—¿Por qué no? —preguntó Blue—. Si papá era tan horrible, ¿por qué no lo mataste en ese preciso instante?
—No pude —se limitó a responder Pyrgus.
—Pero…
—Mira, Blue, tal vez fuese horrendo, pero seguía siendo papá —contestó Pyrgus sacando fuerzas de flaqueza—. ¿Cómo iba a matarlo? Acababa de resucitarlo y no sabía qué pasaría, ni que Gnoma hablaría con lord Hairstreak, ni lo mal que se pondrían las cosas. Creí que podría llevarlo a casa para que lo curasen (ya sabes, la cara y lo que hiciera falta), y que todo sería como antes. Él volvería a ser el emperador y tendríamos la misma clase de vida.
—Pero no lo llevaste a casa.
—Gnoma me dijo que el proceso de resurrección no se había acabado y que resultaría peligroso liberar a… —Pyrgus se estremeció— a papá antes de que todo se estabilizase. Así que lo dejé con él.
—Y Gnoma lo condujo hasta Hairstreak.
—Así es —asintió, abatido.
—Me gustaría saber cómo se las arreglaron para que recuperase su antigua personalidad —comentó Blue.
—Hechizos de ilusión óptica. Creo que también hubo algún tipo de curación, pero no fue suficiente. Por eso Hairstreak planeó la operación: quería transplantarle un wangaramas.
Blue lo comprendió todo: el wyrm habría permitido que el cuerpo de su padre funcionase de forma más eficaz, le habría creado la ilusión óptica de salud y vida y posibilitado que Hairstreak mantuviese la ficción de que el Emperador Púrpura no había muerto.
—¿Chalkhill era portador del wyrm?
—Sí.
—¿Fue él quien te contó lo que pensaba hacer lord Hairstreak?
—Sí.
—Por eso le cortaste la cabeza a papá.
—Sí. ¡Sí, sí, sí!
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Blue.
—Nada. Todo se ha cumplido. No debería haberlo hecho regresar, ahora lo sé. Fue horrible para nuestro padre y un desastre para el reino. Pero lo he arreglado. Nuestro padre está muerto, muerto de verdad, y Hairstreak no puede lograr que regrese. Nadie puede. —Dio un paso y tomó las manos de su hermana—. Blue, lo he resuelto todo —dijo, muy convencido—. Utilizaremos la historia de Hairstreak contra él porque dijo que papá no murió, sino que entró en coma y luego revivió. Bien, pues nosotros diremos que nunca se recuperó del todo, tan sólo resistió un poco y murió a causa de las heridas iniciales. Hairstreak no se atreverá a contradecirnos; no lo hará sin admitir su participación. Así que seguiré adelante con la coronación y cuando sea Emperador Púrpura, romperé el estúpido pacto que lord Hairstreak le hizo firmar a nuestro padre.
—No es posible. El pacto obliga al heredero tanto como a papá. Hairstreak no se arriesgó; se menciona tu nombre en la redacción.
—Ya se me ocurrirá algo, descuida —aseguró Pyrgus—. Haré que las cosas sean como antes. Aparte de ti y de mí, nadie sabrá que ocurrió algo ilegal.
—Lo sabe Comma —indicó Blue.
* * *
Convocaron una reunión de amigos. Pyrgus no quería, pero Blue insistió. Acudieron el señor Fogarty, madame Cardui y Henry. Pyrgus deseaba que Nymphalis también estuviese presente, pero Blue se apresuró a vetarla.
—No la conocemos bien —dijo—. Además, debe su lealtad al bosque, no a la Casa de Iris. Seguro que es maravillosa, pero esto me parece demasiado delicado para asumir ningún riesgo.
Una vez instalados en el invernadero de las orquídeas con la puerta bien cerrada y hechizada, Blue expuso el problema sin callarse nada. La escucharon atentamente, con caras serias, sin hablar y asintiendo de vez en cuando. La princesa finalizó su explicación y añadió:
—Me gustaría saber qué pensáis.
Nadie dijo nada hasta que al fin habló Henry.
—Pero Hairstreak sabe lo que hiciste, Pyrgus. ¿No se lo habrá contado Gnoma?
—Sí, sí lo hizo —admitió Pyrgus—. Gnoma se lo contó sin duda. Pero Hairstreak no puede reconocerlo, porque si no, todo el mundo sabrá que mentía cuando afirmó que nuestro padre no había muerto, que habían acordado un nuevo pacto y todo eso.
—Casi sería mejor confesar la verdad, con lo que provocaríamos la caída de Hairstreak —sugirió Fogarty.
Pyrgus iba a decir algo, pero Blue se apresuró a intervenir.
—No barajamos la posibilidad de que Pyrgus confiese.
—¿Por qué no?
—Ya lo he explicado: la resurrección está prohibida.
—¿Y qué le harán? —preguntó Fogarty con impaciencia—. ¿Obligarlo a rezar cinco Ave Marías?
