El espejo mostraba la imagen de un chico delgado con el pelo cortado casi al rape y expresión franca. Llevaba ropa hecha en casa y sin ninguna gracia: una chaqueta verde manchada de barro y mal remendada, y unos pantalones de color marrón, de una tela que producía picazón, remetidos en unas agrietadas botas de cuero de tacón bajo. Podría pasar por un obrero fabril o un aprendiz mal pagado. Holly Blue contempló su imagen con cierta satisfacción. Los disfraces de verdad eran mejores que cualquier excéntrica fantasía creada por un hechizo, que podía ser descubierta por un contrahechizo o no tener el éxito que esperabas.
A Blue le preocupaba su piel. Muchos chicos a su edad tenían granos, y los aprendices más que ninguno, pero no podía hacer nada al respecto. Además, ya había utilizado el disfraz antes, y nadie había reparado en ese detalle, aunque las otras misiones no habían sido tan peligrosas como ésta. Tras reflexionar un poco sobre el tema, acabó por aplicarse una pintura para conseguir una apariencia de piel curtida. Algo era algo.
Blue revisó su armamento, tan escaso que daba lástima. La cuestión era que todo tenía que encajar con el personaje. Los obreros y los aprendices no podían permitirse el lujo de tener armas soberbias, ni tan siquiera una espada. La mayoría de ellos sólo llevaba una porra para defenderse, y eso los que llevaban algo. Así que se conformó con una pequeña daga y una chilla hecha con una moneda de cobre. La daga podía pasar, aunque parecía mucho más barata de lo que era; si le descubrían la chilla, le quedaba el recurso de decir que la había robado. Por si acaso, guardó un detector de hechizos en el bolsillo que, si no lo examinaban de cerca, parecía un plátano.
Se miró al espejo por última vez, se dirigió hacia los estantes de libros y acarició un delgado volumen de los Ensayos de Crudman. Una parte de la estantería se deslizó sobre silenciosas ruedecillas. Cuando Blue entró en el pasadizo oculto que había al otro lado, se encendieron unas esferas incandescentes y la estantería volvió a rodar hasta su sitio. En menos de media hora deambulaba entre las inmensas multitudes de Northgate.
El primer teatro de Northgate se había inaugurado quinientos años antes y, desde entonces, la zona se había convertido en un centro de diversión, aunque en los últimos años se ofrecían espectáculos más variados que las clásicas representaciones teatrales. Letreros que emitían ráfagas centelleantes anunciaban cabinas giratorias, húmedas cavernas, cafeterías que servían cuernos del caos, salas de música simbala, representaciones de crudo realismo y la denominada Experiencia Orgánica Burbujeante, que era algo nuevo para Blue. Las aceras estaban atestadas de gente, como siempre a aquella hora de la noche, y los artistas callejeros se empleaban a fondo para sacarle unas monedas a la multitud. Blue pasó ante malabaristas y acróbatas, ante un grupito de músicos ambulantes y ante un individuo de extraño aspecto que parecía como si se estuviera comiendo un dragón vivo. Era un efecto óptico, desde luego, pero muy bueno.
En una puerta apareció una prostituta entrada en años.
—¿Le apetece tomar un cuernecito del caos conmigo, caballerete?
Blue la rechazó con un gesto y le sonrió. Al menos, su disfraz daba el pego.
Si se hubiera tratado de un recorrido normal, se habría detenido en la calle principal para disfrutar de las emociones y de los espectáculos. Pero aquél no era un recorrido normal. Tal vez su padre pensase que podía encontrar a Pyrgus en el Mundo Análogo, pero ella no estaba tan segura. Durante los últimos días, había repasado mentalmente fragmentos de conversación: «¡Creí que ese asqueroso de Hairstreak te había matado! ¡Hace tres días que no sabía nada de ti!», y Pyrgus había respondido: «Hairstreak no me ha puesto la mano encima. Ha sido otra persona la que ha estado a punto de matarme».
