10

Su Alteza Serenísima la princesa Holly Blue se dio cuenta de que pasaba algo cuando, al salir de sus aposentos, vio a un sacerdote que corría por el pasillo del palacio. Los sacerdotes jamás iban corriendo a ningún sitio, ni siquiera los sacerdotes ingenieros, sino que desfilaban con toda dignidad y paso majestuoso, y si uno quería adelantarlos, debía fastidiarse y esperar. Pero aquél corría con las faldas de su traje de ceremonia levantadas, que le dejaban al descubierto las peludas piernas. Giró por la esquina ruidosamente, y a los pocos segundos Blue oyó cómo sonaban los pasos en la escalera principal.

Blue regresó a su habitación y fue hasta la ventana. El apresurado sacerdote apareció entonces en la entrada del edificio, dispersó a un grupo de sirvientes y continuó corriendo por el patio hasta que desapareció tras un arco que estaba al otro lado. Quizá se dirigiera a la capilla o a las cocinas, o tal vez a la entrada principal del palacio. Pero ¿por qué corría?

Blue se mordió el labio inferior. Últimamente, sucedían demasiadas cosas que ignoraba. Le había llevado su tiempo hallar a Pyrgus, y nadie sabía qué podía haber ocurrido si lo hubiese encontrado otra persona antes que ella. Aunque la culpa no había sido del todo de la princesa; Pyrgus resultaba increíblemente estúpido a veces y esa idea que se le había metido entre ceja y ceja de vivir como un plebeyo pasaba de castaño oscuro. ¡Un plebeyo! Blue se estremeció. La formación de un príncipe costaba una vida entera de sacrificios a muchas personas, y Pyrgus estaba dispuesto a tirarlo todo por la borda. Además, él no era un príncipe cualquiera: era el príncipe heredero y tendría que estar aprendiendo a gobernar en vez de mezclarse con la plebe. Por suerte, la tenía a ella para que lo aconsejase cuando se convirtiera en emperador, pero aun así…

Pero no se trataba sólo de Pyrgus. Pasaba algo entre su padre y los elfos de la noche, y no eran las discusiones recientes, sino alguna otra cuestión. Lo olfateaba: demasiadas idas y venidas; demasiadas charlas a escondidas; demasiados rostros desconocidos en palacio. Por otro lado, su padre había dejado de hablar con ella. Bueno, no es que hubiese dejado de hablar, pero cuando Blue intentaba discutir de política, su padre cambiaba de tema. Si se le ocurría nombrar a los elfos de la noche, el emperador casi salía corriendo, e incluso pareció incómodo, en vez de mostrarse agradecido, cuando le contó que Black Hairstreak perseguía a Pyrgus. Pero al menos había entrado en acción, que ya era algo.

Blue se apartó lentamente de la ventana y se sentó ante su tocador. Durante largo rato contempló el joyero ricamente decorado… Nunca le había hecho una cosa semejante a su padre, pero no quedaba más remedio. Extendió la mano y acarició el broche del joyero. Tal vez era un poco excesivo, mas ¿acaso no era también un poco excesivo que su padre hubiese dejado de confiar en ella? ¿Qué otra cosa podía hacer una chica? Entonces abrió el broche, pero no levantó la tapa.

¿Qué mal hacía? No era que no se pudiese confiar en ella ni que fuera una especie de espía del bando de la noche, sino al contrario, pues tenía muy presentes las intenciones de su padre. Todos lo sabían, y hasta él lo sabría, si se tomara la molestia de reconocerlo. Además, ella era una princesa de la Casa de Iris, la tercera en la línea de sucesión al trono. ¿No contaba eso para nada? ¿No significaba que no debían ocultarle los acontecimientos?

Blue se levantó bruscamente, atravesó la habitación y cerró la puerta con llave. Aunque fuese una princesa de la Casa de Iris, lo que estaba a punto de hacer era ilegal, y tendría un verdadero problema si su padre se enteraba. Por suerte, no parecía muy probable.

Regresó al tocador y abrió el estuche. Al poco rato salió arrastrándose la araña psicotrónica, y sus grandes ojos parpadearon ante la luz. La criatura tenía el caparazón multicolor, como si fuera una superficie manchada de petróleo bajo el reflejo de la luz del sol. Caminó sin rumbo por el tocador durante unos momentos, examinó el cepillo y el peine y merodeó en torno a los frascos de perfume. Luego se dirigió con decisión hacia Blue, se detuvo al borde del tocador y esperó.

