La sala de control era una cueva reformada, excavada en las profundidades del rocoso lecho, debajo del palacio. Estaba a salvo de los ataques, incluso de los ataques mágicos, porque el granito circundante tenía una altísima concentración de cuarzo y porque para descender hasta ella en el cilindro de suspensión, se tardaba casi veinte minutos. Apatura Iris disimuló su impaciencia, pues era importante que el Emperador Púrpura mantuviese un aspecto tranquilo en cualquier circunstancia, independientemente de cómo se sintiese.
De hecho, tenía todo tipo de sensaciones, menos la de tranquilidad. Aún no había el menor indicio de Pyrgus, nada que demostrase que estaba vivo o muerto. El portal de la Casa de Iris había revelado sus secretos, y las piezas de la maquinaria estaban desperdigadas por la capilla. Los sacerdotes ingenieros seguían trabajando con los mecanismos para averiguar dónde podía estar Pyrgus, sin ningún resultado hasta ese momento. Apatura los había insultado furiosamente aquella mañana, aunque reconocía que no era más que un toque de atención. Los hombres tenían tanto interés como él en saber lo que había pasado, puesto que jamás habían perdido a nadie en un portal y consideraban la desaparición del príncipe heredero como una afrenta personal. Ellos eran los únicos que podían lograr que regresara.
El problema radicaba en si podrían conseguir que volviera a tiempo.
El Emperador Púrpura había pasado horas con el médico jefe de los sacerdotes y se había puesto al corriente de todo lo que se sabía sobre el tritio: los efectos de la sustancia se podían detener, pero sólo si se actuaba a tiempo. El tratamiento consistía en una dolorosa inyección, y se tardaban bastantes días en lograr la recuperación completa, aunque era preferible la demora a que le explotase a uno la cabeza.
¿Cuánto tiempo le quedaba a Pyrgus antes de que eso ocurriese? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto? Ese tema era en el único en el que podía pensar Apatura, aunque tendría que estar considerando una docena de cuestiones diferentes puesto que el reino se precipitaba hacia la crisis más peligrosa de su historia, y el emperador debía hacer un esfuerzo para estar atento.
Probablemente, todo había sido planeado por Hairstreak. Apatura no dudaba de que este personaje estaba detrás de lo que había sucedido, aunque no tenía forma de demostrarlo. Tampoco estaba seguro (todavía) de los motivos de Hairstreak, pero los acontecimientos llevaban su impronta. Además, estaba convencido de que el portal de la Casa de Iris había sufrido un sabotaje, y que la única razón para realizar tal acción era matar al príncipe Pyrgus. Apatura no sabía aún cuál sería el beneficio que sacaría Hairstreak, pero la enrevesada planificación llevada a cabo por alguien que tenía acceso a palacio significaba que no era una operación de aficionados. Hacían falta unos recursos que sólo Hairstreak podía reunir.
Y también había sido necesario que hubiera traidores en el palacio.
Sin traidores no se podría haber efectuado lo que se había hecho en el multiportal de la Casa de Iris. El ingeniero jefe del portal ya sabía lo que había ocurrido, pero aún no estaba en disposición de afirmar adonde había ido a parar Pyrgus. El sabotaje había requerido perspicacia y una mano hábil. De alguna forma habían introducido en el palacio a alguien que sabía lo que tenía que hacer, lo habían ocultado mientras realizaba el trabajo y, al final, habían borrado todo rastro.
Sin embargo, esta parte era sólo la mitad de la operación. La otra mitad, la más importante, consistía en envenenar a Pyrgus. Y hacerlo en el preciso momento en que el joven se desplazaba y ya no contaba con ninguna ayuda. Eso significaba tener acceso a los almacenes, conocer los procedimientos de vacunación y echar el veneno en cuestión de segundos, pues el sacerdote médico que le había puesto la inyección había escogido una entre una docena de ampollas. En realidad, todo se había hecho con tanta sofisticación que Apatura no creía que fuese cosa de intrusos, salvo la planificación. ¿No tenía más sentido creer que el trabajo se había hecho desde dentro del propio palacio?
