38

Pyrgus salió poco a poco de un profundo agujero negro y descubrió que el par de ojos más bonitos que había visto en su vida lo vigilaban. Pensó que la chica era una verdadera preciosidad, al mismo tiempo que el corazón le latía con fuerza y el cuerpo le temblaba de forma incontrolable. Se preguntó si estaría enamorado, pero supuso más probable que se trataba de una agonía. Notaba como si a la cabeza le faltasen trozos, igual que un queso con agujeros. No conseguía enfocar bien la vista y repetidos ataques de náuseas amenazaban con hacerle vomitar.

La chica debió de fijarse en que Pyrgus había abierto los ojos porque se inclinó hacia él y le habló en voz baja:

—Lo siento, pero temía que utilizases la daga. Sólo era una varita aturdidora.

Pyrgus dejó vagar la vista sin mover la cabeza y descubrió que estaba rodeado de árboles. Tuvo la impresión de que yacía sobre un lecho de agujas de pino en el claro de un bosque y percibió unas borrosas figuras de uniforme verde más allá de la chica. Se sintió demasiado aturdido para pensar en lo que había pasado, pero enseguida el recuerdo se le vino encima como una avalancha: ¡los hombres de Hairstreak lo habían capturado!

Cerró los ojos otra vez y se concentró en recuperarse. Se preguntó si Blue y el señor Fogarty seguirían vivos, pero de momento no podía hacer nada. Se sentía débil como un gatito, aunque se percató de que tenía los brazos libres, un gran error por parte de Hairstreak; seguramente lo habían dado por muerto. Emitió un quejido exagerado. Si se fingía malherido, tal vez pudiera pillarlos por sorpresa cuando recuperase las fuerzas.

¿Sería capaz de atacar a una chica tan guapa? Pyrgus lo pensó unos instantes y decidió que sí. Si era para salvar a Blue y Fogarty, lo haría. ¿Acaso no trabajaba ella para Hairstreak? Pyrgus abrió los ojos un milímetro y vio que seguía inclinada sobre él con una expresión de preocupación en sus dulces y delicados rasgos. Volvió a quejarse de forma más normal. Ya era mala suerte que la primera chica que le gustaba de verdad fuese acolita del más peligroso…

—Creo que se recupera —comentó la joven. Tenía una voz clara y fresca como las campanas de una iglesia.

Tal vez había exagerado el gemido (y eso que no quería llamar demasiado la atención). Fingiría que se desmayaba y quizá…

Había algo raro en los ojos violeta de la muchacha. No acababa de saber qué, pero algo no estaba bien…

Pyrgus vio que otras figuras se reunían a su alrededor; una de ellas llevaba manto y capucha negros; dedujo que se trataba de lord Hairstreak por el tamaño. El hombre encapuchado se inclinó sobre él y Pyrgus comprendió que se le presentaba la oportunidad de su vida: si conseguía que el cuerpo lo obedeciera, agarraría a Hairstreak por la garganta en cuestión de segundos; con un poco de suerte lo estrangularía o le rompería el cuello antes de que la guardia lograse intervenir. Resultaría perfecto, mejor que perfecto. Hairstreak había cometido un acto ilícito al atacarlos cuando se dirigían al exilio por orden del emperador electo, de modo que si moría a manos de Pyrgus ni siquiera habría grandes repercusiones políticas.

Pero ¿lo obedecería el cuerpo?

Pyrgus hizo acopio de energías a pesar de que una parte de su mente intuía que podía resultar una acción suicida. Aunque consiguiera matarlo, las posibilidades de escapar serían escasas, pues los hombres de Hairstreak lo rodearían al momento. Pero si escapaba (una posibilidad entre mil, aunque todo podía ser), habría desequilibrado el poder en el reino.

La idea lo electrizó y el chico entró en acción: se irguió, emitió un gruñido y cerró las manos sobre la garganta de Black Hairstreak. Éste se liberó con un movimiento brusco y se le cayó la capucha.

—Cariño, ¿dónde están tus modales? —susurró una voz sorprendida.

—¡Oh, perdonad! —exclamó Pyrgus—. Lo siento mucho, madame Cardui.