Blue tomó su pequeño costurero de mimbre. No le gustaba nada aquella parte de la operación, pero tenía que hacerlo: sacó una aguja de plata, se humedeció los labios con nerviosismo y se pinchó la yema del dedo. Luego limpió la aguja y la guardó otra vez en el costurero. La araña estaba temblando.

Sin prestar atención al dolor, Blue se apretó el dedo hasta que brotó una gota de brillante sangre roja que cayó sobre el tocador, junto al insecto. La araña se dirigió hacia la sangre rápidamente y empezó a alimentarse. En un segundo el tocador quedó limpio. Blue se sentó y esperó procurando relajarse. Pasaron unos minutos interminables hasta que, al fin, sintió el conocido arañazo en torno a la mente. La sangre era el vínculo, naturalmente. La sangre, la mente de Blue. Si no fuera por este pequeño sacrificio, la araña resultaría tan inútil como un vulgar gusano.

Blue cerró los ojos y abrió la mente, y enseguida sintió la presencia ajena de la araña psicotrónica, alerta, desconfiada y curiosamente familiar. La joven extendió una especie de zarcillo mental y la acarició con ternura. La araña se retorció y ronroneó como si fuera un gato. Estaba preparada para aceptar a Blue quien, mentalmente, la tocó, la sostuvo y sintió cómo se fundía con ella.

Era como si se hubiera abierto una contraventana y la luz lo hubiera invadido todo. Las percepciones de Blue se expandieron de pronto. Se quedó sin aliento y tuvo que reprimir la emoción cuando abarcó no sólo su habitación, sino todo el piso superior del palacio, luego el propio palacio, después la isla, más tarde…

«¡Refrénate!», se dijo a sí misma.

Era el momento más peligroso. Si sus percepciones seguían extendiéndose, se volvería loca en cuestión de minutos. Y aunque lo sabía, quería que la expansión continuase. El sentimiento que la embargaba era diferente de todo lo que había experimentado antes, una emoción que rayaba con el éxtasis. Por eso era ilegal utilizar arañas psicotrónicas, incluso en el Servicio de Espionaje Imperial. Muchos magníficos agentes habían acabado convertidos en vegetales, y canturreaban felices cuando examinaron mentalmente lejanos rincones del universo.

«¡Refrénate!».

A Blue se le daba muy bien. Su curiosidad, su necesidad de saber, siempre habían sido más fuertes que la atracción del placer. En aquel momento se concentró en un punto para desviar su atención de todo lo demás y hacerla volver al palacio, a su habitación. Con un extraño parpadeo vio el cuarto a través de los ojos de la araña: había planos y ángulos torcidos, muebles gigantescos y extensiones de tejidos estampados. Blue aflojó un poco su control mental y se expandió otra vez, pero no mucho. Sólo sentía que había abandonado su cuerpo y corría por un túnel, azotado por el viento, hasta su destino.

Poco después se encontraba en los aposentos privados de su padre, Apatura Iris, el Emperador Púrpura.

Había dos hombres en la habitación forrada de libros: su propio padre y el Guardián Tithonus. Llevaban ropa informal y sostenían dos copas de brandy, pero la expresión de la cara manifestaba que no era una reunión fortuita.

—… Perdió los nervios. Los dos los perdimos —decía su padre—. Pero al menos me escuchó. Creo que debo agradecértelo.

—Ahora se encuentra a salvo. Es lo único que importa —respondió Tithonus encogiéndose de hombros.

—Desde luego —reconoció el emperador—. Aunque, por desgracia, eso no solucionará nuestros problemas.

—No, Majestad, pero los simplifica un poco —dijo Tithonus con gran habilidad.

Luego dejó a un lado su copa y se volvió para mirar directamente a Blue.

La sensación parecía tan auténtica que pensó que debía agacharse tras algo que la ocultara y esconderse, aunque sabía que no era necesario. Por mucho que sintiese que estaba allí, su cuerpo físico seguía en su habitación. Sólo su conciencia había ido de visita y resultaba totalmente invisible.

—¿Hay nuevas indagaciones sobre los movimientos de tropas? —preguntó su padre.

Blue prestó atención. ¿Movimientos de tropas? No había oído nada sobre ese tema. ¿Quién estaba movilizando tropas? ¿Su padre? Ella se habría enterado. Estaba segura de que se habría enterado. Además, su padre no utilizaría la palabra «indagaciones» para hablar de sus propios soldados. Las indagaciones eran informaciones recogidas por el Servicio de Espionaje Imperial sobre los movimientos de tropas de otra persona.

