PRIS regresó al mundo, caliente y saciada, indescriptiblemente feliz, y sintiéndose extrañamente segura.
Dillon debía de haberla llevado al sofá situado frente a la librería, pues sus piernas, todavía flojas, no podrían haber soportado su propio peso para recorrer ese corto espacio. Desplomado en el sofá, Dillon la acunaba en su regazo con mucha suavidad, como si ella fuera de porcelana.
Pris se sentía en la gloria, con el placer aún palpitando en sus venas. Sin embargo, a pesar de la languidez sensual que dominaba su cuerpo, su mente estaba despierta y alerta.
Expectante.
Sus ropas estaban ordenadas de nuevo. Pris supuso que Dillon se había encargado de ello, algo que le agradecía. Antes de que pudiera reunir las fuerzas necesarias para moverse y mirarlo, el torso bajo sus hombros se elevó y bajó. El aliento masculino le rozó la oreja con un suspiro.
—La información del registro se utiliza de diversas maneras. —Dillon habló en voz baja y tranquila—. Lo usan los criadores, ya que piden información sobre los caballos que pueden utilizar para la cría. Se usa también para anotar los cambios de propietarios, además de constituir el registro oficial de las carreras en la que participan todos los caballos registrados y cuáles de ellos ganan o pierden.
Dillon hizo una pausa y luego continuó:
—La información también se utiliza para verificar la identidad de todos los caballos que participan en las carreras patrocinadas por el Jockey Club.
Pris recordó lo que le había dicho Rus en su carta, había carreras amañadas en Newmarket que implicaba al registro de alguna manera. Rus debió de descubrir algo más, algo que le había hecho abandonar las caballerizas de Cromarty e intentar echar un vistazo al registro.
Dillon le había dicho que la descripción del registro se utilizaba para desenmascarar a «falsos» campeones. Pero ¿cómo se «falsificaba» un campeón?
Pris recordó las columnas que había examinado con detenimiento un rato antes, los numerosos detalles que contenía cada entrada. ¿Qué datos podían ser falsificados?
Dillon cambió de postura y se apoyó en el brazo del sofá para estudiarle la cara. Ella sintió su mirada pero no le correspondió. ¿Estaría Harkness amañando carreras complicado en la sustitución de caballos?
—Esto sería mucho más fácil si me dijeras, exactamente, qué necesitas saber.
La tranquila declaración consiguió que ella lo mirara a los ojos.
Él le sostuvo la mirada fija y, simplemente, esperó. No la presionó; ante los agudizados sentidos de Pris, él parecía resignado.
Pris tomó aliento, luego indicó con el mismo tono sereno de él:
—Necesito saber cómo se puede utilizar de manera ilegal la información del registro.
Dillon no se movió, pero ella sintió su reacción. Los músculos de debajo de Pris se volvieron de acero y el torso contra el que descansaba pareció convertirse en piedra. Los ojos oscuros se agrandaron y ella creyó ver en ellos una dureza implacable que no había visto antes.
Por un momento, Dillon luchó por buscar las palabras; al final, dijo simplemente:
—No puedo decírtelo. —Su voz era llana y dura.
—Pero…
Se tragó la inequívoca orden que había estado a punto de pronunciar, luchó para contener exitosamente una respuesta abrupta y lograr tranquilizarse. Sabía desde el principio que ella estaba relacionada de alguna manera con una estafa; la posibilidad que siempre había barajado era la sustitución de algún caballo. Y lo que era todavía peor, alguien le había pegado un tiro. No había ninguna duda de que ella estaba caminando a ciegas en aquella situación —¡totalmente a ciegas!— y aun así seguía determinada a proteger a ese irlandés.
Se sintió a punto de explotar, pero sabía que no debía hacerlo.
Manteniendo las volátiles emociones bajo control, le sostuvo la mirada y acabó diciendo:
—Sea lo que sea en lo que tú y ese irlandés estéis metidos, es algo serio. Muy serio.
Le relató lo que sabía sobre la muerte de Collier, advirtiéndole que atraer la atención de quien fuera que hubiera asesinado al criador, no era algo demasiado inteligente; palabras que sólo consiguieron aumentar la desesperación de Pris por proteger a su amigo. Pero el solo pensamiento de que un asesino pudiera fijarse en ella lo hacía sentirse invadido por una incontrolable necesidad de protegerla.
