—HALA. ¿Qué tenemos aquí?
Sentado cómodamente en su estudio frente a Rus Dalling, Dillon levantó la vista para ver a Barnaby apoyado en el marco de la puerta. Barnaby tenía los ojos clavados en Rus, a quien había visto por última vez a la luz de la luna detrás del Jockey Club.
Rus también lo había reconocido. Enarcando una ceja en dirección a Dillon, se puso en pie lentamente.
Dillon hizo lo mismo, invitando a Barnaby a entrar.
—El honorable Barnaby Adair. Barnaby, déjame presentarte a Russell Dalling. Y sí —añadió, observando la mirada especulativa en los ojos de Barnaby—, Rus es el gemelo de la señorita Dalling.
Rus le tendió la mano.
—Mis disculpas por la naturaleza de nuestro último encuentro. No tenía idea de quién eras, y tenía una buena razón para no perder el tiempo intentando descubrirlo.
Adelantándose, Barnaby miró a Dillon, luego estrechó la mano de Rus.
—Me alegro de que estés de nuestro lado. El lado de los buenos, por así decirlo.
Rus esbozó una sonrisa radiante.
—Siempre he estado de ese lado. Sólo que no sabía en quién más podía confiar.
Barnaby se frotó la mandíbula. El moratón casi había desaparecido.
—Hablando de confianza, podrías ganarte la mía enseñándome algunos de esas maniobras que usaste. He estado en varias reyertas, pero nunca he visto nada igual. Y menos tan efectivo.
Rus intercambió una sonrisa con Dillon, luego volvió a mirar a Barnaby.
—Dillon dijo que dirías eso.
—Sí, bueno, previsible, ese soy yo. —Barnaby miró a Dillon—. Veo que fuiste capaz de persuadir a la señorita Dalling para que te contara todo lo que sabía.
—No sin un considerable esfuerzo. Al final no le quedó más remedio que darme un voto de confianza y contarme lo de Rus y lo que ella sabía de sus problemas. En cuanto oigas la historia, lo entenderás todo; al parecer, Rus trataba de descubrir la misma estafa que nosotros.
—Por otros medios, por así decirlo —dijo Rus.
—Excelente… —La voz de Barnaby se desvaneció. Visiblemente consternado pasó la mirada de Rus a Dillon.
—¿Qué? —preguntó Dillon.
Barnaby señaló a Rus con la cabeza.
—No sé si lo he entendido bien, ¿pero vas a ocultarle?
Dillon frunció el ceño.
—En efecto, pero aún no sabes por qué.
—Pues se me acaba de ocurrir una razón condenadamente buena para hacerlo —replicó Barnaby—. Míranos. Como las casamenteras locales nos vean a los tres juntos, la noticia correrá como la pólvora. Bueno…, ya viste cómo nos fue la otra vez y eso era cuando estábamos nosotros dos solos. Añade a Rus a la ecuación, y te garantizo que las noticias llegarán a Londres en sólo unas horas.
Observando a Rus, Dillon comprendió a qué se refería su amigo. Barnaby era un adonis dorado, él mismo era un oscuro y drástico contrapunto, mientras que Rus, un poco más joven, era el diablo personificado. Hizo una mueca.
—Tendremos que tenerlo en cuenta.
Rus sonrió ampliamente.
—No puede ser tan malo.
—Oh, ¿eso crees? —dijo Barnaby—. ¿Cuánto tiempo te has relacionado con la alta sociedad ya sea aquí o en Londres?
Rus arqueó las cejas.
—Ninguno. No me relaciono con la alta sociedad.
—Bueno, entonces espera y verás. Créenos… Somos unos veteranos. Las mujeres de la alta sociedad son un peligro para los hombres como nosotros. —Barnaby miró a su alrededor buscando una silla—. Eres joven todavía, ya aprenderás.
—¿Aprender qué?
Todos se dieron la vuelta. La puerta estaba abierta y Pris estaba de pie en el umbral. Tenía la mirada fija en Barnaby, e inclinó la cabeza para saludado. Luego, deslizó los ojos lentamente de Barnaby a su hermano, y por fin, a Dillon.
Se miraron a los ojos largo rato, luego ella parpadeó y entró en la estancia.
—¡Ahí lo tenéis! —Barnaby se volvió hacia Rus—. Incluso ella se ha detenido, y es tu hermana y por ende la mujer menos susceptible de la alta sociedad. No hace más que confirmar mis palabras.