Y eso era precisamente lo que suponía el Cuerpo de Seguridad del palacio. Apatura sabía que ellos partían de la hipótesis de que había habido agentes externos implicados en la operación, y aunque él mismo no estaba seguro del todo, también se inclinaba a creerlo. Pero lo que le preocupaba era cuál había sido el grado de traición. Quienquiera que fuese el que estaba involucrado, se había movido libremente por el palacio, incluso por las áreas más seguras. Y eso apuntaba a alguien de mucha categoría. Apatura no quería ni pensar que el palacio albergaba a un traidor de alto rango.
Habían reparado el filtro, lo cual había resultado bastante sencillo. El ingeniero jefe del portal le había asegurado que el portal volvería a funcionar en cuestión de horas, pero eso sucedería cuando descubriesen adonde había ido Pyrgus. Hasta entonces, la maquinaria tenía que estar desmantelada para seguir haciendo análisis. La situación resultaba terriblemente frustrante, y Apatura apenas podía soportarla, sobre todo en esos momentos en que necesitaba tener las ideas muy claras para abordar los problemas restantes.
Dos guardias uniformados se pusieron firmes cuando el emperador salió del cilindro de suspensión y se quitó las correas. Lo acompañaron marcando el paso mientras recorría el pasadizo tenuemente iluminado. En otras circunstancias les habría indicado que retrocediesen (nunca le habían gustado demasiado las formalidades del cargo), pero en ese momento era incapaz de hacer el más mínimo esfuerzo. Además, tal vez necesitase su protección. Si envenenaban a su propio hijo delante de sus narices, ¿quién sabía qué más podía ocurrir en el palacio?
Otros dos guardias abrieron la puerta de la sala de control cuando se acercó Apatura, que entró muerto de miedo pensando en lo que iba a ver.
La sala de control, como gran parte del palacio en los últimos días, era un hervidero de actividad. Las esferas de cristal, colocadas en hilera, se habían conectado directamente a las cámaras de vigilancia del Servicio de Espionaje Imperial para que se actualizaran todas las imágenes al segundo. La enorme mesa de operaciones se encontraba en el centro de la sala, y en ella aparecía la representación gráfica del reino en tres dimensiones cuando se pronunciaba la consigna adecuada. En ese momento sólo se veía un segmento del territorio que pertenecía a los elfos de la noche, como demostraban las banderolas de color añil. Unas jóvenes se movían con agilidad entre las esferas y la mesa, y modificaban continuamente el gráfico. Tres de los principales comandantes de Apatura se encontraban ya en la sala, y también el Guardián Tithonus.
Los militares se pusieron firmes cuando el emperador entró, y Tithonus corrió a saludarlo.
—¿Hay noticias? —preguntó Apatura.
—Me temo que la situación empeora por momentos —respondió Tithonus con el entrecejo fruncido.
—¿Se trata de un ataque inminente?
—Es posible. —Tithonus bajó la voz—. ¿Se sabe algo de Pyrgus, Majestad?
El emperador negó con la cabeza y se dirigió hacia las esferas de cristal, que mostraban diferentes perspectivas de lo que parecía una masiva concentración de las tropas de los elfos de la noche. Apatura escogió una perspectiva aérea en su punto inferior, y procuró relajarse. Enseguida sintió cómo la esfera lo absorbía.
Tenía ante sí un enorme estadio atestado de una multitud enardecida. Tropas con uniformes negros desfilaban en formación cerrada y daban lugar a una serpenteante línea, iluminada por antorchas, que se dirigía al estadio en medio del insistente redoble de los tambores. Los contingentes que iban en cabeza portaban las insignias de la Casa de Hairstreak, y los que seguían a continuación llevaban uniformes de otras Casas de la Noche. La mayoría de ellos eran miembros de la antigua alianza del bando de la noche, pero lo más preocupante era que se les habían unido otras Casas. Al parecer, la popularidad de lord Hairstreak iba en aumento.
