68

—¿Adonde vamos? —preguntó Henry. Estaba sorprendido por lo que le habían contado Pyrgus y Blue acerca de que era posible resucitar a los muertos.

—Tenemos que arrancar a mi padre de las garras de Hairstreak —respondió Blue, muy seria.

—¿Tu padre está en el palacio con Hairstreak?

—Ambos estaban aquí cuando Comma nos echó.

Henry sólo había visto una vez a Comma muy poco rato, pero no le había gustado nada; y Hairstreak lo había puesto al frente del reino, o al menos lo había convertido en una figura decorativa.

—Seguramente tendremos que luchar —anunció Blue—. Te aconsejo que te quedes en retaguardia.

Henry se sorprendió: él nunca había peleado con nadie, excepto con su hermana, pero se daba cuenta de que las cosas eran distintas en el reino. Sin embargo, no tenía intención de esconderse como un pelele detrás de ningún grupo en el que estuviera Blue.

—Prefiero ir delante… —dijo, y añadió esbozando una tímida sonrisita—: Contigo.

—No tienes ningún arma —observó Nymphalis.

Henry y Blue la fulminaron con la mirada, pero Pyrgus intervino:

—Pues será mejor que le demos una.

Nymphalis hizo un gesto de indiferencia y le entregó su espada a Henry, cuyo brazo quedó inerte, vencido por el peso de la espada.

—¿No la necesitarás?

—Me he entrenado en el combate cuerpo a cuerpo. Además, dispongo de mis puntas de flecha. —Se fijó en la espada que pendía de la mano del chico—. ¿Sabes usarla?

—Sí —afirmó Henry—. Soy un experto.

Avanzaban rápidamente por los pasillos del palacio sin ninguna clase de oposición; varias hermanas de la cofradía de la seda se habían unido al grupito de Pyrgus, aunque ninguna de ellas llevaba armas a la vista, pero Henry había aprendido a no subestimar a las amas.

—Henry, creo… —dijo Blue, pero se calló. Habían doblado una esquina y Comma caminaba hacia ellos, flanqueado por una escolta de siete guardias de elevada estatura.

Ambos grupos se detuvieron en seco y Pyrgus hizo un gesto con la mano para hacerle una sutil seña de retroceso a Nymph. Como vestían los uniformes de los guardias de Hairstreak, salvo las amas de la seda que se suponía que residían en el palacio, tenían una ligera posibilidad de que la gente de Comma no se dieran cuenta de quiénes eran, lo cual les daría cierta ventaja.

Comma miró a Pyrgus sin demostrar que lo reconocía y éste intuyó que Nymph se le acercaba para defenderlo; ellos eran ligeramente superiores en número a sus contrincantes, pero no quería herir a Comma, pues a pesar de todos sus defectos, seguía siendo su hermanastro.

Un guardia le susurró algo al oído a Comma y por la expresión del hombre, Pyrgus adivinó de qué se trataba: los habían reconocido y por lo tanto ya no estaba en su mano evitar el enfrentamiento. El guardia se enderezó y dio una orden a sus compañeros:

—¡A las armas!

Blue se puso delante de Henry y los elfos del bosque prepararon sus armas.

—¡No! —gritó Comma con firmeza.

El guardia que estaba a su lado parecía sorprendido.

—¿Señor?

—¡Abajo las armas! —ordenó Comma.

—Señor, es el príncipe…

—¡Cállate! —gritó Comma con irritación—. ¡Cállate! ¡Cállate! Obedeced mis órdenes y yo os mando que bajéis las armas. —Miró al frente con la misma tensión reflejada en el rostro—. Pyrgus, dile a tu gente que no nos ataque.

Pyrgus miró a Blue, que se encogió de hombros sin apartar los ojos de Comma.

—¡Deteneos! —dijo Pyrgus en voz baja.

—¿Los que están contigo son auténticos soldados de lord Hairstreak? —preguntó Comma, ceñudo.

—Naturalmente —respondió Pyrgus con los ojos clavados en su hermanastro.

—¿Lo veis? —dijo Comma volviéndose hacia sus soldados, y se giró de nuevo hacia Pyrgus, que observó una implorante expresión de desesperación en la mirada de su hermano—. Quiero que tu gente y tú vengáis conmigo. —Se humedeció los labios—. A los aposentos de nuestro padre.

—No vamos a ir a ningún… —repuso Blue.

Pero Pyrgus la interrumpió porque detectó algo que le llamó la atención en la expresión y en la actitud de Comma.

—Iremos —afirmó Pyrgus.

—Pyrgus… —Blue le lanzó una fría mirada.

—Confía en mí, Blue —susurró Pyrgus, pero hizo la antigua señal supersticiosa de los elfos de la luz. El tampoco estaba muy convencido de salir airoso de la situación.

Los aposentos del emperador estaban a escasos minutos de donde se hallaban. Guardias de uniforme negro permanecían a ambos lados de la puerta; Comma se dirigió a ellos sin dudar.

—¡Abridnos las puertas! —ordenó con voz chillona—. Sabéis quién soy. —Se volvió hacia su escolta personal—. Vosotros quedaos aquí y vigilad las puertas. Quedaos todos y no seáis negligentes. ¡Mucho cuidado! Aseguraos de que nadie entre ni salga. Nadie que no lleve una orden mía, por supuesto. ¿Habéis comprendido?

