—¿Le producía dolor el naipe dentro de la cabeza? —preguntó Blue con curiosidad.
—Dolor, exactamente, no —respondió Kitterick. Cynthia Cardui se había empeñado en que acompañase a Blue para protegerla—, pero produce una sensación rara.
—¿Cómo lo hace madame Cardui? ¿Es un hechizo?
—¡Oh, no, Alteza Serenísima; tengo una ranura! —Se apartó el pelo y se inclinó para que Blue pudiese mirar. En el cráneo tenía una ranura metálica—. La información está codificada en las cartas, que parecen las de una baraja normal para que nadie sospeche. Lo único que yo hago es descifrarla. Hace falta un poco de entrenamiento, sobre todo para no caerse mientras se tiene la carta dentro de la cabeza.
—¡Demonio! —exclamó Blue.
Caminaban por Cheapside, una zona de la ciudad que Blue no había pisado antes y que no estaba muy segura de querer volver a visitar. Formaban una extraña pareja. Blue seguía disfrazada de chico, y Kitterick, con la piel y las ropas de brillante color naranja, apenas le llegaba al hombro. Aunque era robusto, resultaba demasiado bajo para parecer un guardaespaldas, pero madame Cardui le había asegurado a Blue que el enano era extremadamente tóxico. Un mordisco de Kitterick solía bastar para derribar a un caballo de tiro, aunque tardaba su tiempo en hacer efecto.
Era muy tarde, pero Cheapside estaba tan atestado de gente como Northgate. A Blue le daba la impresión de que aquellas personas buscaban placeres mucho menos inocentes que un espectáculo teatral o una cafetería que sirviese cuernos del caos. Toda la zona tenía la mala pinta de los paraísos de delincuentes. Blue se alegraba de no estar sola, aunque Kitterick llamaba demasiado la atención para que se sintiese tranquila.
—Casi hemos llegado —anunció el enano haciendo una seña con el dedo—. Ahí está.
Kitterick se refería a Seething Lane, donde madame Cardui había dicho que estaba la fábrica de pegamento de Chalkhill y Brimstone. A aquella hora estaría cerrada, por supuesto, pero la Dama Pintada le había facilitado a Blue las direcciones particulares de Jasper Chalkhill y de Silas Brimstone. Chalkhill tenía una finca en Wildmoor Broads, más allá de la fábrica, pero Brimstone vivía más cerca: poseía una casa en Seething Lane. Blue miró hacia donde señalaba Kitterick y vio una entrada, estrecha y sombría, flanqueada por un salón de tatuajes a un lado y por una barbería al otro; ambos estaban cerrados. Parecía el lugar menos indicado del reino para que nadie fuera hasta allí. ¿Cómo diablos se había mezclado Pyrgus con aquella gente?
Al acercarse, Seething Lane resultaba aún más horrible porque despedía un olor que a Blue le revolvía las tripas. El callejón era estrecho y estaba parcialmente empedrado, y los faroles apenas lo iluminaban, de forma que había grandes trechos sumidos en la oscuridad total. En las sombras podía esconderse cualquiera, esperando para abalanzarse sobre los incautos.
Como si le leyese el pensamiento, Kitterick sacó una antorcha llameante del bolsillo y la mantuvo en alto.
—Creo que es mejor que vaya yo delante, Serenidad —dijo en voz baja.
Blue se mostró conforme, aunque acarició nerviosamente el puñal que llevaba oculto mientras seguía a Kitterick.
En la callejuela no había nadie y, al alejarse de la calle principal de Cheapside, sus pasos resonaban de forma misteriosa sobre los adoquines. El olor era más intenso allí, pero Blue se esforzó en reprimir las ganas de vomitar. Tras unos momentos, Kitterick anunció:
—Aquí es. —Levantó la antorcha hasta que la luz parpadeó sobre el número marcado en la angosta puerta—. Ochenta y siete. La casa del señor Brimstone.
A cada lado de la callejuela había casas antiguas en hilera, muy pegadas unas a otras, algunas de las cuales tenían balcón. La vivienda de Brimstone formaba parte de este conjunto, aunque no acababa al mismo nivel. Resultaba difícil asegurarlo debido a la oscuridad, pero parecía apretujada entre dos edificios y que se había colado allí como una idea que se te ocurre demasiado tarde e intenta ocupar un espacio vacío. Sobresalía tres pisos por encima de los otros edificios, pero en ninguno se veía luz.
