Instalaron a Chalkhill en la plataforma flotante, donde se enfrentó a lo más terrible que había visto en su vida, aunque tenía aspectos tranquilizadores porque al menos estaba limpio. Todas las superficies de metal resplandecían, habían fregado el suelo recientemente y en las mesas de operaciones se veían sábanas impolutas.
Había dos mesas, una al lado de la otra. Apatura Iris, el Emperador Púrpura, estaba desnudo atado a una de ellas, pero aunque tenía los ojos abiertos y miraba el techo, inexpresivo, Chalkhill no creyó que se encontrase bajo la influencia de un hechizo anestésico. Sin embargo, con toda seguridad Hairstreak utilizaría un hechizo de esa clase porque querría que el emperador se recuperase lo antes posible después de la operación.
Un hombre moreno con un taparrabos de chamán se hallaba entre las dos mesas de operaciones; sus ojos eran tan oscuros que resultaba imposible saber si se trataba de un elfo de la noche o un extravagante elfo de la luz, y tenía manos grandes y fuertes.
—Éste es Montaña Nublada Amarilla —dijo Hairstreak a modo de presentación—, nuestro cirujano.
—Encantado de conocerlo —repuso Chalkhill sin entusiasmo.
Al trepar a la mesa de operaciones, Chalkhill pensó que lo más espeluznante era el material quirúrgico. Había muchas cosas, pero ninguna tenía buen aspecto. Reconoció un instrumento automático para suturar heridas y una pesada cuchilla que amputaba los miembros una vez introducidos en una abertura regulable, y vio una vitrina con puertas de cristal, cuyos estantes rebosaban de diversas partes del cuerpo humano: manos, pies, dedos de pies y manos, orejas y, lo más terrible, un enorme número de globos oculares distribuidos y codificados según el color de los iris.
«Espero que los utilicen todos contigo», masculló Cyril con resentimiento. Chalkhill no le hizo caso; le habían quitado la ropa y tenía un frío de muerte cuando se tendió en la mesa. Los cirujanos no siempre utilizaban instrumentos, pues los que eran buenos de verdad se limitaban a hundir las manos en tu cuerpo y removerte las tripas. Sonaba horrible; él había leído algo en una revista acerca de ese sistema: al parecer, si no se usaba un hechizo anestésico era diecisiete veces más doloroso que un torno aplastándote los testículos.
Se puso cómodo y deseó que lo taparan con una manta gruesa. Supuso que Montaña Nublada Amarilla le hundiría las manos en los intestinos y hurgaría hasta encontrar a Cyril. Luego, arrancaría el gusano y lo metería en el abdomen del Emperador Púrpura.
Chalkhill no quería ni pensarlo. De repente tuvo náuseas, y como Cyril también las tuvo, le dio la sensación de tener un perrito vomitándole en el cerebro. Cerró los ojos y rezó para que Hairstreak no lo traicionase, rezó para que, a pesar de lo asustado que estaba, aquel asunto empezase rápido y acabase pronto, rezó para…
—Estamos esperando al mago anestesista —explicó Hairstreak.
* * *
Un mago anciano entró en el quirófano y echó un vistazo alrededor.
—¡Ah, Colias, por fin! —dijo Hairstreak—. Te has retrasado.
Un súbito miedo se reflejó en el rostro de Colias.
—Lo siento, señoría, olvidé qué día era. —Mostró unos dientes podridos al esforzarse en sonreír al tiempo que agitaba una mano en el aire—. Pero ya estoy listo, Seño… ah, Seño… ah, Seño…
—Ría —completó Hairstreak.
—Ría —repitió Colias—. Ahora mismo, Ría. Claro que sí.
—Éste es tu anestesista, Jasper —informó Hairstreak.
Chalkhill miró aquella ruina andante, horrorizado: los ojos del hombre lloraban tanto que había pocas probabilidades de que viese algo; una gota le colgaba de la nariz, lo cual significaba que seguramente sufría alguna enfermedad; el temblor de las manos se le extendía al resto del cuerpo a intervalos regulares, y el sucio traje le caía sobre las consumidas carnes como un trapo arrugado. ¿Ése era el anestesista? No se acordaba del día que era y sus habilidades mágicas ni siquiera le bastaban para conservar sus propios dientes…
—¡Oh, no! —exclamó Chalkhill e intentó levantarse, pero las correas de cuero de la mesa de operaciones lo ciñeron bruscamente—. ¡Aaah! —Se debatió como un salvaje, en vano.
—Son por tu propio bien, Jasper —sonrió Hairstreak—. No puedes moverte cuando el cirujano hace su trabajo, ¿sabes?
«Esto te matará —refunfuñó Cyril—. Ya te lo dije, pero ¿acaso me escuchaste?».
Chalkhill ni siquiera se molestó en mandarlo callar.
Hairstreak miró a Montaña Nublada Amarilla.
—¿Listo para empezar, Montaña?
El chamán asintió.
Con una sensación de irse a pique, Chalkhill se dio cuenta de que él era un elemento desechable en aquel horrendo asunto. Los que importaban de verdad eran Cyril, que sobreviviría porque nadie le revolvía las tripas, y el Emperador Púrpura, quien ya estaba muerto y por tanto no podía morir por segunda vez, a menos que Montaña Nublada Amarilla le clavase por error una estaca en el corazón o le cortase la cabeza.
Hairstreak se volvió hacia el lánguido Apatura Iris.
—¿Estáis listo, majestad? —preguntó con burlona deferencia.
El Emperador Púrpura no dijo nada y Chalkhill se fijó en que los ojos se le movían un poco, pero no respiraba en absoluto.
—En ese caso —dijo Black Hairstreak esbozando una amplia sonrisa—, empecemos.