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El cuerpo parecía un montón de andrajos y no pesaba nada cuando lo arrastró fuera. Se hallaba en un lugar perfecto para un asesinato, pues no había ni un alma cerca; además, los cuervos le avisarían si alguien se acercaba, aunque no parecía probable.

Brimstone echó un vistazo. Era su primera oportunidad de ver su nueva propiedad adecuadamente. Ya recorrería el interior más tarde, pero en ese momento necesitaba encontrar un cobertizo donde se guardaran herramientas. Si hubiera habido más vino envenenado, podría haber disuelto a Maura en la bañera, pero el poso que quedaba en la botella no era suficiente (aunque la mesa se había caído en pedazos). Necesitaba una tumba muy escondida y una estaca para atravesarle el corazón para estar seguro de que ningún entrometido la hiciera regresar antes de que se pudriese.

Encontró una pala en el cobertizo, agarró a su difunta esposa por el pelo y la arrastró hasta el bosque.

Aunque la mujer pesaba poco más que un pajarillo, Brimstone se cansó al cabo de unos cientos de metros. Por fortuna, encontró un lugar un poco más allá de un viejo roble, donde la tierra parecía bastante blanda. Empezó a cavar metódicamente.

Cuando la tumba cobró forma, dejó vagar sus pensamientos hacia el futuro. Estaba convencido de que el maldito hermano de la bruja iría a buscarla, pero suponía que no lo haría antes de que la luna de miel se diese por terminada, más o menos al cabo de una semana. Para entonces, Brimstone habría saqueado y vendido la cabaña y se habría establecido en una pequeña finca rural de Yammeth Cretch, donde pasaría inadvertido al nuevo emperador Pyrgus. Perfecto final para un matrimonio.

Una vez el hoyo fue lo bastante profundo, Brimstone echó un breve vistazo alrededor y lanzó a Maura dentro.

—Hasta la vista, querida —dijo con alegría—. Ha sido un matrimonio maravilloso.

Se disponía a rellenar la tumba cuando los cuervos salieron en estampida de los árboles.