Pyrgus no veía más que el trasero del guardia imperial que caminaba tres pasos por delante de él. Era un hombre tan grandullón que ocupaba casi todo el espacio. A cada lado de Pyrgus se había colocado un guardia de rostro pétreo, y un tercero iba detrás. Si el chico hubiera intentado escapar, no habría llegado a dar dos pasos. Aquellos tipos eran expertos.
Pero tenía que intentarlo.
—Tengo una piedrecilla en el zapato —anunció en voz alta. Si se paraban para dejarle que se la quitara, tendría una oportunidad de distraerlos. Sin embargo, no le hicieron caso—. Me quedaré cojo si sigo caminando con una piedra en el zapato. Vuestros jefes no os felicitarán si lleváis un prisionero herido.
Por lo visto, a los jefes les importaba un comino porque los guardias siguieron sin hacerle caso.
Al llegar al puente, seis guardias más se unieron a los cuatro hombres que escoltaban a Pyrgus. Llevaban cascos y uniformes antidisturbios con varas paralizantes enfundadas. Aquello parecía una verdadera detención.
Los nuevos guardias formaron filas, y Pyrgus se preguntó qué iba a pasar. Cuando los cuatro primeros habían asumido su custodia, el chico se había sentido tan aliviado por escapar de Brimstone y del demonio que no se le ocurrió cuestionarse por qué lo perseguía la guardia del emperador.
—¿Adonde me lleváis? —quiso saber—. ¡Tengo derecho a saber adonde me lleváis! —Esperó inútilmente una respuesta, y luego añadió con resentimiento—: ¿O no?
De todas formas, era igual, porque Pyrgus ya tenía una ligera idea acerca del lugar al que se dirigían.
Cruzaron el puente a lo grande. La multitud se dispersaba ante el desfile de la falange de la guardia imperial, pero no tardaba en volver a concentrarse para observar al prisionero. Al llegar al otro lado, siguieron el curso del río hasta el embarcadero autorizado. Cuando se detuvieron para esperar la barcaza imperial, Pyrgus confirmó sus sospechas: iban al palacio. Aquellos hombres tenían la misión de llevarlo ante el emperador. El chico suspiró. ¿Qué demonios querría su padre?
* * *
El palacio imperial estaba en una isla situada en la zona más ancha del río. Había casi cinco kilómetros cuadrados de jardines, rodeados por un bosquecillo en el que el emperador practicaba la caza del oso. El palacio tenía más de cuatrocientos años de antigüedad y era de piedra de color púrpura. El paso del tiempo había deteriorado la piedra, que parecía casi negra, aunque al amanecer y al atardecer arrojaba un ligero resplandor del primitivo color. El colorido, combinado con el arcaico estilo arquitectónico, daban un aspecto colosal y siniestro al edificio, de modo que a casi todos los visitantes los atemorizaba. No obstante, para Pyrgus se trataba tan sólo de su casa.
El muchacho atravesó la entrada principal marcando el paso con los guardias, que hicieron un alto cuando el guardián de palacio, Tithonus, salió a recibirlos. El anciano llevaba su traje verde reglamentario y tenía más aspecto de lagarto que nunca.
—Yo lo acompañaré a partir de aquí —anunció.
—Tenemos órdenes de llevarlo directamente ante el emperador.
—Vuestras órdenes han cambiado —dijo Tithonus, muy serio. El anciano sostuvo la mirada del guardia y Pyrgus percibió que el aplomo del soldado se desmoronaba.
Por fin el guardia acertó a murmurar:
—Sí, señor.
Hizo un gesto a sus compañeros y dieron la vuelta marcando el paso.
—Ya veo que no has perdido el control, Tithe —se burló Pyrgus.
—Y yo veo que tu gusto para vestir ha empeorado —le contestó Tithonus en tono irónico—. ¿Quieres cambiarte antes de ver a tu padre?
