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Hacía muchísimo frío. Al principio Henry creyó que se trataba del contraste con la temperatura de las cloacas, cálidas y apestosas, pero exhalaba vaho y había escarcha en una pared. ¿Dónde estaba? Era evidente que se hallaba en las zonas inferiores del palacio, pero ¿dónde exactamente? ¿Tal vez había ido a parar a un almacén de comida? La habitación situada sobre el registro de la cloaca era una cámara de piedra con dos puertas y una ventana tan alta que rozaba el techo. Por lo demás estaba vacía. No había armarios, ni mesas, ni estanterías, ni ganchos ni barras, es decir, nada apropiado para guardar comida.

¿Por qué hacía tanto frío? Una temperatura tan baja no podía ser natural. Henry no veía tubos de refrigeración, pero tal vez el reino tuviese un sistema de climatización mágico, algún hechizo especial.

Los dedos se le empezaron a entumecer y comprendió que podría morir congelado mientras intentaba averiguar por qué tenía tanto frío.

Se acercó a la puerta más próxima, que no estaba cerrada con llave, pero siguió congelándosele el aliento en la cámara de al lado, igual de fría y más oscura; la única iluminación —muy débil— provenía de una lámpara cubierta de telarañas, al fondo de un tramo de empinados escalones de piedra que conducían a un piso superior.

Los escalones lo intrigaron. A lo mejor se encontraba en las bodegas del palacio, lo cual era probable dadas las circunstancias, y en ese caso la única salida era hacia arriba. Abandonaría el palacio y… ¿Y qué? ¿Seguiría a Blue y Pyrgus hasta Haleklind? Ni siquiera sabía dónde estaba ese país, aunque ya se ocuparía de averiguarlo cuando consiguiese alejarse del palacio y de aquella vieja chiflada.

Subió la escalera, pero la puerta estaba cerrada con llave. Se sentó en los escalones para reflexionar. ¿Por qué no se había traído algo útil consigo? En un estante del garaje de su casa había una maza de madera en la caja de herramientas; también había… Pero ¿de qué servía recordar? Incluso un cortaplumas le habría valido, pero no tenía ni cortaplumas ni llaves.

En ese instante se abrió la puerta que había a sus espaldas.

Henry se dio la vuelta y se halló ante un grupo de mujeres ataviadas con unos vestidos fantásticos que brillaban y les marcaban el cuerpo cuando caminaban.

—¡Hola! —Dijo Henry al tiempo que se levantaba. Sin embargo, le dio vergüenza porque todo lo que llevaba (los pantalones militares, la camiseta de IMÁN PARA CHAVALAS, incluso la cara) estaba muy sucio a causa de su odisea en las cloacas. Miró a las mujeres y se preguntó si estarían al servicio de la reina Quercusia y si habrían adivinado que era un prisionero fugado. Tragó saliva e hizo un comentario absurdo—: Estoy un poco perdido.

—Entonces será mejor que te ayudemos a encontrarte —repuso una de las mujeres y le sonrió.