—Esto es una locura. —Incluso a sus oídos, el tono sonó rudo. Abandonando toda prudencia, le cogió la barbilla con la mano y entrecerrando los ojos capturó la mirada de ella—. Un hombre te disparó… ¡Sólo fue una cuestión de suerte que fallara! Y sabemos que hay más gente involucrada en esta estafa que ya ha recurrido al asesinato. —Soltándole la barbilla, la agarró por los brazos. Luchando contra el deseo que le impulsaba a sacudirla, le indicó con voz enérgica—: Tienes que decirme qué está ocurriendo…, qué sabes, y quién está involucrado.
Pris lo miró fijamente. Bajo la tenue luz de la lámpara del escritorio, Dillon no podía leer su mirada. Pero entonces ella miró hacia abajo, a la mano que le apretaba el brazo.
Mordiéndose la lengua, Dillon se forzó a abrir los dedos, y la soltó.
Pris apartó la mirada y se aclaró la garganta, luego, en un arrebato, se levantó de golpe, abandonando su regazo.
Dillon maldijo entre dientes, resistiendo el impulso de agarrarla y atraerla de nuevo hacia él cuando rápidamente ella puso distancia entre ellos.
La acción y sus implicaciones lo disgustaban, llevaban esas emociones tan irracional es a nuevas alturas. Tuvo que seguir sentado un instante, obligando a su cuerpo a recobrar alguna pizca de control, apretando la mandíbula para no rugir, antes de levantarse y seguirla al escritorio.
Mientras la observaba, se recordó a sí mismo que ella aún no sabía que era suya.
Pris se detuvo ante el escritorio, en el mismo lugar donde un momento antes se habían unido. Deslizó los dedos suavemente por las entradas del registro.
—Gracias por enseñármelo.
—Gracias a ti por enseñármelo. —Dillon interrumpió las sarcásticas y amargas palabras, pero no con la suficiente rapidez como para que ella no captara su significado.
La mirada reprobadora que Pris le dirigió fue reveladora, tan reveladora que él estuvo seguro de que la había lastimado.
Ese pensamiento desinfló con rapidez su temperamento.
—Lo siento. Eso ha sido…
—Grosero.
Dillon masculló un juramento, luego se pasó una mano por los espesos cabellos, algo que no había hecho en su vida. Tuvo que resistir el impulso de tirarse del pelo.
—¿Cómo puedo convencerte de que esto es demasiado peligroso? —Bajando el brazo, la miró—, ¿de que tienes que contarme qué ocurre antes de que quien quiera que esté detrás de todo esto te encuentre y te mate?
Cruzando los brazos, Pris lo miró con el ceño fruncido.
—Para empezar puedes dejar de soltar maldiciones delante de mí. —Rodeando el escritorio se detuvo al otro lado y lo miró por encima de la mesa—. Si te sirve de consuelo, sé que lo que dices es cierto, que es peligroso, y que debería de contártelo todo. Pero…
Pris observó el gesto duro de su cara. La expresión de Dillon se volvió fría y distante.
—Pero hay alguien más involucrado y tú todavía no confías en mí.
Lo dijo con su habitual tono frío y tranquilo. Pris lo miró y con la misma ecuanimidad indicó:
—Sí, hay alguien más involucrado… y necesito pensar con detenimiento las cosas.
El tono de su voz declaraba que no iba a dejarse convencer por ningún argumento físico, mental o afectivo.
Durante unos instantes, se miraron fijamente, con el escritorio y el registro abierto, y los recuerdos de su reciente encuentro, llenando el espacio entre ellos, luego Dillon suspiró e hizo un gesto con la mano.
—Deja el registro. Será mejor que regresemos a casa de lady Helmsley.
La acompañó a la puerta trasera, luego él salió por la puerta principal y saludó a los vigilantes. Rodeando el edificio, se reunió con ella y se dirigieron al bosque.
Pris se negó a que la llevara en brazos. Tras indicarle que la precediera, se levantó las faldas y siguió sus pasos. Pris atravesó el bosque sin sufrir un rasguño. Luego, dejó caer las faldas, y salió bajo la débil luz de la luna. Uno al lado del otro, cruzaron el espacio abierto, luego entraron, sin decir palabra, en los jardines de lady Helmsley.
Dillon le tocó el brazo.
—Deberíamos regresar por la terraza.
De esa manera daría la impresión de que habían estado paseando por los jardines. Pris asintió con la cabeza y permitió que la guiara; siguieron el camino de grava hacia la terraza.