—Creo que voy a quedarme con esta ropa; que vea a lo que me ha reducido. —La sonrisa de Pyrgus desapareció—. ¿Qué pasa, Tithonus? ¿Por qué ha enviado mi padre al pelotón armado?
—Se trata de Blue —respondió Tithonus—. Ven conmigo. Iremos dando un rodeo por el camino más largo porque tengo que contarte un montón de cosas.
—¿Qué le sucede a Blue? —preguntó Pyrgus enseguida. Holly Blue era su hermana. Y era a quien el muchacho más había echado de menos de todo lo que había en el palacio—. ¿Está enferma?
—Ni mucho menos —contestó Tithonus—. Pero ha vuelto a sus viejas travesuras.
—¿Qué le ha dicho a mi padre esta vez? —refunfuñó Pyrgus.
—Que te habías puesto a malas con lord Hairstreak. ¿Es cierto?
—Algo por el estilo —repuso Pyrgus.
¿Cómo diablos se había enterado su hermana? Era un año más joven que él, y ya tenía una especie de red de espías que provocaban la envidia del propio Servicio de Espionaje Imperial.
—¿Qué significa «algo por el estilo» en este caso concreto? —preguntó Tithonus.
—Lord Hairstreak me sorprendió robando su fénix dorado.
Tithonus cerró los ojos un instante.
—¡Demonios! —Abrió los ojos otra vez—. Tenía la esperanza de que no fuese verdad. ¿Tienes idea de las consecuencias?
—¡Lo maltrataba! —protestó Pyrgus.
—Sí, claro que lo maltrataba. Estamos hablando de Black Hairstreak, que maltrata a su propia madre. ¿Supongo que no la secuestrarías también a ella? —Pyrgus sonrió sin querer y dijo que no con la cabeza—. ¿Qué has hecho con el pájaro? —preguntó Tithonus.
—Lo dejé en libertad en plena naturaleza, pero antes le di de comer.
—Antes le diste de comer —repitió Tithonus mirando a Pyrgus al tiempo que asentía lentamente—. Pyrgus, ¿sabes lo difícil que es atrapar un fénix dorado?
—No.
—Claro que no. Pero sí sabes que lord Hairstreak es un hombre poderoso.
—Eso no significa que tenga derecho a maltratar…
—No me vengas con sermones. —Tithonus lo interrumpió con un susurro—. Da la casualidad de que estoy de acuerdo contigo, pero eso no importa. Lo que importa es que Hairstreak pertenece a una familia noble…
—¡Es un elfo de la noche!
—Es un elfo de la noche perteneciente a la nobleza, y tiene relaciones muy importantes y grandes ambiciones políticas. De hecho, es el representante principal de esa calaña de rebeldes.
—Por cierto, ¿cómo está Comma? —se interesó Pyrgus en tono irónico—. Ya que hablamos de rebeldes.
—No intentes distraerme, por favor —repuso Tithonus, muy serio—, y menos de esa manera tan poco considerada. Comma es Comma. Tu hermanastro no tiene ninguna enfermedad terminal, que yo sepa, y lo demás no me importa. Estamos hablando de Hairstreak. No deberías haberle robado el pájaro, porque ahora intentará hacerte daño por todos los medios.
—Puedo defenderme solo —afirmó Pyrgus con gran seguridad.
—No me cabe duda de que es eso lo que le vas a decir a Su Majestad Imperial —se quejó Tithonus—. Pyrgus, creo que ha llegado la hora de que te des cuenta de quién eres, porque no eres un joven soldado aventurero, ni el hijo de un mercader o de un artesano, por mucho que te guste disfrazarte. Eres Su Alteza el príncipe heredero, lo que conlleva ciertas responsabilidades, aunque ya no vivas en palacio.
—Es un asunto grave, ¿verdad?
