Avanzaron muy despacio por la parte que quedaba del primer nivel. La mayoría de las trampas eran letales, pero fáciles de evitar si se tenía cuidado y se estaba alerta.
Con los nervios destrozados después de soportar lo insoportable, alcanzaron la escalera que conducía al segundo nivel.
Henry se había quedado rezagado, enfadado y temeroso al mismo tiempo. Enfadado porque Blue le había pedido que permaneciese junto a Comma (a quien le gustaba colocarse al final del grupo para sentirse más protegido), y de ese modo no podía estar con ella; y temeroso porque ese lugar habría asustado al mismísimo Arnold Schwarzenegger. Era un sitio donde podías morir de forma horrenda; de hecho, uno del grupo ya había caído.
Se encontraban en el tramo inferior de una amplia escalinata de piedra, mal iluminada por antorchas colocadas a intervalos en las paredes. Henry supuso que servían para dar ambiente, un adecuado aire fantasmal a la escalera. En el reino, la luz interior provenía casi siempre de unas esferas incandescentes, llamadas esferas de luz; pero había algo raro en esas antorchas: no desprendían humo y parecía que todas las llamas eran del mismo tamaño, como si se generasen de forma artificial, igual que un fuego encendido con carbones falsos o un material mágico. O tal vez, hablando de magia, ni siquiera fueran reales; quizá eran fruto de una ilusión óptica: una especie de papel pintado móvil y tridimensional.
—Pyrgus… —dijo Blue, insegura.
El príncipe iba en cabeza, flanqueado por Nymph; siempre iba delante de todos, como si nada lo asustase. Henry pensó que si salían de aquel extraño laberinto le preguntaría si él era así en realidad o disimulaba.
—¿Va todo bien, Blue? —le preguntó Pyrgus deteniéndose. Ella iba uno o dos pasos atrás, en el lado de Nymph; seguían los soldados Ochlodes y Palaemon, y Comma y Henry, que cerraba la fila, muy ofendido.
—¿Hay una estatua? —preguntó Blue.
—¿Qué?
—¿Hay una estatua al final de la escalera?
—Aún no lo veo —respondió Pyrgus—. ¿Qué pasa, Blue?
—Quiero saber si hay una estatua. Cuando la distingas, dímelo enseguida.
—De acuerdo.
Las antorchas eran idénticas, pero no sólo las llamas, sino ellas mismas y los soportes que las sostenían; al observarlos con detenimiento, daba la impresión de que eran muy viejos (el hierro estaba oxidado y desconchado), pero miraras el que miraras, todos tenían los defectos en el mismo sitio. Eso no era normal ni una coincidencia. ¿Eran falsas las antorchas? A lo mejor no eran la consecuencia de un hechizo de ilusión óptica, pero…
—Hay una estatua, Blue —informó Pyrgus, y titubeó en un recodo de las escaleras mientras contemplaba algo que los demás aún no veían.
—¿Está señalando?
—Tiene un brazo extendido, sí.
—¡Lo sabía! —siseó Blue.
Pyrgus iba a proseguir, pero su hermana se puso a su lado.
—Hay una sala circular al final de la escalera, y en el centro una estatua que señala una dirección —dijo Nymph.
—Ya la veo. —Afirmó Blue, y añadió—: Será mejor que nos detengamos un minuto.
Henry obedeció. Una de las antorchas no era igual a las demás. Resultaba similar, muy parecida, pero si se miraba con detenimiento, como lo estaba haciendo él, los desconchados estaban en sitios distintos. ¿Por qué todas las antorchas eran idénticas y aquélla no? Con un presentimiento incipiente, Henry alargó la mano para tocar la antorcha y comprobar si se trataba de una ilusión óptica. Le pareció sólida y percibió el calor de la llama; el soporte estaba montado sobre un eje. Observó las otras antorchas, pero no había ejes, sino que estaban firmemente sujetas. ¡La antorcha diferente era una especie de palanca! ¡Una palanca disimulada!
—¿Qué ocurre? —preguntó Pyrgus.
—¡Que nadie se acerque a la estatua! —ordenó Blue—. ¡Nadie!
—¿Qué tiene de especial la estatua, princesa real? —preguntó Nymph.
—¡Conseguiré que salgamos de aquí! —exclamó Blue, emocionada—. Si me dais un minuto, saldremos sanos y salvos. ¡Hairstreak basó su diseño en un laberinto histórico!
—¿Sabes dónde están las salidas? —preguntó Pyrgus, que fue el primero en reaccionar.
—Creo que sí. Estudié este laberinto en el colegio y aún recuerdo alguna de sus partes. Desde luego, me acuerdo de la estatua, alrededor de la cual se puede andar. Pero si no me equivoco, la cosa cambia cuando la estatua está señalando. Si giras hacia el lado erróneo puedes matarte, pero si vas hacia el lugar correcto se abre una salida. Si logro recordarlo, seremos libres.
Henry cerró los dedos sobre el soporte de la antorcha. Si existía una palanca secreta, quería decir que conducía a alguna parte.
—Ten cuidado —le advirtió Pyrgus a Blue—. Debes tener mucho cuidado. Éste es el segundo nivel. Pueden atacarte.
—Quedaos detrás de mí. Si hay peligro, venid corriendo. Creo que me acuerdo de lo que debo hacer. Se trata de nuestra mejor oportunidad para salir de aquí.
—Buena suerte, Blue —dijo Pyrgus.
La chica descendió la escalera.
Henry tiró de la palanca.
Se produjo un ruido de piedras moviéndose. Una parte considerable de la escalera se abrió bajo los pies del grupo y todos se hundieron en el abismo inferior.