Pris frunció el ceño mientras subía los escalones. No podía imaginarse de qué manera podían ayudar los detalles del registro a Rus, ni mucho menos cómo podrían ayudarla a ella para encontrarle y rescatarle.
Deteniéndose en lo alto de las escaleras, Dillon le acarició la mano que ella había estado posando sobre su brazo durante todo el trayecto por los jardines. La miró a los ojos.
—¿Cuándo me lo vas a contar?
Era lo que más necesitaba saber Dillon.
La expresión de Pris se mantuvo desafiante.
—Cuando haya reflexionado sobre ello.
Sosteniéndole la mirada, Dillon se obligó a asentir con la cabeza, un gesto de aceptación completamente contrario a sus inclinaciones.
La condujo a la puertaventana que estaba abierta. Había más parejas tomando el aire; Dillon dudaba que alguien se hubiera fijado lo suficiente en ellos para notar algo extraño en su regreso. Entraron juntos en el salón de baile, regresando bajo las luces de las lámparas de araña.
A su lado, Pris se aclaró la voz y le soltó el brazo.
—Gracias por este agradable paseo, señor Caxton.
Instintivamente, los dedos de Dillon buscaron los de ella, y le tomó la mano. Capturando la mirada de Pris, se llevó los dedos a los labios y los besó. Sin apartar la mirada de sus ojos, permitió que ella viera, por un instante, al hombre que había en su interior.
—Reflexiona con rapidez.
Pris agrandó los ojos, pero luego arqueó las cejas con arrogancia, liberó sus dedos, se giró, y, con la cabeza bien alta, se perdió entre la multitud.
Dillon esperó hasta que terminó la fiesta para abandonar Helmsley Hall, luego se despidió de lady Helmsley y salió.
Recorrió el camino a su casa pensando en todo lo que Pris había dicho, reviviendo todo lo que había sentido, todo lo que ella le había hecho sentir…, agradeciendo que ni Demonio ni Flick hubieran asistido a la fiesta. Los dos lo conocían demasiado bien como para detectar el cambio en él cada vez que Pris aparecía en su campo de visión. No estaba de humor para aguantar las burlas de Demonio si descubría lo que sentía o para despertar los instintos casamenteros de Flick.
Sólo de pensarlo se echaba a temblar. Cada año que Flick pasaba relacionándose con las mujeres de la familia Cynster, empeoraban sus tendencias innatas.
Al llegar a Hillgate End, vio una luz en el estudio. Cuando llegó al establo, se enteró de que Barnaby había vuelto una hora antes, y que un lacayo había ido a avisar a Demonio, que había llegado hacía quince minutos.
Tras dejar sus caballos al cuidado del mozo de cuadra, se dirigió a la casa con rapidez. Llegó al vestíbulo principal y cruzó el suelo embaldosado con resonantes zancadas mientras miraba las amplias ventanas del vestíbulo; los vidrios cuadrados databan de la época isabelina, y tenían el escudo familiar en la parte superior.
La familia Caxton llevaba siglos en esa casa, era parte de la historia local. Sus tíos y primos se habían trasladado a otros lugares, pero la rama principal de la familia había echado profundas raíces y se había quedado allí. Sintió ese vínculo que siempre sentía cuando cruzaba por delante de aquel ventanal. Volviendo la mirada al frente, se encaminó hacia el estudio.
Abrió la puerta y se encontró con una visita inesperada. No sólo estaban Barnaby y Demonio, también su padre estaba esperándolo.
El general estaba sentado en un sillón a la derecha de la chimenea, con una cálida manta sobre las rodillas. Demonio ocupaba la silla frente al hogar, y Barnaby había reclamado el otro sillón.
—Señor —saludó a su padre y cerró la puerta, aliviado al ver el color de las mejillas de su progenitor y el brillo despierto de sus ojos. Tenía la mente aguda, pero su fuerza menguaba cada día. Esa noche, sin embargo, parecía tener buen aspecto.
Cogiendo otra silla, la acercó y se sentó.
—Tengo algunas noticias —miró a Barnaby—. ¿Qué has averiguado tú?
Barnaby estaba inusualmente serio.
—Primero, Collier fue asesinado, pero nunca podremos probarlo. Lo encontraron en el fondo de un acantilado con el cuello roto. Se cayó desde lo alto, y como su caballo llegó galopando a la casa con la silla de montar floja, se dio por hecho que el animal se había asustado y encabritado cuando pasaba por lo alto del acantilado y que lo había tirado.
