Palaemon levantó la lanza y Nymph avanzó con el arco a punto.
—¡No disparéis! ¡No disparéis! —gritó Henry, presa del pánico. Pero ya era demasiado tarde para disparar porque Flapwazzle se había pegado al chico como un pecho peludo y si lo herían, Henry también saldría mal parado—. ¡Es Flapwazzle! —exclamó Henry abrazándolo—. ¡Flapwazzle!
—Tranquilos —dijo Pyrgus—. Se trata de un endriago. ¡Hola, amigo!
Palaemon y Nymph retrocedieron de mala gana.
—Es Flapwazzle —repitió Henry, muy contento—. Creí que habías muerto, Flapwazzle. ¿Qué haces aquí?
—Salvarte el pellejo, como siempre —respondió el endriago con acritud.
* * *
Henry no se perdió ni una sola palabra mientras Flapwazzle les contaba lo sucedido: la marea que había lavado las alcantarillas lo arrastró más allá del refugio de Henry, por la cañería principal, hasta un recodo. En ese punto chocó contra la pared de ladrillo y cuando recuperó la conciencia, se hallaba flotando en el río.
—Resulta bastante difícil ahogar a un endriago —les dijo, muy serio—. No consumimos demasiado aire en circunstancias normales y somos capaces de extraer un poco de oxígeno del agua, como los peces. A veces, si nos sumergimos, nos ahogamos, pero tardamos lo nuestro.
—¿Y qué hiciste entonces, después de despertar en el río? —preguntó Henry, emocionado.
—Pues nadar hasta la orilla. ¿Qué crees que hice?
Daba la casualidad de que la orilla más cercana era la isla del palacio. Flapwazzle se secó al sol (los endriagos son muy lentos cuando están empapados) y regresó al palacio con la esperanza de encontrar al chico.
—Fuiste muy valiente —dijo Henry sonriéndole—, teniendo en cuenta que Quercusia quiere encerrarte.
El endriago se estremeció y Henry lo interpretó como un encogimiento de hombros.
—Presta menos atención que una lechuga. Además, ha vuelto a encerrarse a sí misma —explicó Flapwazzle.
—¿Han encerrado otra vez a mi madre? —preguntó Comma, que parecía en cierto modo aliviado.
—¿Qué ocurrió? —quiso saber Henry.
—No lo sé muy bien. —Flapwazzle se había despegado de Henry y les hablaba desde el suelo—. Alguien dijo que había dado la orden Cossus Cossus, el Guardián de lord Hairsteak.
—Hairstreak debió de considerarla más problemática de lo que es en realidad —le comentó Pyrgus a Blue.
—Está loca; hace años que lo está. Y una persona que no está en sus cabales no puede andar suelta dando órdenes. Me parece increíble que Comma la soltase —dijo Blue.
—No está loca —repuso Comma—. Siempre la tuviste tomada con ella. —Parecía enfadado, pero sin estar muy convencido de lo que había dicho.
—Bueno —intervino Pyrgus—, una cosa menos de que preocuparse.
—¿Qué pasó, Flapwazzle, cuando entraste en el palacio a buscarme? —se apresuró a preguntar Henry.
—Las hermanas de la cofradía de la seda me contaron lo que os había ocurrido y yo sabía que no encontraríais al emperador en el palacio…
—¿Cómo te enteraste? —Pyrgus interrumpió a Flapwazzle.
—Oí hablar a unos guardias; habían llevado al emperador a la mansión de Hairstreak. Supuse que acabaríais sabiéndolo, así que vine aquí.
—Sí, pero ¿cómo supiste que nosotros estábamos en el laberinto?
—No lo sabía. Me perdí y acabé en los conductos de ventilación; intentaba salir cuando os vi en una de las pantallas.
—Muy inteligente, Flapwazzle. —Henry no podía dejar de sonreír
—Cuando entré aquí y descifré los mandos —siguió Flapwazzle—, os seguí la pista y desconecté todas las trampas que pude.
—No creo que conozcas la salida, ¿o sí, Flapwazzle? —preguntó Nymph.
—¡Oh, sí, es esa puerta de ahí! —indicó el endriago.