Pris frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
—Sólo estoy tratando de advertir a tu hermano de un peligro que aún no alcanza a comprender.
Antes de que Barnaby pudiera repetir su teoría, Dillon invitó a Pris a sentarse en el sillón que él había desocupado y sacó una silla de debajo del escritorio. Rus se sentó de nuevo; Barnaby cogió otra silla y se dejó caer en ella con elegancia.
—Soy todo oído. —Barnaby los miró con una expresión expectante—. Ilustradme. Empezad por el principio.
Intercambiando una mirada con Pris, Dillon comenzó en el punto en que ella, finalmente, le había contado todo lo que se refería a su hermano; describió cómo lo habían encontrado y luego permitió que Rus les explicara todo lo que había descubierto antes de que unieran fuerzas.
Mientras Rus hablaba, Dillon estudió detenidamente a Pris. No le había sorprendido su visita, ese era el segundo día que Rus se ocultaba en su casa.
El día anterior, Eugenia, Adelaide y Patrick habían llegado con Pris a media mañana. Después de haber escuchado la historia de Rus en el desayuno, el general, que tenía buen aspecto, estuvo encantado de darles la bienvenida a Hillgate End, de ejercer de anfitrión y de sentarse a conversar con Eugenia y Adelaide cuando Dillon se retiró con Rus y Patrick para discutir en qué lugar podría estar ocultando Harkness los caballos. Si de ellos tres hubiera dependido, Pris hubiera quedado excluida de ese debate; querían mantenerla al margen de algo que sabían que podía ser muy peligroso. No obstante, sus deseos habían sido ignorados y sometidos ante el despliegue de voluntad femenina imposible de contrarrestar. Rus había intentado disuadirla; era el que tenía más probabilidades de conseguir algo. Tras haber escuchado el intercambio de palabras entre los dos hermanos, Dillon estuvo seguro de que Rus era el gemelo mayor; era el más responsable y estaba claramente preocupado por la seguridad de Pris. El hecho de que él comprendiera e incluso compartiera esa vena salvaje e imprudente que poseía, sólo hacía que se preocupara más por ella.
Pero su hermano no tuvo éxito, así que Pris acabó enterándose de que todas las noches, Crom llevaba los caballos hacia el noroeste, lejos de Rigby y más allá de Newmarket y del Heath y que Patrick se encargaría de vigilar la granja Rigby hasta que averiguaran lo que necesitaban saber. La noche anterior Patrick no había observado ninguna actividad sospechosa.
Pris observaba hablar a Rus y a Barnaby, impaciente por actuar, reconociendo que Barnaby tenía derecho a saber todo lo que habían descubierto, pero a la vez irritada por el tiempo que se perdía en informarle. Mientras Barnaby preguntaba y Rus contestaba, Dillon dejó que su mirada se deslizara desde la luminosa cara de Pris a su figura, hoy elegantemente ataviada con un vestido de tela cruzada de color verde oscuro.
No podría decir cuál de sus encarnaciones —la mujer poco convencional vestida con pantalones o la exquisita dama arrogante— le desconcertaba más. Recordó el interludio en el cenador, dos noches atrás, y evocó los intensos recuerdos de la noche anterior, y la provocativa promesa que surgió de ello.
La noche anterior… Esa noche había estado de lo más inquieto.
Llevado por un impulso —uno que no quería examinar más de cerca— había capitulado y, casi a medianoche, había ensillado a Salomón y se había dirigido a Carisbrook House.
Al cenador. No había esperado encontrarla allí, no había pensado en otra cosa que no fuera simplemente estar cerca de ella. Se había imaginado sentado en el sofá mirando el lago hasta que su inquietud se desvaneciera.
Y eso había estado haciendo, permanecer sentado en la oscuridad mirando fijamente las tranquilas aguas del lago, cuando había visto a una figura fantasmal surgir de entre los árboles. Era ella, con un camisón blanco y un chal sobre los hombros.
No habían acordado ningún encuentro; ninguna cita secreta, pero ella había entrado en el cenador sin titubear, sin mostrarse sorprendida por encontrarle allí. Pris había caminado directamente hacia él, luego se había detenido y había dejado caer el chal de sus hombros.
