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—… Y después le robé las bragas —concluyó Brimstone con expresión satisfecha.

La confesión había durado más de lo que se había imaginado, en gran parte debido al asunto de los siete diablillos, pero el esfuerzo valdría la pena. En esa clase de magia tenía tanta importancia la concentración mental que, cuando se conseguía, se podía prescindir de casi todos los preparativos restantes e incluso de algunas precauciones.

Recorrió el pasillo a saltitos, se hizo con la bolsa que contenía el gallito negro (un loro en realidad) y se las tuvo con el cordón que la cerraba. Tras arrancarle la cabeza al ave de un mordisco, usaría la sangre para dibujar el imprescindible círculo y trazar las protecciones de rigor; la sangre humana del banco de sangre entraría en escena un poco más tarde.

La bolsa se abrió de repente y el gallito salió en medio de un frenesí de graznidos y plumas; Brimstone intentó agarrarlo y falló. El ave se escabulló entre los destrozados bancos y el hombre corrió detrás de ella, pero se quedó sin aliento a los pocos pasos y se detuvo jadeando. Tendría que arreglárselas sin el maldito bicho; al menos aún tenía en su poder la bolsa de sangre humana. Si la utilizaba bien, daría casi el mismo resultado que si se tratara de un sacrificio.

Brimstone comenzó a apartar bancos para disponer de un espacio de trabajo amplio. Cuando acabó, sacó un trozo de tiza de la bolsa y, gracias a su experiencia y una considerable práctica, dibujó un gran triángulo equilátero en el suelo con un vértice señalando hacia el altar. A continuación trazó los símbolos de protección rápidamente y permaneció con un brazo levantado mientras con la otra mano sostenía el grimorio.

—Sálvanos del miedo del infierno —recitó la oración del libro—. No permitas que los demonios destruyan mi alma cuando los conjure para que salgan del pozo y hagan lo que deseo; haz que el día sea luminoso, que brillen el sol y la luna, como yo los llamo; ya sé que son terribles y de monstruosa deformidad, pero haz que recuperen sus formas agradables y conocidas cuando acudan a mi petición; sálvame de los que tienen caras horrendas y concédeme que me obedezcan cuando los llame desde el infierno.

Dejó el libro a un lado; era tremendamente pesado, como la mayoría de los grimorios del Mundo Análogo. ¿A quién le importaba la cara que tenían los demonios? Estos nunca perdían su condición de diablos y eran igual de peligrosos tanto si mantenían su antinatural forma larguirucha como si adoptaban una figura espantosa.

Suspiró con resignación, sacó la bolsa de sangre y la colocó en medio del triángulo. Resultaba asombroso: sangre en una bolsa. El Mundo Análogo era un lugar escalofriante.

Como parte de su equipo básico había un athamé, inútil en el reino (a menos que uno quisiese apuñalar a alguien), pero perfecto en el Mundo Análogo. Lo encontró al fin y lo utilizó para dibujar en el aire sobre el triángulo los perfiles de las sigilas de apertura (en su casa habrían aparecido realmente, pero allí había que visualizarlas e imaginar un rastro de fuego azul que salía de la punta del athamé). Resultaba un poco complicado trabajar así, pero se tomó su tiempo y lo consiguió de forma bastante efectiva.

Cuando acabó, acuchilló la bolsa de sangre en el centro y la clavó en el suelo de la iglesia.

—Trinitas —llamó—, Soter, Mesías, Sabaot, Atanatos, Pentagna, Agragón… —Las palabras de poder continuaban. Al cabo de unos minutos sus vibraciones empezarían a arrastrar el entramado de la realidad más allá del triángulo—. Ischiros, Óteos, Visio, Flos…

La sangre de la bolsa comenzó a esparcirse por el suelo hacia el vértice del triángulo y después retrocedió como una serpiente. Brimstone cantaba y entonaba las palabras con un firme toque de tambor.

—Origo, Salvator, Novissimus…

La serpiente de sangre comenzó a moverse al son del ritmo.

Se aproximaba al climax de la operación: Brimstone sentía el poder como relámpagos atrapados a su alrededor y por primera vez estuvo tentado de suprimir las precauciones y los preparativos, pero ya no estaba a tiempo.

—… Primogenitus, Sapientia, Virtus, Paraclitus…

La serpiente de sangre se irguió en toda su longitud y se echó hacia atrás como para atacar. La conocida orquesta de Beleth sonó en torno a Brimstone, aplacada al principio, pero aumentó el tono poco a poco hasta convertirse en una sinfonía que inundó la iglesia.

—… Via, Mediator, Medicus, Salus, Agnus, Ovis, Vitulus, Spes —gritó Brimstone.

La serpiente de sangre cayó.

Y, con un audible golpe, un portal se abrió delante del altar y de él salieron demonios en atropellada horda.