»Sin embargo, Collier era un excelente jinete. El caballo era de pura raza, fuerte, y tranquilo; era su montura habitual. El mozo que ensilló el caballo y el jefe de cuadras estaban presentes cuando Collier montó y juran que las cinchas estaban apretadas, y que no había nada extraño ni en el caballo ni en la silla. Además, los dos pensaban que Collier salía para reunirse con alguien. No es que dijera algo al respecto, pero no era la hora habitual a la que él solía montar, el caballo no necesitaba ejercicio, y Collier parecía preocupado.
—¿A qué hora salió a montar? —preguntó Demonio.
—Un poco antes de las tres. Al final encontré a tres personas que aseguraron que habían visto a otro jinete cerca del acantilado. Ninguno lo vio con Collier. Tampoco vieron a nadie más en los alrededores.
Dillon se removió.
—Así que ese acantilado era el lugar idóneo para una reunión secreta.
—El lugar idóneo —añadió el general— para que un asesinato lograra pasar desapercibido.
—Salvo por esos tres hombres que vieron a ese jinete —dijo Barnaby—, pero ninguno de ellos pudo darme una descripción aparte de que vestía un abrigo largo y que montaba bien a caballo.
—¿Hiciste alguna averiguación por la zona? —preguntó Dillon.
Barnaby esbozó una amplia sonrisa.
—Por eso tardé tanto. Seguí la pista del hombre que podría ser el desconocido benefactor de Collier —inclinó la cabeza hacia Demonio—, cuya existencia predijiste, y hablé con el abogado de Collier. Este había estado al borde de la quiebra el año anterior, pero se salvó por una repentina inyección de dinero; a su abogado le dijo que había pedido un préstamo a un amigo. Tras su muerte, el abogado esperaba que el amigo solicitara la devolución del préstamo de inmediato, pero nadie reclamó el dinero. La suma era considerable, pero Collier había tenido suerte con las apuestas de las carreras de primavera, tenía dinero más que de sobra cuando murió.
—¿De veras? —Dillon intercambió una mirada con Demonio, luego miró a Barnaby—. ¿Qué descubriste sobre ese benefactor?
Barnaby se hundió en el sillón.
—¿Además de que es todo un caballero? Poca cosa. Asumiendo que su montura era un caballo de alquiler, visité todos los establos cercanos. Sólo uno había alquilado una montura ese día, pero aparte de describirme al hombre como un «caballero de la capital», lo único que pudieron decirme es que era casi tan alto como yo, moreno, algo más corpulento, que hablaba y vestía como un caballero, pero que era algo mayor, aunque no supieron decirme cuánto.
Barnaby, decaído, suspiró.
—Es la única pista que tengo; las perspectivas de encontrar a ese «caballero londinense» no son nada halagüeñas. Encontré la posada en la que cenó antes de tomar un carruaje en una parada de postas al sur, en la carretera que conduce a Londres.
—¿Y los de la posada? ¿Supieron decirte algo más? —preguntó Dillon.
—Era una posada grande —contestó Barnaby—, nadie recordaba nada.
Demonio tenía el ceño fruncido.
—¿De cuánto fue el préstamo?
—El abogado no me dijo la cifra exacta, pero admitió que eran más de diez mil libras.
—¡Santo Cielo! —El general agrandó los ojos—. Supongo…
—Interesante —dijo Demonio con voz arrastrada—. Quizá sea una pista a seguir.
Barnaby frunció el ceño.
—¿Por qué lo crees?
—Porque ese dinero, mi querido amigo, viene de alguna parte. Nadie tiene diez mil libras en un cajón. Si quisieras prestarle diez mil libras a alguien, ¿cómo lo harías?
Perplejo, Barnaby contestó:
—Haría un giro bancario. —Abrió los ojos de par en par—. Ah, ya entiendo.
—Exacto. —Demonio asintió con la cabeza—. Y conocemos a una persona capaz de rastrear cualquier transacción bancaria, sin importar lo difícil que sea de seguir.
—¿Gabriel Cynster?
—No sólo Gabriel. —Dillon había trabajado estrechamente con Gabriel durante la última década—. Pero él posee contactos que te harían tragar saliva y padecer las peores pesadillas.
Barnaby recuperó el ánimo al instante.