Pris había pasado las siguientes horas en sus brazos, en un interludio diferente a todos los demás. Ella había tomado su inquietud y la había moldeado, la había transformado en otra cosa, en algo que ella deseaba y que había acogido dentro de su cuerpo.
Mucho más tarde, disfrutando de una paz que jamás había sentido antes, la había acompañado de regreso a la casa y la había observado entrar furtivamente, luego había regresado junto a Salomón y había cabalgado hasta su casa.
Aún ahora se sentía embargado por esa sensación de paz.
Sólo con mirarla, se calmaba esa parte de él que jamás había necesitado la caricia de alguien.
—¡Y bien! —lo interpeló Barnaby—. ¿Han encontrado algo tus ayudantes?
Dillon se removió en su asiento y volvió a prestar atención.
—Han encontrado algo, pero aún no sabemos de qué manera puede servirnos. Los dos caballos que Rus identificó como los dobles de Furia Veloz y Impetuosa Belle son propiedad de un tal señor Aberdeen. Es un caballero que posee unas caballerizas con algunos buenos corredores, y tiene sus propios entrenadores, pero aun así, parece que envía o presta esos caballos a Cromarty.
Barnaby frunció el ceño.
—¿No es un propietario local?
Dillon negó con la cabeza.
—Es de cerca de Sheffield. Por lo general participa en las carreras de Doncaster o en Cheltenham. Mis ayudantes están tratando de identificar los dos caballos que Cromarty tenía en Irlanda y que Crom llevó a alguna parte después de desembarcar en Liverpool. Si esos caballos son los de Aberdeen o si los de Cromarty son los dobles de los de Aberdeen, entonces es posible que en las carreras de Doncaster y en las de Cheltenham también hayan dado el cambiazo.
—Esa no es una tarea fácil.
—Cierto —convino Dillon—. Y eso nos lleva a las noticias de hoy, a las tuyas.
—Creo —Barnaby miró a Rus, a Pris y luego a Dillon—, que quizá debería aplazar el relato de mis pesquisas hasta que nos reunamos con Demonio. Su opinión será de mucha utilidad y sería mejor que todos la oyéramos.
Dillon asintió.
—Buena idea. Ayer estuvo todo el día fuera, con los caballos. Tengo que presentarle a Rus y a Pris, y ponerlo al tanto de todo lo que hemos averiguado. Flick y él estarán esperando noticias nuestras.
—¿Demonio? —dijo Rus mientras todos se levantaban—. ¿Demonio Cynster?
Reconociendo la mirada pasmada en los ojos de Rus, Dillon sonrió ampliamente.
—Sólo hay un Demonio, créeme. Es el marido de mi prima, pero Flick, su esposa, es como una hermana para mí, así que lo considero mi cuñado. Flick y yo crecimos juntos. El criadero de sementales de Demonio es la hacienda vecina.
—Oh, ya lo conozco. —Rus se colocó a su lado, mientras seguían a Pris y a Barnaby hasta la puerta—. Cuando estaba escondido en el bosque, solía pasar el tiempo observando sus dehesas y sus caballos. Tiene las mejores caballerizas que he visto nunca.
—Para Demonio, criar caballos es mucho más que un pasatiempo, es su mayor pasión. —Su mirada se cruzó con la de Pris cuando ella se volvió para mirarlo, y sonrió—. Después de Flick, claro está.
Dillon no la oyó, pero estaba seguro de que Pris soltó un suspiro. Durante el trayecto a la hacienda Cynster, estuvieron discutiendo diversas cuestiones, y Rus y Dillon se centraron en los detalles que antes habían pasado por alto. Pero no importó cuánto preguntaran, Barnaby se negó a comentarles nada de lo que había averiguado, no hasta que Demonio también estuviera presente.
Tanto Demonio como Flick se encontraban en la casa; los dos estaban deseando oír las nuevas noticias, y con más interés si cabe cuando supieron quién era Rus.
Pris contuvo su impaciencia y esperó con todo el decoro que pudo reunir cuando lo que realmente quería era recorrer la habitación de arriba abajo, hacer planes y actuar de una vez. Había supuesto que encontrar a Rus equivaldría a encontrar la paz, pero aunque estaba muy aliviada de haber encontrado a su gemelo sano y salvo, la existencia de una amenaza permanente en su vida no era algo con lo que ella pudiera lidiar con cierto grado de serenidad.
