—Esta gente es peligrosa —murmuró Fogarty.
—¿Por qué lo dices? —preguntó madame Cardui.
Habían regresado al bosque y estaban sentados sobre un musgoso montículo debajo del tronco de un gran árbol. Más allá, en un claro, los elfos del bosque bailaban en torno a una curiosa fogata al ritmo de la hechicera e hipnótica música del tambor y las flautas.
—No me gusta su tecnología de hechizos —dijo Fogarty, muy serio—, los portales a otros planetas… flechas que atraviesan las armaduras… capacidad para traspasar las paredes sólidas… Junta todo eso y nada en el reino podrá resistírseles.
—Son amigos nuestros —afirmó madame Cardui con dulzura—. Lo han demostrado.
—Lo son ahora —replicó Fogarty—. Pero ¿puedes garantizar que seguirán siéndolo?
Madame Cardui no respondió.
—Y fíjate en la hoguera —prosiguió el Guardián—, calor para evitar el frío, pero son llamas negras. ¿Qué te parece? ¡Llamas negras! Casi no emiten luz para que sus enemigos no los encuentren ni sospechen que están aquí. Jamás podríamos copiar ese tipo de magia.
—Esa hoguera no quema el bosque —explicó madame Cardui.
—¿Qué?
—Las llamas negras, querido, no son para que no las veas, sino para que la hoguera no queme el bosque. Así no prenderá fuego a los árboles.
—¡Bravo por ellos! —exclamó Fogarty, ceñudo—. Pero ¿qué tiene eso que ver con los otros hechizos?
—Aman su bosque —afirmó madame Cardui.
—¡Ah, ya veo adonde quieres llegar! —dijo Fogarty tras una pausa—. Crees que no tienen interés en movilizarse contra nosotros.
—Alan, hace años que conozco a esta gente. No tienen interés en movilizarse contra nadie; lo que quieren es que los dejen en paz. El motivo de que nos ayuden a atacar a lord Hairstreak se debe a que él ha amenazado el bosque de los elfos con los estúpidos pozos demoníacos. Si no los molestamos, ellos nos dejarán tranquilos a nosotros.
Fogarty no parecía muy convencido.
—Tal vez. —Y tras un instante añadió—: Querría saber cómo les va.
—¿A Blue y Pyrgus? Te gustaría estar con ellos, ¿no es así?
—Claro que sí. No tiene gracia hacerse viejo.
Permanecieron un rato en silencio escuchando la lastimera música.
—Cuéntame cómo llegaste aquí, ¿qué… azar… te trajo al reino? —quiso saber madame Cardui.
—Ya lo sabes, Cynthia. Tus fuentes de información…
—Me gustaría escucharlo con tus propias palabras —insistió madame Cardui esbozando una leve sonrisa.
—Fue de la manera más absurda —dijo Fogarty sonriendo también un poco, ensimismado—. Cuando cumplí los ochenta, me despreocupé de todo. Bueno, suele pasar, ¿no? Mi casa se convirtió en un vertedero, así que pensé que sería mejor buscar ayuda antes de que las autoridades sanitarias me condenaran. Pero no quería una asistenta vieja tres veces a la semana que metiera las narices en mis cosas… —Se encogió de hombros—. En ésas me topé con ese chico, Henry. Se llama Henry Atherton. Él estaba buscando a su hermana en el centro comercial y se había metido en una de esas tiendas de ordenadores; examinaba una maquinita de música con la capacidad de atención de un mosquito (ya sabes cómo son los adolescentes), pero había algo en él… simpático. Y parecía fuerte; el trabajo duro no lo mataría. Se me ocurrió que era exactamente lo que necesitaba. Los chicos de esa edad sólo piensan en dos cosas: el sexo y la música pop. Jamás se interesaría por mis asuntos. Así que le ofrecí un trabajo.
—¿Y qué ocurrió?
—Lo aceptó, por supuesto. Estaba ahorrando para algo llamado reproductor MP3, una especie de juego… me parece, así que necesitaba el dinero. Lo puse a prueba y resultó perfecto. Llegaba a tiempo, hacía su trabajo, estaba callado y nunca me andaba detrás. Pero un día, ¡maldita sea!, entró en mi casa con un elfo en un frasco de mermelada.
—Pyrgus, claro —dijo madame Cardui con una amplia sonrisa.
—¡Oh, sí! Entonces no sabíamos quién era, pero ahí empezó todo. Cosas raras de la vida.
—Él también vino al reino, ¿verdad?
—¿Quién?
—Henry. Creo que Pyrgus lo nombró Caballero Comendador de la Daga Gris.
—No estoy seguro de que fuera legal —comentó Fogarty, pensativo—. Pyrgus sólo era emperador electo en ese momento, pero le estaba agradecido a Henry porque lo había salvado del infierno. Supongo que quería confirmar el nombramiento después de su coronación, pero ni él ni nadie contábamos con los problemas que se han presentado posteriormente. —Miró las llamas negras de la hoguera—. Espero que se encuentre bien. Henry es un buen chico y no merece que le pase nada malo.