—Parece que no hay nadie en la casa —murmuró Blue.
—¿No es mejor que me cerciore de que es así, Serenidad?
Blue lo pensó un instante y asintió. No tenía prisa por conocer ni a Chalkhill ni a Brimstone. Su plan, si se le podía llamar plan, era buscar pruebas de que habían atentado contra la vida de su hermano. Cuando las tuviese, podría actuar. Estaba dispuesta a hablar con cualquiera de los dos hombres si hacía falta, pero si Brimstone no estaba en casa era la oportunidad perfecta para echar un vistazo. Se preguntó si el hombre utilizaría hechizos de seguridad.
—Serenidad, tal vez sea mejor que no estéis a la vista por ahora. Lo cierto es que la casa parece vacía, pero nunca se sabe, y no nos conviene que el señor Brimstone se entere de que la Casa Real se interesa por él en estos momentos.
Blue dudaba mucho que Brimstone la descubriese tras su disfraz, pero Kitterick tenía razón. A aquellas alturas de la historia era mejor no arriesgarse. Así que asintió otra vez y se escabulló en la oscuridad. Entonces Kitterick llamó a la puerta con un golpe atronador.
Al poco rato alguien abrió bruscamente una ventana del piso superior de una de las casas vecinas, y asomó un enfadado rostro.
—¡Deja de armar follón, horrible enano cretino, si no quieres que baje y te rompa la crisma!
—Tengo un envío para el señor Brimstone —repuso Kitterick sin inmutarse.
—¿A estas horas? Pero ¿cómo eres tan estúpido?
—Es un envío urgente. Algo para el pegamento.
—¡Pues llévalo a la fábrica, bizco imbécil! ¡No vengas a perturbar el sueño de la gente!
—Me temo que la fábrica está cerrada, señor. Creo que es mejor que vea al señor Brimstone.
—Bueno, pues el señor Brimstone no está en casa, rata estúpida. Convéncete. ¡Vete al cuerno!
—¿Estará el señor Brimstone en casa más tarde? —preguntó Kitterick.
—¿Más tarde? ¿Más tarde? ¿Y cómo voy a saber yo si estará más tarde? ¿Acaso soy su niñera?
—No, señor. Gracias, señor. Ya me marcho. Siento haberlo molestado, señor. —Kitterick hizo como que se alejaba por la callejuela, pero volvió tan pronto como la cabeza del hombre hubo desaparecido—. La casa está vacía, Serenidad. ¿Acierto al suponer que vamos a entrar?
—¡Oh, sí! —exclamó Blue—. Entremos.
* * *
Brimstone había tenido muy en cuenta las medidas de seguridad. La puerta principal de su casa parecía tan simple que hasta un bebé podría tirarla abajo, pero se resistió al detector de hechizos de Blue, y seguía cerrada después de que los hábiles dedos de Kitterick la manipularan durante quince minutos.
—Nunca había visto cerraduras como éstas —murmuró Kitterick—. Están interconectadas: cuando se abre una, otra se cierra. Es una idea muy sencilla, pero no veo la forma de solucionarlo. —Se enderezó y se volvió hacia Holly Blue—. Me pregunto, Serenidad, qué opinaríais si realizáramos un ataque más directo.
—¿En qué está pensando? —le preguntó Blue con cautela.
—En un cartucho de dinamita —respondió Kitterick—. Da la casualidad de que llevo uno encima.
—¿Y el ruido no llamará la atención?
—No, si lo utilizamos al mismo tiempo que un hechizo de silencio. El inconveniente es que haremos un agujero en la puerta y, probablemente, en un trozo de la pared. En otras palabras, si el señor Brimstone vuelve, sabrá enseguida que alguien ha irrumpido en su casa. —Kitterick dudó—. Pero no creo que se venga abajo todo el edificio. —Guiñó un ojo—. No, estoy seguro de que no ocurrirá; estas casas viejas son de construcción muy sólida.
—Hágalo —le ordenó Blue.
Kitterick sacó un cartucho de dinamita tremendamente grueso del bolsillo del pantalón y encendió la mecha. Mientras la mecha ardía a velocidad de vértigo, la pegó contra la puerta, y luego rebuscó algo en los bolsillos.
—¿Dónde he puesto el hechizo de silencio…?
Blue observaba cómo la chispeante llama corría hacia la dinamita, y se mordió los labios con nerviosismo.
—Señor Kitterick.