Quería que esa amenaza desapareciera de una vez por todas, y lo quería ya. Pero necesitaba la ayuda de Dillon, Barnaby, Demonio y Flick, así que se mordió la lengua y se contuvo para no apurados.
Al final, una vez que Dillon hubo comentado la poco clara participación del señor Aberdeen, todos los ojos se volvieron a Barnaby. Esperaba que él saboreara el momento; sin embargo, estaba muy serio.
—Lo que yo he averiguado —los miró a todos—, añadido a todo lo que vosotros habéis descubierto, sugiere que este asunto es mucho más grave, mucho más peligroso, de lo que habíamos pensado en un principio. Gabriel y sus contactos intentaron rastrear las diez mil libras que Collier recibió. Montague, a quien vosotros conocéis —Barnaby inclinó la cabeza hacia Flick y a Demonio, que asintieron en respuesta—, me aseguró que si el préstamo se hubiera realizado de la manera habitual en los negocios, hubieran podido seguirle el rastro, pero no fue así. De dondequiera que proceda el dinero, no se retiró de un banco. Collier recibió ese dinero en mano. Tanto Gabriel como Montague sugirieron que la fuente más probable fuera un apostador acaudalado, alguien que pudiera manejar tales sumas de dinero.
Barnaby hizo una pausa; su expresión se endureció.
—Luego apareció Vane con lo último que había averiguado, no en los clubs, sino de otros lugares más sórdidos. Los últimos rumores apuntaban como sospechosas a algunas carreras que se celebraron aquí hace unas semanas —Barnaby miró a Rus—, y sí, el caballo involucrado era Furia Veloz, puesto que se apostaron enormes cantidades de dinero a que este no saldría vencedor.
—Algunos corredores de apuestas todavía se lamentan, pero, claro está, pocos reciben apoyo. Sin embargo, Vane descubrió que las ganancias de esas apuestas superaban las cien mil libras. Lo que intrigaba a todo el mundo era que nadie había apostado demasiado dinero, nada fuera de lo común, pero había muchos corredores o apostadores diferentes. Así que a pesar de que algunos corredores de apuestas están seguros de que hubo trampa, no tienen manera de probar quién es el culpable.
Demonio tenía una expresión seria.
—Si lo supieran, esa persona dejaría de ser una preocupación.
—No del todo —apostilló Barnaby—. Gabriel envió un mensaje. Montague, Vane y él creen que quienquiera que esté detrás de todo esto puede ser muy peligroso. Esta no es una estafa normal, sino una a gran escala. Los riesgos monetarios son enormes, y las ganancias potenciales también. Por lo tanto, si alguien lo amenaza, no dudará en convertir el juego en algo mortal.
—Les dije que creíamos que eso era lo que había pasado con Collier. —Barnaby miró a Demonio y a Dillon—. Vane envió otro mensaje: «Tened cuidado».
Demonio intercambió una mirada con Dillon.
—Sabio consejo.
Pris tuvo la impresión de que para ellos «tened cuidado» significaba algo más, algo que iba más allá de su usual interpretación. También notó que Flick observaba a Demonio con los ojos entrecerrados, pero no pudo adivinar el rumbo de sus pensamientos.
Todos hicieron una pausa, intentando juntar todas las piezas. Demonio hizo un resumen:
—Así que faltaría encontrar dónde se esconden los caballos. Una vez que sepamos eso —miró a Dillon—, tendremos que pensar seriamente cuál será la mejor manera de proceder.
Dillon asintió y luego se levantó.
—Os tendremos informados de lo que vayamos descubriendo. Demonio y Flick los acompañaron hasta la puerta principal. La conversación hasta la salida giró en torno a la próxima carrera más relevante, la que se corría el primero de octubre, todo un acontecimiento en el calendario de las carreras de Newmarket.
—Dillon y yo estamos seguros de que esa es la carrera en la que harán correr a la doble de Impetuosa Belle —dijo Rus.
Demonio apostilló:
—Si para entonces no los hemos desenmascarado, harán su agosto. —Miró a Dillon—. En estas circunstancias, no sé de qué otra manera podemos ayudaros, pero mantendremos los oídos bien abiertos.