—Qué fascinante. —Unos instantes después añadió—: Creo que partiré rumbo a Londres mañana. Gabriel se encuentra allí, ¿verdad?
Demonio hizo una mueca.
—Es lo más probable en esta época del año. Comienza de nuevo la temporada. Si me prometes no mencionar ese hecho horrendo delante de Flick, le escribiré una nota a Gabriel contándoselo todo. Ven a recogerla mañana por la mañana antes de partir.
—¡Excelente! —Barnaby miró a su alrededor—. Creí que habíamos perdido la pista, pero parece que de nuevo estamos en el buen camino.
Dillon le dio una palmada en el hombro. Todos se levantaron.
Demonio se despidió de ellos y se marchó a su casa. Más animado, Barnaby subió a dormir un poco. Tomando a su padre del brazo, Dillon lo condujo a las escaleras.
Su padre le miró cuando se detuvieron en el descansillo.
—¿Qué tal la velada?
Dillon lo consideró mientras subían al segundo piso. Cuando llegaron al pasillo le contestó con honestidad.
—Lo cierto es que no lo sé.
A la mañana siguiente, Pris se despertó tarde. Permaneció acostada en la cama mirando sin ver el dosel que estaba moteado por el sol, intentando pensar con lógica, sin dejar que las emociones le nublaran el juicio, teniendo en cuenta lo que sabía y lo que tenía que hacer.
Tenía que salvar a Rus. Y para ello, tenía que encontrarle y ayudarle a librarse de Harkness y de cualquier otra cosa que lo amenazara.
Al margen de eso, el impulso de encontrar y ayudar a su gemelo era inquebrantable; los recientes acontecimientos sólo habían conseguido que esa necesidad de encontrado fuera más desesperada, más urgente.
Había centrado sus esperanzas en el registro. Ingenuamente había pensado que en cuanto lo viera sabría con qué se había tropezado Rus, que descubriría alguna conexión entre eso y dónde podía estar ocultándose, o que al menos averiguaría dónde buscarlo y qué era lo que perseguía.
Y en vez de eso…
Suspiró con desánimo. Había confirmado que el registro contenía detalles que podían relacionarse con las carreras amañadas, pero había demasiadas descripciones y diferentes clasificaciones; no se le había ocurrido hasta leer las entradas de cuántas maneras podía ser utilizado el registro para hacer trampas en las carreras.
Estaba decepcionada, pero su fracaso no era la única fuente de su creciente preocupación. Desde su llegada a Newmarket, la situación no había hecho más que empeorar…, mejor dicho, ahora sabía que las cosas estaban realmente mal. Al principio, había pensado que Rus se escondía como travesura. Pero Rus no era un niño; los años de responsabilidades lo habían hecho madurar. Si estaba escondido, era por una razón importante, no por una tontería.
Y Harkness… Que le hubiera disparado pensando que era Rus, probaba que su hermano todavía estaba en las proximidades, que todavía estaba ileso, si no, tal como Dillon había señalado, Harkness no hubiera disparado a matar. Hasta esa noche, había logrado apartar ese pensamiento de su mente, había logrado hacer caso omiso de ello en su ansia por ver el registro.
Después de que su éxito culminara con un estrepitoso fracaso la noche anterior, después de que Dillon la hubiera dejado en el baile, Pris ya no podía negar la evidencia.
Dillon tenía razón…, ese era un juego peligroso.
Volvió a oír sus palabras, el tono de su voz; hizo una mueca y corrigió sus pensamientos. Ese juego era peligroso en más de un sentido.
Se había involucrado con él como un medio para ver el registro, pero en realidad, los problemas de Rus sólo habían jugado un papel menor en el hecho de que se hubiera lanzado a los brazos de Dillon. Sin embargo, ahora que había estado entre sus brazos, más de una vez, su relación con Dillon iba a complicar las cosas.
La noche anterior, Pris había visto algo en sus ojos, había oído con mucha claridad un matiz en su voz que le hizo recelar al instante. Al ser la mayor de la familia, igual que Rus —un hombre que consideraba que nadie era propiedad de nadie—, desde muy temprana edad se había negado a depender de los hombres. No se consideraba un mueble, ni una posesión. Muchos querían verla de esa manera; su belleza era algo que los hombres codiciaban tanto como una obra de arte. Ella era una obra de arte natural que querían poseer, que querían tener en sus casas para mirarla y presumir que era suya. Pero ni siquiera su padre la había «poseído», ni había podido controlarla, porque ella jamás había cedido ni un ápice.