—¡Ah, aquí está! No, esto no es.
—Señor Kitterick, ¿no cree…?
—¿Por qué será que las cosas no aparecen nunca cuando uno las necesita, Serenidad? Tendremos que prescindir del hechizo. No, no, es mentira: ¡lo he encontrado! —Sacó un pequeño cucurucho de un bolsillo interior—, ¡qué alivio! —Kitterick se agachó y encendió el cucurucho con la mecha, que en aquel momento estaba a escasos centímetros de la dinamita—. Con un poco de suerte nuestro hechizo detonará antes que el cartucho. —Se volvió hacia Blue con una sonrisa—. Y ahora, creo que deberíamos poner cierta distancia entre la puerta y nosotros. Si me permitís, Serenidad…
La agarró por el brazo y ambos salieron corriendo atropelladamente por Seething Lane.
No habían recorrido ni cincuenta metros cuando la puerta despidió una enorme bola de fuego, y una mano invisible golpeó la espalda de Blue como si fuera una ola de calor repentino que hubiese descendido sobre ella. Estuvo a punto de caer, pero logró mantener el equilibrio, y se volvió a tiempo para ver una lluvia de escombros. Sin embargo, el hechizo de silencio había hecho mella en la dinamita, de modo que la princesa no oyó ni un tintineo.
—Vamos a ver de qué están hechas sus maravillosas cerraduras —dijo Kitterick esbozando una sonrisa.
Cuando regresaron, comprobaron que la puerta de Brimstone había desaparecido por completo, así como el trozo de calle que estaba frente a ella y parte de las casas de ambos lados. En la oscuridad, al otro lado de donde había estado la puerta, distinguieron una escalera estrecha que conducía a los pisos de arriba.
—Creo que es mejor que se quede usted aquí, señor Kitterick —indicó Blue—. Así podrá avisarme si aparece Brimstone.
Blue esperaba que Kitterick no se opusiera. Si había alguna prueba incriminatoria dentro, prefería examinarla ella sola. ¡Quién sabía en qué se había metido Pyrgus! Pero en esa ocasión el enano se limitó a decir:
—Excelente idea, Serenidad. La explosión tiene que haber absorbido el hechizo, así que silbaré si hay algún problema. Puedo emitir un silbido muy penetrante cuando me concentro.
Blue lo creyó. Tenía una gran opinión de Kitterick. La joven trepó por el montón de escombros y vio que los peldaños inferiores de la escalera estaban rotos, pero logró subir sin mucha dificultad, pues el resto de la escalera parecía sólido. Llegó a un descansillo con dos puertas. La primera que abrió daba a un retrete maloliente, y la segunda a lo que parecía una sala.
Dudó un momento porque no se atrevía a encender las luces, pero decidió arriesgarse. Como había dicho Kitterick, si Brimstone regresaba, sabría de todas formas que habían entrado en su casa, así que unas cuantas luces en el piso de arriba no añadirían mucha más información. Aun así, cruzó la habitación dando traspiés y cerró las cortinas antes de poner en funcionamiento las esferas luminosas.
La habitación, en completo desorden, estaba atestada de muebles tan viejos que algunos se caían a pedazos. En el suelo no había alfombra, pero sobre las tablas de madera se habían esparcido unos cuantos tapetes raídos, deshilachados y sucios. Blue dedujo dónde se sentaba Brimstone cuando estaba en la habitación: era una vieja butaca situada junto a la chimenea, con un par de cojines sucios para amortiguar los muelles que asomaban. Junto a ella había una mesita con una jarra de chocolate vacía. Al otro lado de la chimenea, destacaba una carbonera con unos birriosos pedazos de carbón, y una cestita de mimbre llena de astillas, a la derecha. A Blue no le costó imaginarse al viejo en las noches de invierno acurrucado junto a un fuego miserable, calentándose las manos protegidas por mitones con una escasa taza de…
Pero… un momento. Aquello no tenía sentido. Blue miró a su alrededor: desde las gastadas esferas, que apenas daban luz, hasta el asqueroso mobiliario, el lugar rezumaba pobreza y ruina. Sin embargo, Brimstone no era pobre. No podía serlo, puesto que tenía una fábrica de pegamento e intereses en negocios diversos, si madame Cardui no se equivocaba. Entonces, ¿por qué un hombre con recursos iba a preferir vivir como un indigente? ¿Sería Brimstone un avaro? Blue no lo creía. Aquello tenía que ser una visión producida por los efectos de un hechizo, tal vez algo inventado por Brimstone para protegerse de los ladrones. De ese modo, quien entrase a robar, pensaría inmediatamente que allí no había nada de valor. Muy astuto.