—En realidad… —Flick le lanzó a Rus una mirada especulativa— un par de manos extras no nos vendrían mal, y puesto que no hay nada que tú puedas hacer por ahora, ya que debes esconderte, y como nuestros campos de entrenamiento están bien ocultos y confiamos en todos nuestros empleados, ¿por qué no nos echas una mano? Te mantendré ocupado, y así puedes enseñarme qué saben hacer los irlandeses.
Existía el suficiente reto en esas palabras para que Rus sólo sonriera ampliamente y aceptara con prontitud en vez de caer a los pies de Flick y besárselos. Pris sonrió, satisfecha de que su hermano estuviera ocupado, y encantada de que dicha ocupación fuera su gran pasión. Cruzando una mirada con Flick, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. Flick le devolvió la sonrisa y le palmeó el brazo.
Un momento más tarde, partieron. Atravesaron a caballo los campos y el bosque que separaba la hacienda Cynster de Hillgate End, mientras Rus estaba con la cabeza en las nubes.
Dillon se rio.
—Dime, ¿qué te pareció Flick? ¿Crees que es un delicado ángel de Botticelli, de temperamento dulce y toda sonrisa?
Rus miró a Dillon y se encogió de hombros.
—Algo así.
Con una amplia sonrisa, Dillon palmeó a Rus en el hombro.
—Espera y verás, chico… Es un sargento de artillería en lo que a caballos se refiere. Te garantizo que te hará sudar tinta.
A la mañana siguiente, Pris bajó a desayunar y encontró a Patrick en el comedor. Clavó los ojos en él.
—¿Los has encontrado?
Patrick esbozó una amplia sonrisa.
—Sí.
Ella se hundió en la silla e ignorando las exclamaciones de Adelaide y Eugenia, inquirió:
—¿Dónde?
Patrick se lo dijo.
Diez minutos después, había desayunado a toda prisa, y estaba montada en su calesa con Adelaide a su lado, recorriendo los senderos que conducían a Hillgate End.
—Cambiaron a las potrillas negras la noche pasada. —Pris desdobló un mapa que había dibujado ella misma—. Es una casa muy pequeña, por lo que dijo Patrick una casucha con un establo lo suficientemente grande para albergar dos caballos.
Dejó el croquis sobre el escritorio de Dillon; este, Rus y Barnaby se apiñaron a su alrededor. El general había estado presente cuando llegaron Adelaide y ella. Dillon y Rus habían fruncido el ceño al verlas, intercambiando una mirada significativa. No les hacía gracia que Adelaide se viera involucrada.
Pris había pensado que explotaría conteniendo las noticias mientras Adelaide saludaba con timidez y empezaba a conversar con Rus; él acababa de llegar de su primer día de trabajo con Flick y parecía estar exultante y aturdido. Luego el general se había puesto en pie y había reclamado la atención de Adelaide para que lo acompañara a pasear por el jardín. Bendiciéndole mentalmente, Pris no había perdido tiempo en exponer las noticias.
—Aquí. —Señaló una cruz a algunos kilómetros al noroeste de la granja Rigby—. Son poco más que cuatro paredes y una chimenea que se encuentran al otro lado de este cauce. —Trazó una línea borrosa—. El lugar está rodeado de árboles.
—¿Cuál de los caballos será? —Barnaby miró a Rus. Este negó con la cabeza.
—A veces pasa un día entre los intercambios, otras veces, tres. —Miró a Dillon—. Iré hasta allí y comprobaré de qué caballo se trata.
—No a la luz del día —dijo Pris—. Harkness podría verte. ¿Quién sabe lo que estará haciendo ahora?
Rus sonrió ampliamente.
—Bueno, yo sí lo sé. Esta tarde, Crom y él se encargarán de supervisar los ejercicios de la yeguada en el Heath.
—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Dillon.
—Sin mí es imposible que falten, a menos que Harkness haya contratado a otro entrenador, y ¿cómo podrían encontrar uno en Newmarket cuando falta tan poco tiempo para una carrera tan relevante? Crom y él no tienen más remedio que asistir a todas las sesiones de entrenamiento. Cromarty tiene muchos caballos que entrenar, y dejando a un lado las sustituciones, no le gusta nada perder las carreras.
—Muy bien. —Dillon se enderezó—. Será esta tarde pues.
Pris se mordió la lengua; tenían que saber cuál de los dos caballos era y sólo Rus podía diferenciarlos. No se le ocurría ninguna manera de disuadido de hacer lo que, a todas luces, parecía una empresa muy arriesgada.
