Capítulo 15

LOS siguientes días se dedicaron a concretar sus planes, afinándolos y puliéndolos a conciencia. Como Rus se alojaba en Carisbrook House, Dillon cortó de raíz las visitas nocturnas al cenador del lago. Sentía demasiado respeto por la conexión entre los gemelos para arriesgarse.

No sabía cómo reaccionaría Rus ante su relación con Pris, pero con los tres metidos en algo tan peligroso y secreto, ese no era el momento de averiguarlo. Sin embargo, se prometió a sí mismo que, a la primera oportunidad, le dejaría claro a Rus la naturaleza honrada de sus intenciones con Pris. No tenía sentido alguno que se crearan malentendidos innecesarios.

La misma relación social que había servido de excusa para que Pris y Adelaide visitaran Hillgate End, sirvió también de excusa para que Dillon frecuentara Carisbrook House y pasara allí unas horas. Barnaby regresó de Londres trayendo consigo los buenos deseos de todos los involucrados, incluyendo al inspector Stokes; todos estaban de acuerdo en que no debían dejar pasar la oportunidad de acabar con la trama.

Pris y Patrick se negaron en redondo a que Rus fuera sin compañía a donde Belle estaba escondida, así que los tres cabalgaban hasta la casa en cuanto juzgaban que Harkness y Crom habían partido hacia el Heath. Como Demonio había advertido, Flick apareció allí una mañana, vestida con pantalones y chaqueta, y su esposo pegado al flanco. Ese día se había encargado ella de la sesión de entrenamiento, ejercitando a Belle y elogiando a Rus, alentándole con diversos consejos.

Cuando Demonio vio a Dillon más tarde, le comentó entre gruñidos que Rus había hecho de todo menos postrarse servilmente a los delicados pies de su esposa; una postura que Dillon sabía que Demonio reservaba para sí mismo.

Todos se habían comprometido en cuerpo y alma —y en algunos casos, incluso habían comprometido la reputación— para llevar a cabo sus planes secretos según lo previsto. La franca valoración de Flick de que ella jamás había visto a una potranca de dos años tan buena como Belle, sirvió para aliviar el temor oculto de que a pesar de todos sus esfuerzos, Belle pudiera finalmente perder la carrera.

Rus había estado seguro en todo momento de que Belle llegaría en primer lugar; las palabras de Flick sólo sirvieron para convencer a todos los demás.

Tras concretar los detalles de cómo efectuarían el cambio, Dillon se pasó horas instruyendo a los mozos de cuadras de Hillgate End. Habían acordado que lo mejor sería utilizar el pequeño ejército que tenían a su disposición; llenar de caras familiares los alrededores de la pista, y los establos cercanos. Nadie sospecharía nada de su presencia el día de la carrera, pero a diferencia de los empleados de Demonio, ellos no realizarían tarea alguna.

Además, todos eran totalmente leales a los Caxton.

Y eso era algo vital. Sería imposible pasar desapercibidos si no contaban con la suficiente gente para cubrirlos, sobre todo si lo que se proponían hacer era algo no demasiado legal. Pero cuando Dillon les explicó a sus empleados lo que necesitaba que hicieran, se dio cuenta por sus reacciones de que todos daban por hecho que sus motivos estaban justificados, y que, a pesar de las apariencias, él no se había apartado ni un ápice del buen camino.

Dillon agradeció ese apoyo incondicional, pero también se sintió humilde. Esa fe ciega en él sólo consiguió que estuviera más determinado que nunca a asegurarse de que, el segundo día de octubre, toda la trama hiciera aguas.

Su padre y él habían barajado la posibilidad de contárselo todo a los tres jueces del Jockey Club: el comité que supervisaba las carreras y las reglas del club. A pesar del riesgo, decidieron no decir nada; no estaban del todo seguros de que los jueces guardaran silencio.

Y mucho menos a tan pocas horas de las primeras carreras.

El primer día de octubre amaneció despejado. Las primeras carreras del día serían las de los caballos de cinco, seis y siete años, seguidas por una serie de actos patrocinados de manera privada. Con el buen tiempo, prevaleció la atmósfera festiva. Dillon, el general, Flick y Demonio pasaron la mayor parte del día cerca de la pista. Eran iconos locales y su ausencia hubiera sido motivo de especulación; a esas alturas no podían permitirse el riesgo de levantar sospechas.

Por su parte, Pris, Rus y Patrick tenían estrictamente prohibido deambular por los alrededores de Newmarket. Los dos primeros, porque había llegado mucha gente de Londres y de Irlanda, y el riesgo de que alguien los reconociera era cada vez mayor. En cuanto a Patrick, le habían delegado la misión de asegurarse que el salvaje y temerario dúo no hiciera ninguna de las suyas como unirse a la multitud.

A medida que transcurría el día, todos sin excepción se sentían invadidos por la impaciencia, deseosos de que llegara el día siguiente. Debido a las numerosas carreras, la de las potrancas de dos años en la que participaba Belle había sido programada para el segundo día. La sesión matutina comprendía cinco carreras, y todas se corrían en las pistas centrales, generando una considerable excitación entre las hordas de caballeros y el exclusivo grupo de damas que se habían acercado a Newmarket, el hogar del deporte rey.