Salvo con Dillon.
Volvió a suspirar, luego se estiró bajo las sábanas. Los sensuales recuerdos volvieron a ella; Pris cerró los ojos, y casi pudo sentir las manos de Dillon en su cuerpo, casi pudo sentirlo en su interior.
Su mente rellenó el resto, las emociones, la constante incertidumbre de cómo la veía él, de lo que pensaba de ella y sus razones para entregarse a él…, de lo que le había dejado creer.
Pris no podía permitirse el lujo de dejar que las emociones la distrajeran. Frunciendo el ceño, continuó recordando las palabras que habían intercambiado más tarde. ¿Pensaría él como los demás hombres, que creían que las damas pasaban a ser parte de su propiedad una vez que se habían acostado con ellas, una vez que ella se les había entregado?
¿Habría alguna regla no escrita de la que nunca había oído hablar? Con un bufido, abrió los ojos y apartó las sábanas. Se levantó y se quitó el camisón antes de dirigirse a la jofaina.
Si Dillon albergaba alguna idea de poseerla, de controlarla, pronto se daría cuenta de su error. Mientras tanto, iba a tener que contarle todo y pedir que la ayudara a encontrar a Rus. La decisión ya había planeado sobre su mente; no había tenido que pensárselo mucho.
Había llegado a un punto muerto; no tenía ni idea de por dónde comenzar a buscar a su gemelo, y ni siquiera tenía un objetivo claro. Había depositado sus esperanzas en el registro, y este no había sido de ayuda, pero Dillon… Él sí sabría cómo ayudarla. Y lo haría. Era la persona en la que debía confiar.
Pero aparte de todo eso, dado lo que ella había visto en sus ojos, y lo que había oído en su voz la noche anterior, si no se lo contaba, y pronto, corría el riesgo de que él actuara —como solían hacer todos los hombres— por su cuenta. Y si se le ocurría hablar con Eugenia…
No le había contado a su tía que Harkness le había disparado.
Si Dillon le contaba a Eugenia el peligro que Rus corría, y ahora también ella, Eugenia se quedaría horrorizada e insistiría en hablar con las autoridades.
Y en este caso en concreto, por lo que a ella concernía, Dillon era «las autoridades». Le debía mucho a su tía, y la apreciaba sinceramente; lo más justo era que le ahorrara a Eugenia ese disgusto y hablara ella misma con Dillon.
Su doncella ya le había llevado agua; Pris se lavó la cara, se secó con un paño y se acercó al armario. Abriendo las puertas de par en par, examinó su guardarropa. Y consideró, dada las presentes circunstancias, qué vestido sería el más apropiado para lidiar con su amante.
—Por favor, dígale al señor Caxton que la señorita Dalling desea hablar con él.
El portero del Jockey Club la miró fijamente desde detrás de su mesa, luego se puso de pie y se inclinó de manera respetuosa.
—Sí, por supuesto, señorita. —Le hizo otra reverencia—. Ahora lo aviso.
Comenzó a retroceder, luego, sonrojado, apartó la mirada de ella y se apresuró hacia el pasillo que conducía al despacho de Dillon.
Pris suspiró para sus adentros; cruzando las manos sobre el mango de la sombrilla, apoyó la punta en el suelo delante de sus pies, y fingió no darse cuenta del portero que todavía la miraba fijamente, y de los demás ayudantes, que mientras realizaban diversos recados, se tropezaban unos con otros cuando posaban la vista en ella.
Sí, de acuerdo, se había vestido para matar con un traje a rayas verticales blancas y negras realzadas con rayas doradas más finas, un profundo escote, el dobladillo fruncido y una sombrilla negra a juego, pero su víctima potencial era mucho menos impresionable que los demás mortales. De hecho, Pris no estaba segura de que fuera impresionable en absoluto.
No tuvo que esperar demasiado para descubrirlo; Dillon se acercaba a paso vivo, con el portero a su espalda.
—Señorita Dalling. —Sin ni siquiera mostrar la más leve indicación de que había notado su aspecto, cogió la mano que ella le ofrecía, se inclinó de manera respetuosa sobre ella, y luego le señaló la puerta principal—. Venga…, demos un paseo.
Pris rechinó los dientes ante la indolencia de Dillon a las argucias femeninas. Se dirigió a él en voz baja, consciente del portero que regresaba en silencio a su mesa.