—Ahorcarlo —repuso Blue crudamente.
Se produjo un largo silencio hasta que por fin Fogarty musitó:
—¿Hablas en serio?
—Ese es el castigo.
—¿Incluso para un emperador electo?
—Sólo el emperador está por encima de la ley, pero ha de ser un emperador coronado. Al emperador electo se le trata como a los demás.
El señor Fogarty sorbió por la nariz.
—Deberías haber esperado, ¿verdad? —le preguntó Fogarty a Pyrgus, y después se volvió hacia Blue—: Pero ¿qué ocurriría en realidad? ¿Se celebraría un juicio? ¿Quién haría las acusaciones?
—El clero —respondió Blue—. Se trata de un tema espiritual.
—¿Y qué sucedería si se sabe que Pyrgus, ya me entendéis, cortó… ah, mató…? —inquirió Henry.
—Un cuerpo resucitado es una abominación —afirmó Blue—. Pero no se castiga por enviar el alma de regreso a su verdadero hogar: el cuerpo al que pertenece.
—Pero se supone que el cuerpo de tu padre no resucitó —precisó Henry—. La historia que explicó Hairstreak es que el emperador no murió y vosotros habéis decidido apoyar esa versión, ¿no? Porque si no lo hacéis, colgarán a Pyrgus por resucitarlo.
Blue y Pyrgus intercambiaron una mirada y entonces madame Cardui intervino:
—Henry tiene razón, príncipe heredero. Pero si apoyamos la historia de Hairstreak y Comma cuenta lo que vio, podrías enfrentarte a una acusación de asesinato, en vez de una de resurrección. Me temo que también te ahorcarían.
—Hay una sencilla solución —dijo Fogarty—: Mantengamos a Comma incomunicado hasta que seas emperador.
—Un poco desagradable para el chico, ¿no te parece, Alan? —opinó madame Cardui
—Bueno… Pyrgus podría ser coronado dentro de una semana y estar ese tiempo incomunicado no es tan grave; yo lo he hecho… —Fogarty se calló y tosió; después añadió sin convicción—: Pero resuelve el problema, ¿verdad? No van a colgar al emperador por asesinato.
—¡Ja! —exclamó Blue.
—¿Por qué dices «¡Ja!»? —preguntó el señor Fogarty con acritud—. ¿Qué significa?
—Cuando dije que el emperador estaba por encima de la ley, había una excepción… —Blue estaba muy tensa.
—¿Asesinato?
—No exactamente —precisó Pyrgus—. Sólo si se trata del asesinato del emperador anterior.
—En efecto —confirmó Blue—. La ley del reino sostiene que el Emperador Púrpura es dueño de sus súbditos y que, por lo tanto, puede disponer de ellos como desee: ejecutarlos, que es otro nombre que se da al asesinato, provocar que alguien cometa un asesinato o perdonar a quien lo ha realizado. Pero la única excepción es el emperador anterior, que no es definido como… Se me ha olvidado el término, pero quiere decir que no es propiedad de nadie.
—El motivo está claro —explicó madame Cardui alegremente—. Evita que en la familia real se cometan asesinatos para llegar al trono. —Entonces titubeó, sonrió y se inclinó para decirle a Blue—: La palabra es «pertenencia», querida.
—Así pues, si Comma habla, ahorcan a Pyrgus —intervino Fogarty—. Las amenazas lo mantendrán callado durante un tiempo, pero si no inventamos algo definitivo, todos sabemos que Comma hablará antes o después.
—No quiero que lo matéis —observó Blue, muy seria—. Tal vez sea un personaje incómodo, pero sigue siendo nuestro hermano pequeño.
—En realidad, estaba pensando en el soborno —afirmó Fogarty, ligeramente sorprendido—. Podríamos ofrecerle lo que quiera: juguetes, dinero, un título de fantasía, un cargo en el Gobierno… cualquier cosa, siempre que no tenga poder real. Y procurar que sepa que todo desaparecerá si Pyrgus no es emperador.
—El problema es que Pyrgus no quiere ser emperador —remarcó Blue en voz baja.
—Creo que tengo una idea al respecto —afirmó Henry.
* * *
Después de decirles de qué se trataba, Henry miró las caras de los presentes una a una y esperó las reacciones.
—No es posible, Henry. —Pyrgus movió negativamente la cabeza y su expresión era más bien de pena.
—Ni legal —añadió Blue.
—Sí lo es —intervino madame Cardui—. La legislación ha estado ahí durante mucho tiempo, aunque rara vez se habla de ella. —Sonrió ligeramente—. El verdadero problema, Henry, es que no daría resultado.
—Pues en mi mundo sí —precisó Henry—. Continuamente.
—¿Es cierto, Alan? —preguntó madame Cardui.
—No sé si Henry no estará exagerando un poco.
El chico lo miró con mala cara.