Resultaba increíble: había elfos del bosque por todas partes; unos se habían instalado en las ramas y otros, muy juntos, formaban filas de a dos o tres en fondo junto a los troncos más gruesos. Además, se oía perfectamente el ruido de sus pisadas en las carreteras superiores.
Al principio había cientos, luego miles, decenas de miles distribuidos por el bosque y alineados en hileras en los claros. Todos llevaban armas: arcos, jabalinas, espadas y las omnipresentes y letales puntas de flecha de sílex, pero lo que más le sorprendió a Fogarty fueron los cañones de hielo, los disgregadores, los petardos para romper piedras y otra artillería mágica pesada que él no conocía. La multitud le recordó la marea de gente de Dunkerke, pero los elfos hacían menos ruido. Sin embargo, se percibía un zumbido constante en el bosque, como una gigantesca colmena de abejas.
—La reina lo ha organizado porque le dije que tenía un presentimiento acerca de Pyrgus —susurró Fogarty, desconcertado. El ejército congregado en el bosque era lo bastante grande para derrocar un reino. Si esa gente decidía abandonar el bosque, no habría trono seguro.
—No te enorgullezcas, cariño —dijo madame Cardui con amabilidad—. La reina Cleo lleva semanas a punto de atacar a Hairstreak y lo único que la contenía era la antigua preocupación de no querer llamar la atención. Espero que confíe en que Pyrgus solucione las cosas sin una intervención masiva de los elfos del bosque, aunque nunca tuvo mucha fe en los ataques de comandos. Lo que has hecho tú ha sido equilibrar la balanza; no habría tardado mucho. Incluso me sorprende que se haya contenido tanto tiempo.
—Pues a mí no —repuso Fogarty—. Sus árboles son seguros si no se abren los portales de Hael, cosa que tal vez no ocurra nunca.
—Oh, no le preocupan los demonios, Alan, diga lo que diga. Pero nunca le gustó que Hairstreak se hiciese una casa en el bosque. Él se apropió de la tierra y taló los árboles y la reina temía que se iniciase una moda: otros podían apropiarse de algunos terrenos más y edificar en ellos. Me pidió consejo en esa ocasión.
—¿Y qué le aconsejaste? —preguntó Fogarty.
—Que esperara a ver qué sucedía.
—Pues parece que se ha cansado de esperar —respondió Fogarty contemplando las tropas congregadas.