Lo miró a los ojos —divertidos pero comprensivos— y puso cara larga. Él se rio, la abrazó y prudentemente no hizo comentario alguno.
Adelaide y Pris se quedaron a almorzar. El general parecía encantado con su presencia; confesó que había echado de menos tener damas en casa.
—Flick vivió aquí bastantes años, y si bien vive cerca, no es lo mismo.
Miró a Dillon por encima de la mesa, sus ojos chispeaban.
—A veces pienso que debería invitar a Prudence, la hija de Flick y Demonio, a quedarse unas semanas.
Dillon gimió.
—¡Que Dios nos ampare a todos! —Luego se explicó ante Pris y Adelaide—: Imaginaos un cruce entre Flick y Demonio, el resultado es una niña con mucho ego, convencida de que siempre tiene razón, y que es capaz de cualquier cosa para asegurarse de que todo se hace según su decreto real. —Se estremeció—. Si es terrorífica ahora, no quiero ni pensar de lo que será capaz dentro de unos años.
Barnaby asintió con la cabeza.
—Me siento realmente agradecido de que para entonces seamos demasiado mayores, y probablemente vivamos lejos de ella, así no se le ocurrirá echarnos el ojo.
—Pues hubierais tenido suerte. —Pris se sintió impelida a defender a la jovencita que había conocido recientemente—. Tiene unos ojos preciosos.
Barnaby asintió con más énfasis.
—Precisamente. Unas armas del más alto calibre. Espera que los utilice contra Rus y luego pregúntale si estamos o no en lo cierto.
La conversación continuó en tono distendido. Al final de la comida hicieron planes para reunirse en Carisbrook House a media tarde… para dar un paseo a caballo. Con pesar, Adelaide se excluyó sin que ninguno tuviera que decirle nada; no era una amazona lo suficientemente buena para mantenerse a su altura.
De regreso a casa, Pris se desvió de su camino para ir a la biblioteca. Mientras Adelaide buscaba una novela nueva, Pris comprobó el enorme mapa de la pared. Se aseguró de que había memorizado correctamente la ubicación exacta de la casita, y luego siguieron su camino a Carisbrook House, donde las esperaban Eugenia y Patrick.
Eugenia y Pris, con Patrick a la zaga, dieron un paseo alrededor del lago mientras ella les explicaba todo lo que habían descubierto y cuáles eran sus planes inmediatos.
Eugenia asintió con aprobación.
—El señor Caxton, Dillon, parece un caballero muy respetable, y el señor Adair también; sus conexiones con la nueva fuerza policial dan mucha confianza. Aunque no me hace gracia que Rus deba estar ocultándose, me alegro de que él —Eugenia miró fijamente a Pris— y tú, querida, os encontréis en tan excelente compañía. Admito que cuando llegamos aquí, tenía serias dudas de que las cosas fueran a salir bien.
Pris inclinó la cabeza y continuaron paseando alrededor de la orilla del lago.
—Espero —continuó Eugenia—, que tu hermano reprima su entusiasmo y no haga nada temerario y peligroso.
—Lo cierto es que no creo que llegue a darse el caso. —Pris le contó la oferta de Flick, y lo que Rus había contado sobre la primera sesión de entrenamiento con ella en la pista—. Rus no sabía que era la propia Flick quien monta los caballos que entrena. En cuanto se enteró, pensó que tendría que refrenar su caballo. Sin embargo, ella consiguió dejarlo clavado en el sitio.
Sonriendo, Pris se preguntó si Flick habría provocado deliberadamente esa situación para saber cómo reaccionaría Rus y de paso picarle el amor propio.
—Hum —dijo Eugenia—. Ya me había dado cuenta de que la señora Cynster es una señora excepcionalmente inteligente. —Con una sonrisa más amplia, Pris continuó paseando.
A medida que pasaba la tarde, Pris se esforzó en ser paciente, en no mirar el reloj cada diez minutos. No obstante, cuando los tres conspiradores entraron con estrépito en el patio de los establos, ella ya los estaba esperando montada en su yegua.
Eugenia, Adelaide y Patrick salieron a despedirlos. Minutos más tarde, galopaban a través de la campiña hacia el norte, en dirección a la casita.
