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Salieron en grupo, temblando a causa de la impresión y el agotamiento, pero alertas por si los guardias aparecían. Se había producido una breve discusión entre Blue y Pyrgus, que se planteaban cómo trasladar el cuerpo de su padre, pero Nymph había cortado por lo sano y les había advertido que dos de ellos no podían dedicarse a llevar el cuerpo y un tercero la cabeza; era imposible porque tendrían que luchar para salir de la mansión de Hairstreak.

Y a continuación Nymph se hizo más o menos cargo de la situación, lo cual seguramente sería positivo. El grupo se había reducido a seis: la elfa, Nymph; Comma (tan sólo un niño con los nervios destrozados y que no quería mirar a nadie); Henry, que ya iba armado, pues le había quitado un largo puñal al chamán que había matado al Emperador Púrpura, aunque no se hacía muchas ilusiones sobre su habilidad para utilizarlo; Pyrgus y Blue, que actuaban como autómatas y cuyos rostros habían adoptado una extraña expresión fofa y blandengue, y Flapwazzle, muy desanimado.

Nymph encontró el primer eje suspensorio y ordenó a Henry que esperase con Comma mientras Blue, Pyrgus y ella bajaban. El chico los vio flotar con ligereza hasta el suelo; luego sujetó a Comma por los hombros y se montó en el eje cuando Nymph se lo indicó. Comma no dejó de temblar ni un momento.

Llegaron al suelo de la caverna y Nymph los condujo hasta la escalera. Les dijo que tuviesen las armas preparadas, con tal autoridad en su voz que incluso Comma consiguió sacar una especie de cuchillo, aunque le temblaba la mano.

Pero cuando ascendieron a la parte principal de la mansión, no encontraron guardias ni rastro de Hairstreak ni de sus ayudantes. El edificio parecía desierto. En su recorrido pasaron ante una puerta abierta y vislumbraron comida a medio consumir sobre una mesa.

Se arrastraban por el suelo de la planta baja cuando oyeron los gritos de fuera.

* * *

—¡Válgame Dios! —exclamó Fogarty.

Madame Cardui, normalmente flemática, dio una orden que detuvo en seco a los dos porteadores. Se inclinó hacia Fogarty y le dijo:

—Querido, esto es de lo más extraordinario.

Había un gigantesco portal abierto en el jardín de la mansión del bosque de lord Hairsteak, mientras que tropas de demonios salían a través de él en ordenada formación. Entre el portal y la casa se desarrollaba una reñida batalla.

—Ésa es la gente de Hairstreak —dijo Fogarty—, que está luchando con los demonios. —Se bajó de la silla de manos y observó que no sólo peleaban los guardias armados de Hairstreak, sino que todo el personal de la casa se encontraba en el exterior, como si la mansión sufriese un ataque.

—¿Adonde vas, Alan? —preguntó madame Cardui.

—A acercarme para ver mejor.

—Cariño, ten cuidado.

Fogarty se abrió paso entre las inmóviles filas de soldados de los elfos del bosque. La situación carecía de sentido: en primer lugar, los portales de Hael estaban cerrados; en segundo lugar, nunca había visto un portal como ése, pues no tenía el color correcto, ni había llamas frías, y era enorme, y en tercer lugar, los elfos de la noche siempre se habían tratado con los demonios y se rumoreaba que, precisamente, Hairstreak había hecho un pacto a largo plazo con el rey de los demonios o quienquiera que fuese su estúpido jefe. Entonces, ¿por qué los demonios atacaban su casa?

Fogarty vio a la reina Cleo al frente de sus tropas y se dirigió rápidamente hacia ella.

—¿Sabes qué sucede? —le preguntó sin aliento.

—No, Guardián. Pero hay demonios en mi bosque, tal como me temía.

—Están atacando a los hombres de Hairstreak —dijo Fogarty—. Tal vez sea mejor que los dejemos continuar y no se nos ocurra intervenir.

La reina contemplaba la pelea, pensativa. Sus tropas estaban apelotonadas entre los árboles, ocultas, y su disciplina era absoluta. No hacían ni un ruido que denotase su presencia.

—¿Crees que ellos harán nuestro trabajo?

—Podría ser. —La gente de Hairstreak estaba perdiendo la batalla, no cabía duda. Sus cuerpos se esparcían por todas partes. Fogarty no tenía ni idea de qué ocurría, pero estaba seguro de que en cosa de media hora se produciría el aniquilamiento. Si Hairstreak quedaba fuera de combate, los elfos del bosque podrían demoler la mansión a su antojo—. Pero ¿qué hacemos con los demonios, Guardián? —preguntó la reina Cleo.

—Buena pregunta.

Lo que más había preocupado a los elfos del bosque era la posible existencia de portales de demonios, así que el situado en el jardín de Hairstreak debía de ser su peor pesadilla: de allí salían montones de demonios.

—Tal vez sea una cuestión de sincronización —dijo la reina, abstraída—. Como acabas de decir, Guardián, resulta útil que los demonios ataquen a lord Hairstreak, pero no podemos permitir que se queden en el bosque, ¡nada de eso! Los intereses de mi pueblo estarían mejor servidos si Hairstreak fuese derrotado, su mansión destruida, los demonios regresaran a su propio reino y se cerrasen sus portales de forma permanente. Sería lo ideal porque de esa forma no se revelaría al mundo la existencia de los elfos del bosque.

—Es mucho pedir —comentó Fogarty.

—No lo será si atacamos ahora —repuso Cleopatra—, mientras podamos controlar la situación.

Parecía lógico. Cuando la reina se giró para hacer una señal a su gente, Fogarty pensó en Blue y Pyrgus. Confiaba en que tuviesen el buen sentido de agacharse si se encontraban por allí cerca. Se avecinaba una gran batalla y sería muy fácil morir en el enfrentamiento.