Aunque su cuerpo físico no estaba allí presente, sintió un escalofrío. Entre su padre y Black Hairstreak se habían entablado negociaciones que debían cerrar la antigua desavenencia entre los elfos de la luz y los elfos de la noche, y por lo que ella sabía hacía meses que esas negociaciones estaban en marcha. Hasta entonces, Blue había supuesto que era el típico toma y daca, en el que cada uno buscaba obtener el mayor provecho, y que concluiría con un acuerdo que calmaría la situación durante unos años. Pero los movimientos de tropas indicaban algo mucho más serio: significaban la guerra. O, al menos, la amenaza de guerra. No era de extrañar que su padre pareciese tan preocupado.

—Lord Hairstreak insiste en que se trata sólo de maniobras y que no tienen nada de ver con las negociaciones normales. Pero la concentración de fuerzas es demasiado grande para unas prácticas rutinarias, y continúan llegando refuerzos —dijo Tithonus.

—¿Será un alarde militar? —sugirió el emperador—. ¿Una manera de arrancar unas cuantas concesiones al margen de las negociaciones?

—Es posible —respondió Tithonus—. Sin embargo, he tenido la precaución de poner nuestras tropas en estado de alerta.

—¿Crees que Hairstreak se arriesgaría a un ataque generalizado?

—Me cuesta creerlo —respondió Tithonus, ceñudo—. Pero lo que tiene en mente puede ser parte de un plan más amplio. No olvidéis que quería asesinar a Pyrgus.

¿Asesinar? Blue pestañeó con ojos imaginarios. ¡No sabía nada de eso! ¿Por qué quería Hairstreak matar a su hermano? Si lo asesinaba ganaría mucho menos que haciéndolo prisionero, pues de esa forma podría utilizarlo para negociar.

—Sigo sin entender qué habría ganado con eso —dijo su padre haciéndose eco de los pensamientos de su hija.

—Yo también —admitió Tithonus—, pero no hay duda de que era lo que planeaba.

—Tal vez… —El emperador se detuvo cuando oyó un fuerte golpe en la puerta, y miró a Tithonus.

Tithonus no dijo nada, pero abrió un poco la puerta y le susurró algo a alguien que estaba fuera. Blue se cambió se lugar para escuchar de qué se trataba, pero, sin darle tiempo a llegar a la puerta, Tithonus dio un paso atrás y entró un sacerdote de la capilla. El hombre avanzó muy nervioso y se arrodilló ante el emperador.

—Majestad, hay malas noticias.

Blue no estaba totalmente segura, pero le parecía que se trataba del mismo sacerdote que había visto correr por el pasillo.

Su padre esperó, con el rostro impasible.

—Majestad, yo…

—Vamos, hombre —dijo el emperador con suavidad—. ¡Habla!

El sacerdote era incapaz de mirarlo a los ojos. Tragó saliva, dudó y luego dijo de un tirón:

—Majestad, el príncipe heredero no ha llegado a su destino.

Al principio, el rostro del emperador solamente reflejó confusión.

—¿Qué estás diciendo?

—Señor, el traslado parecía normal. Vos lo visteis. No teníamos motivos para… ningún motivo para… —Alzó los ojos hacia el soberano con gesto implorante—. Señor, hemos establecido un contacto rutinario con Lulworth y Ringlet. El príncipe Pyrgus no se ha reunido con ellos.

—¿Qué? —explotó el emperador.

—Yo mismo lo vi entrar en el portal —comentó Tithonus con aspereza.

El sacerdote lo miró con expresión abatida.

—Todos lo vimos, Guardián.

—Entonces, ¿adonde ha ido?

—No lo sé.

—¿Adonde puede haber ido? —insistió Tithonus.

—A cualquier parte —murmuró el sacerdote bajando de nuevo la vista.

* * *

La conciencia de Blue se retiró de forma tan violenta que su cuerpo sufrió un espasmo en la habitación. La joven jadeó y se estiró para desentumecer los músculos. El corazón le latía desbocado. ¡Pyrgus había desaparecido! Agarró la araña psicotrónica y la guardó en el joyero. Luego salió corriendo de su habitación.

La capilla era un caos. Docenas de sacerdotes ingenieros corrían de un lado a otro, sin propósito fijo. Los ojos de Blue se clavaron en el portal: las habituales llamas no lucían en el espacio que había entre las columnas gemelas, y en su lugar flotaba una niebla sucia y gris, que era todo lo que quedaba del portal natural propiedad de la Casa de Iris. A un lado, en parte enterradas en el suelo de la capilla, estaban las grandes máquinas que lo mantenían y lo hacían funcionar. Pero habían retirado las cubiertas metálicas y las piezas estaban diseminadas.

Cuando Blue intentó acercarse, un sacerdote medio histérico le cerró el paso.