El sol se puso y el lunes llegó a su fin. La noche cayó sobre Newmarket, dejando al pueblo sumido en un brillante mar de lámparas que iluminaban las fiestas, las cenas, y cualquier tipo de entretenimiento que se hubiera dispuesto en los alojamientos de los asistentes. Pero más allá del pueblo, más allá de las casas, en los alrededores de la pistas y por encima del Heath, descendió una silenciosa oscuridad que lo cubrió todo.

Una hora antes del amanecer, la oscuridad y la fría bruma matinal lo envolvían todo. Esa mañana de martes, las caballerizas Cynster abandonaron sus cálidos establos a la intempestiva hora de las cuatro de la madrugada. Bajo la supervisión de Demonio, con Flick montada a su lado, comenzaron un lento recorrido hacia los establos de las pistas. Acostumbrados a trabajar muy temprano en los campos de entrenamiento, los caballos se mostraban impasibles, lo suficientemente tranquilos como para recorrer a paso lento los caminos junto a los mozos de establos que los llevaban cogidos de las riendas.

Cuando la recua de los seis competidores, los acompañantes y sus monturas alcanzaron la entrada de Hillgate End, otro par de caballos emergió de las sombras y se convirtió en uno más del grupo mayor.

Con los labios apretados, Demonio saludó con la cabeza a la pequeña figura que montaba uno de los caballos de Flick; despeinada, con una gorra de tela calada hasta los ojos y un pañuelo cubriéndole la garganta y la barbilla, Pris sostenía las riendas de Belle en una mano. Conducía a la potranca en la que habían depositado todas sus esperanzas a las pistas con los hombros un poco caídos; era imposible distinguirla a primera vista de los mozos que guiaban los caballos de Demonio y Flick.

Su papel en el plan había sido uno de los puntos más discutidos.

Dillon, Rus, Patrick, Barnaby y el propio Demonio habían expuesto todas las razones por las que ella no debería ser «el mozo» de Belle, quien se encargaría de guiar a la potranca a las pistas, meterla en los establos y realizar el cambio con la otra potrilla negra. Era el papel más peligroso además de ser el más importante de todo el plan.

Habían gritado y despotricado, sólo para ceder ante el cáustico comentario de Flick de que Pris era la única capaz de llevar a cabo aquella misión. Admitir que tenía razón había sido doloroso, sobre todo para Dillon y Rus, pero no habían tenido elección.

Belle había establecido un vínculo muy estrecho con Rus; confiaba en él sin reservas y lo seguiría a donde quiera que este fuera. Desafortunadamente, a la potranca no le gustaba que Rus la dejara, y cada vez que lo hacía, relinchaba y coceaba en su establo, todo un repertorio equino, muy femenino por otra parte, para que volviera con ella.

Rus no podía llevarla a los establos de Figgs ni intercambiarla por la otra potrilla. Belle no lo consentiría, sino que crearía tal revuelo que todos, incluido Crom, irían corriendo a comprobar qué ocurría. Y como Rus no podía arriesgarse a ser visto por Harkness o Crom, en especial cerca de Belle o de su doble, sencillamente no podía encargarse de esa tarea.

Al principio, nadie se había percatado del problema que acabaría convirtiéndose en una amenaza para el plan; cuando habían intentado obligar a Belle a ser conducida por uno de los mozos de Dillon, descubrieron que la potranca se volvía recelosa y desconfiada y se negaba a ser guiada. No le había gustado ser abandonada en un establo aislado y no estaba dispuesta a seguir dócilmente a cualquiera.

Habían probado todos, incluso Barnaby. A la única persona que Belle aceptó fue a Pris, probablemente porque ella podía hablarle con el mismo tono suave que su gemelo: la cadencia de su voz, así como su acento, era muy similar al de Rus, o por lo menos eso parecía a los oídos equinos.

Belle reconocía en Pris a una amiga. Y caminaba feliz si era ella quien la guiaba; y además, con una ecuanimidad perfecta, permitía que Pris la metiera en un establo y se marchara, incluso cuando Pris sacaba a otro caballo.

Que Pris la dejara sola era algo que aceptaba con facilidad; que lo hiciera Rus no.

Las maldiciones y comentarios masculinos ante tal perfidia femenina habían durado horas, pero nada podía cambiar el hecho de que era Pris quien tenía que encargarse de ello.

La tarde anterior, Pris había acudido al criadero, y había sido entrenada por Demonio, Flick, Rus y Dillon para saber cómo reaccionar y comportarse ante diversas situaciones. Echándole una mirada mientras continuaban a paso lento, Demonio rogó en silencio, esperando haber cubierto todas las eventualidades posibles. Miró a Flick que montaba a su lado. Aunque a regañadientes, hubiera preferido que fuera ella quien ocupara el lugar de Pris; Flick se había criado en las pistas de Newmarket, sabía todo lo que había que saber sobre los establos y las carreras diurnas…, sabía todo lo que Pris no conocía.