Poco antes de que Pyrgus entrase en el portal y desapareciese, habían estado juntos en la capilla. «Ha sido otra persona la que ha estado a punto de matarme». Su hermano intentó quitar importancia a sus palabras haciendo ver que era un chiste, pero ella lo conocía muy bien. No se trataba de un chiste, sino de un desliz. Había algo que Pyrgus no quería que ella supiese sobre… ni ella ni nadie, en realidad. A Pyrgus le horrorizaba llamar la atención, pero lo cierto era que alguien había estado a punto de matarlo. Quizá no había sido Hairstreak, sino otra persona. Y unos minutos después, volvieron a intentarlo: alguien le había inyectado veneno en las venas y había saboteado el portal de la Casa de Iris. ¿Era una coincidencia? Holly Blue creía que no.
Se abrió paso entre un conjunto de tragasables, que actuaban sincronizados, y entró en Garrick Lane, donde había estado el teatro original. El edificio había desaparecido tiempo atrás, pero la calle seguía siendo el alma de la zona teatral de Northgate. Blue pasó ante las llamativas fachadas del Teatro de la Luna, el de la Esfera y el Garrick, y llegó hasta la estrecha y modesta escalera de la casa que estaba junto a la antigua tienda de artículos de hechicería. Un guardián, producto de un efecto óptico, la detuvo en el primer descansillo.
—¿Quién osa pedir audiencia a la Dama Pintada? —preguntó el guardián pomposamente.
Blue sonrió para sí. Un guardián, fruto de un vulgar efecto óptico, diría algo así como: «Por favor, diga su nombre y a qué viene», pero eso no era suficiente para madame Cardui. Le gustaba impresionar incluso antes de que la viesen; por eso el guardián había sido hecho por encargo. La mayoría de la gente se contentaba con comprar un portero corriente, pero aquél era un verdadero djinn de casi dos metros y medio de estatura y barba negra, ataviado con bombachos y turbante. Sus ojos resplandecían como carbones candentes.
—El pequeño Blue —respondió Blue muy tranquila, y la criatura se disolvió en medio de una nube de excesivo humo verde.
Blue subió otro piso y llamó cortésmente a una puerta, que en parte estaba cubierta por una cortina.
—¡Entra, cielito, entra! —ordenó una voz chillona.
El salón de madame Cardui era extraordinario desde todos los puntos de vista: era lujoso y tenía las paredes cubiertas por abundantes capas de pintura de color, que de vez en cuando se disolvían para reflejar fugaces imágenes de mantícoras y unicornios; en vez de muebles había suntuosos cojines de seda y de terciopelo, esparcidos entre algunas mesitas bajas que contenían caños de opio purpúreo y fuentes de cristal con caprichos de reina; un embriagador olor a incienso impregnaba el ambiente, y aunque el aroma cambiaba continuamente conservaba el trasfondo de jazmín; la sensual música simbala gemía y susurraba en un tono casi inaudible, pero se metía en el cuerpo y en la mente de los que la escuchaban, como ocurría siempre con esa clase de música.
No obstante, lo más extraordinario de todo era la propia madame Cardui. La Dama Pintada, envuelta en una bata de encaje negro, se hallaba recostada sobre una pila de cojines, y la acompañaban su enano de color naranja y el transparente gato persa. En la mesa que estaba a su lado, charlaban animadamente miniaturas mecánicas mientras elaboraban bombones exóticos y saquitos con polvos extraños. La mujer era esbelta como un junco, salvo el pecho, que conservaba el considerable realce de su época teatral. Bajo la espesa capa de maquillaje, la piel estaba surcada por numerosas venas y finas arrugas, pero sus ojos seguían siendo negros, brillantes y nítidos, como siempre.
Al sonreír mostró sus dientes de color escarlata.
—Pequeño Blue —saludó a Blue calurosamente—, ¡qué placer verte de nuevo tan pronto! —Dio unas palmaditas en un lugar cercano—. Aquí. Tienes que sentarte aquí, a mi lado.
El enano se apresuró a colocar los cojines cuando Blue se sentó.
—¿Estamos solas, madame? — le preguntó Blue sin darle importancia.