—¡Prohibido pasar! —gritó bruscamente—. Nadie puede… —La reconoció cuando ya era tarde y se hizo a un lado—. Lo siento, Alteza. Perdonadme.

Blue pasó ante él sin decir palabra. Estaba intentando controlar sus emociones. Pyrgus tenía que estar bien. Pyrgus estaba bien. Se trataba de un simple fallo técnico, un error o un absurdo malentendido. Lo que había salido mal se podía arreglar. Pyrgus seguía a salvo. Miró a su alrededor hasta que vio a Peacock, el ingeniero jefe del portal, y se dirigió directamente hacia él, pues le había hablado en alguna ocasión y le había complacido. Como era un sacerdote, deberían de traerle sin cuidado los cumplidos, pero en cambio lo que le fascinaba era la mecánica de transporte del portal. De modo que era el hombre que Blue necesitaba en ese preciso instante.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Blue.

Peacock parecía preocupado y distraído.

—Vuestro hermano se ha perdido. No ha llegado al portal de destino.

—Ya lo sé —afirmó Blue—. Quiero saber qué ha sucedido.

—Eso es lo que estamos intentando averiguar. —Señaló con la cabeza las piezas dispersas.

—¿Hubo algún fallo en el equipo?

Peacock dudó, se mordió el labio y al fin dijo:

—Tal vez. Pero apuesto el cuello a que se trata de un sabotaje.

Blue se esforzó en combatir el pánico que sentía y consiguió hablar con voz serena:

—¿Por qué piensas eso?

—Bueno, sabemos que el portal no funciona bien porque no lo ha enviado a donde tenía que ir. Pero el filtro tampoco funciona. Lo he desmontado yo mismo. Por fuera parece que está perfectamente, incluso pasa un control rutinario sin ninguna dificultad, pero no sirve. El mecanismo del filtro y el del portal son diferentes, y funcionan de forma independiente. En mi opinión, hay muy pocas probabilidades de que se produzcan dos fallos tan importantes al mismo tiempo. Creo que alguien se ha entrometido.

—¿El filtro está completamente estropeado? —preguntó Blue.

—Sólo hasta un punto determinado, Alteza.

—¿Qué significa eso?

—Cuando él atravesó el portal, se trasladó al pequeño Mundo Análogo con alas, como si hubiese cruzado el portal natural. —Le explicó Peacock muy serio. Al darse cuenta de la expresión de la princesa, añadió—: Pero no durará mucho. En el filtro había carga suficiente para que recupere la forma y el tamaño normales tarde o temprano.

—¿Cuánto tardará?

—Es difícil saberlo.

—¡Pues calcúlalo! —le exigió Blue.

—Unos días… Una o dos semanas. Un mes como mucho. Es difícil decirlo.

—¿Días? ¿Semanas? ¿Un mes? —repitió Blue—. Cualquier cosa puede matarlo. Un ratón. ¡Incluso una libélula!

—Sí, pero no creo que lo hagan.

Era un consuelo inútil, y Blue no lo tuvo en cuenta.

—¿Sabes…?

Se calló porque su padre acababa de entrar en la capilla, seguido de Tithonus. Cuando vieron al ingeniero jefe del portal, se dirigieron hacia él. Los apresurados sacerdotes se quedaron inmóviles alrededor de ellos, con una expresión llena de temor.

—Holly Blue —dijo su padre—, me gustaría que fueras a tu habitación. Debo hablar con el ingeniero jefe del portal sobre…

—Sé lo que ha pasado, padre —repuso Blue—, y prefiero quedarme.

El emperador dudó una milésima de segundo y luego se volvió hacia Peacock.

—¿Sabemos si está vivo?

—No, Señor.

—Suponiendo que lo esté, ¿sabemos adonde ha ido?

—Aún no, Señor. Pero estamos intentando averiguarlo.

—¿Cuánto tiempo tardaréis?

—Una semana más o menos, Señor.

—¡Una semana! —estalló el emperador—. ¡No puedo esperar una semana para averiguar si mi hijo está vivo o muerto!

—Señor, tenemos que desmontar y analizar todas las piezas de la maquinaria. Después hay que hacer comprobaciones. Tal vez tengamos suerte y consigamos una respuesta antes de ese plazo, pero… —Su rostro decía claramente que no había muchas posibilidades.

—Alguien ha manipulado el filtro —afirmó Blue.

—¿Manipulado? —El emperador se encaró con el ingeniero jefe—. ¿Te refieres a que no ha sido un mero accidente?

—Tal vez no haya sido un accidente —dijo Peacock con cautela.