El camino llegó al límite del Heath; en lugar de continuar por el terreno llano, la comitiva atravesó el césped —donde el tranquilo ruido de los cascos se convirtió en un sordo murmullo—, enfilando en línea recta hacia las pistas, lo que suponía una distancia considerablemente más corta para sus corredores.

Al dejar atrás los árboles, el aire parecía más frío, y la niebla cubría todo el paisaje con un manto helado. Demonio levantó la cabeza, aspiró el débil aroma de la brisa y estudió las nubes. Haría un buen día; en cuanto el sol estuviera en lo alto, la niebla desaparecería por completo. Era un día perfecto para correr.

Volvió a mirar a Pris y la vio tiritar. Él llevaba puesto un grueso abrigo; Flick iba bien abrigada con una gruesa pelliza. Pris llevaba una vieja chaqueta gastada que no era lo suficientemente gruesa para mantener a raya el frío matutino, pero tenía que parecer el mozo de establos que fingía que era. Apretando la mandíbula, Demonio se obligó a apartar la vista.

Pris no sabía a ciencia cierta si la tiritona tenía algo que ver con la fría neblina. Estaba tan tensa que era un milagro que su caballo no se agitara y corcoveara de impaciencia. Y estaba nerviosa, mucho más de lo que lo había estado nunca.

A su lado, Belle trotaba a buen ritmo, contenta de estar entre los de su clase de nuevo. Levantaba la testuz cada dos por tres mientras miraba hacia delante, casi como si pudiera oler las pistas. Al observar a Rus entrenada esos últimos días, Pris había descubierto que a algunos caballos simplemente les gustaba correr, y Belle era uno de ellos; parecía ansiosa por llegar a las pistas, correr y ganar.

Todo dependía de que la potranca diera lo mejor de sí misma, pero tras los últimos días, esa era la menor de sus preocupaciones. Meter a Belle en los establos y sacar al otro caballo sin que Crom lo descubriese, y sin que Rus hiciera nada para llamar la atención sobre su persona, eran los obstáculos más grandes que debían superar.

Aparte de algún comentario extraño entre los mozos, algún resoplido ocasional de los caballos, y los tintineos de los arneses, la comitiva avanzaba en silencio a través de la amplia extensión de césped.

Finalmente, los primeros establos de los alrededores de las pistas se materializaron entre la difusa niebla. Aguzando la vista, Pris vio algunas figuras esperando, un caballero con un gabán y tres mozos que sujetaban las riendas de tres purasangres.

Miró a Demonio que cabalgaba junto a Belle. Él captó su mirada.

—Espera a que estemos más cerca.

Pris asintió. La comitiva se acercaba en fila hacia la parte delantera de los establos, frente a las pistas.

—Ahora.

Ante la tranquila orden de Demonio, ella se desvió del grupo con Belle. Los mozos que la rodeaban redujeron su marcha para dejada pasar. Manteniendo el mismo paso tranquilo, Pris se dirigió hacia los jinetes de detrás del establo; la oportuna orden de Demonio había propiciado que Belle y ella sólo fueran visibles el tiempo justo que tardó en doblar la esquina de los establos y unirse al otro grupo.

Dillon la estaba esperando con Rus. Su gemelo le sonrió brevemente, un gesto de ánimo más que de otra cosa. Ella le devolvió la sonrisa un poco tensa. Rus se colocó a su lado, guiando a uno de los tres viejos caballos que Demonio y Flick les habían prestado. Las elegantes líneas de los viejos purasangres los convertían en el perfecto camuflaje para Belle cuando la rodearon. Caminando detrás de Rus, el grupo pasó por la parte trasera de los establos algo distantes de las pistas, en el anillo exterior de las cuadras. Para cualquiera que los viera, parecerían un grupo de corredores dirigiéndose a unos de los establos situados en la parte periférica de las pistas.

Los mozos y los corredores de apuestas más madrugadores los vieron, pero su atención se desvió con rapidez hacia los establos cercanos a las pistas cuando se propagó el rumor de que los purasangres Cynster habían llegado temprano. Todos dejaron de prestar atención al pequeño grupo y corrieron a echar un vistazo.

Dillon, montado como siempre en su enorme caballo negro, cabalgaba al lado de Pris. Aparte de buscarse con los ojos e intercambiar una mirada intensa y directa, él se había limitado a cabalgar a su lado. No le había dirigido ni una sonrisa; su rostro bien podría estar tallado en granito, ya que su expresión se había vuelto de piedra. Estaba vestido para pasar el día en las pistas. Su papel era velar porque cada parte del plan saliera bien, y si algo se torcía, intervenir e imponer su autoridad para desviar la atención donde fuera necesario.

En la última reunión, la noche anterior, él había esbozado brevemente lo que ellos —y sobre todo él— harían una vez que Belle estuviera segura en la cuadra que le correspondía. Mientras que para el resto del grupo su misión habría concluido, él tendría que continuar, al menos hasta que la carrera de Belle finalizara.

Siguieron hacia delante con un trote lento; Pris intentó llenar los pulmones de aire, pero sentía como si tuviera una losa en el pecho. Cada dos por tres miraba a su alrededor, temiendo ver aparecer a Harkness y a Cromarty, aunque tenía la certeza de que se habían retirado tarde a la granja Rigby la noche anterior y había pocas probabilidades de que aparecieran antes de una hora.