Pris mantuvo a la yegua al mismo ritmo que los otros tres caballos, mucho más grandes (el negro de Dillon, el bayo de Barnaby y el enorme garañón gris que montaba Rus). Antes de que aparecieran, a Pris le había preocupado un poco que, a pesar de los planes que habían trazado, la dejaran plantada esperándolos en el patio de Carisbrook House, «a salvo». Estaba encantada de que no lo hubieran hecho, y se sentía exultante mientras cabalgaban a toda velocidad hacia la casita.
Una vez que llegaran allí, Rus debía examinar a la potranca que estuviera en el establo, y luego regresar a Hillgate End antes de que el crepúsculo anunciara el fin de los entrenamientos diarios. Así que no perdieron el tiempo; dieron rienda suelta a sus caballos, y volaron.
Ante ellos apareció el cauce rocoso que dividía en dos los campos. Dillon tiró de las riendas, luego instó a Salomón a continuar hacia el cauce. Los demás hicieron lo mismo. En la otra orilla, detrás de una colina, se encontraba la casita bajo el cobijo protector de los árboles.
Tras buscar un lugar apropiado para cruzar, Dillon azuzó a Salomón hacia la orilla. El enorme caballo negro alcanzó la orilla opuesta de un salto. Pris siguió adelante, e hizo señas con las manos a Barnaby y Rus para que la siguieran; su yegua se adelantó con un trote elegante y, tras escoger el lugar adecuado, saltó por el cauce. Barnaby y Rus se apresuraron a imitarla; Dillon se giró hacia delante e instó a Salomón a cabalgar hacia la casa. La yegua de Pris les dio alcance y juntos enfilaron hacia su meta.
Con los ojos fijos en la puerta de la casa, Dillon le dijo a Pris:
—Tú y yo nos dirigiremos directamente a la casa. Llamaremos a la puerta, y… si alguien atiende, entonces pide por favor un vaso de agua. —La recorrió con la mirada.
Pris asintió con la cabeza, haciéndole ver que lo había entendido. Con una sonrisa en los labios y una mirada chispeante, bajó la colina a su lado.
Dillon hizo señas a los otros dos para que esperaran. Avanzando al mismo paso que Pris, aplastó el deseo imprudente de lanzarse al galope.
Ella ya era lo suficientemente imprudente por los dos como para darle alas.
Sonriendo alegremente, Pris se detuvo en el camino de entrada a la casa y tranquilizó a la yegua. Esperó a que él se detuviera y desmontara, luego acercó la yegua y dejó que la ayudara a bajar de la silla.
Dejándola de pie en el suelo, la tomó de la mano.
—Vamos.
La condujo hasta la casa y llamó a la puerta. Esperaron con la respiración jadeante, y tras un minuto se miraron fijamente.
—No oigo nada —dijo ella.
Dillon volvió a llamar con más fuerza.
—¡Hola! ¿Hay alguien? ¿Podrían darme un vaso de agua para la señorita?
Silencio. Pero doblaron la esquina y vieron una cerca de madera. Dillon retrocedió y estudió la casa. Sólo tenía una planta, sin desván, y una pequeña ventana con los cristales tan sucios que era imposible ver el interior.
—Creo que estamos a salvo. —Llamó por señas a los otros dos que se habían quedado rezagados por si acaso aparecía alguien.
Pris intentó soltarse de su mano, pero Dillon no se lo permitió y la agarró aún con más fuerza, a la vez que miraba a su alrededor y veía cómo se aproximaban los otros dos a caballo. Satisfecho de que no hubiera nadie, miró a los ojos entrecerrados de Pris.
—Parece que todo está en orden, vamos.
Con rapidez, doblaron la esquina. El establo se encontraba en la parte trasera, resguardado por los árboles. Estaba en mejores condiciones que la casa, y mucho mejor de lo que su apariencia externa sugería.
Pasando por debajo del dintel de la entrada, Dillon echó un vistazo alrededor y vio las bridas y las riendas pulcramente colgadas en una de las paredes, y dos establos con las compuertas cerradas; ambos estaban en buen estado y sorprendentemente eran de gran tamaño. El suelo era de piedra, y estaba limpio y despejado; la dulce fragancia de la paja inundaba el aire cálido.
El segundo establo estaba ocupado. Pris se dirigió hacia él. La mano de Dillon todavía sostenía la suya, por lo que no le quedó más remedio que seguirla. Una potrilla negra con los extremos de las patas blancas y un penacho blanco en el pecho los observaba desde el interior con curiosidad y recelo; no hizo ningún movimiento para acercarse a la compuerta e indagar.
