Fogarty encontró a Cleopatra despellejando un ciervo; tenía los brazos verdes ensangrentados hasta los codos y la sangre le salpicaba las piernas desnudas.
—¿No hay gente que realice esa tarea en vez de vos? —preguntó Fogarty con curiosidad.
La reina lo miró de reojo con sus increíbles ojos dorados.
—En el bosque las cosas no se hacen así, Guardián. —Empuñó el cuchillo con destreza mientras lo hundía profundamente en el cuerpo del animal—. Todos arrimamos el hombro. ¿No se hace de ese modo en el Mundo Análogo? —preguntó con una ligera sonrisa.
—No me imagino a nuestra querida reina con nada entre las rodillas, excepto un caballo —murmuró Fogarty, muy serio—. Majestad, yo…
—Llámame Cleopatra, o Cleo. Nadie se anda con ceremonias en el bosque después de las presentaciones.
Fogarty se sentó en el tronco de un árbol, agradablemente sorprendido por tal flexibilidad. Se acercó a Cleopatra y comentó:
—Tengo la impresión de que a lo mejor nuestro pequeño grupo se encuentra en dificultades. —Cleopatra dejó el cuchillo y se volvió para mirarlo. No hizo preguntas y se limitó a esperar. A Fogarty le gustó esa actitud—. No creo que el emperador esté en el palacio, sino que es muy probable que Hairstreak lo haya llevado a su nueva casa del bosque, donde nuestro grupo podría estar intentando entrar. —Lo que Fogarty pensaba en realidad era que el grupo ya estaba dentro de la mansión y había sufrido un ataque, pero como no podía demostrarlo, le pareció mejor no exagerar la situación.
Curiosamente, Cleopatra no le preguntó por qué pensaba eso, sino que dijo:
—Mi gente me habría informado si el carácter de su misión hubiese cambiado.
—Quizá no hayan tenido oportunidad —indicó Fogarty.
—Si han ido a la mansión de Hairstreak, habrán regresado al bosque.
Lo que quería decir estaba claro: si hubieran pasado por el bosque, habrían hablado con ella. Fogarty lanzó un sonoro suspiro.
—Pyrgus iba en cabeza —puntualizó—. Nunca se sabe lo que ese chico es capaz de hacer.
El problema era que el asunto no sonaba convincente y Fogarty lo sabía. Además, no estaba muy seguro de qué quería que hiciese la reina.
—Te preocupa el chico, ¿verdad? —preguntó Cleopatra.
—Así es.
—Mi hija va con el grupo.
—¿Tu hija? —Hizo un rápido cálculo; sólo podía ser una persona—. ¿Nymphalis es tu hija?
—Sí. —Cleopatra se puso en pie—. Voy a confiar en tu intuición, Guardián.
—¿Y qué vas a hacer?
—Conducir a mi ejército hasta la mansión de lord Hairstreak —respondió la reina, serena—. Si tienes razón, tal vez haya pasado la época de vivir escondidos.