Dillon había dispersado a todos sus mozos de cuadra el día anterior para que espiaran los movimientos de aquellos que tenían que ser vigilados. Había sido una suerte que Harkness hubiera ido a ver a Belle al medio día, antes de regresar a las pistas; eso les había permitido llevar a la potrilla por la tarde al criadero Cynster y entrenarla en la pista privada bajo el ojo experto de Flick. Luego la habían conducido a los establos de Hillgate End, donde había pasado la noche.

El cielo comenzó a iluminarse, cambiando del negro al índigo y luego al gris. El grupo pasó ante otro establo, continuando su lento camino hacia los establos de Figgs, donde los caballos de Cromarty que correrían ese día habían pasado la noche.

Ese había sido otro golpe de suerte. Al haber alquilado un lugar barato lejos del Heath, Cromarty no podía conducir a sus caballos a las pistas el mismo día de la carrera. Tenía que llevarlos la tarde antes y alojarlos esa noche en los establos dispuestos para tal fin. De no haber sido así, el tiempo del que hubieran dispuesto para intercambiar a Belle y a su doble se habría recortado y hubiera sido casi imposible llevar a cabo el plan.

Contuvieron la respiración cuando los establos de Figgs aparecieron ante ellos; estaban cada vez más cerca. Pris rezó para que le diera tiempo —según los demás tenía de sobra— de meter a Belle en el establo y sacar a la otra potrilla sin que ningún trabajador de Cromarty se fijara en ella.

Dillon se adelantó con Salomón; Rus cruzó una mirada con él y redujo la marcha. Se detuvieron detrás de los establos colindantes con los de Figgs. Todos se apearon, entregándoles las riendas a los mozos de Dillon, los otros dos muchachos que los acompañaban. Estos se quedaron con los caballos, manteniendo oculta a Belle entre los purasangres más grandes, mientras Rus, Pris y Dillon se acercaban a la esquina del edificio.

Un rápido vistazo y doblaron la esquina, pero no avanzaron más. Pris y Rus se apoyaron contra el lateral del establo, aparentando ser dos mozos que sólo pasaban el tiempo hasta que fueran requeridos. Dillon estaba delante de ellos, al parecer charlando; el abrigo que llevaba, que le llegaba hasta las pantorrillas, ocultaba parcialmente a Pris y a Rus. Desde donde se habían detenido podían ver la fachada de los establos de Figgs, casi enfrente de ellos. Por desgracia, no podían ver las puertas principales de los establos, sólo el patio delantero, pero no podían arriesgarse a buscar un ángulo mejor, ni a acercarse más por el lateral; eso los haría demasiado visibles.

Además de las puertas principales que daban a la pista, y localizadas en la parte delantera del establo, en el lugar más alejado de ellos, el establo de Figgs, como la mayoría, tenía otra en el lado contrario, a unos quince metros de donde ellos estaban parados. Ni las puertas principales ni las traseras estaban cerradas con llave —el fuego era una amenaza real, y los caballos de carreras demasiado valiosos— por lo que los propietarios contrataban vigilantes nocturnos cuando no tenían empleados a los que encomendar la tarea, como Crom había hecho la noche anterior y la anterior a esa.

Mirando por encima del hombro, Dillon escudriñó el área delante del establo, notando que dos de sus mozos deambulaban por allí…, prestos a intervenir si fuera necesario. Barnaby vigilaba entre las sombras del establo de al lado, disfrazado de corredor de apuestas; su papel era coordinar cualquier intervención o provocar cualquier distracción que fuera necesaria para mantener alejados a Crom y al vigilante nocturno de los establos de Figgs el tiempo suficiente para que Pris cambiara a Belle y escapara.

Todos estaban en sus puestos, todos prestos a actuar, lo único que necesitaban era que Crom y el vigilante nocturno abandonaran el establo.

Dillon podía sentir crecer la impaciencia, fustigándolo con látigos invisibles. Podía percibir la misma tensión en los otros dos, incluso aunque sabían que debían mostrarse cautelosos; un momento de distracción o un acto impulsivo y sus planes se irían a pique.

Cerca de ellos, los alrededores de las pistas volvían a la vida. El cielo estaba ahora más claro, el gris oscuro previo al amanecer había dado paso a un tono entre rosado y plateado. El sol naciente teñía las nubes con una luz más fuerte, pero todavía no era lo suficientemente intensa para mostrar la escena con total claridad.

Las sombras se desvanecieron y ellos aún seguían esperando.

—Por fin —suspiró Pris, mirando a hurtadillas por encima del hombro de Dillon—. Ahí sale el vigilante nocturno.

Dillon echó un vistazo alrededor. El vigilante nocturno, un jockey demasiado mayor para correr, salía del establo arrastrando los pies, rascándose la cabeza, bostezando y desperezándose. Se detuvo en el patio, parpadeando, miró a su alrededor y luego se perdió rumbo a las letrinas más cercanas.

