—Me preocupa el chico —dijo Fogarty.
—¿Quién, Henry?
—No; Pyrgus. Estoy inquieto por él. Tarda demasiado.
—¿Tú crees, cariño?
—El plan era entrar en palacio, rescatar a su padre y salir. ¿Cuánto se tarda en hacer eso?
—Tal vez más de lo que uno se imagina —replicó madame Cardui—. El palacio es un edificio complejo y Pyrgus primero tiene que encontrar a su padre.
—No sé si habrán llegado al palacio —repuso Fogarty—. Ni siquiera sé si el Emperador Púrpura está allí.
—Pyrgus dijo que había visto a su padre en una ventana cuando los obligaron a marcharse.
—Pyrgus dijo que le «parecía» haber visto a su padre en la ventana —corrigió Fogarty—. Pero aunque tuviese razón, eso no significa que su padre siga ahí. En un caso como éste hay que imaginar lo que piensa el enemigo. El emperador Apatura no actúa por sí mismo en este momento, sino que está sometido a las órdenes de Hairstreak; el emperador se quedaría en el palacio por su propia voluntad, pero ¿es eso lo que quiere Hairstreak?
—Bueno, no me tengas en suspenso… ¿lo quiere?
—No creo. Yo no lo haría. Imagínate que yo intento que el mundo crea que el viejo emperador está física y mentalmente sano, pero da la casualidad de que deseo gobernar el imperio; la gente no se lo tragará si ve a Apatura vagando como un zombi. Por lo tanto, si yo fuera Hairstreak, lo escondería en mi casa.
Tras unos momentos de reflexión madame Cardui dijo:
—Lord Hairstreak tiene dos casas: una en la ciudad y la otra…
—La otra está ubicada en algún lugar del bosque. —Fogarty finalizó la frase—. Él jamás llevaría al emperador a la casa de la ciudad; está a la vista de demasiada gente.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —preguntó madame Cardui.
—No se me ocurrió —respondió Fogarty con amargura.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—Iré a hablar con la reina.