83

Oscuridad.

—¿Te encuentras bien, Pyrgus? —Era la voz de Nymph, preocupada pero firme—. ¿Está todo el mundo bien?

Alguien se quejó.

—¿Blue? ¿Eres tú, Blue? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha salido mal? —La voz de Henry sonaba como si estuviera al borde del pánico.

—He caído encima de algo blando, que tal vez esté vivo —dijo Pyrgus en voz baja.

—¡Soy yo! —afirmó Comma, irritado.

—¿Blue? ¿Dónde estás?

—No pasa nada, Henry. Me he dado un golpe en la cabeza, eso es todo. ¿Tiene alguien luz?

—Yo tengo una mecha —respondió Comma—. Si Pyrgus se aparta de encima de mí…

Pero Nymphalis se le adelantó y el rostro de la elfa emergió de la oscuridad, iluminado por una esfera de luz portátil del tamaño de un huevo de gallina que se elevó suavemente cuando ella la soltó; de inmediato la luz aumentó y relució hasta que acabó por iluminarlos a todos.

Se encontraban en un pasillo ancho, cuyas paredes estaban recorridas por relucientes tuberías metálicas; el calor resultaba insoportable y el suelo vibraba rítmicamente.

—Nymph… —dijo Blue con dulzura.

—Ya lo veo —repuso Nymph.

Pyrgus se volvió en la dirección de las miradas de ambas; Ochlodes estaba tendido en el suelo, aferrado a los restos de su arco destartalado.

Por la posición de la cabeza del hombre resultaba evidente que se había roto el cuello.