Fijando la mirada en uno de los ociosos mozos —la mayoría de los que merodeaban cerca de los establos de Figgs eran miembros de su propio «ejército»—, Dillon vio al mozo mirando en dirección a Barnaby, luego se apartó de la pared en la que había estado apoyado y siguió al vigilante nocturno.

Si el vigilante regresaba a su puesto antes de que hubieran realizado el cambio, el mozo los avisaría, y si no les daba tiempo suficiente para acabar su labor, había otro par de mozos apostados cerca de las letrinas con órdenes de intervenir y dejar fuera de combate al vigilante nocturno.

Dillon se volvió hacia Pris y Rus.

—Ahora falta Crom.

Era todavía temprano, incluso para un día de carreras; salvo para aquellos que intentaban ver a los caballos participantes —en especial de los de Cynster—, casi todos estaban con cara de sueño, preparándose para un nuevo día, pero ninguno estaba en su mejor momento para prestar atención a todo cuanto acontecía a su alrededor.

—¡Maldición! —Rus se puso rígido, luego juró entre dientes—. ¡Harkness! ¿Qué demonios está haciendo aquí tan temprano?

Dillon se giró para seguir la mirada de Rus, fija en el patio de la parte trasera de los establos de Figgs, al tiempo que se acercaba más a Pris para que siguiera permaneciendo oculta.

Harkness, grande, corpulento y moreno, se acercaba resueltamente desde uno de los postes donde los aficionados a las carreras podían atar a sus caballos. Estaba claro que los establos de Figgs eran su meta.

Dillon agarró a Pris por el brazo y medio arrastrándola volvieron a doblar la esquina —seguidos de Rus— hasta la seguridad de los caballos.

—Esperad aquí. —Su tono no admitía discusión—. Yo me encargaré de él. ¡Ceñiros al plan!

Sin esperar ninguna confirmación, Dillon volvió sobre sus pasos y se encaminó directamente hacia el patio delantero de los establos de Figgs, luego aflojó el paso hasta que pareció que estaba dando un paseo. Al pasar ante las puertas principales, echó un vistazo en su interior y observó movimiento… Parecía que Crom estaba en plena actividad. Llegando al callejón entre el establo de Figgs y el siguiente, vislumbró a Barnaby, que lo miraba con el ceño fruncido, recostado contra uno de los establos un poco más adelante. Dillon se detuvo y miró más allá de los establos, hacia la pista, examinando los alrededores como si estuviera supervisando el terreno y concluyera que todo estaba perfecto.

Harkness venía desde atrás, acercándose por el callejón entre los establos de Figgs y el siguiente. Dillon se había detenido justo por donde Harkness pasaría. Cuando las fuertes pisadas del hombre estaban cerca, Dillon se dio la vuelta. Con expresión neutra, recorrió a Harkness con la mirada, y lo saludó inclinando ligeramente la cabeza en un gesto educado pero ambiguo —un gesto al que Harkness correspondió con cautela—, y luego continuó caminando.

Dillon dio dos pasos, se detuvo y miró al hombretón por encima del hombro.

—Harkness, ¿no?

Harkness se detuvo, y miró a su alrededor. Dillon sonrió.

—¿Eres el entrenador de Cromarty?

Lentamente, Harkness se giró hacia él.

—Sí.

Dillon desanduvo sus pasos, con el ceño un poco fruncido.

—Llevo tiempo queriendo preguntarte cómo os ha ido esta temporada a su señoría y a ti.

La cara de Harkness no reflejaba nada, tenía una expresión rígida, y sus ojos saltones estaban vigilantes. Dillon paseó su inquisitiva mirada por la cara del irlandés; tras un momento, Harkness se encogió de hombros.

—Supongo que igual que la última, más o menos.

—Hum. —Dillon bajó la mirada como si estuviera considerando sus palabras—. ¿Entonces no habéis tenido problemas con el personal?

Al levantar la vista captó un destello de temor en los ojos de Harkness; definitivamente había reconocido a Dillon cuando estaba hablando con Pris —quien él creía que era Rus— en el Heath días atrás.

Dillon esperó, sin dejar de mirarlo de manera inquisitiva. Harkness cambió el peso a la otra pierna y luego dijo:

—No, nada serio…, cosas sin importancia.

—Ah. —Dillon asintió sin cuestionar lo que decía Harkness—. Me estaba preguntando… Hubo un joven irlandés, un joven bastante fantasioso que me contó una historia increíble. Me asaltó un día en el Heath. Presumía de ser tu ayudante, creo y parecía resentido. Como es natural, escuché su historia sin darle crédito. Todos sabemos lo que es tener personal problemático. Lo cierto es que la historia del joven era tan absurda que estaba claro que sólo tenía intención de provocar líos.

Sosteniendo la mirada de Harkness, Dillon sonrió afablemente.

—Pensé que lord Cromarty debía saber que no me había dejado engañar por el cuento de ese joven.

A pesar de la dureza de su cara, de su expresión, el alivio de Harkness fue obvio. Relajó los labios e inclinó la cabeza.

—Gracias, señor. Uno nunca sabe a qué atenerse con gente así. Me aseguraré de decírselo a su señoría.