Blue suponía que el hechizo había entrado en funcionamiento al abrir la puerta, o al haber pisado algún punto determinado en el descansillo. En cualquier caso, lo más urgente era descubrir la forma de desactivarlo. Blue empezó a examinar poco a poco todo lo que había en la habitación.
Si no se equivocaba al pensar que todo era una ilusión óptica, ésta era muy buena. Incluso cuando se acercaba a los objetos, no veía que ninguno presentase el menor indicio de no ser real. Se aproximó a la que le parecía la butaca de Brimstone, y no sólo la vio sino que la olió y la tocó. Cuando removió uno de los mugrientos cojines, se formó una nubécula de polvo que la hizo estornudar. Estaba empezando a preguntarse si no estaría en un error y que tal vez Brimstone era realmente un avaro, cuando llegó junto a un cuadrito enmarcado que se apoyaba sobre un cofre lleno de abolladuras. Era el retrato de un viejo delgado, seguramente el propio Brimstone, que miraba con fijeza y con expresión engreída. Cuando Blue se inclinó para examinarlo, el viejo del cuadro le guiñó un ojo.
Se asustó tanto que retrocedió de un salto, pero como no sucedió nada más, volvió a acercarse al cuadro. El viejo le guiñó el ojo otra vez. Blue movió la cabeza hacia delante y hacia atrás y descubrió que, en una determinada posición, el retrato siempre guiñaba el ojo. Pero ¿por qué? Se podía acoplar un hechizo que hiciese guiños en un juguete infantil, pero no era de esos inventos que dan dinero si se destinaba a retratos de adultos. Entonces, ¿por qué lo habían colocado en aquél? Una creciente sospecha estuvo a punto de hacerla sonreír.
Blue volvió a mover la cabeza hasta que el retrato guiñó el ojo de nuevo, y ella le devolvió el guiño. De pronto, se produjo la pista característica de las ilusiones ópticas, de modo que las mortecinas esferas, moteadas de moscas, resplandecieron y arrojaron una luz intensa y brillante. Blue se puso derecha y miró a su alrededor. La habitación se había transformado: el montón de muebles viejos había desaparecido, y en su lugar había aparecido una delicada selección de elegantes (y carísimas) antigüedades. Las desnudas tablas del suelo estaban cubiertas con una gruesa alfombra de importación, que abarcaba de pared a pared. La butaca de Brimstone se había convertido en un moderno sillón reclinable con una bandeja extensible para cócteles, y en los cojines se marcaba con exactitud la forma de su flaco trasero. Pero a Blue le llamó especialmente la atención una de las antigüedades, un buró muy bien conservado.
Blue supuso que estaría cerrado con llave, pero Brimstone debía de tener mucha confianza en su hechizo de seguridad porque se abrió con facilidad. Las casillas estaban atestadas de papeles, y también los cajones. La joven los registró de arriba abajo, buscando algo que le diese una pista sobre lo que le había pasado a Pyrgus. Pero sus esperanzas se desvanecieron enseguida. Todos los papeles trataban de los negocios de Brimstone, y la mayoría de ellos eran de la Compañía Chalkhill y Brimstone. Asimismo le sorprendió que los papeles estuviesen en regla: no había el menor indicio de actividades turbias ni tratos dudosos. Ni siquiera descubrió una sombra de algo poco ético, y mucho menos ilegal.
Blue examinó superficialmente el resto de la habitación y luego se dirigió a la escalera. En el segundo descansillo también había dos puertas: una daba acceso a una pulcra y pequeña cocina. Como estaba decidida a no dejarse engañar dos veces por los efectos de un hechizo, la inspeccionó con cuidado, pero a los cinco minutos optó por creer que era exactamente lo que parecía. Salió, cruzó el descansillo y abrió la segunda puerta.
Al otro lado la esperaban los demonios.
* * *
Los oyó antes de verlos: aquel chirrido característico, semejante al de los insectos, escondido bajo un «clic clac», como el de las pinzas de las langostas. En ese momento, las esferas luminosas centellearon.
