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Henry había estado en los calabozos del palacio una vez, aunque por poco tiempo, cuando intentó rescatar al señor Fogarty, a quien habían hecho prisionero, pues todo el mundo creía que había asesinado al Emperador Púrpura. Pero aquella experiencia fue civilizada en comparación con la actual. Lo arrojaron a una celda subterránea, fría y húmeda, que olía a pis y no tenía retrete, salvo una pequeña rejilla en las losas desgastadas y agrietadas del suelo. Las paredes también eran de piedra y la estancia parecía muy antigua, construida en la época de la torre del palacio primitivo. No había ventanas y la única luz provenía de una candela que parecía a punto de apagarse cada vez que había corriente de aire.

La puerta tenía casi treinta centímetros de grosor y estaba reforzada con metal, como si los constructores hubiesen creído que allí encerrarían a un dinosaurio; contenía algún tipo de hechizo porque cada vez que él se acercaba, hacía un ruido como si unas uñas rascaran un encerado. No creía que los guardias hubiesen tirado la llave, pero sospechaba que podía pasar allí mucho tiempo.

Henry se apoyó contra la pared y se escurrió hasta el suelo para pensar. ¿Qué le habría sucedido a Blue? ¿Y a Pyrgus? ¿Quién diablos era Quercusia?

Tenía que encontrar a sus amigos y averiguar qué había ocurrido. Necesitaba salir de allí.

Echó un vistazo a la celda en busca de algo que pudiese utilizar para escapar, algo que sirviera para cavar, forzar la cerradura o golpear al guardia, como se veía en las películas. Pero la estancia estaba vacía; no había ningún mueble, ni siquiera un colchón en el suelo. Nada, a excepción de un felpudo apolillado tirado en un rincón.

Dejó de contemplar la estancia y se quedó mirando el felpudo. ¿Por qué se lo habían dado?

Se puso en pie de un repentino brinco. ¡Aquello no era un felpudo!

—Ya puedes dejar de esconderte en el rincón —dijo.

—No me escondo —repuso el endriago—. Estaba durmiendo y me has despertado de un sueño encantador. —Se deslizó hacia Henry—. ¡Oh, eres Henry! Hola, Henry. ¿O tal como están las cosas prefieres que te llame Hombre Férreo?

—¿Te conozco?

—Claro que sí. Soy el que te vendió al guardia de la recepción de la cárcel. ¡Para lo que me sirvió!

Henry siguió mirando la criatura unos instantes hasta que la reconoció. El endriago se refería a su intento de sacar a Fogarty de los calabozos en su primera visita al reino (Henry había tratado de mentirle al guardia y un endriago del servicio externo lo detectó enseguida).

—¿Eres tú? —preguntó Henry.

—El mismo.

—¿Te han enviado a espiarme? —No se imaginaba el motivo, pero él tampoco sabía por qué estaba allí.

—¡Ah, las egocéntricas certezas de la juventud! —exclamó el endriago en tono filosófico—. No tiene nada que ver contigo; esa vieja loca vulgar me ha encarcelado.

Henry se dio cuenta de que la «vieja loca vulgar» era Quercusia.

—¿Por qué?

—¿Por qué me ha encarcelado? Pues porque no le gusta mi piel o el color de mis ojos. ¿Quién puede saber los motivos de esa chiflada? Si sigue así, dentro de un mes estarán llenos los calabozos y también la cárcel de Asloght. Fue un mal día para el reino cuando Comma la soltó.

¿Comma la había soltado? A lo mejor el endriago no le serviría para salir de allí, pero podría darle información valiosa.

—He estado unas semanas fuera —dijo el chico—. ¿Qué ha ocurrido?

Por un momento creyó que el endriago no respondería, pero la criatura suspiró y dijo:

—Veamos… ¿Sabes que el príncipe heredero ha sido enviado al exilio?

—Sí, pero ¿está Blue con él? ¿La princesa Blue?

—Sí, sí, la princesa Blue y el guardián Fogarty. Eso ya es historia. —El endriago suspiró otra vez.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Henry. Apenas podía creerlo. Lo último que sabía era que Pyrgus se estaba preparando para su coronación.

—Órdenes de su padre —respondió el endriago.

—Pero su padre murió…

—Estaba vivito y coleando la última vez que lo vi. En fin, que está vivo, aunque no tiene muy buen aspecto.

—¿La última vez que lo viste? ¿Cuándo?

—Hace un par de días. Antes de que la vieja loca me metiese aquí.

—¿Estás seguro?

—No sabes mucho de endriagos, ¿verdad? Nosotros no podemos mentir. —Se retorció ligeramente como si notase un picor—. Nos faltan setenta y ocho células del cerebro. No parece mucho, pero es suficiente para no decir mentiras. Cuando un endriago dice algo concreto, no dudes que es la verdad. Si no estamos seguros, decimos «quizá», «tal vez», «alguien me ha contado» o algo así. Vi al Emperador Púrpura vivo hace un par de días en este palacio. Estoy seguro. Créelo.

A Henry le costó aceptarlo, porque al padre de Pyrgus le habían disparado a corta distancia con una escopeta, aunque tal vez el disparo no lo había matado. De hecho, en su propio mundo había gente que entraba en coma profundo y los médicos los consideraban técnicamente muertos aunque no lo estuviesen.

—Comma ocupa el trono ahora, o lo ocupará cuando sea coronado y proclamado como tal: Emperador Púrpura electo y coñazo real. ¡Comma! ¿Te lo imaginas? Lo primero que hizo fue soltar a su madre.

—¿De dónde? —La madre de Comma debía de ser la segunda esposa del viejo emperador. Henry la creía muerta.

—Del ala oeste. Llevaba años encerrada allí.

De pronto Henry comprendió de quién hablaba el endriago.

—La madre de Comma es Quercusia, ¿verdad? ¿Por qué la encerraron?

—Porque está loca, naturalmente. Ya lo sabes. En su familia todos están locos.

—¿Quién es su familia?

—Quercusia es hermana de lord Hairstreak —respondió el endriago.