Detrás de Harkness, Dillon vio lo que parecía un gnomo arrugado saliendo de los establos de Figgs, Crom, que al verlos hablando, vaciló, luego se ajustó el cinturón y se alejó hacia las letrinas. No existía ninguna razón para que Crom o Harkness sospecharan que sus caballos estaban bajo amenaza. Todas las actividades en los alrededores de los establos seguían el patrón acostumbrado de una carrera diurna, con los mozos, los jockeys y entrenadores dedicados a sus tareas habituales.

Crom avanzó pesadamente por el callejón entre los establos de Figgs y el que estaba detrás de donde Pris y Rus esperaban. En unos segundos le verían salir y Pris pronto estaría en los establos con Belle, con dos Belles.

Sin dejar de sonreír en ningún momento, Dillon se volvió hacia el barullo ruidoso que había más allá de las cuadras. Como si se hubiera dado cuenta de qué atraía la atención de Dillon, Harkness murmuró:

—He oído que Cynster ha traído temprano a sus caballos.

Él miró a Harkness.

—Aún no los he visto…, pero sé que debes de estar deseando echarle un vistazo a la competencia. —Observando al gentío, sonrió ampliamente—. Parece como si la mitad de los entrenadores con caballos apuntados en las carreras estén ya allí.

Y lo estaban; Dillon agradeció la previsión de Demonio por haber creado una coartada tan útil. Buscando la mirada ceñuda de Harkness, señaló la multitud con la cabeza.

—¿Vienes a echar un vistazo?

Harkness podía ser un villano, pero era un entrenador de pies a cabeza; no necesitaba que lo persuadieran para espiar legítimamente a la competencia.

Sin sospechar absolutamente nada, Harkness acompañó a Dillon a ver a los purasangres de Demonio.

Desde la esquina del establo donde se había ocultado, Rus se giró y buscó la mirada de Pris. Él vaciló, claramente preocupado, luego asintió.

—¡Ve!

Ella salió al instante, con la cabeza baja y las riendas de Belle en la mano. La acompañaba, Stan, uno de los mozos de Dillon. Cuando se acercaron a la parte trasera de los establos de Figgs, Stan se adelantó. Abrió la puerta, echó un rápido vistazo al interior, luego dio un paso atrás y mantuvo la puerta abierta para dejar pasar a Pris con Belle.

Pris lo hizo sin titubear, como si a Belle y a ella les correspondiera estar en ese establo.

Stan cerró la puerta, dejándola abierta sólo un centímetro y se dedicó a vigilar mientras Pris iba en busca de la otra potrilla, Black Rase.

Envuelta en la penumbra del establo, Pris esperó un momento a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, y rezó en silencio. Parpadeando, avanzó, escudriñando cada establo, cada caballo, buscando a una potranca negra, rezando para que se encontrara más cerca de ese extremo que del otro, y no estuviera —algo que sería una auténtica pesadilla— en uno de los establos cercanos a las puertas principales que estaban abiertas.

El destino le sonrió; encontró a la potrilla negra mirando inquisitivamente desde una de las cuadras del medio. Dando gracias a Dios, Pris condujo a Belle hacia allí, y aseguró sus riendas a un poste cercano. Había traído otras bridas para Black Rase, así que dedicó un momento precioso para canturrear dulcemente a la potrilla y acariciarle el morro, tras lo cual, se introdujo en silencio en el establo y con rapidez le puso la brida.

Pris percibió al instante que Black Rase era un caballo mucho más apacible que Belle, y se preguntó si el temperamento que mostraba Belle era un elemento necesario para ser campeón.

Se burló de sí misma, asombrada de poder incluso pensar. Estaba tan nerviosa que sentía cómo sus pensamientos corrían, literalmente, a la misma velocidad que su corazón. Sentía los sentidos divididos y dispersos, intentando seguirle la pista a demasiadas cosas a la vez, sin dejar de estar alerta ante cualquier indicio de peligro a la vez que conducía a Black Rase fuera del establo, la ataba un poco más adelante del pasillo, y se volvía hacia Belle. Era el momento crucial de su plan.

Belle inclinó su morro, mirándola mientras le quitaba las riendas. Pris devolvió la mirada a esos ojos grandes e inteligentes.

—Buena chica. Vamos a meterte en ese establo, y prométeme que después volarás como el viento.

Belle levantó la cabeza y luego la bajó, dos veces. A Pris se le subió el corazón a la garganta… ¿Belle se portaría bien o se encabritaría?

Pero Belle le dio un cabezazo y nada más; Pris apretó la boca y condujo a la potrilla campeona con rapidez a su lugar. Luego le dio la vuelta y liberó la cabeza negra de la brida y las riendas.

Belle bufó y asintió con la cabeza dos veces.

Pris deseó poder suspirar de alivio, pero estaba demasiado tensa y sentía un nudo enorme en el estómago. Le dio una última palmadita a Belle y luego salió del establo y cerró la puerta.

Metiéndose las riendas y la brida de Belle en el bolsillo, se acercó a Black Rase y desató sus riendas. El corazón le latía con pesadez en el pecho mientras se encaminaba hacia la puerta del final del pasillo.