La Dama Pintada respiró profundamente por la nariz, como si quisiese probar el intenso aroma a incienso.
—Solas, aunque tal vez no en total intimidad —respondió en tono grandilocuente—. Vete a ver, Kitterick.
El enano sonrió de oreja a oreja mientras corría hacia la mesa que estaba junto a la puerta. Sacó un pequeño cucurucho de un estuche de cedro, lo acercó a una esfera cercana hasta que la punta empezó a arder y luego lo dejó en una fuente metálica para incienso. Cuando regresó al lado de su ama, el cucurucho estalló como un fuego de artificio y esparció un pomposo hechizo de silencio por la habitación.
—¡No pasa nada! —exclamó la Dama Pintada con un suspiro. Se incorporó para sentarse y se desperezó—. Muy bien, Alteza —dijo de pronto—, supongo que se trata de algo relacionado con el príncipe heredero.
—Sí, madame Cynthia —asintió Blue.
—Creía que había aparecido sano y salvo.
—Y así fue —dijo Blue—. Mi padre decidió trasladarlo al Mundo Análogo.
Madame Cardui frunció los labios.
—Tal vez sea el lugar más seguro hasta que las cosas se calmen.
—Por desgracia —anunció Blue—, alguien saboteó el portal.
—¡Oh! —exclamó madame Cardui mirando a Blue con gesto pensativo—. ¿Se trata de un atentado contra su vida, como sospechamos, o simplemente de alguien que quiere hacerle daño?
—Un atentado contra su vida —confirmó Blue. Había decidido no mencionar el veneno. Confiaba en la Dama Pintada tanto o más que en ningún otro informante, pero la experiencia le había enseñado que lo mejor era proporcionar sólo la información absolutamente necesaria—. La cuestión es que creo que alguien intentó matarlo antes de que volviese al palacio.
—¿No estaremos hablando de Hairstreak?
—No, es otra persona.
—¿Y crees que puede tratarse de la misma persona que planeó el sabotaje del portal?
—Podría ser —respondió Blue.
—¿Sabemos quién intentó matarlo mientras disfrutaba de su aventurilla en el mundo exterior?
—Yo no —reconoció Blue, muy seria—. Esperaba que usted lo supiese.
—Ya entiendo —dijo la Dama Pintada.
El gato transparente se posó de un salto sobre las rodillas de Blue, se enroscó y se durmió. La muchacha lo acarició sin darse cuenta. Bajo la piel del animal, percibió los rápidos latidos del corazón, la sombra de los intrincados intestinos y el contorno de un ratón a medio digerir.
—Usted averiguó su paradero —afirmó Blue—, cuando a mí no me interesaba saber dónde estaba. Pero ahora me interesa. ¿Lo sabe?
Madame Cardui se puso de pie con mucho esfuerzo.
—¿Se te ha ocurrido pensar que incluso tú tienes que envejecer algún día? —Antes de que Blue pudiese responder, madame Cardui hizo un ostentoso gesto con la mano y continuó—: No, claro que no, cariño. ¿Para qué ibas a obsesionarte con esas cosas? Apenas eres una mujer, y cuentas con tu patrimonio y tu inteligencia. ¿Para qué tienes que pensar en el invierno cuando acabas de empezar a disfrutar de la primavera? —La mujer suspiró—. ¿Sabes qué es lo peor de hacerse vieja, peor aún que los dolores, los achaques y el deterioro de la belleza? Lo peor es que la memoria se debilita y conserva sólo detalles sin importancia. Te acuerdas con toda claridad de algún chico idiota al que besaste cuando tenías cinco años, pero te olvidas de lo que ocurrió la semana pasada. Es un fastidio. Me parece que tal vez pueda ayudarte, pero debo comprobarlo.
El enano de color naranja la sujetó por el codo, solícito, mientras la mujer se dirigía a una parte de la pared que se transformó en un caos de hipnóticos dibujos ante ella.