—Dada la naturaleza del tema que deseo tratar contigo, me sentiría más cómoda discutiéndolo en tu despacho.
Dillon la miró a los ojos y le indicó en el mismo tono:
—Dado que nuestro encuentro y que el tema a tratar podría ser enseguida pasto de los cotilleos, deberíamos reducir nuestra relación a lo puramente social.
Pris le sostuvo la mirada y lo meditó con rapidez. Mientras estuviera en el pueblo, se arriesgaba a ser vista por Harkness y Cromarty. Había llegado hasta allí en un carruaje cerrado que Patrick había alquilado; él la estaba esperando fuera. Ni Patrick ni ella habían pensado que fuera inteligente que se dejara ver por la calle Mayor.
Y allí estaba Dillon proponiéndole justo eso. Él le susurró:
—En estos momentos, la cafetería —indicó con la cabeza un pasillo que estaba en dirección contraria a su despacho— está llena de propietarios y entrenadores, muchos de los cuales no son miembros del club, aunque la utilizan para sus reuniones. Por fortuna, utilizan otra entrada. Sin embargo, los ayudantes que van de aquí para allá tratan a menudo con ellos en la cafetería. Si te llevo a mi oficina, este hecho se extenderá como la pólvora entre los ayudantes que vayan a la cafetería. Las especulaciones sobre qué asunto has venido a tratar conmigo irán de boca en boca por todos los rincones de club. —Añadió en voz baja—: Si paseo contigo por el jardín, los ayudantes no dirán nada…, asumirán que nuestro encuentro es de carácter personal, y por lo tanto, sin interés para ellos.
Ella asintió con lentitud.
—Hay dos personas, un propietario y un entrenador, que no quiero que me vean. ¿Podemos pasear por algún sitio donde sea poco probable que me los encuentre?
Dillon asintió con la cabeza.
—Vamos.
Salieron del edificio; tras bajar los escalones de entrada, Pris abrió la sombrilla, y le señaló el carruaje y a Patrick, visible a través de los árboles que flanqueaban el camino. Dillon echó una mirada alrededor, luego la tomó del brazo.
—Por aquí.
La condujo lejos del club, por la calle paralela a la calle Mayor, pero en dirección contraria a Helmsley Hall. El bosque era menos frondoso por ese lado; era fácil pasear por debajo de los árboles. Había muchas hojas caídas y otras estaban cambiando de color, del verde a unos tonos dorados y rojizos; el verano estaba llegando a su fin.
El bosque terminaba en un camino de grava que recorría la parte trasera de unas propiedades. Dillon se alejó de la calle Mayor.
Pris se relajó.
—Esta zona no parece ser frecuentada por los aficionados a las carreras.
—No lo es. Esta es la zona residencial, donde vive la gente. —Le indicó un pequeño espacio entre las propiedades un poco más adelante—. Ahí hay un pequeño parque, podemos hablar en él sin correr el riesgo de ser observados u oídos.
El parque estaba bien cuidado y era tranquilo. Era el lugar ideal para que las niñeras de los burgueses pudieran cuidar a los niños. Había un estanque ovalado en el centro, y unos abedules bordeaban los dos lados. Un camino de adoquines serpenteaba entre el césped y los esporádicos parterres de flores. Era un lugar al margen de la principal industria del pueblo, las carreras de caballos, y la temporada social.
Dillon la guio hasta un banco de madera bajo los abedules. Pris se sentó y se colocó las faldas.
Cuando Dillon se sentó a su lado, unas risas agudas atrajeron la mirada de Pris hacia tres niños pequeños que jugaban en el césped bajo el ojo atento de una niñera. Los niños —una chica y dos chicos— trajeron recuerdos a Pris de sí misma jugando con Rus y Albert cuando eran pequeños.
Cuando eran inocentes.
Parecía un momento adecuado para empezar su explicación.
—El irlandés que intentó forzar la puerta de tu despacho es mi hermano gemelo, Rus.
Dillon la miró a la cara; cuando ella no alzó la vista, murmuró:
—Russell Dalling.
Pris vaciló un momento, luego asintió con la cabeza. Rus y ella a menudo utilizaban el apellido Dalling cuando querían ocultar su identidad; si alguien lo llamaba Dalling, respondería. Creían que era más sensato no implicar el apellido familiar, el condado y, todavía menos, a su padre en cualquier cosa en la que se vieran involucrados.