—¡Eh…, tú!, sí, tú.

La voz de Barnaby la detuvo en seco. Era su voz, pero no su habitual acento arrastrado; sonaba como el acento de los bajos fondos londinenses. Pris se quedó paralizada, luego dirigió la mirada a las puertas principales… Allí no había nadie.

Por encima de la puerta de su establo, Belle le dirigió una mirada inquisitiva.

—Me estaba preguntando si… —La voz de Barnaby sonaba lejana y distinta.

Hablaba con alguien justo al lado de las puertas principales.

Probablemente Crom o el vigilante nocturno.

Pris bajó la mirada. El suelo del pasillo estaba cubierto de tierra y paja. No tenía otra opción; conteniendo el aliento, instó a Black Rase a seguir adelante. El pasillo parecía mucho más largo que antes; y se movieron cada vez más rápido según se acercaban al final, luego la puerta se abrió y vio la luz del día. Guio a Black Rase por el umbral. Stan cerró la puerta tras ella, y echó el cerrojo tan silenciosamente como pudo, luego se apresuró para alcanzarla mientras ella continuaba hacia delante con Black Rase, no para dirigirse hacia la parte trasera del establo donde habían estando aguardando, sino directamente hacia la cuadrilla que vigilaban Rus y el otro mozo.

Unos segundos después, Black Rase estaba oculta dentro del grupo. Rus, que había permanecido junto a los caballos, ayudó a Pris a montar en su silla, luego se dirigió a la de él. Con la cabeza gacha, ella tomó las riendas que les tendían los mozos y se dispusieron a completar su tarea.

—¿Dónde está Harkness? —preguntó Pris cuando recobró el aliento, y el corazón martilleante le bajó de la garganta, lo suficiente como para poder formar las palabras.

—No lo sé. —Desde debajo del ala de su gorra, Rus oteaba en todas direcciones. Tras un momento le dijo—: Confiaremos en Dillon y seguiremos adelante con el plan, al menos hasta que nos indiquen otra cosa.

Pris asintió. Diez pasos más adelante, giraron y atravesaron el callejón que separaba el establo de Figgs del siguiente. Todos miraron hacia las pistas —al área abierta delante de los establos de Figgs—, pero las únicas personas que vieron eran desconocidas.

Se requería mucha disciplina para mantener un paso lento; incluso un trote ligero hubiera llamado la atención. Alcanzaron el siguiente establo con lo que ya comenzaron a dejar atrás la zona más peligrosa; Pris miró por encima de su hombro poco antes de que el establo le bloquease la vista y vio a Barnaby a unos metros, al parecer despidiéndose de alguien delante de las puertas principales de Figgs.

Mirando hacia delante, soltó el aliento.

Se dijo a sí misma que ahora no podían salir mal las cosas, y que debía mantenerse alerta hasta atravesar el Heath y alcanzar la seguridad del bosque.

Treinta exasperantes minutos después, Pris, Rus, Stan y Mike, el otro mozo, entraron en el bosquecillo al este de Newmarket, más allá de los límites del pueblo y de los campos colindantes. Pris tiró de las riendas y respiró profundamente por primera vez en toda la mañana.

Miró a los ojos de su hermano y sonrió de oreja a oreja.

—¡Lo conseguimos!

Con un grito de alegría, lanzó la gorra al aire. Rus, con una sonrisa que casi le rompía la cara, hizo justo lo mismo, seguido de Stan y Mike.

Una vez que se tranquilizaron, sin embargo, desearon terminar de una vez. Stan y Mike devolverían los sementales Cynster a sus establos, luego se reunirían con la multitud que se agolpaba en las pistas. Pris y Rus se dirigirían al norte, llevándose a Black Rase con ellos, al aislado establo donde Harkness o Crom deberían encontrarla.

—Luego —dijo Rus mientras hacía girar su caballo—, cogeremos el camino a Carisbrook House, nos cambiaremos de ropa y regresaremos a las pistas a tiempo de ver como Belle gana.

Pris no tenía nada que objetar a ese plan; riendo aliviada, instó a su montura hacia delante.

—Estoy seguro de que habréis escuchado los rumores referentes a unos resultados sospechosos en las carreras de primavera y de nuevo, hace unas semanas, aquí en Newmarket. —Dillon miró a su alrededor, al mar de caras que lo observaban con distintos grados de sospecha, cautela y temor. Había citado a todos los jockeys que participarían en las carreras de ese día en la sala de pesaje y les daba unas directrices especiales—. En respuesta a este asunto que amenaza el buen nombre de este deporte, el comité ha decretado que de ahora en adelante, los jueces de las carreras harán como mínimo dos inspecciones. —Había sido sugerencia suya, pero el comité se había mostrado de acuerdo. Cualquier cosa que ayudara a acallar los rumores y las consiguientes especulaciones era bien recibida.

Dillon esperó hasta que los inevitables gruñidos se desvanecieron.

—No será nada excesivo, pero también habrá más jueces vigilando las carreras. Hoy, su tarea particular será comprobar que todos montáis lo mejor posible.

