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Mientras esperaba en la Gran Mansión, Fogarty se preguntó qué le habría pasado a Henry. No parecía que el chico fuera de los que se volvían atrás, sobre todo porque estaba colado por Blue.

Se levantó de la silla y caminó muy tieso para reunirse con Gonepterix junto a la ventana. Tras unos momentos de silencio se dio cuenta de que el paisaje que se veía desde la ventana no era un hechizo de ilusión óptica, sino que realmente estaba contemplando una costa rocosa y un mar embravecido.

—¿Dónde diablos estamos? —preguntó.

—Fuera del mundo —respondió Gonepterix.

—¿Fuera del mundo?

—Por seguridad —explicó Gonepterix.

¿Esos elfos podían sacarle a uno del planeta? Fogarty frunció el entrecejo. Debían de utilizar algún tipo de tecnología de portal, aunque no había visto ninguno. Para empezar tenía que encontrarse el planeta adecuado, en el que se pudiese respirar, el sol no friese a la gente y la gravedad no la aplastase. Además, debían establecerse las coordenadas y después abrir un umbral de espacio y tiempo, como un agujero negro, pero más grande. A continuación…

Se le escapaba. Todo aquello resultaba increíble, aunque los elfos lo habían hecho sin ninguna dificultad. Afortunadamente querían que los dejasen en paz. Con tecnologías como ésa podían comerse todo el reino en una quincena, y tragarse Hael y el Mundo Análogo de postre.

—¿A qué distancia estamos del bosque? —preguntó Fogarty.

Para su asombro, el elfo no dudó al responder.

—A treinta y ocho mil años luz.

Fogarty se quedó perplejo. Tal vez ese individuo no fuese consorte por su cara bonita. Se disponía a hacer más preguntas cuando aparecieron Blue y Pyrgus, que parecía casi enfermo. Fue su hermana quien se giró hacia la reina Cleopatra y dijo con resolución:

—Majestad, mi hermano y yo deseamos agradeceros vuestro ofrecimiento de ayuda y aceptarlo con gusto. —Miró a todos los presentes, como si desafiase a quien no estuviese de acuerdo—. Tal vez sea hora de que hablemos de nuestros planes.