58

Resultaba extraño acercarse al Palacio Púrpura como lo haría un enemigo: examinando el terreno en busca de escondites, comprobando los puntos vulnerables y buscando patrullas de guardia. Pyrgus sintió una mezcla de excitación nerviosa y náuseas. Todo le era familiar: el río, la isla, el propio palacio…

Echó un vistazo a sus acompañantes. Ahí estaba Blue, claro, su querida Blue. Estaba convencido de que no habría soportado aquella situación sin ella. A él siempre se le había dado mejor la acción que la planificación y desde que su… desde que su pa… apenas era capaz de pensar nada adecuadamente. Gracias a su hermana tenían un plan; gracias a ella y con un poco de suerte, aclararían semejante lío.

Junto a Blue estaba un ingeniero mago que se llamaba Ziczac, un minúsculo elfo del bosque de barba y ojos castaños, cuyo rostro lleno de arrugas le daba aspecto de animalillo del bosque que espía entre los arbustos. El hombrecillo disfrutaba de la facultad de penetrar las paredes.

Pyrgus recordó lo perdido que se había sentido durante la corta conversación que habían sostenido, aunque el señor Fogarty había participado en ella. Parecía que lo esencial del asunto era que, si bien un elfo del bosque era capaz de cambiar de fase en superficies sólidas siempre que en el lugar existiera la magia necesaria, crear ésta por primera vez requería habilidades especiales. Y comprobar si existía resultaba peligroso, como había advertido la reina Cleopatra: si se cometía un pequeño error, cabía la posibilidad de acabar atrapado en una roca y asfixiarse hasta morir. Ziczac era uno de los pocos que poseían la habilidad y llevaba el equipo necesario en una pequeña mochila.

Tres soldados de los elfos del bosque protegían a Ziczac, Blue y Pyrgus, que comprobó con secreta alegría que uno de ellos era Nymph.

Y a eso se reducía todo, pues habían discutido la posibilidad de enviar más tropas, pero Blue lo descartó sin molestarse en consultar a Pyrgus. Ella opinaba que un ataque a gran escala precipitaría la guerra civil que se había evitado por tan escaso margen unas semanas atrás. Así que era mejor organizar el asalto con un comando pequeño y limitarse a rescatar a su padre. Cuando lo arrancasen de la influencia de Hairstreak, decidirían qué hacer a continuación.

Pyrgus estaba convencido de que encontrarían a su padre rápidamente, pues la operación se basaba en el factor sorpresa. Además, confiaba en que muchos de los que estaban en el palacio le fueran leales y los ayudaran cuando entrasen.

Como ni Pyrgus ni Blue se fiaban de los hechizos de ilusión óptica personal y sin ellos se les reconocería fácilmente al acercarse a la isla a cara descubierta, no tenían intención de utilizar el transbordador para ir al palacio. Así pues, se hallaban más o menos a unos doscientos metros río abajo del cruce autorizado, protegidos por juncos.

—¿Le tomo la palabra a tu reina o nos disponemos a nadar? —le preguntó Pyrgus a Nymph.

La chica soldado le dedicó una mirada fulminante, suavizada por una leve sonrisa.

—Hoy mantendrás los pies secos, príncipe heredero —le contestó. Pyrgus se fijó en que nunca lo llamaba por su nombre y pronunciaba el título con un ligero énfasis, como si le pareciese irónico. Nymph tenía unas bonitas piernas que destacaban maravillosamente gracias a las mallas verdes del uniforme de los elfos del bosque.

Pyrgus dejó de mirarlas de mala gana, pues la elfa había sacado una especie de red de la bolsa que llevaba a la cintura; la desdobló y la lanzó hacia el río, como si quisiese capturar un pez. Pero antes de tocar el agua, la red se convirtió en una versión reducida del tipo de balsa que los elfos del bosque utilizaban en sus carreteras sobre los árboles. La corriente tendría que haberla arrastrado enseguida, pero permaneció firme como si estuviera anclada.

Pyrgus se sorprendió, pero procuró no mostrarse impresionado. Los elfos del bosque producían sin cesar una tecnología de hechizos desconocida hasta el momento. Transformar el aspecto de cualquier cosa era bastante fácil, pues bastaba con ocultarlo con un hechizo de ilusión óptica; cambiarlo por otra cosa era más difícil, aunque posible, si se tenía suficiente dinero para disponer de magia cara. Pero ninguno de los hechizos que conocía transformaba la esencia de algo: se podía tener aspecto de paedotherium y actuar como un endriago, pero manteniendo el peso y el volumen de un paedotherium. En cambio, había sido posible doblar esa balsa y reducirla de tamaño para que cupiese en la bolsa de la esbelta muchacha. Parecía imposible, pero lo había visto con sus propios ojos.