Observando la estancia, vio que algunos se encogían de hombros resignados, pero no vio ninguna mueca de disgusto ni ninguna otra indicación de que los planes de alguien corrieran serio peligro. Era algo que había esperado, pero había querido asegurarse de que Belle —montada por un jockey con años de experiencia llamado Fanning— diera lo mejor de sí mismo.

Con una mirada de aprobación, concluyó:

—Os deseo a todos que tengáis una buena carrera plagada de éxitos.

La mañana continuó su curso. Barnaby se había reunido con Dillon después de que este hubiera acompañado a Harkness de regreso a los establos de Figgs, y viera cómo entraba en ellos. Barnaby le había informado de que a pesar de haber tenido un encuentro comprometido con Crom, daba por hecho que los planes se habían llevado a cabo con éxito, pues había podido vislumbrar al grupo de caballos aglutinados alrededor de unas largas patas negras antes de que desaparecieran detrás de los establos. El que luego no hubiera estallado ningún tumulto había sido una clara indicación de que Belle estaba de regreso en su lugar.

Más tarde, Dillon había recorrido los establos con los jueces de las carreras para un primer examen previo; las características de cada caballo eran las que se correspondían con los apuntes del registro. Había una potrilla negra en el establo que correspondía a Belle; Dillon la estudió mientras los jueces la examinaban. Creía que era la campeona que Rus había estado entrenando, pero no podía estar seguro.

Tras hablar con los jockeys en la sala de pesaje, se retiró a su lugar habitual en la tribuna antes de las carreras y habló con los propietarios y diversos miembros del Jockey Club que lo buscaban mientras esperaban que comenzara la primera carrera.

Al fin, sonó la señal. Disculpándose, Dillon regresó a la pista, uniéndose a los jueces en la línea de salida. Cuando cada caballo fue conducido hasta allí, volvieron a revisar todas sus características. Por fin, todos los corredores estuvieron preparados y en sus puestos de salida; luego, con un rugido ensordecedor, comenzó la carrera.

La hora siguiente transcurrió mientras se confirmaba al ganador y a los finalistas, además de realizar las posteriores comprobaciones, incluso se hizo revisar los dientes de cada caballo por un veterinario para comprobar su edad. Cuando todas las valoraciones fueron completadas, y debidamente confirmadas, se declaró al ganador y a los finalistas, y se les entregaron los premios antes de que desfilaran ante el palco para recibir los aplausos.

Después de que se entregara el trofeo y se hubiera felicitado formalmente al dueño, se repitió todo el proceso con los caballos de la segunda carrera.

Fue uno de los caballos de Demonio el que consiguió ese premio, la Bandeja Anual. Mientras el caballo desfilaba, Dillon escudriñó el palco y vio a Pris. Llevaba puesto un velo, pero sabía que era ella. Rus estaba sentado a su lado, con un sombrero ocultando sus rasgos, con Patrick a su lado y Barnaby al lado de Pris.

Los gemelos habían sido desterrados a las alturas, se les había prohibido bajar hasta que finalizara la tercera carrera, se hubiera proclamado al ganador de esta, hubiera desfilado, y le hubieran entregado el trofeo. Barnaby y Patrick tenían estrictas instrucciones para asegurarse de que ese edicto era seguido al pie de la letra. Las probabilidades de encontrarse con Cromarty o Harkness eran pocas, pero todos se habían mostrado de acuerdo en que no debían correr el riesgo de que los tramposos descubrieran que ambos formaban parte de un plan que iba a desbaratar su red.

La gran red del señor X.

Ninguno de ellos lo había olvidado. Dillon deslizó la mirada sobre la rica y aristocrática multitud que ocupaba el palco, preguntándose si el señor X estaría allí, observando. Realmente esperaba que así fuera.

—Ha llegado el momento, señor.

Dillon se giró para encontrarse con el juez principal que le esperaba para dirigirse a la línea de salida. Sonrió casi con una fiera anticipación.

—Por supuesto, Smythe… Vamos.

El poste de salida de los caballos de dos años era el que estaba más cerca; una vez allí, esperaron mientras se colocaba el primer corredor. Dillon apenas podía contener su impaciencia. Nunca se había sentido tan… concentrado, tan atento y tenso en su vida. Había apostado más por Belle que por ningún otro caballo a lo largo de su vida.

Cuando la vio llegar, ansiosa, alerta, con toda su atención puesta en la meta, Dillon tuvo que luchar para permanecer impasible; cerró los puños con fuerza en los bolsillos, dio un paso atrás, y observó cómo Smythe y otro juez la examinaban, luego la dejaron seguir.

Apenas percibió a los otros siete caballos que la acompañaban en la línea.

Cuando los mozos se retiraron y los jockeys asumieron el mando, levantó la cabeza para mirar a lo lejos, al palco.

A Pris. Se preguntó qué estaría sintiendo ella. Suponía que estaría conteniendo la respiración, que el corazón le martillearía en el pecho y que las palmas de sus manos estarían tan húmedas y pegajosas como las suyas.

Luego volvió su atención a la bandera blanca. Observó cómo la agitaban y la soltaban, y la siguió con la mirada mientras caía al suelo. En cuanto lo tocó, dio inicio la carrera.