* * *

—Ésos son demonios —afirmó Nymph.

Habían llegado a una ventana abierta de la mansión de Hairstreak y contemplaban la matanza que se desarrollaba en el exterior. Tal vez lo mejor fuese seguir donde estaban y esperar a que los demonios eliminasen a los guardias y sirvientes de Hairstreak, lo cual seguramente no tardaría mucho en producirse por las trazas que se adivinaban.

No obstante, cada vez salían más demonios por el portal y, cuando acabaran con los defensores, seguramente se apoderarían de la casa. A Pyrgus lo habían capturado los demonios una vez, y era una experiencia que no deseaba repetir. Quizá deberían correr y tratar de huir en medio de la confusión.

De lo único que el príncipe estaba seguro era de que no debían inmiscuirse en la lucha.

—¡Ésos son los míos! —exclamó Nymph de pronto.

Pyrgus siguió la mirada de la chica: los elfos del bosque salían de entre los árboles como el torrente de un río. Antes de que él reaccionara, Nymph saltó por la ventana y corrió hacia la refriega.

—¡Nymph! —gritó Pyrgus, desesperado, y también saltó para seguirla.

—¡Pyrgus! —chilló Blue, y se lanzó detrás de su hermano.

Henry dudó un segundo antes de ir tras ellos. Sólo Comma permaneció allí mirando por la ventana abierta con el rostro inexpresivo.

* * *

Fogarty se quedó helado al ver la lucha de los elfos del bosque. En su vida había visto unas máquinas de matar más eficaces y despiadadas; lo curioso era que nadie daba órdenes, pero todos sabían muy bien lo que tenían que hacer. El torrente de elfos se dividió en dos y rodeó a los demonios por un lado y a los pocos defensores de Hairstreak que quedaban por el otro. Sin embargo, en vez de sumirse en un combate cuerpo a cuerpo, se mantuvieron a distancia y acribillaron a sus oponentes con flechas y puntas de sílex.

Hubo un momento de confusión y enseguida los demonios empezaron a caer.

Fogarty creyó que la batalla se libraría manteniendo esa táctica, pero los demonios se reagruparon con rapidez y se enfrentaron a los nuevos atacantes. Las tropas de Hael eran como insectos y no tenían ningún miedo, de modo que se lanzaron contra los enemigos sin prestar atención a la mortal lluvia de flechas y puntas de sílex. En ese instante un compacto grupo de elfos del bosque se dirigió como un rayo hacia el portal abierto.

—Una inteligente estrategia —comentó madame Cardui—. Si se desactiva el portal, se interrumpirán los refuerzos demoníacos.

El creciente ejército de demonios llegó a la misma conclusión, y un nutrido contingente de tropas de Hael se dirigió a impedir el asalto. Los elfos retrocedieron, recibieron refuerzos a su vez y contraatacaron. No obstante, un nuevo contingente de demonios más grandes y mejor armados salió del portal; uno de ellos levantó una vara de fuego, pero una punta de flecha le cercenó el ojo derecho cuando él lanzaba el arma, y la gota de fuego pasó sobre las cabezas y prendió en un árbol.

—A la reina no le va a gustar eso —masculló Fogarty. Le hervía la sangre y quería participar en la batalla. Lo cual resultaba raro porque en sus tiempos de soldado (hacía casi sesenta años, ¿a que parecía increíble?), se había pasado el tiempo intentando no luchar. La vejez era un castigo; le daba a uno nuevas ideas, pero le privaba de la capacidad de ponerlas en práctica.

Estaba en lo cierto al pensar que a la reina no le habría gustado que un árbol ardiera, pues el río de elfos del bosque que salía de los árboles se convirtió en una riada. Soldados de infantería se lanzaron contra la horda de demonios mientras los arqueros los machacaban con dardos y flechas; un grupo fue directamente hasta el árbol en llamas y utilizó cucuruchos con hechizos de sofocamiento para apagar el fuego, y los elfos que se dirigían al portal recibieron ingentes refuerzos, entre ellos tres magos.

A continuación todo sucedió demasiado rápido para explicarlo. La clave fue una explosión enorme y sin fuego en el portal: la construcción saltó en pedazos y éstos cayeron como granizo sobre los demonios alcanzados por la voladura. Faltos de refuerzos constantes, los demonios que quedaban se derrumbaron como paja bajo la horda de elfos del bosque. Todo acabó en cuestión de minutos.

Cuando los equipos de derribo de los elfos del bosque se movilizaron para demoler la mansión de Hairstreak, Fogarty y madame Cardui entraron en el campo de batalla. Había muertos y moribundos por todas partes, pero los escuadrones de limpieza de los elfos trabajaban a fondo para no dejar ningún rastro de la batalla.

—Cariño, ¿ése no es el príncipe Pyrgus?

Fogarty siguió la mirada de madame Cardui y sintió una gélida garra en el estómago. Pyrgus yacía sobre la hierba con el jubón empapado de sangre; Blue y un chico de aspecto preocupado se habían arrodillado junto a él; con un sobresalto Fogarty reconoció a Henry. Nymph se hallaba detrás, con el arco en la mano, vigilante. Por algún motivo había un endriago a los pies de Henry.

—¡Pyrgus! —chilló Fogarty, y corrió hacia el grupo.

El príncipe abrió los ojos lentamente y esbozó una tenue sonrisa.

—Es sólo una herida superficial, Guardián. Me pondré bien.

—¿Puede buscar a un curandero, señor Fogarty? —pidió Blue—. Y dígale a alguien que saque a Comma de la casa antes de que se la tiren encima. —Titubeó antes de añadir escuetamente—: El cuerpo de mi padre también está dentro. Me gustaría llevarlo al palacio para darle sepultura.