Blue y Pyrgus observaban juntos el agujero. Ella parecía a punto de vomitar.
—Sabes lo que es este lugar, ¿verdad? —dijo Pyrgus en voz baja.
—Sí. Un laberinto de obsidiana. Hairstreak lo construyó. ¡Pyrgus, ese monstruo tiene a nuestro padre!
—¿Qué es un laberinto de obsidiana? —preguntó Nymph, ceñuda.
Comma, que también miraba fascinado el cuerpo de Ziczac, hizo la misma pregunta.
—Se trata de un juego —explicó Pyrgus—, el laberinto está lleno de trampas y tretas letales, demonios, animales salvajes, y cosas así; y se mete a alguien en el juego para ver si sobrevive.
—¿Llamáis juego a ver cómo alguien lucha por su vida? —comentó Nymph con asombro.
—Nosotros no —repuso Pyrgus—. Es ilegal desde hace siglos. No recuerdo desde cuándo lo es, así que debe de hacer mucho tiempo.
—Pero —repuso Blue con amargura—, nuestro amigo Hairstreak se ha construido uno, al parecer. —Y dirigiéndose a Pyrgus, le dijo—: Me extraña que no haya habido rumores; no he escuchado ni un comentario.
—Evidentemente tiene buenas medidas de seguridad —afirmó Pyrgus, que contemplaba el cuerpo destrozado del pequeño mago—. ¿Qué hacemos con Ziczac?
—Está muerto, Pyrgus. No podemos hacer nada.
—Me refiero al cuerpo.
—¡Ah! —exclamó Blue. Y ambos lo miraron de nuevo.
—Yo lo sacaré si sois tan remilgados. Era amigo mío —dijo Nymph con aspereza.
—Era amigo de todos nosotros, Nymph —precisó Pyrgus—. Pero la mayoría de las trampas de los laberintos de obsidiana tienen dispositivos dobles.
—¿Qué significa eso, príncipe heredero? —Nymph lo miraba enfadada.
—Significa que si alguien intenta bajar ahí, saltará una segunda trampa más letal que la primera —repuso Blue—. Podría incluso clausurar esta zona del laberinto, inundarla con gas venenoso o algo parecido. Las trampas corrientes se pueden evitar si se va con cuidado, pero las reglas del juego indican que las trampas secundarias se deben construir sin escapatoria.
—Sabes mucho sobre ese juego, princesa real —comentó Nymph.
—Blue sabe de todo —afirmó Comma, que seguía mirando el agujero.
—Lo he estudiado en mis clases de Historia —repuso Blue.
El rostro de Nymph siguió imperturbable, pero se le dulcificó un poco la voz.
—Tendremos que dejarlo donde está. No debemos poner en peligro a más gente del grupo. Es la muerte de un guerrero.
—Pero no era un guerrero —sentenció Henry, que se les había acercado.
—Suponía nuestra única posibilidad de salir de aquí. —Dijo Blue, y todos se volvieron para mirarla; ella siguió reflexionando—: Sin Ziczac no podremos atravesar los muros, de modo que tendremos que buscar el camino para salir de la mansión de Hairstreak. —Dio un vistazo a su alrededor.
—Y eso si sobrevivimos a su laberinto de obsidiana —dijo Comma en voz baja.
* * *
Brimstone contempló el libro con algo parecido al deslumbramiento. Estaba escrito en piel de borrego y tenía más de setecientos cincuenta años. Lo abrió con cuidado por una página cualquiera.
«Trinitas, Soter, Mesías, Emmanuel, Sabaot, Adonay, Atanatos…». Las palabras se deslizaban por la página y había un diagrama de un círculo mágico.
El señor Ho permaneció inmóvil junto a Brimstone, nervioso.
—¿Es lo que deseaba, señor Brimstone?
Era exactamente lo que deseaba: el grimorio que Beleth le había dicho que buscase, el libro negro supremo del Reino Análogo, la obra más diabólica de magia negra. ¡Y escrito por un papa! Pasó otra página; tendría que estudiarlo con mucho detalle.
—Perfecto, señor Ho —dijo Brimstone—. Pero, además, quiero una hoja grande de pergamino virgen.
—La tengo —repuso Ho—. La tendrá.
—Y un gallito negro.
—Puedo conseguirlo —afirmó Ho—. Lo conseguirá.
—Dos litros de sangre humana.
—¿De qué grupo, señor Brimstone?
—¿Grupo?
—¿Qué grupo de sangre necesita, señor Brimstone? Me lo preguntarán cuando vaya a comprarla al banco de sangre.
¿Tenían bancos de sangre en el Reino Análogo? ¡Qué prudentes! De ese modo se ahorraba la molestia de buscar una víctima. Tal vez valiese la pena montar un negocio así en casa.
—Eso no importa —le dijo a Ho—, con tal que sea fresca.
—¡Considérela suya, señor Brimstone! ¿Algo más?
—Una habitación privada para estudiar este fascinante texto, señor Ho.
—Enseguida, señor Brimstone.
—Y un sitio para hacer el trabajo. Digamos mañana o pasado mañana.
—¿Una iglesia abandonada, señor Brimstone, con el cementerio intacto? Me he fijado que venden una de ese tipo en la sección inmobiliaria. Es un trayecto corto en taxi desde la ciudad.
—Admirable —comentó Brimstone.
Ho agitó la tarjeta de crédito y sonrió.
—¿Todo en la American Express, señor Brimstone?
No dejaba de asombrarlo que la gente del Mundo Análogo pensase que un ridículo pedacito de plástico tenía el mismo valor que el oro. Brimstone le devolvió la sonrisa.
—En efecto, todo en la American Express, señor Ho —confirmó.