La actualización realizada por el Servicio de Espionaje Imperial dotó a la escena de una cualidad vacilante e irreal, pero, aun así, Apatura la contempló con creciente inquietud. Los soldados del desfile eran como robots de caras serias, y su disciplina parecía impresionante, como sin duda lo era. Se habían dividido en filas diferentes, y cada una de ellas estaba encabezada por un mago que alteraba el color de las antorchas, con lo que habían convertido el desfile en una muchedumbre multicolor. Los colores giraban y bailaban al paso de los hombres hasta que, con una velocidad vertiginosa, dibujaron una insignia viviente de la Casa de Hairstreak. Los redobles de tambor alcanzaron el punto culminante cuando los focos iluminaron una figura que estaba en la tribuna.
Los soldados se detuvieron, los toques de tambor cesaron y la multitud guardó un silencio absoluto. Tras unos momentos aquella persona habló, y sus palabras se extendieron por el estadio gracias a los hechizos amplificadores.
—¡Mirad el poder de los elfos de la noche! —exclamó—. ¡Que se preparen nuestros enemigos!
Apatura creyó en principio que se trataba del propio Black Hairstreak, pero enseguida se dio cuenta de que era Hamearis, duque de Borgoña, el aliado más fiel de Hairstreak. Se dirigía a la multitud porque resultaba más impresionante en público que Hairstreak y porque era un orador muchísimo más hábil que éste. Aunque existía otra posibilidad: Hamearis había estado al frente de las últimas negociaciones, y su aparición en la tribuna pretendía enviar un mensaje: «¡Tomadme en serio o ya veréis!».
Apatura no tenía la menor duda de que la finalidad de aquella concentración era que la viesen él y todos los suyos que lo deseasen. No se había anunciado públicamente, pero tampoco había el más mínimo indicio de secretismo. Unos cuantos hechizos bastante simples habrían bastado para descubrir la mayoría de las cámaras del Servicio de Espionaje Imperial, y otros tantos para dejarlas inoperantes. Pero no habían tocado ninguna, así que la conclusión era evidente.
Apatura se retiró.
—Muy espectacular —comentó secamente—. Pero ¿qué va a pasar?
Tithonus le hizo una señal a un técnico e, inmediatamente, desapareció la escena de las esferas y fue sustituida por otra menos llamativa, pero más siniestra. Como sólo había salido una de las dos lunas gemelas del reino, había poca luz (mucha menos que en e] desfile iluminado por las antorchas), y al emperador le costó un rato adaptar la vista.
En esa ocasión no se trataba de una cómoda perspectiva aérea, sino que Apatura tuvo la impresión de encontrarse en la cima de una montaña mientras contemplaba una pradera. Aquél era uno de los nuevos módulos del Séptimo Sistema de Espionaje, prácticamente imposible de detectar por muchos hechizos que utilizasen, aunque tenía algunos fallos en la resolución del color. En consecuencia, la escena estaba descolorida y no se apreciaban una serie de detalles. A pesar de todo, daba igual porque el emperador sabía lo que estaba viendo: un vasto campamento militar se extendía por la llanura y estaba formado por filas de tiendas negras, dispuestas con precisión geométrica, que se recortaban contra las hogueras. También allí había soldados, miles de soldados, tal vez decenas de miles, pero, a diferencia de los que vestían los uniformes negros en el desfile, aquellos hombres llevaban trajes de combate. Se movían silenciosamente, con determinación, pero no redoblaban los tambores, ni había masas enardecidas. Es más, no llegaba ningún sonido al punto estratégico del Séptimo Sistema en el que se hallaba Apatura, como si un sudario hubiese cubierto por completo la escena que se desarrollaba allí abajo.
Apatura cerró los ojos. Conocía el lugar: se trataba de la llanura de Yammeth Cretch, y el módulo de espionaje estaba situado cerca de la parte alta del valle de Teetion. Tenía ante sí el centro del territorio de los elfos de la noche, una enorme extensión del reino que constituía prácticamente un Estado dentro de su Estado, habitado en la mayor parte por elfos de la noche y sometido al control absoluto de éstos, aunque de palabra afirmaban su lealtad al Emperador Púrpura.