Blue tuvo la impresión de que se encontraba en una biblioteca; el lugar estaba infestado, pues vio por lo menos a cinco demonios. Eran los habituales de color gris: pequeños y flacos, con grandes cabezas y enormes ojos negros como el azabache. Había cuatro machos y una hembra, y todos vestían igual: monos plateados de una pieza y botas, también plateadas, de suela gruesa. Blue se dio cuenta enseguida de que se trataba de un grupo que se conocía con el nombre de Brigada de Basiliscos. Tras conjurarlos, se los podía contratar para que protegiesen cualquier cosa. El coste era el sacrificio de rigor, pero ellos cumplían con su obligación. La Brigada de Basiliscos era letal.
Blue movió la cabeza rápidamente, pues todo el mundo sabía que no se debía mirar a un demonio a los ojos, y dio un portazo. Fue un acto reflejo. Sabía muy bien que no daría resultado, pero así se sentía más segura, aunque no sería por mucho tiempo. En cuestión de segundos, un rayo de luz azul se filtró desde el otro lado de la puerta, y un demonio se deslizó en él. Blue corrió escaleras abajo.
Cuando llegó al primer descansillo, se dio cuenta de que los demonios no la perseguían. Se detuvo con el corazón acelerado y miró hacia arriba. No había nada. Tomó aliento y se arriesgó a subir unos cuantos escalones. Nada. Aquello era muy raro. Cuando los basiliscos le echaban el ojo a alguien, casi siempre insistían hasta que lo mataban, si no se lo impedían antes. Pero allí no había nada que pudiese detenerlos. La Brigada de los Basiliscos en pleno podría haberse lanzado escaleras abajo como una avalancha. Blue subió otro escalón.
Cuando tuvo a la vista el segundo descansillo, dio por descontado que los demonios ya no estaban allí. ¿Adonde habrían ido? Ése no era el comportamiento normal de los demonios. ¿Los había asustado algo? Tras unos momentos decidió que le daba igual. Si se habían ido, mejor para ella, así podría registrar la biblioteca. Abrió la puerta con cuidado y descubrió, espantada, que estaban todos dentro.
En esa ocasión ni siquiera se tomó la molestia de dar un portazo; se limitó a bajar de nuevo la escalera lo más rápido posible. Sabía que no tendría suerte la segunda vez. Y también sabía que los demonios, antes de matar a alguien, tenían la asquerosa costumbre de llevar a cabo ciertos experimentos médicos especialmente dolorosos…
Pero ¡tampoco la persiguieron en esa segunda oportunidad! Blue se detuvo en mitad de la escalera, y no le cupo ninguna duda: los basiliscos, que habían empezado a deslizarse fuera de la habitación cuando ella había abierto la puerta, habían vuelto a desaparecer.
Blue quedó tan impresionada como si le hubieran tirado una bomba. ¡Se trataba de otra ilusión óptica! Parecía que estos trucos eran una de las especialidades mágicas de Brimstone. Evidentemente, resultaban más baratos que conjurar a unos basiliscos de verdad y mucho más fáciles de mantener, pues no había que ofrecerles sacrificios ni controlarlos para que no se durmieran en los laureles. Únicamente había que crearlos, ponerlos en funcionamiento y dejar que cumplieran con su obligación.
Blue regresó con gran cautela hasta que estuvo a un solo escalón del descansillo; luego se detuvo. La puerta de la biblioteca seguía abierta, y si los basiliscos la veían, tardarían sólo unos segundos en llegar al rellano. Un demonio ficticio podía matar igual que si fuera real, porque, mientras la ilusión óptica duraba, la criatura tenía suficiente dosis de realidad para hacerlo, aunque no podía ir más allá de los límites establecidos por el hechizo. Parecía que Brimstone había creado a aquellos seres para que protegiesen la biblioteca y el descansillo exterior, pero no la escalera.
Al estar la puerta abierta, Blue no se atrevió a pisar el descansillo. Si los demonios la veían, irían tras ella otra vez. Casi siempre los demonios eran unos tramposos, pero los demonios ficticios eran los más tramposos de todos, y no había forma de convertirlos en seres inteligentes. De modo que se podía crear un ser ficticio para que atacase a cualquiera que abriese la puerta, pero no se podía conseguir que reconociesen a su creador y no lo atacasen. Las ilusiones ópticas, producto de la magia, no tenían esa ventaja, lo cual significaba que debía de haber una forma simple para desactivarlas, puesto que Brimstone tenía que librarse de los basiliscos antes de utilizar su biblioteca.