—¡A la balsa! —ordenó Nymph quedamente—. Tengo que cubriros.

Había algo en ella que a Pyrgus le recordaba a Blue. La verdad es que no se parecían mucho y Nymph era mayor, pero a medida que la conocía mejor notaba que tenía un aire mandón. Indudablemente era una chica activa. Pyrgus se preguntó qué querría decir con que debía cubrirlos, pero confió en que supiese lo que hacía.

—¿A qué te refieres? —preguntó Blue, menos confiada.

—A ocultarnos para que no nos vea nadie del palacio —respondió Nymph.

—¿Invisibilidad?

—No. Con la invisibilidad seguís ahí.

Esa respuesta no tenía el menor sentido para Pyrgus, pero estaba deseando seguir adelante.

—Creo que deberíamos subir a la balsa, Blue —dijo Pyrgus en tono amable. Su hermana lo fulminó con la mirada, pero obedeció.

Y tanto Blue como la balsa desaparecieron.

—Se trata de invisibilidad —afirmó Pyrgus.

—No. Cobertura —insistió Nymph—. No puedes percibir la barca ni a tu hermana a menos que los desactive. —Se fijó en la expresión de Pyrgus y añadió—: ¡Vamos, inténtalo! Tenemos tiempo.

Pyrgus tanteó con las manos hasta el lugar donde estaba Blue, pero no encontró nada.

—¿Blue? —susurró.

—Te ve y te oye —explicó Nymph—. Pero tú no puedes percibirla ni detectar la balsa. Fíjate.

Pyrgus se arrodilló y pasó la mano sobre el agua. No había ninguna balsa invisible. Tal vez Blue estuviese fuera de su alcance, pero la embarcación estaba firmemente atracada, o al menos eso parecía. Sin embargo, había desaparecido.

Nymph, que evidentemente disfrutaba con la situación, ordenó:

—Y ahora sube a bordo.

—No hay nada —respondió poniéndose de pie.

—Sólo tienes que dar un paso adelante, príncipe heredero —dijo la joven sonriendo—. ¿No te prometí que hoy no te mojarías?

Pyrgus se dio cuenta de que era un desafío y lo aceptó sin vacilar. Se metió en lo que parecía un río agitado por la corriente. Y se halló en la balsa con Blue mientras que los demás permanecían en la orilla.

—¿De qué va todo esto? —preguntó Blue.

—¿Podías verme?

—Perfectamente.

—¿Veías lo que estaba haciendo?

—Sonreír como un tonto a la señorita Nymph, esa sabelotodo —respondió Blue.

* * *

Aunque no se detectaba ningún sistema de propulsión ni el olor característico de la magia, la balsa se deslizó por el río.

—¿Qué nos conduce? —preguntó Pyrgus en voz baja.

—No hace falta hablar en susurros porque no nos oyen fuera de la cobertura —indicó Nymph, y miró alrededor como si quisiera subrayar el hecho de que nadie podía oírlos en medio del agua. Volvió la vista hacia Pyrgus y le dedicó una leve sonrisa—. Estamos utilizando una conducción mágica normal: avance, controles direccionales y una mínima levitación para reducir la fricción.

—No huele a nada —comentó Pyrgus.

—No tiene mucho sentido que nos cubramos si pueden olemos —repuso Nymph, sin explicar cómo habían conseguido los elfos del bosque tal logro.

Pyrgus estaba a punto de preguntarlo cuando se dio cuenta de que se estaban acercando a su destino. La vieja torre del homenaje del palacio, construida en la lejana prehistoria con piedras tan grandes que la moderna tecnología no podía manejarlas, se erguía sobre el borde del acantilado de la isla. En la actualidad la torre se utilizaba como almacén y estaba unida al cuerpo principal del edificio. Los puestos de guardia eran mínimos, pues desde hacía mucho tiempo se creía que no se podía alcanzar la torre desde el río, una suposición que Pyrgus se prometió descartar si la misión triunfaba.

La balsa atracó con parsimonia en una minúscula ensenada junto a unas rocas. Había una estrecha franja de playa pedregosa y, al fondo, el empinado acantilado coronado por los imponentes muros de la torre. Pyrgus miró hacia arriba y se quedó petrificado. ¡Había guardias en las almenas! Incluso a aquella distancia distinguió que iban armados con las letales kris. Blue estaba junto a él y también miraba hacia arriba.

—Hairstreak no quiere riesgos —comentó ella.

—Sí. Ha puesto vigilantes —repuso él.

—Estaremos a salvo mientras permanezcamos en la balsa —dijo Nymph, que se había situado al otro lado de Pyrgus—, pero para entrar tenemos que cruzar esa playa. Cuando lo hagamos, el acantilado nos protegerá; no pueden ver gran cosa al mirar hacia abajo. Pero si nos descubren en la playa, nos matarán como moscas. —Evidentemente también se había fijado en las armas de los centinelas.