Con paso enérgico, Rus entró en el establo seguido muy de cerca por Barnaby. Se detuvo para echar un vistazo a su alrededor y luego miró a Dillon.
—Al menos las cuidan bien.
Dillon le señaló con la mano el establo ocupado, arrastrando a Pris hacia atrás.
—¿Cuál de ellas es?
Rus dio un paso hacia la compuerta; en el mismo momento en que la potrilla lo vio, dio un relincho de alegría y respondió con entusiasmo a su llamada. Le dio un cabezazo a Rus en el pecho. Riéndose, él le rascó entre las orejas, luego le acarició el morro negro.
—Esta es Belle.
El caballo resopló y volvió a darle un cabezazo.
Rus metió la mano en el bolsillo y sacó una manzana roja y madura. Se la ofreció a la potranca; Belle, literalmente, hizo un gesto de asco, bufó asqueada y se apartó de la mano. Rus se rio entre dientes, volvió a meterse la manzana en el bolsillo y sacó un terrón de azúcar. Más tranquila, Belle le lamió la palma de la mano, resollando suavemente.
Luego volvió a darle un cabezazo, golpeando la puerta de la cuadra.
—De eso nada, bonita —le canturreó Rus dulcemente, con su suave acento irlandés—. Tienes que quedarte aquí, al menos unos días.
—Será mejor que nos vayamos. —Tras presenciar la prueba irrefutable de la manzana, Barnaby se había encaminado hacia la puerta de los establos, y vigilaba por si alguien bajaba la colina—. El sol ya está a punto de ponerse. —Miró a Dillon—. ¿Cuánto duran las sesiones de entrenamiento?
Rus se apartó de Belle a regañadientes; Dillon y Pris le siguieron fuera del establo. Detrás de ellos, Belle relinchó apesadumbrada.
Dillon miró hacia el oeste, luego hacia el otro lado de la colina, donde las sombras ya se alargaban.
—Tenemos el tiempo justo para llevar a Rus a Hillgate End antes de que Harkness y Crom comiencen a rastrear el terreno.
—¿Incluso si vuelven a la granja de Rigby directamente antes de ponerse a rastrear? —Pris miró a Rus con inquietud mientras regresaban rápidamente hasta los caballos.
—Incluso así. —Rus le sonrió ampliamente—. Con la carrera tan cerca, Harkness no se arriesgará a que los caballos se tropiecen con un hoyo en los caminos, y terminará los entrenamientos antes del anochecer.
Pris dejó de discutir, pero por la manera en que miró a Rus, quedó claro que ninguno de ellos la había convencido.
Dadas las circunstancias, Dillon permitió que fuera Rus quien la ayudara a subir a la silla.
Al cabo de unos minutos atravesaban el cauce rocoso y galopaban veloces sobre los campos que conducían a Carisbrook House.
Cuando llegaron con gran estrépito al patio de los establos, Patrick los estaba esperando. Cogió las riendas de la yegua de Pris.
—¿Habéis encontrado a la potrilla negra?
Rus asintió con la cabeza.
—Impetuosa Belle. —Miró a Dillon—. ¿Y ahora qué?
—Ahora tenemos que pensar. —Dillon tranquilizó a Salomón, que se encabritó cuando Patrick ayudó a desmontar a Pris—. No podemos permitirnos un paso en falso. —Cruzó una mirada con Pris y luego miró a Patrick—. Ya sé que aviso con poco tiempo, pero ¿crees que lady Fowles estará dispuesta a asistir a una cena informal en Hillgate End esta noche? Sé que mi padre estará encantado, y nos dará la oportunidad de analizar lo que sabemos hasta el momento, considerar las posibilidades y fijar nuestros objetivos. Luego podremos hacer planes.
Pris asintió.
—Estoy segura de que tía Eugenia estará encantada de cenar con tu padre.
Dillon levantó la mano para despedirse.
—Entonces, nos veremos luego.
Los otros dos hombres también se despidieron, luego se pusieron en marcha. Pris los observó alejarse a toda velocidad. Con un suspiro, se volvió hacia la casa.
—Será mejor que entre y le diga a Eugenia que ya le hemos organizado la velada.