Apatura dejó que su conciencia abandonara la esfera y abrió los ojos. El valle de Teetion señalaba la frontera simbólica entre el Reino de la Noche y las onduladas tierras de cultivo de Lilk, en las que trabajaban los elfos de la luz. El emperador miró a Tithonus.
—Es casi una amenaza de invasión por parte de un país extranjero —comentó.
—En muchos aspectos sería más fácil enfrentarse a una invasión extranjera —contestó Tithonus—. Las guerras civiles son muy difíciles y sangrientas.
—¿Crees que llegaremos a eso, a una guerra civil?
—Rezo para que no sea así, Majestad —respondió Tithonus, pero su tono de voz daba a entender que confiaba poco en la eficacia de sus plegarias.
Las esferas de cristal regresaron a la concentración que tenía lugar en el estadio, y la poderosa voz de Hamearis Lucina llenó el recinto.
—… Diremos al Emperador Púrpura que las viejas costumbres ya no nos sirven, que los elfos de la noche no serán tratados nunca más como ciudadanos de segunda clase, que jamás…
Tithonus indicó que bajasen el sonido, pero a Apatura le llamó la atención un detalle y dio orden de que lo subiesen otra vez.
—… No esperaremos más de dos semanas —decía Hamearis—, y será menos tiempo si nuestro emperador no cree apropiado corregir los errores expuestos…
Sus últimas palabras quedaron ahogadas por los estruendosos aplausos y por los gritos de la multitud.
—¿Te ha parecido lo mismo que a mí? —preguntó Apatura después de silenciar las esferas.
—¿Un ultimátum? —Tithonus frunció el entrecejo.
—Sí —murmuró Apatura—. Consigue que llegue a mi despacho un borrador completo del discurso de Lucina lo antes posible. Tendré que estudiarlo.
Se dirigió a la mesa de operaciones y murmuró la contraseña sin esperar a que lo hiciese un ingeniero. Inmediatamente, el paisaje se transformó en una representación de Yammeth Cretch y de las tierras circundantes, pertenecientes a los elfos de la luz. Apatura se volvió hacia el general que estaba más cerca de él.
—Despliega nuestras fuerzas si te parece, Creerful.
—Sí, Majestad —asintió Creerful, y se estiró para pulsar un botón que había en un lado de la mesa.
Entonces surgieron unas tiras de bronce en el mapa, alrededor de Yammeth Cretch. Tras una serie de ajustes, cambiaron de textura y de tonalidad para representar a las fuerzas convencionales.
Apatura contempló la demostración militar durante un buen rato. Intentaba recordar algo, pero no sabía exactamente qué era. Hasta que, de pronto, se acordó.
—Falta algo —dijo en voz alta.
—¿Cómo decís, Majestad?
Apatura no prestó atención a Tithonus, y les hizo señas a los tres generales para que se acercasen a él.
—Fijaos en esas figuras —ordenó señalando la escena de la mesa—. ¿Qué os indican?
El general Vanelke, que siempre era el primero en expresar su opinión, se inclinó hacia delante con el entrecejo fruncido.
—Que nuestras defensas se encuentran bien situadas —respondió—. Los tenemos controlados. —Miró a sus colegas como si quisiera desafiarlos a que le llevasen la contraria.
—No creo que falte nada, Majestad —añadió Creerful. El general Ovard, que estaba a su derecha, asintió.
—Dejad de pensar en nuestras fuerzas —dijo Apatura—. Poneos en lugar del… —estuvo a punto de decir «enemigo», pero evitó a tiempo la metedura de pata diplomática—, de nuestros conciudadanos de la noche. Suponed, por un momento, que lo que acabamos de escuchar de boca de Hamearis Lucina era realmente un ultimátum. Un ultimátum es inútil, e incluso contraproducente, si no tiene en qué apoyarse. Hasta ahora, todo indica que la Casa de Hairstreak planea apoyarlo con la fuerza de las armas. Pero en el caso de que estuvieseis al mando de las fuerzas de Hairstreak en vez de las de vuestro emperador… preguntaos, caballeros, si estaríais contentos con la disposición de las tropas en Yammeth Cretch.
