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—¿Qué? —preguntó Brimstone con irritación—. ¿Cómo? ¿Que no estamos en paz? Te he abierto un portal en el Mundo Análogo y ha dado resultado. ¡Has llegado y los demonios se dirigen a Nueva York! Puedes hacer lo que desees; los idiotas de este mundo no creen en tu existencia. Incluso puedes resultar elegido presidente y tres cuartas partes de ellos no notarán la diferencia.

—¡No seas tonto! —tronó Beleth—. ¿Para qué iba a perder el tiempo en este mundo pequeño y miserable? ¡Oh, no, yo quiero el reino de los elfos! Tengo varias cuentas que saldar que requieren accesos de portal completos.

—Los portales ya no funcionan —repuso Brimstone, no sin una pizca de malicia—. A estas alturas espero que los hayas arreglado, si es que has podido.

—En efecto los portales «directos» no funcionan —corrigió Beleth— y a los demonios no les es posible llegar al reino de los elfos; en eso tienes razón. Pero ¿qué impide un viaje en dos etapas?

La respuesta impactó a Brimstone. ¡Beleth quería que abriese un segundo portal! No uno entre Hael y el Mundo Análogo, sino entre éste y el reino de los elfos. O tal vez más de uno. Quizá docenas (tandas) de portales entre el Mundo Análogo y el reino de los elfos, y probablemente algunos más entre el Mundo Análogo y Hael.

¡Resultaba tan fácil! De esa forma Beleth podría invadir el reino de los elfos cuando quisiera. Todo lo que tenía que hacer era enviar sus tropas a través del Mundo Análogo. Y como nadie sospecharía de la existencia de nuevos portales hasta que se utilizasen, Beleth y sus demonios podrían dedicarse a acabar con el reino antes de que alguien se diese cuenta de lo que sucedía. Sería un desastre de primer orden. Significaría el fin del reino de los elfos tal como lo conocían.

—¿Y yo qué gano? —preguntó Brimstone.