—Sí —asintió Tithonus—. Este enfrentamiento entre lord Hairstreak y tú ha interrumpido unas negociaciones políticas muy delicadas. Tal vez la mayoría de la gente no reconozca al príncipe heredero si va desprovisto de sus ropas de gala, pero los hombres de lord Hairstreak no tienen problemas de ese tipo. Casi al instante de que hubiera sucedido, Hairstreak tenía un informe completo. Quizá no tratase muy bien a su fénix, pero sabe lo que vale. De modo que va a ser difícil satisfacer sus exigencias, y mientras tanto sus hombres te buscan. Dadas las circunstancias, tiene derecho a arrestarte si te encuentra, a arrestarte y a retenerte. ¿Te imaginas el escándalo que se desataría? El príncipe heredero en poder de un elfo de la noche. Es impensable. Tu padre está muy, pero que muy enfadado.
Pyrgus sintió que se le encogía el corazón, como siempre que hablaban de su padre.
—¿Qué piensa hacer conmigo? —preguntó.
—Prefiero que te lo diga él en persona —respondió Tithonus—. Además, tengo instrucciones muy claras sobre esa cuestión. Pero puedo darte un consejo: no pierdas los estribos con tu padre, como haces siempre.
* * *
Pero Pyrgus perdió los nervios con su padre.
—¡No me marché por las malas! —gritó, furioso—. ¡No he huido de mis responsabilidades! ¡No he abandonado a mi hermana, como si ella necesitara que yo la cuidase! ¡Tú me has obligado a marchar! ¡Me resulta inconcebible que sigas cazando animales y que tengas un zoológico! ¡Y tampoco entiendo que te aferres a costumbres medievales…!
—Por lo visto, te importan más los animales que las personas —repuso el emperador fríamente—. Pero no se trata de los animales, Pyrgus, por mucho que tú te empeñes. Se trata del futuro del imperio.
—¡Oh, no seas tan melodramático! —se burló Pyrgus adoptando el tono de voz que más enfurecía a su padre.
Estaban en el invernadero, detrás del salón del trono, envueltos en el aroma embriagador de las orquídeas. El Emperador Púrpura no era alto, pero sí robusto, y Pyrgus se le parecía en esa característica. En la cabeza llevaba rasurada la parte que correspondía a la tonsura pontifical, puesto que, como emperador, era el supremo representante de la iglesia de la Luz, y vestía una camisa desabrochada que dejaba al descubierto las mariposas de sus tatuajes oficiales. Daba la impresión de que las mariposas revoloteaban mientras el emperador se esforzaba en controlar su indignación.
Por una vez consiguió dominarse mejor que Pyrgus, de modo que su voz sonaba casi tranquila cuando afirmó:
—Esto no es un melodrama, Pyrgus. Es la vida real; tu vida y la mía. Supongo que Tithonus te ha recordado quién eres.
—Supongo que tú se lo ordenaste.
—Sí, lo hice. Sé que estás más dispuesto a escucharlo a él que a mí. Confiaba en que Tithonus conseguiría que tuvieses un talante razonable antes de venir a hablar conmigo, pero ya veo que era demasiado esperar. Pyrgus…
—¿Sabías que hay una fábrica en Seething Lane que hace pegamento con gatos? —le preguntó Pyrgus, enfadado—. ¿Sabías que hay elfos de la noche que invocan a los demonios más importantes? ¿Sabías que uno de ellos ha estado a punto de matarme? ¿Sabías que Black Hairstreak entra en la jaula del fénix tres veces a la semana y que…?
—Todo el mundo sabe que el comportamiento de los elfos de la noche deja mucho que desear, pero…
—¿Mucho que desear? —repitió Pyrgus—. ¿Mucho que desear? Padre, ¡tú haces negociaciones con esa gente! ¡Los tratas como iguales!
—Los trato como súbditos del imperio que son, te guste o no te guste. Son problemáticos, es cierto…
—¿Problemáticos? —estalló Pyrgus—. ¡Quieren acabar con todo lo que nosotros representamos!