—Tranquila —murmuró, y la pared se calmó ante el sonido de su voz. Cuando madame Cardui colocó la palma de la mano sobre la superficie del muro, apareció una profunda cavidad, de la que sacó una baraja—. Mi preciosa baraja —exclamó—. ¿No te he contado nunca que fui ayudante de un prestidigitador? El Gran Mefisto. Era un hombre muy atractivo, con unas manos extraordinariamente hábiles. Pero nunca tuvo una baraja como ésta. —Barajó los naipes hasta que encontró la jota de corazones—. No te muevas, Kitterick —ordenó, e introdujo la carta en la cabeza del enano.
Kitterick se quedó inmóvil y el rostro del enano adoptó una expresión de vacío.
—El príncipe heredero Pyrgus Malvae —dijo el enano con voz metálica—. Hijo de Apatura Iris, el Emperador Púrpura, heredero del Trono del Pavo Real, pelirrojo, de ojos castaños, metro y medio de estatura…
La Dama Pintada lo interrumpió con un gesto.
—Desplaza la búsqueda al nodo siete. Pregunta por todos los enfrentamientos de las últimas seis semanas… —Miró dudosa a Blue—. ¿Es suficiente con seis semanas?
—Tal vez dos meses —respondió Blue—. Para estar bien seguras.
—De las últimas ocho semanas —le indicó madame Cardui a su enano.
—Lord Hairstreak —dijo Kitterick al momento—. El príncipe heredero entró en la mansión de lord Hairstreak y robó su fénix dorado, tras lo cual Hairstreak ordenó la inmediata detención del príncipe. Los perseguidores…
—No fue Hairstreak —interrumpió Blue—. Me lo dijo el propio Pyrgus: «Hairstreak no me ha puesto la mano encima. Ha sido otra persona la que ha estado a punto de matarme». Creo que debe de haber sido después de que robase el fénix —añadió.
—Desplázate hacia delante —le ordenó madame Cardui al enano.
—Groumu —dijo Kitterick.
—¿Qué? —Blue frunció el entrecejo.
—Supongo que será un nombre —sugirió madame Cardui—. ¿Es un nombre, Kitterick?
—Sí.
—¿Y quién es ese Groumu? —preguntó Blue.
—Sigue con el catálogo de investigaciones, Kitterick —ordenó madame Cardui.
—Groumu, sargento de los guardias jurados, pelo negro, ojos castaños, casi un metro ochenta y cinco de estatura, cuarenta años y cuatro meses de edad, atacó al príncipe heredero el primer día de la segunda luna. Jocurm, guardia jurado, pelo castaño, ojos azules, un metro setenta y seis de estatura, veintinueve años y un mes de edad, atacó al príncipe heredero el primer día de la segunda luna. Praneworf, guardia jurado, pelo castaño, ojos de color gris azulado, un metro setenta y nueve de estatura, treinta y cinco años y siete meses de edad, atacó al príncipe heredero el primer día de la segunda luna…
—Un día movidito —murmuró la Dama Pintada.
—Datches, guardia jurado…
—¿Qué hicieron esos guardias? —se apresuró a preguntar Blue.
—Agresión con lesiones físicas graves —respondió Kitterick—. Tentativa de asesinato, nivel ocho.
¡Tentativa de asesinato! A Blue se le encogió el estómago. ¿Se refería Pyrgus a aquel hecho? ¿Lo habían atacado los guardias jurados de alguien? «Ha sido otra persona la que ha intentado matarme». La frase no parecía referirse a un grupo de guardias, sino más bien a una sola persona. A menos que Pyrgus hiciese alusión a alguien que había enviado a los guardias tras él. Pero, incluso en ese caso, se trataba de un ataque de nivel ocho, que teóricamente era tentativa de asesinato, aunque en realidad significaba sólo que lo habían dejado inconsciente. Una tentativa de asesinato grave sería como mínimo…
—Nivel nueve —le ordenó madame Cardui a Kitterick—. Examina los enfrentamientos de nivel nueve.
Kitterick hizo un ruido seco, que se oyó perfectamente, y movió la cabeza.
—Pratellus —afirmó—, crambus, capitán de guardias jurados, pelo negro canoso, ojos castaños, cuarenta y cuatro años…
—¿Qué le hizo a Pyrgus? —lo interrumpió Blue.
