sostuvo su mirada durante un instante, luego miró a lord Cromarty.
—Quizá debería contarle una historia, milord.
Cromarty parpadeó.
—¿Una historia?
Dirigiéndose lentamente hasta detrás de la silla de Barnaby, Dillon asintió.
—Ciertamente. La historia de otro propietario que hizo tratos con ese caballero.
Aquello atrajo toda la atención de Cromarty; luego Dillon continuó paseándose por la habitación.
—El nombre de ese caballero era Collier, puede que lo haya conocido. Estaba registrado y sus caballerizas participaban en las carreras desde hace más de veinte años.
Cromarty frunció el ceño.
—¿De las Midlands? ¿Corría casi siempre en Doncaster?
—Ese mismo. O debería decir «era».
Cromarty tragó saliva.
—¿Era?
Su miedo fue casi palpable. Dillon asintió con la cabeza.
—Collier…
Le contó la historia de Collier, utilizando su voz y su tono grave para provocar más ansiedad en Cromarty. El caballero se los quedó mirando, blanco como el papel, con los ojos cada vez más abiertos. Dillon concluyó la historia con una descripción del cuerpo de Collier cuando fue encontrado muerto. Luego clavó la mirada en los ojos alarmados de Cromarty.
—Estaba muerto. Muy muerto.
El único sonido que se escuchó en la estancia durante los siguientes segundos fue el ruido de los pasos de Dillon que continuó caminando de un lado para otro de la habitación.
Una vez que Cromarty fue consciente de todas las implicaciones y el pánico se adueñó de él, Barnaby dijo en su tono más razonable:
—Por eso, milord, dado el resultado de la carrera de hoy, le aconsejaríamos que nos diga todo lo que sabe de ese caballero, comenzando por su nombre.
Cromarty paseó la mirada de Dillon a Barnaby; tragó saliva, luego, en el mismo tono con el que un hombre se enfrentaría al verdugo, dijo simplemente:
—Gilbert Martin. —Cromarty miró a Dillon—. Es el señor Gilbert Martin de Connaught Place.
Quince minutos después, tenían lo que equivalía a una confesión completa de Cromarty ante la presión de Dillon y de Barnaby, quienes le insinuaron cuál sería la reacción más probable de los corredores de apuestas menos honrados en cuanto comprendieran la gravedad de todo lo acontecido. Ante el panorama que le habían pintado, Cromarty les había contado todo lo que querían saber.
Con esos datos, regresaron con Harkness. Su resistencia duró sólo lo que le llevó a Dillon informarle de lo que Cromarty les había dicho. Harkness confirmó el nombre de Gilbert y su dirección, y también la descripción del hombre: era un caballero que se relacionaba con la sociedad, bien parecido, alto, de pelo oscuro, y más corpulento que Barnaby.
Harkness confirmó también sus fechorías. A diferencia de Cromarty, no suplicó piedad sino que indicó hoscamente que si tenía que elegir entre Newgate o ser conducido a las colonias, prefería esto último.
Ante ese comentario, Barnaby arqueó una ceja inquisitiva, y Harkness simplemente respondió:
—Tengo más probabilidades de sobrevivir en el otro lado del mundo.
Ya en el pasillo, Dillon avisó a los agentes de policía enviados por el magistrado, que había sido notificado un poco antes. Dejando a Cromarty y Harkness a su cargo, condujo a Barnaby a su oficina.
Tras dejarse caer en la silla de detrás del escritorio, observó cómo Barnaby se hundía pesadamente en el sillón con una absurda y beatífica sonrisa en la cara. Dillon esbozó una amplia sonrisa.
—¿Qué?
Barnaby le respondió con una sonrisa.
—No creí que llegaríamos a saberlo…, no me permitía creerlo. El señor Gilbert Martin de Connaught Place.
—¿Lo conoces?
—No. —Barnaby se encogió de hombros—. Pero no debe de ser difícil de localizar. Los caballeros que frecuentan la sociedad tienen tendencia a destacar por su ingenio.
—¿Hablas como un caballero que frecuenta la sociedad?
Barnaby sonrió ampliamente.
Dillon miró por la ventana. Eran casi las cuatro; pronto se pondría el sol y la luz perdería intensidad.
—¿Todavía estás dispuesto a irte a Londres de inmediato?
—Por supuesto. —Barnaby se levantó de un salto—. Sólo pensé que estaría bien pasar aquí unos minutos, justo donde todo esto empezó.
Dillon se levantó también y se acercó a él.
—¿Qué planeas hacer cuando llegues a la ciudad?
—Ir a casa. —Barnaby le contestó por encima del hombro—. Mi padre estará allí, será el primero con el que hablaré. Mañana visitaré a Stokes. Sigue este asunto con mucho interés… Estoy seguro de que querrá conocer las nuevas noticias.
Dirigiéndole a Dillon otra sonrisa —una de auténtico depredador—, Barnaby se detuvo en la puerta.
—¿Quién sabe? Una vez que atrapemos a nuestra araña, podríamos descubrir aún más cosas que desconocemos sobre sus extensas redes.
—Sinceramente, espero que no. —Dillon siguió a Barnaby al pasillo—. Ya he tenido suficiente de redes y arañas. Tengo muchas ganas de librarme de ellas.
«Por fin».
Cuando salió del Jockey Club al lado de Barnaby, Dillon meditó sobre ese último comentario, luego concentró todas sus energías en otro pensamiento, en otras redes completamente diferentes.
Unas con las que podría atar a él a una hembra salvaje e imprudentemente apasionada de una forma totalmente irreversible.