—Me temo que no ha sido un accidente —precisó una voz nueva.

Cuando se volvieron, se encontraron con el médico jefe de los sacerdotes. Era un hombre bastante atractivo, de pelo canoso, pero en ese momento tenía los ojos enrojecidos y el rostro tenso.

—Majestad, ¿puedo hablaros en privado?

Blue dio un paso con la intención de seguir a su padre cuando los dos hombres se alejaron, pero el emperador le indicó con la mano que no se acercase. La joven contemplaba cómo conversaban en secreto con creciente frustración: la expresión de ambos no le decía nada. Tras unos momentos, los dos hombres se separaron, y su padre regresó con el rostro como una máscara.

—Holly Blue, acompáñame, por favor. Tithonus, quiero que busques a Comma y que lo lleves a mis aposentos, para que se reúna con nosotros.

—Sí, Señor —respondió Tithonus, y se marchó sin especificar nada más.

Blue sabía que no se debía presionar a su padre en aquel momento, aunque en esa ocasión no tuvo que esperar mucho. Tithonus, tras llamar discretamente a la puerta, anunció con gran formalidad:

—El príncipe Comma, Majestad.

Comma entró mirando furtivamente, como si esperase que lo acusaran de algo; pero, como siempre estaba metido en líos, era la actitud que solía adoptar cuando lo llamaba su padre.

—Quiero que te quedes, Tithonus —dijo el emperador—. Sentaos, por favor. —Los miró de uno en uno con expresión seria—. Comma, he pedido que vinieras porque eres el que sigue al príncipe heredero en la línea de sucesión al trono. Y tú, Holly Blue, perteneces por consanguinidad a la Casa de Iris, y por lo tanto lo que voy a decir también te afecta. —Suspiró profundamente—. Tithonus, eres mi Guardián de palacio, y en las actuales circunstancias necesito tu consejo más que nunca porque es posible que nos enfrentemos a una guerra encubierta.

Blue, boquiabierta, miró a Comma, que no apartaba los ojos de sus zapatos. Tithonus estaba impasible, como siempre. El emperador continuó:

—Blue, sé que estás muy unida a Pyrgus, y si hubiera una forma de decirlo suavemente lo haría, pero me temo que tu hermano, el príncipe heredero, mi hijo, puede… —se detuvo y corrigió la última palabra— podría haber muerto.

—Sé lo del filtro —intervino Blue enseguida—. Aunque el portal lo haya empequeñecido, mi hermano es muy inteligente. Algunas personas habrían muerto, pero Pyrgus sabe cuidar de sí mismo, tenga el tamaño que tenga. Además, no será algo definitivo; el ingeniero jefe del portal me ha explicado que recuperará su tamaño normal y, entonces, podrá esconderse hasta que…

Su padre le indicó con un gesto que se callara.

—No se trata del filtro, aunque es evidente que eso formaba parte de un intento de asesinato que estaba perfectamente estructurado. El portal no es el factor esencial. Creo que lo manipularon posteriormente para asegurarse de que Pyrgus no encontrara ayuda cuando se diera cuenta de que lo habían envenenado.

—¿Envenenado? —exclamó Blue con los ojos como platos. Comma dejó de escudriñar sus zapatos, y hasta Tithonus parecía asombrado.

—El médico jefe de los sacerdotes acaba de decirme que la ampolla de la vacuna que administraron a Pyrgus estaba manipulada. En la jeringuilla hay rastros de tritio —explicó el emperador muy tenso.

—¿Qué es el tritio? —preguntó Comma que se había decidido a hablar por primera vez.

La aflicción se reflejaba en el rostro del emperador.

—Es una droga que utilizan a veces los asesinos del bando de la noche —aclaró Tithonus en voz baja.

—Gracias, Tithonus, pero tienen derecho a conocer toda la verdad. —Dijo el emperador, y se volvió hacia Blue y Comma—: A vuestro hermano le han inyectado una toxina de acción retardada. La sustancia reacciona ante los agentes naturales de la sangre y se extiende como si fuese una bacteria. Al principio no produce síntomas, pero tras cierto tiempo, que varía desde unos días hasta casi dos semanas, el tritio llega al cerebro y empieza a fermentar. Cuando aumenta la presión arterial, la persona a la que se le ha inyectado experimenta náuseas y dolores de cabeza cada vez más fuertes. Por último… —el emperador tragó saliva—, por último… —Se calló, pues era incapaz de continuar.

—¿Qué? —quiso saber Blue, muerta de miedo—. ¡Tienes que decirnos qué ocurre!

El emperador cerró los ojos.

—Al final le explota la cabeza —declaró.