El rostro de Kitterick permaneció inexpresivo, salvo los ojos, que empezaron a girar en el sentido de las agujas del reloj. De su boca salió un sonido extraño, como si fuera un trinquete atascado.
—Seguramente el tal Pratellus no hizo nada con sus propias manos —explicó madame Cardui—. Un enfrentamiento de nivel nueve conlleva la posibilidad de lesiones graves, e incluso de muerte, pero la persona que se detecta no es siempre la que perpetra el daño.
—No lo entiendo. —Blue frunció el entrecejo.
—Pues, por ejemplo, Pratellus podría haber sujetado los brazos de tu hermano para que alguien lo apuñalase, o haber entregado a otra persona una cimitarra para que lo degollara, o llevarlo a la horca o a otro lugar de ejecución. O… ¡Oh, no te disgustes, cielito, estoy hablando hipotéticamente! Lo único que sabemos es que el capitán participó en un ataque contra la vida de tu hermano, pero no que fuese el responsable directo de ese ataque.
—¿Y cómo podemos saber quién ha sido el responsable directo? —le preguntó Blue, un poco irritada.
A veces resultaba fastidioso tratar con gente de la edad de madame Cardui. Tenían una forma de abordar las cosas que no siempre era la más rápida.
—¡Kitterick, trasládate al nivel diez! —ordenó madame Cardui.
Kitterick volvió a hacer un ruido seco.
—Chalkhill, Jasper —dijo en voz alta—. Pelo teñido, ojos de color azul celeste, casi un metro setenta de estatura, edad borrada de los archivos oficiales tras cuantiosos sobornos. Brimstone, Silas; calvo, ojos azules enrojecidos, un metro setenta y cinco de estatura, noventa y ocho años y diez meses de edad.
—¡Chalkhill y Brimstone! —resopló madame Cardui—. Según parece, hemos encontrado a los que intentaron matar a tu hermano.
* * *
—¿Quiénes son Chalkhill y Brimstone, madame Cynthia? —preguntó Holly Blue.
Los nombres le sonaban, pero no eran miembros de ninguna familia aristocrática, y si se dedicaban a la política, debían de tener cargos de poca importancia.
—Se dedican al comercio —respondió madame Cardui en tono despectivo—. Naturalmente, son elfos de la noche.
—¿Al comercio?
La pregunta hizo parpadear a madame Cardui.
—Venden tarros de pegamento, cielo.
Por eso a Blue le sonaban los nombres: el pegamento milagroso de Chalkhill y Brimstone. Lo había visto en las habitaciones de los criados.
—También lo fabrican, ¿verdad?
—Supongo que sí —respondió madame Cardui con desdén—. El pasado de Chalkhill es bastante interesante. Fue un peluquero de cierto renombre. Luego se dedicó a la decoración de interiores: tenía un estilo inconfundible, aunque demasiado llamativo para mi gusto. Lo crió una tía suya, una mujer intachable en todos los aspectos, pero se dice que Jasper la envenenó para quedarse con su dinero.
Blue se puso en guardia inmediatamente.
—¿La envenenó? ¿No utilizaría tritio, por casualidad?
—No tengo ni idea. Fue sólo un rumor, y nunca se probó nada. Pero él heredó todas las posesiones de su tía y las vendió por una sustanciosa suma. Estaba metido de lleno en el despilfarro cuando conoció a Brimstone.
—¿A qué se dedicaba Brimstone? —le preguntó Blue.
—A la brujería —respondió madame Cardui enseguida—. Nigromancia y demonología del más bajo nivel. Pone nerviosos incluso a sus colegas de la noche. —La mujer quitó el naipe de la cabeza de Kitterick, y el enano la acompañó hasta los cojines, en los que ella se arrellanó—. No cabe la menor duda, Alteza, juntos o por separado pueden muy bien haber atentado contra la vida de tu hermano.
—Es mejor que me diga dónde puedo encontrarlos —le dijo Blue, muy seria.