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Cossus Cossus recibió a Chalkhill en la escalera de la entrada principal.

—Me alegro de volver a verte, Jasper —dijo.

«Quiere que te comportes con normalidad —explicó el wangaramas Cyril—. No menciones a los wyrms porque Hairstreak tiene aparatos de escucha por toda la mansión».

«¿Cómo lo sabes?», preguntó Chalkhill mentalmente.

«Por Bernadette, por supuesto».

«¿Quién es Bernadette?».

«El wangaramas que está en las tripas de Cossus».

—Y yo a ti —dijo Chalkhill a Cossus siguiendo las instrucciones de comportarse con normalidad.

«He venido a informar a lord Hairstreak», le sopló Cyril con presteza.

—He venido a informar a lord Hairstreak, Cossus —repitió Chalkhill.

—Su señoría no se encuentra en casa en este momento —repuso Cossus en tono seco—. Te sugiero que entres y lo esperes.

Siguió al Guardián de Hairstreak por la escalera y entró en la mansión. Cossus recorrió un pasillo a un paso tan enérgico que a Chalkhill le costó trabajo seguirlo. Se sintió aliviado cuando un cilindro de suspensión los llevó hasta una cómoda suite de grandes dimensiones amueblada al estilo anticuado de los elfos de la noche, que tenía las contraventanas cerradas y una iluminación tenue.

—Mis aposentos privados —anunció Cossus—. Aquí puedes hablar libremente. He programado a un golem para que introduzca conversaciones fortuitas en los aparatos de escucha porque si no funcionarían como si estuvieran instalados en una habitación vacía.

—¿Un golem? ¿No es ilegal?

—Sí —afirmó tajante Cossus.

—¿Y altamente peligroso? —Miró a su alrededor con la esperanza de ver a la criatura, pero al mismo tiempo con miedo.

—¿Te apetece beber algo? —preguntó Cossus.

—Creo que sí —respondió Chalkhill.

Contemplaba un cuadro admirable en el momento en que Cossus se acercó con una bandeja de plata y dos copas. Detrás de cada copa había una aguja hipodérmica.

—¿Para qué son? —preguntó Chalkhill, preocupado.

—Extiende el brazo —ordenó Cossus.

De pronto Cyril se agitó en la barriga y la mente de Chalkhill.

«¡No dejes que lo haga!», gritó el wyrm.

Pero Cossus tenía ya una aguja hipodérmica en la mano. Actuó con extraordinaria rapidez y al penetrarle a Chalkhill la aguja en el brazo, sintió un doloroso pinchazo seguido de una repentina oleada de calor cuando el individuo apretó el émbolo.

La habitación empezó a dar vueltas lentamente a su alrededor y se le desenfocó la vista.

—¿Qué me has hecho? —chilló.

Cossus esbozó una sonrisa forzada, alcanzó la segunda aguja hipodérmica y se la hundió en su propio brazo.

—¿Qué estás haciendo? —aulló Chalkhill que contemplaba fascinado cómo el líquido penetraba en las venas de Cossus. Afortunadamente, Cyril, el wangaramas, había dejado de agitarse, así que Chalkhill ya no necesitaba ir corriendo al cuarto de baño. El aturdimiento momentáneo también había pasado y lo sustituyó una extraña sensación de… vacío, como si tuviera un agujero en la cabeza.

Cossus retiró la aguja y secó una minúscula gota de sangre en el lugar del pinchazo.

—Me aseguro de que podamos hablar en privado. ¿Qué tal tu barriga?

—Te agradecería que no metieses las narices en mis intimidades —repuso Chalkhill, irritado.

Cossus cerró los ojos un momento y suspiró.

—Sólo quería cerciorarme de que tu wyrm había dejado de funcionar.

—Pues sí, así es —afirmó Chalkhill torciendo el gesto—. Aunque no voy a responder más preguntas personales hasta que me expliques qué ocurre.

—Tengo que hablar contigo. Por eso he puesto los gusanos a dormir; estarán al margen durante una hora o más, lo cual es suficiente. Además, he puesto un poco de Lethe en la mezcla para que no recuerden que les ha pasado algo perjudicial.

—¿De qué quieres hablarme? —preguntó Chalkhill con suspicacia.

—Tal vez debería responder yo a esa cuestión —dijo una voz familiar a sus espaldas.

A Chalkhill se le subió el corazón a la garganta, el escroto se le endureció de forma alarmante y una oleada de escalofríos helados sacudió su cuerpo. No quería moverse, no quería ver a quien se encontraba detrás de él, pero los pies se le pusieron en movimiento y giraron lentamente como si fueran los de un autómata. Chalkhill dibujó una sonrisita trastornada.

—¡Qué alegría volver a verlo, lord Hairstreak! —dijo.