Pero ¿dónde estaba el dispositivo y en qué consistía? En la habitación del piso de abajo el accionador era el retrato que guiñaba los ojos. Eso le dio a Blue ciertas pistas sobre el funcionamiento de la mente de Brimstone. Ella no creía que hubiese otro retrato, pero pensó que tal vez Brimstone había ocultado el dispositivo para que se confundiera con otro objeto.
Junto a la escalera, no había retratos ni cuadros de ningún tipo. Las paredes eran lisas, sin adornos ni paneles, no había nada que pudiese parecer lo que no era. ¡Un ruido! Uno de los escalones crujió. Ya lo había notado al subir, y había vuelto a hacer ruido al bajar. Naturalmente, a Blue no le había llamado la atención. Muchos escalones de madera crujían, sobre todo en casas tan viejas como aquélla. Pero ¿y si no fuese un ruido natural? ¿Y si se tratara de una señal incorporada a propósito?
Blue retrocedió y bajó unos escalones. Aún podía ver el descansillo cuando llegó al punto que crujía. Lo pisó unas cuantas veces y el crujido se repetía siempre. No era tan ruidoso que llamara la atención, pero sí lo suficiente para que lo oyese un anciano. ¿Era ése el desencadenante que daba lugar a la ilusión óptica? ¿Era lo que ponía a los demonios en funcionamiento, cuando subía una persona? ¿O bien los demonios estaban siempre allí, y el crujido era sólo una forma de indicar el lugar donde se desactivaban?
Blue, con el entrecejo fruncido, intentó guiarse por la lógica. Si ése era el dispositivo, no podía tratarse sólo de la presión de las pisadas. Ella lo había hecho crujir al subir, con lo cual podría haber despertado a los demonios, pero también lo había hecho crujir al bajar corriendo, y los demonios no se habían desactivado. ¿O sí? ¿O acaso los había desactivado al bajar y se habían vuelto a despertar cuando había subido de nuevo?
Había algo que no encajaba. Sobre todo porque el sistema no funcionaba bien. Brimstone quería un hogar seguro, por lo tanto querría también que sus efectos mágicos funcionasen. Si se trataba de un mero dispositivo de presión, cualquiera que subiese la escalera de dos en dos podría saltárselo. Blue permanecía con el entrecejo fruncido. No podía ser un simple dispositivo de presión.
Pensó en el retrato que guiñaba los ojos. El efecto óptico desaparecía si se le devolvía el guiño. Tal vez… Tal vez… Tal vez la Brigada de Basiliscos desapareciese si alguien repetía el crujido. Blue pisó el escalón hasta que lo hizo crujir, y luego imitó el crujido a modo de respuesta. Luego esperó, y como no pasó nada, subió la escalera. La puerta del segundo descansillo seguía abierta, pero desde el ángulo en el que se encontraba no podía ver si había alguien dentro de la habitación. Tuvo que arriesgarse y dirigirse hacia el descansillo.
Lo hizo muy rápido, para no perder el valor. La biblioteca estaba vacía.
Blue soltó un suspiro de alivio. Aunque no lo conocía personalmente, a aquellas alturas tenía una idea muy clara de cómo era Brimstone. Era un viejo peligroso y astuto, a quien no le importaba nada lo que pudiera pasarle a la gente. Pyrgus había tenido suerte al escapar de él vivito y coleando.
Pero Blue aún no sabía qué había ocurrido entre ellos. La biblioteca estaba llena de libros de brujería, hechicería, nigromancia, necromancia y magia; y algunos eran ejemplares muy raros. Blue registró el lugar a conciencia, pero no encontró nada que demostrase que Brimstone había intentado asesinar a su hermano.
Salió de la biblioteca y subió la escalera hasta el tercer piso. Procuró estar atenta a los crujidos y escudriñó hasta el último centímetro del tramo de escalera por si había otro desencadenante de efectos mágicos. No localizó ninguno, pero aun así era la viva imagen de la cautela cuando llegó al último rellano. Era igual que los otros y resultó completamente decepcionante. Una puerta daba a un cuarto de baño y la otra a un dormitorio. No había más Brigadas de Basiliscos, ni ilusiones ópticas de ningún tipo, como pudo comprobar. Parecía que Brimstone se había sentido satisfecho con la idea de que ningún intruso podría pasar del segundo piso.
Pero Blue aún no había descubierto nada sobre Pyrgus.