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A Henry se le presentaba una decisión difícil. No le entusiasmaba la idea de quedarse pegado boca abajo en una estrecha alcantarilla, sobre todo en aquélla en que la gente hacía pis… y cosas peores. Pero si bajaba de pie y no se quedaba atrapado, tendría que caminar hacia atrás hasta los desagües principales sin nada que lo guiase, excepto el susceptible Flapwazzle, que a lo mejor se largaba solo en cualquier momento. ¿Qué hacía, entonces? ¿Metía primero los pies o la cabeza en la oscuridad?

—¡Deprisa! —gritó Flapwazzle, que ya se había sumergido en la cloaca—. No tengo todo el día para esperarte. Aquí huele que apesta.

Henry respiró hondo por segunda vez y metió primero la cabeza por la abertura.

Se quedó atascado casi al momento.

—Empuja con fuerza —sugirió Flapwazzle.

Henry se resistía a seguir el consejo porque aún era posible retroceder y regresar a la celda, pero cuando empujaba hacia delante se quedaba trabado. Si insistía se atascaría del todo; a escasos centímetros el olor ya resultaba insoportable. No se le ocurría peor final que morir de hambre bloqueado en aquella asquerosa y vomitiva alcantarilla.

—¡No contengas el aliento! —exclamó Flapwazzle—. Estás hinchado. No me extraña que no logres avanzar.

—¡Son mis hombros! —susurró Henry en la apestosa oscuridad—. Están aprisionados y no están hincha… hinchados. —Soltó el aire y trató de empujar de nuevo. Consiguió hacer un pequeño movimiento, pero al punto volvió a detenerse.

No obstante, Henry sabía que no empujaba lo suficiente, o al menos no con toda la fuerza de que era capaz. Le aterrorizaba quedarse allí, pero por otro lado el endriago tenía razón: resultaba absurdo retroceder para pudrirse en una tétrica celda a merced de la lunática reina.

Al pensar en la celda tuvo una idea.

—Voy a buscar la candela —dijo—. Nos vendrá bien un poco de luz ahí abajo.

—Si introduces una llama en los desagües, saldrá el metano —repuso Flapwazzle, muy tranquilo—. Y probablemente volará medio palacio.

—Vale —admitió Henry con amargura. Como no podía retrasar más el momento, presionó hacia delante con todas sus fuerzas. Y se quedó atrapado para siempre, condenado, ahogándose con los gases, a punto de morir en la oscuridad… hasta que de pronto se deslizó como el corcho de una botella, e incluso tuvo sitio para mover los codos y descender lentamente.

—Es más ancho aquí abajo —dijo Flapwazzle en tono alentador.

—Me alegro —murmuró Henry—. ¿Tienes alguna idea de adonde vamos? —Apenas se había movido uno o dos metros y reinaba tal oscuridad que casi podía palparla.

—Sigue mi voz —sugirió el felpudo—. No dejaré de hablar.

—¿Ves en la oscuridad?

—No, pero silbo. Nos irá mejor en los túneles principales. Hay un hongo fluorescente que crece en las costras de no sé qué; es tenue, pero se te acostumbran los ojos.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Anteriormente he estado aquí abajo. —A Henry le hubiera gustado saber por qué, pero antes de preguntarlo Flapwazzle dijo—: Ya llegamos. Hay un canto, Henry.

Henry ya se había dado cuenta al pegarse contra el muro y se estaba frotando la cabeza. Había un leve resplandor a la derecha. Avanzó rápidamente hacia él, saltó casi un metro y cayó en un túnel principal, como Flapwazzle había dicho.

—¡Cuidado!

Cayó de cabeza en el agua (o al menos confiaba en que lo fuera) y se puso de pie tosiendo y escupiendo como un poseso. El endriago volvía a tener razón: era un túnel enorme y se podía estar derecho sin ninguna dificultad. Flapwazzle tampoco se había equivocado con el hongo: formaba manchas de un verde bilis en el techo y arrojaba una luz fantasmal que permitía ver uno o dos metros por delante.

—¿Dónde estás? —preguntó Henry, y oyó el eco de sus propias palabras en la distancia.

—Delante de ti, un poco a la derecha —respondió Flapwazzle—. Estoy flotando. Procura no pisarme.

Henry escudriñó la penumbra. Algo oscuro flotaba en el agua; quizá era Flapwazzle, o una cosa mucho menos edificante.

—¿Estás seguro de que sabes salir de aquí?

—Totalmente. Tengo buena memoria para los mapas. La cuestión está en que hay montones de desagües: urinarios, retretes o cañerías. Si pasas de largo, sólo tienes que seguir la corriente y sales al río, donde desemboca todo el sistema. Es nuestra mejor opción para alejarnos de esa loca. Sabes nadar, ¿verdad?

—No muy bien —respondió Henry.

—Mmm… Tal vez sea un problema antes de que lleguemos al río.

Hubo algo en el tono del endriago que inquietó a Henry.

—¿Por qué antes de que lleguemos al río?

—Purgan el sistema cada dieciséis horas. Treinta billones de litros de agua se reciclan a presión. Incluso los nadadores más fuertes fracasan; de hecho, no sé de nadie que haya sobrevivido.

—Sí, pero es cada dieciséis horas; nos queda mucho tiempo para salir antes de que suceda.

—Depende de cuando haya sido la última vez que lo hicieron —precisó el endriago.