—Sí, en efecto —reconoció su padre—. Claro que sí. Y por eso tenemos que manejar las cosas con especial cuidado. He negociado con los líderes de la noche, incluyendo a lord Hairstreak, durante meses. Y esas negociaciones están en un punto crítico. ¡Lo que menos me conviene en este momento es que el idiota de mi hijo se meta donde no lo llaman y les sirva el triunfo en bandeja!
—¡Mi madre nunca habría aplaudido lo que estás haciendo! —dijo Pyrgus entre dientes.
Su padre se volvió furioso.
—¡No metas a tu madre en esto! No tienes ni idea de lo que ella hubiese querido. ¡Ni siquiera sabes qué sucede! ¡He intentado que te preocupes por la política, pero en lo único que piensas es en ti y en tus malditos animales! ¡Oh, eres muy sensible, Pyrgus, muy sensible con las criaturas pequeñas! Pero, si no llegamos a un acuerdo, no sólo matarán pájaros y criaturas pequeñas sino que… ¡matarán a las personas!
—Esos tipos de la noche ya han matado a algunas personas —repuso Pyrgus utilizando el insulto a propósito.
Su padre lo miró colérico, pero consiguió controlar los nervios.
—¡Basta! —exclamó—. Ya estoy harto. No te he hecho venir para discutir de política ni para explicarte mis decisiones. Soy el emperador y se acabó. Cuando tú llegues al trono, podrás construir refugios para todos los perros y gatos callejeros del reino, pero hasta entonces…
—No quiero…
—¡Cállate! —le gritó su padre—. ¡Escúchame por una vez en tu vida! Estoy hablando de tu futuro, ¡del tuyo! ¿Tendrás la amabilidad de escucharme?
Pyrgus lo miró con expresión huraña, pero se calló.
Su padre clavó los ojos en las manos: había destrozado una preciosa orquídea sin darse cuenta. Tiró al suelo los restos de la flor y volvió la vista hacia Pyrgus.
—Estás en peligro —le dijo en voz baja.
—Blue no sabe lo que…
—Pensé que ibas a escucharme —lo interrumpió su padre.
—Lo siento —se disculpó Pyrgus.
—No es una información de Blue. Sí, ella me ha contado tu aventura con Hairstreak, pero esto procede directamente del Servicio de Espionaje: es algo comprobado y fiable al máximo. Por lo visto, has sido su objetivo desde el mismo momento en que dejaste el palacio. —Alzó la mano para que Pyrgus no volviera a interrumpirlo—. Sé que has mantenido tu identidad en secreto y que has vivido como… —contempló la ropa de Pyrgus con una expresión de profundo disgusto— una especie de cantor de baladas. Afortunadamente, tu cara no es muy conocida, pero no somos los únicos que tenemos espías. Sería ingenuo pensar que nuestros amigos de la noche no lo saben todo sobre nuestras… diferencias. Y aún sería más ingenuo pensar que no sabían que te habías marchado, porque nuestro servicio de información asegura que te han perseguido de forma sistemática. El plan consistía, mejor dicho, consiste, en secuestrarte y exigir un rescate por ti. No en dinero, por supuesto, sino para que yo ceda a sus exigencias políticas. Tu aventurilla con el fénix de Hairstreak…
—Padre… —empezó Pyrgus, que por primera vez se mostraba apenado.
Su padre continuó hablando en voz baja.
—La verdad es que no te culpo —reconoció, y dio un suspiro—. Ese hombre es un reptil. Trata a todos de mala manera: a los criados, a los animales, a sus seguidores… Nada tiene importancia. Es lógico que, a tu edad, hicieras exactamente lo que has hecho. Pero lo cierto es que les has servido tu cabeza en bandeja. Ni siquiera tienen que secuestrarte; Hairstreak puede retenerte legalmente. Y si crees que trataba mal a su fénix dorado… —El emperador hizo una pausa antes de continuar—: Él sabe que yo estoy al corriente, y lo utilizará para lograr concesiones.