A Pyrgus se le ocurrió que sería mucho más seguro quitar de en medio a los hombres de Hairstreak.

—Diles que se vayan, Comma.

—Cállate, Pyrgus —le contestó—. ¡Mis hombres deben vigilar la puerta!

Pyrgus llegó a la conclusión de que o dejaba que su hermanastro actuara a su manera, o tendría que luchar contra él, de modo que dijo:

—Como quieras. Pero mi gente entrará conmigo.

Sorprendido, oyó que Comma decía:

—Sí, Pyrgus. Sí, claro.

Los aposentos principales del emperador eran de un tamaño increíblemente pequeño, así que casi no quedaba espacio cuando entró el grupo. Pyrgus se fijó en que Blue estaba muy tensa, puesto que había visto el cuerpo de su padre en esa habitación al cabo de una hora escasa de haber sido asesinado. Pyrgus quería abrazarla para consolarla, pero el asqueroso de Comma le tiraba de la manga.

—Pyrgus, no me atrevo a despedirlos. El capitán os ha conocido… a Blue y a ti. Si dejo que se marchen, se lo contarán a lord Hairstreak. Pero no se les permite desobedecer una orden directa. —En vista de la expresión de Pyrgus, añadió—: Si mis guardias permanecen en la puerta, sabremos que están ahí.

—¡Oh, claro! Escucha, Comma…

Pero Comma, que seguía aferrado al brazo de su hermanastro, empezó a hablar atropelladamente:

—Además, les he dicho que no dejen entrar a nadie. Mi madre no pasará.

A Pyrgus le cayó la frase como un jarro de agua fría.

—¿Tu madre?

—¿Tu madre? —repitió Blue.

—No la dejarán entrar —aseguró Comma—. Desde que os fuisteis, ella está… bueno, ya sabes, libre. Está en el palacio… en algún sitio.

—¿Quién la soltó? —quiso saber Blue.

Después de mirar primero a Blue y luego a Pyrgus, Comma bajó la vista y murmuró:

—Yo.

—¿Estás loco? —explotó Blue.

—No sabía… No sabía que ella…

—¡Claro que lo sabías! —exclamó Blue—. ¡Todos lo sabíamos!

Henry, que se sentía incómodo en medio de una pelea familiar, preguntó:

—¿Se trata de Quercusia? —Creyó que la pregunta los aplacaría.

—¿Qué sabes de Quercusia? —comentó Blue, sorprendida.

—La conocí —respondió Henry—. Yo… bueno… hablé con ella.

—¿Y has sobrevivido?

—Más o menos —repuso Henry—. Me metió en un calabozo. —Se acordó de Flapwazzle y sintió una punzada de triste culpabilidad.

Pero Comma no les hizo caso; seguía agarrado de la manga de Pyrgus.

—Lo siento mucho, Pyrgus. Nunca creí que este asunto acabaría así. Mi tío Hairstreak me dijo que yo sería emperador, pero prometió no haceros daño. Me dijo que te proporcionaría una casa nueva, ya que como todo el mundo sabía, tú no querías ser emperador. También me aseguró que yo podría hacer todo lo que deseara y dar las órdenes que me viniera en gana y la gente cumpliría lo que yo mandase. Pero cuando os eché a Blue y a ti todo cambió. Él…

—Comma, tú sabes que nuestro padre vive —lo interrumpió Pyrgus.

—Sí.

—¿Está aquí? ¿Puedes llevarnos con él?

—No.

—¿Dónde está? —preguntó Blue.

—El tío Hairstreak se lo ha llevado.

¿Adonde, Comma? —se apresuró a preguntar Pyrgus al percibir la crispación de Blue.

—A su nueva mansión en el bosque.

—¡El lugar del que venimos! —exclamó mirando a Nymph y Blue, y le dijo a Comma—: Tienes que alejar a tus guardias de la puerta.

Pero Comma negó con la cabeza.

—Si los despido, sabrán que os habéis ido y, probablemente, supondrán a dónde e informarán a lord Hairstreak.

—Pero si no los dejas marchar, nos quedaremos aquí encerrados —explicó Blue con paciencia.

—¡No, no es cierto! —dijo Comma enseguida—. Podéis salir por el pasadizo secreto.

—¿Un pasadizo secreto? —se extrañó Pyrgus—. No existe. —Había utilizado los aposentos del emperador varias semanas y creía que los conocía al milímetro.

—¡Oh, sí, hay uno! —aseguró Comma con aire de suficiencia—. Mira… —Fue hasta la repisa de la chimenea y retiró una decoración de marquetería. La chimenea se corrió hacia un lado con un débil sonido chirriante; detrás había una pequeña habitación desde la que descendían unos escalones de piedra—. Hay un pasadizo al final de la escalera que va a parar al límite del bosque, en el extremo más alejado de la isla. Incluso hay un viejo bote de remos, por si lo necesitáis.

Pyrgus miraba a Comma con una expresión nueva y diferente. El repelente muchacho se había portado bien por una vez.

—Es fantástico, Comma —afirmó con sinceridad—. Si cierras esta entrada cuando nos hayamos marchado y mantienes la boca sellada, saldremos de la isla antes de que los guardias se enteren de que nos hemos ido.

—La cerraré desde dentro —declaró Comma—. Yo me voy con vosotros.