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—¿La hermana de Hairstreak? —exclamó Henry—. ¿Por qué al viejo emperador se le ocurrió casarse con ella? —Quercusia era bastante guapa tratándose de una mujer mayor, pero no había para tanto. Otro pensamiento le cruzó por la cabeza—: ¡Pertenece a los elfos de la noche, por todos los cielos!

El endriago hizo un curioso movimiento ondeante parecido a un encogimiento de hombros.

—Por eso precisamente se casó con ella, porque pertenecía a los elfos de la noche y era hermana de Hairstreak. Política pura y dura. Apatura Iris creyó que un matrimonio concertado con un miembro de la familia de Hairstreak ayudaría a unir a los elfos del día y de la noche. Tal vez Quercusia estuviera un poco mochales, pero eso era mejor que una guerra civil. Además, el Emperador Púrpura no sabía que estaba chiflada cuando se casó con ella.

Esa noticia era mala. Muy mala. Malísima. En el reino habían ocurrido cosas casi increíbles, todas malas para Pyrgus y Blue (así como para el señor Fogarty, y ahora también para él). Pero al menos sus amigos seguían vivos, aunque eso sonaba a que se habían limitado a sobrevivir; y si ellos habían necesitado que los ayudara, ahora lo requerían más que nunca. El chico no podía apartar de la mente la visión de sus cuerpos yaciendo en el bosque.

—Debe de haber una forma de salir de esta celda —se quejó Henry.

—¡Oh, claro que sí! —afirmó el endriago, que había trepado hasta la mitad de un muro y ahora colgaba de él como un tapiz.

—¿Cómo?

—Hay una forma —insistió el endriago.

—Sí, claro, a través de la puerta, pero se les olvidó darnos la llave —repuso Henry con desdén.

—No sé por qué adoptas esa actitud sarcástica —dijo el endriago, enfadado—. Supuse que hacías una pregunta directa y te respondí del mismo modo. —Se pegó con más fuerza a la pared y cerró los ojos.

—Lo siento. ¿De verdad hay una forma de salir? ¿Dónde? ¿Cómo?

—Creo que no te lo voy a decir. No me sienta bien el sarcasmo.

Si la criatura hubiese tenido garganta, Henry la habría estrangulado.

—Lo siento —volvió a disculparse—. En serio, lo siento. No pretendía molestarte. Perdón. Bueno, es que… tú estabas aquí antes que yo. Y he pensado que si hubiera una forma de salir, la habrías utilizado; eso es todo.

—He dicho que había una salida. Pero no he dicho que pudiera usarla; yo no tengo fuerza suficiente. Pero tú sí, al menos eso creo. Pareces un chico fuerte; fuerte y sarcástico.

Henry se contuvo.

—¿Me la explicas, por favor? Me has sido de gran ayuda hasta el momento. —Y añadió—: Si salgo, te sacaré conmigo y si hay algún lugar a donde puedas ir, te llevaré.

—Éste es uno de los calabozos más antiguos del palacio —dijo el endriago—. Hace siglos que no lo arreglan y no está muy bien construido. ¿Puedes ver esa rejilla en medio del suelo?

La rejilla era para que los prisioneros hiciesen pis y tapaba un agujero bastante pequeño y manchado de orín. Henry arrugó la nariz.

—Pues sí…

—Se desencaja si tiras con fuerza.

Henry miró la rejilla; tenía quince centímetros de ancho como mucho.

—Yo no puedo pasar por ahí.

—La losa se desprende con ella —explicó el endriago.

—¿Qué hay debajo? —Henry sintió el primer asomo de creciente emoción. No quería alimentar la esperanza, pero…

—Una alcantarilla. Es un poco asquerosa y muy estrecha para alguien de tu tamaño, pero probablemente logres pasar.

—¿Probablemente?

—Juzga tú mismo cuando levantes la losa —sugirió el endriago—, ya que no estás dispuesto a aceptar mi palabra.

—Vale, vale, si tú crees que puedo conseguirlo… ¿Adonde conduce la alcantarilla?

—Supongo que a los desagües del palacio. No lo tomes como una verdad absoluta, pero una vez vi un mapa del sistema subterráneo. Creo que es ahí a donde conduce.

—¿Cómo están los desagües? ¿Podré atravesarlos sin dificultad?

—¿Atravesarlos? —se burló el endriago—. Podrías montar una fiesta en ellos si no fuera por el pestazo. Son enormes.

—¿Y qué pasará si no encuentro la salida? La salida de los desagües, quiero decir.

—¡Oh, vamos! Te estoy explicando cómo puedes largarte de aquí, ¿quieres también un mapa a escala y una garantía firmada?

—Lo siento —se excusó Henry una vez más.

—Si eso te tranquiliza, no me separaré de ti. No me apetece enfrentarme a las ratas salvajes solo.

—¿Hay ratas salvajes ahí abajo? —Henry se estremeció. Solamente había visto una rata viva, pero le daban escalofríos.

—Grandes como caballos, según dicen. Pero tampoco lo tomaría como una verdad absoluta. —El endriago empezó a descender por el muro—. Con suerte no encontraremos ninguna, pero si ocurre, será mejor que pudrirse aquí, ¿no crees?

—Sí… —respondió Henry, no muy seguro.

—Bueno, ¿a qué esperas? Levanta la rejilla.

Henry fue con paso titubeante hasta el centro de la estancia. El hedor parecía más fuerte que antes, y no sólo por el pis, sino porque la rejilla estaba manchada por años de uso y tenía unas incrustaciones repugnantes.

—¿Estás seguro de que no puedes levantarla tú?

—Absolutamente seguro. Los endriagos somos inteligentes, pero no tenemos fuerza. Tú lo harás sin dificultad.

—No tengo guantes —dijo Henry mientras contemplaba la rejilla.

—¡Qué suerte la mía! —rezongó el endriago—. Hay veinte millones de personas en el reino y me encierran con un blandengue.

Henry respiró hondo, se agachó para agarrar la rejilla (con la mano desnuda, ¡qué asco!), y tiró. Notó que se movía un poco y que el endriago tenía razón: la losa circundante también se movió. Pero estaba muy lejos de levantarse con facilidad.

—Utiliza ambas manos y prepárate para resistir —sugirió el endriago.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Henry.

—Flapwazzle. ¿Por qué?

—Cállate, Flapwazzle —ordenó Henry. Agarró con ambas manos la rejilla, pero ésta no cedió.

—Utiliza las piernas —dijo Flapwazzle—. Las piernas son más fuertes que los brazos.

Henry se aferró a la rejilla y tiró con fuerza apoyándose en las piernas. Por un instante no ocurrió nada, pero luego la losa se levantó con un chirrido y se estrelló con estrépito contra el suelo.

—Jamás entraré ahí —declaró Henry mirando el maloliente agujero.

—Iré delante por si te atascas —se ofreció Flapwazzle—. De esa forma, al menos uno de los dos huirá.