—Pero también deben de saber que jamás me antepondrías al bienestar del imperio —protestó Pyrgus.
—Claro que lo haría, porque te quiero —afirmó su padre.
* * *
Caminaron juntos por el amplio corredor que era el eje principal del palacio. Por primera vez en su vida, Pyrgus se fijó en que la alfombra de color granate que pisaban estaba un poco raída en algunas partes.
—¿Qué…? —Dudó. Había estado a punto de preguntar: «¿Qué vas a hacer conmigo?», pero en vez de eso dijo—: ¿Qué quieres que haga?
Los sirvientes se inclinaban a su paso, como las olas en la playa.
—Quiero que te mantengas alejado durante un tiempo —respondió su padre.
—Entiendo —afirmó Pyrgus.
Se dirigieron a los aposentos privados. El inalterable silencio que allí reinaba significaba que podían hablar a sus anchas, sin miedo a que los oyesen.
—No hay ningún lugar seguro para ti dentro del imperio —aseguró el padre de Pyrgus. El muchacho no dijo nada—. Así que he tomado medidas para trasladarte —continuó.
—¿Al Mundo Análogo? —Pyrgus ya lo había sospechado.
El emperador asintió.
—Naturalmente, no irás solo. Tithonus es demasiado viejo, pero Lulworth y Ringlet irán contigo como sirvientes y guardaespaldas. Blue también quería ir, pero le he dicho que no venía a cuento. Confío en que estés tranquilo, pues hemos localizado una remota isla del Pacífico completamente deshabitada. El clima es bueno y hay frutas exóticas, aunque tendrás provisiones de nuestros almacenes, por supuesto. —Sonrió lánguidamente—. Está en plena naturaleza, así que te sentirás mejor que en casa. Regresarás cuando concluyan las negociaciones que, como mucho, se alargarán un mes. Puedes considerarlo unas pequeñas vacaciones.
—¿Cuándo me voy? —preguntó Pyrgus tras unos instantes.
—Lulworth y Ringlet ya se han trasladado y te esperan en la isla —respondió su padre poniéndole una mano sobre el hombro—. El portal se encuentra en la capilla. Me gustaría que te fueras inmediatamente.
—¿Durante un mes?
El emperador asintió, y Pyrgus suspiró profundamente.
—No te enfades, pero tengo que hacer una cosa… —Su padre lo miró expectante, y Pyrgus tragó saliva—: Hay una fábrica…
El emperador asintió de nuevo.
—Chalkhill y Brimstone. Me preguntaba cuánto tardarías en descubrirla.
Pyrgus sintió que la furia lo dominaba otra vez, aunque en esa ocasión no iba dirigida contra su padre.
—¡Matan animales! ¡Matan…!
—Lo sabemos y estamos intentando hacer algo al respecto —lo interrumpió su padre levantando una mano—. El problema es que lo que hacen no va contra la ley. Durante generaciones se han sacrificado animales para elaborar pegamento.
—Pero…
—Sí, lo sé. En este caso hay sacrificios humanos. La cuestión está en demostrarlo.
—¡Yo puedo demostrarlo! —exclamó Pyrgus—. ¡Lo he visto! ¡He visto lo que pasa!
—Me temo que es tu palabra contra la de ellos. Pero no te preocupes, haremos algo. Mis juristas se están empleando a fondo para encontrar la manera de clausurar la fábrica. Es la única solución posible. Sé cómo te sientes, Pyrgus, pero tienes que dejar este asunto en mis manos. ¿Confías en mí?
—Sí, claro —respondió Pyrgus en voz baja.
Le parecía que se había hecho mucho mayor desde que había empezado el día.
* * *
Su hermana Blue y su hermanastro Comma se hallaban en la capilla. Blue se lanzó a los brazos de su hermano.