—¿Puedes hacernos invisibles? —le preguntó Blue al mago.

—Soy especialista. No hago invisibilidad —se excusó Ziczac.

—¿Y puedes extender la cobertura? Tal vez conseguiríamos llevar la balsa por la playa —dijo Pyrgus.

—Este transporte está diseñado para uso exclusivo en el agua. Y no hay forma de extender la cobertura —respondió Nymph.

—¿Hay otra ensenada que nos deje más cerca de los muros? —preguntó Blue a su hermano.

—Que yo sepa no.

—Entonces tendremos que arriesgarnos a ir por la playa —afirmó la princesa, pensativa.

—Nosotros los soldados acompañaremos al mago Ziczac y lo protegeremos mientras hace su trabajo —dijo Nymph con firmeza—. Y vosotros permaneced en la balsa, donde estaréis a salvo. Cuando todo esté listo, cruzad la playa corriendo.

—Cruzaremos todos juntos —sentenció Blue que dedicó a la elfa soldado una mirada que habría resquebrajado el cristal—. Dos viajes doblan las posibilidades de que nos vean. La distancia es corta y el saliente nos protegerá cuando lleguemos al acantilado.

—¿Es ése tu deseo, príncipe heredero? —preguntó Nymph a Pyrgus.

—Sí —afirmó el chico sin dudar. Le gustaba muchísimo Nymph, pero la experiencia le había enseñado a no ponerse en contra de Blue cuando ella estaba de mal humor.

* * *

El plan era sencillo: esperarían hasta que los guardias mirasen en otra dirección y entonces ellos echarían a correr, pero el problema radicaba en que, al parecer, los guardias nunca dejaban de mirar hacia allí, pues mientras unos contemplaban el agua, otros se centraban en el lado izquierdo y otros controlaban la derecha, pero siempre había uno que observaba la estrecha franja de la playa. Todos los centinelas llevaban uniforme de palacio, pero Pyrgus estaba convencido de que eran elfos de la noche: tenían la mirada boba y paranoica que los convertía en excelentes perros guardianes.

—Necesitamos algo que los distraiga —dijo Nymph al cabo de un momento, y miró a Ziczac, que asintió levemente.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Blue. Pyrgus notó un matiz de suspicacia en su voz.

Nymph se encogió de hombros y se giró para contemplar el agua. El río era muy ancho en esa parte, pero aún se veía la zona de las afueras de la ciudad en la otra orilla, que cada vez crecía más y más. Algunas casas contaban con embarcaderos propios y barcos particulares.

Ziczac se agachó ágilmente sobre la base de la balsa, se recolocó el traje para que le tapase las rodillas y se puso a tararear en voz baja.

—¿Qué hace? —preguntó Pyrgus.

—El trabajo del mago —respondió Nymph—. ¿No tienes zumbones en tu corte?

Pyrgus no los tenía. Ni siquiera había oído la palabra «zumbón» referida a la magia. Pero Blue dijo:

—Quiere provocar un efecto de ilusión óptica o algo parecido, ¿no?

—En efecto, más o menos —respondió Nymph con un leve destello de admiración en la mirada.

Uno de los guardias de las murallas dio un grito. Pyrgus levantó la vista a tiempo de verlo señalar algo en el agua. En cuestión de segundos los otros guardias corrieron hacia él.

—¿Qué ven? —preguntó Blue.

—Un dragón, probablemente —afirmó Nymph—. A Ziczac le gusta crear dragones; o a lo mejor es una serpiente marina, puesto que estamos en el agua; o podrían ser sirenas desnudas (él es un poco picaro, ya sabéis). —Miró a Ziczac con cariño y a continuación a Pyrgus con aire de superioridad.

—¡Vamos! —ordenó Blue, que miraba al mago sin ningún cariño—. ¿No puede tararear y correr al mismo tiempo?

Ziczac hizo un gesto de despedida con la mano.

Les llevó menos de un minuto cruzar la estrecha playa. Ziczac dejó de tararear cuando alcanzaron la protección de la parte frontal del acantilado y sonrió a Blue y Pyrgus.

—Una bola de fuego gigante —explicó—. Les he hecho ver una bola de fuego gigante y muy resplandeciente que deja una impresión en la retina, como si fuera real. Me parece que esos chicos pertenecen al bando de la noche, así que resultan muy sensibles a la luz. Verán manchas durante los próximos cinco minutos; eso los mantendrá ocupados y nos dará tiempo para entrar.

Pyrgus lo miró, agradecido. Valía mucho disponer de un mago habilidoso en una misión como la que se traían entre manos, y por primera vez el muchacho creyó que tal vez tuviesen una verdadera oportunidad de llegar hasta su padre.