Se produjo un largo silencio, hasta que el general Ovard manifestó:
—¡Por todos los dioses, Majestad…! ¡Claro que no!
—Tú no, Ovard —declaró el emperador—. Ni tú tampoco, Creerful; ni tú, Vanelke. Los números no cuadran. Pensé lo mismo cuando utilicé la esfera de observación, pero entonces no podía cotejarlo. Han desplegado demasiados hombres para defenderse, ¡pero no los suficientes para atacar! Haced vosotros mismos los cálculos, caballeros. La postura no es defensiva; todos estamos de acuerdo en eso. Las líneas frontales parecen en disposición de atacar y seguramente podrían hacer unas cuantas incursiones afortunadas, como por ejemplo la táctica de atacar y retirarse después, una especie de guerra de guerrillas modificada o algo por el estilo. Pero jamás podrían sostener el tipo de ultimátum que creo que Hairstreak ha lanzado a través de su marioneta, Hamearis Lucina.
—¿Creéis que es una fanfarronada, Majestad? —preguntó Tithonus en voz baja.
—Lo que creo es que falta un elemento —respondió Apatura—. ¿Y si han escondido tropas que aún no hemos descubierto?
—¡Imposible! —exclamó Vanelke.
—Nuestro Servicio de Espionaje es excelente, Majestad. Además, como habéis comprobado, no se esfuerzan mucho en ocultar sus intenciones —dijo Ovard.
—¡Cierto! —repuso Apatura—. Da la impresión de que no dedican ningún esfuerzo a ocultarse. Lo cual forma parte, naturalmente, de su estrategia política. Lo que quiero saber es si es posible o no que hayan escondido de verdad cantidades de tropas y de municiones de las que no sabemos nada en absoluto.
Antes de que interviniesen los militares, Tithonus señaló:
—Es posible, pero muy improbable. Tened en cuenta, Majestad, que hace mucho tiempo que los vigilamos, desde mucho antes de esta crisis.
—¿Y si tienen ayuda militar de alguna fuente ajena al bando de la noche?
—Es difícil imaginar cuál podría ser —respondió Tithonus.
Y ése era precisamente el problema de Apatura. El despliegue militar de Hairstreak no coincidía con su estrategia política, y faltaba un componente en su fuerza de ataque. Si él no lo había ocultado (y en eso el emperador estaba de acuerdo con sus generales y con su Guardián), resultaba difícil pensar de dónde podía sacarlo. Sin embargo, Hairstreak no era tonto y sus asesores militares no tenían nada que envidiar a los del emperador. ¿Qué tramaba, pues, Hairstreak? ¿Dónde estaba el elemento que faltaba?
El emperador seguía tratando de comprenderlo cuando recibió un mensaje del ingeniero jefe del portal.
* * *
Apatura y Tithonus entraron en la capilla corriendo de forma muy poco digna. Lo primero que observó Apatura fue que el portal volvía a estar en su sitio. Junto a él, el ingeniero jefe hacía los ajustes definitivos con una llave inglesa de púas flexibles. Tenía la cara y las manos manchadas de aceite, pero nada podía ocultar su satisfecha expresión.
—¿Lo has conseguido? —le preguntó Apatura sonriendo sin querer.
—Sí, Majestad.
—¿Sabes adonde ha enviado a mi hijo este maldito chisme?
—Sí, Majestad. Llegó bien al Mundo Análogo, pero no a la isla que habíamos elegido.
—¿Y el portal ya funciona completamente bien?
—Sí, Majestad.
La sonrisa de Apatura se convirtió en una expresión seria.
—Muy bien. Tithonus, vamos a organizar un destacamento para averiguar qué le ha pasado a Pyrgus. —Se volvió para mirar el portal, que empezaba a relucir débilmente al entrar en el ciclo de calentamiento inicial—. ¡Nos vamos dentro de quince minutos!