—¡Creí que ese asqueroso de Hairstreak te había matado! ¡Durante tres días no he sabido nada de ti!
Pyrgus la apartó con delicadeza.
—Hairstreak no me ha puesto la mano encima. Ha sido otra persona la que ha estado a punto de matarme.
Nada más terminar la frase, se arrepintió de haberla dicho.
Afortunadamente, su padre no lo había oído: estaba enfrascado en plena conversación con el sacerdote especializado en el funcionamiento del portal. Pero Blue se dio cuenta al momento.
—¿Quién ha estado a punto de matarte? —preguntó, muy enfadada—. Si no quieres decírselo a nuestro padre, yo puedo encargarme del asunto, ya lo sabes.
Pyrgus no dudaba que su hermana pudiese hacerlo. No era la primera vez que se preguntaba cómo sería su hermana pequeña cuando creciese porque, para la edad que tenía, era una de las personas más increíbles que conocía. Hasta Tithonus la trataba con respeto.
—No es nada, Blue, sólo una broma. —Pyrgus hizo un gesto negativo con la cabeza.
Blue lo miró con desconfianza, y el muchacho comprendió que, en cuanto se fuese, su hermana empezaría a hacer sondeos para saber dónde había estado y qué había hecho antes de que lo encontrasen los guardias de su padre. En ese momento, intervino Comma:
—A nuestro hermano le gustan las bromas, Blue, ¿no es así, hermano? —preguntó con una maliciosa y retorcida sonrisa—. Pero ahora es mejor que lo dejemos emprender su viaje. Cuanto antes se vaya, antes estará a salvo…
Los ojos de Comma lanzaron destellos como los dientes de Jasper Chalkhill.
El portal se había instalado entre las columnas próximas al altar, como si fuera una impetuosa hoguera azul. Si Pyrgus no hubiera estado bien enterado, no habría creído posible sobrevivir después de introducirse en ella. Pero, a pesar de las apariencias, allí no había llamas. Si las había en algún lugar (y los filósofos no estaban muy seguros de ello), tendrían que estar entre ambos mundos. Y por lo tanto, no eran más que una separación visible, una línea demarcadora que indicaba el tránsito de una dimensión a otra. El verdadero poder del portal estaba en la capacidad de aumento que tenían unas máquinas, terriblemente caras, que distorsionaban el espacio y el tiempo en aquel lugar concreto. En el imperio de los elfos todo el mundo sabía que existía esa tecnología, pues había alimentado las leyendas durante siglos, pero sólo la familia imperial podía permitírsela. Y así, el Mundo Análogo, al que conducía el portal, era la última vía de escape para la realeza en peligro. Nadie podía encontrarlos allí.
Cuando el emperador se reunió con sus hijos, escuchó la última observación.
—Comma tiene razón —dijo—. Cuanto antes te vayas, antes sabré que estás a salvo. ¿Te has vacunado?
Un sacerdote médico apareció con una aguja hipodérmica.
—Estamos preparados, Majestad.
Pyrgus se remangó y apartó la vista para no ver cómo la aguja le penetraba en la piel. Sintió un leve pinchazo, pero la sensación desapareció enseguida.
—¿Estás listo para marchar? —le preguntó su padre.
—Creo que sí.
—No hace falta que lleves nada —le aseguró su padre—. Hemos equipado la isla con las cosas que te gustan, y Lulworth y Ringlet lo tendrán todo dispuesto y estarán esperándote.
—Gracias, padre.
Blue abrazó a Pyrgus y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Te voy a echar mucho de menos —susurró—. Cuídate.
Pyrgus esbozó una sonrisa y respondió a su hermana con un beso menos efusivo.
—¿No vas a darle un beso a tu hermano pequeño? —preguntó Comma—. Tal vez pase mucho tiempo antes de que volvamos a vernos.
Pyrgus, sin hacerle caso, entró en el portal.