—Vine a Inglaterra, a Newmarket, buscando a Rus. —Abriendo su bolsito, Pris sacó la carta que había recibido antes de abandonar Irlanda—. Me envió esto. —Tras dársela a Dillon, lo observó desdoblarla y leerla—. Pero antes de eso…
Le relató toda la historia sin omitir apenas nada, ocultando sólo el apellido familiar. Concluyó con las esperanzas que había depositado en el registro y en lo que revelaría, esperanzas que se habían esfumado.
—Además —inspiró hondo—, he decidido contártelo todo, esperando que sacaras mejores conclusiones que yo. —Tensó los dedos sobre el mango de la sombrilla—. Quiero encontrar a Rus más que cualquier otra cosa.
Girando la cabeza, lo miró. No la sorprendió encontrar una expresión dura e implacable en su cara.
—Deberías habérmelo contado todo desde el principio.
Las palabras eran condenatorias; estaba enfadado. Pris arqueó las cejas y lo miró fijamente hasta que él apartó la mirada.
—Lo hubiera hecho si no estuviera involucrado Rus. Jamás haría voluntariamente nada que pudiera hacerle daño.
Con lentitud, él arqueó sus propias cejas en respuesta.
—¿Qué te ha hecho cambiar de idea?
Su voz apenas fue un susurro; durante un instante, las profundas corrientes sensuales que había entre ellos emergieron y los envolvieron.
Pris las ignoró y sólo indicó:
—Cuando te conocí, no tenía ni idea de si entenderías que Rus era inocente de cualquier delito, pero que podría haberse visto involucrado en uno sin querer. No podía arriesgarme a decírtelo y esperar lo mejor. Así que tenía que tratar de encontrarlo. Lo he intentado todo, he seguido todas y cada una de las pistas que tenía para averiguar dónde está, y qué es lo que lo amenaza. Pero no he podido encontrarle y…
Dillon entrecerró los ojos aún más.
—Y Harkness te disparó. —Él le sostuvo la mirada un momento, luego masculló por lo bajo y apartó la mirada—. Harkness pensó que tú eras tu hermano. Por eso te disparó… y eso quiere decir que si Harkness está preocupado, es porque Rus todavía sigue por los alrededores y tiene que ser eliminado.
Haciendo una mueca, Pris asintió con la cabeza.
—Sí. —«Y Harkness me disparó» no era lo que había estado a punto de decir, pero si él no necesitaba escuchar que ella confiaba en él, pues que así fuera.
Dillon se apoyó contra el respaldo.
—Cuéntame todo lo que sepas sobre Cromarty y Harkness.
Pris le relató sus antecedentes, haciendo hincapié en que tenía que evitarlos.
—Si me ven, sabrán que pueden encontrar a Rus a través de mí, que sólo tendrán que vigilarme, pues a la larga Rus me encontrará o yo le encontraré a él.
La sangre de Dillon se heló en sus venas mientras otra alternativa surgía en su mente. Una alternativa que Harkness y Cromarty bien podrían utilizar si se encontraban lo suficientemente desesperados. Podían tomar a Pris de rehén… Ella había abandonado Irlanda, viajado a Newmarket, e incluso se había entregado a él para encontrar a su gemelo; ¿no haría Russell Dalling lo mismo?
Dillon conocía el vínculo especial que existía entre los gemelos.
Lo había observado a menudo entre Amanda y Amelia, las gemelas Cynster. Si Cromarty y Harkness querían a Russell Dalling, todo lo que tenían que hacer era secuestrar a Pris.
Se incorporó de golpe.
—Tienes razón. Lo primero que tenemos que hacer es localizar a tu hermano.
Pris parpadeó.
—Estoy casi segura de que todavía continúa por aquí cerca.
Cogiéndola de la mano, Dillon se puso de pie y la instó a levantarse, consciente de que su expresión era bastante sombría.
—Entonces es que está cerca. Vamos.
Enlazando su brazo con el de él, la condujo a la salida del parque, donde tomó por una de las calles laterales que daban a la calle Mayor.
—Vamos a tener que arriesgarnos a cruzar la calle Mayor, pero las posibilidades de topamos con Cromarty o Harkness a esta hora son muy escasas.
Ella lo miró.
—¿Adónde vamos?
—A la biblioteca. Es donde está el mejor mapa del pueblo.