Henry vio la luz.
Fue una sensación increíble. Cuando tocó a la araña con la mente, la criatura avanzó y lo abrazó. Tendría que haber sido algo repulsivo, pero no fue así, en parte porque todo había sucedido muy de repente. El efecto resultó casi indescriptible: se abrió una ventana y la luz pura y deslumbrante entró y lo envolvió.
Henry se quedó boquiabierto cuando sus percepciones se expandieron y tuvo conciencia de que su cuerpo revoloteaba hasta aterrizar junto a la araña, pero sabía que no estaba en peligro. Y mientras descendía, la mente se le expandió, de tal modo que percibió la totalidad del dormitorio de Blue, luego el conjunto de habitaciones que constituían los aposentos de la princesa, después los pasillos exteriores y el piso superior del palacio, y por último el palacio entero.
Pero eso no fue todo, sino que sus percepciones siguieron expandiéndose hasta abarcar la isla en que se erguía el palacio, el río y, aunque parecía increíble, la ciudad que había en la otra orilla. Resultaba extraño, fantástico. Vio calles ajetreadas, un salón de simbala mal iluminado, donde escuchó la música que bullía en él, un paseante que tocaba un laúd y un gato callejero que se zampaba un ratón.
Henry continuó expandiéndose y la sensación fue de puro éxtasis. La mente se le prolongó y llegó hasta los rincones más recónditos del reino y percibió cuál era la auténtica realidad y qué relación existía entre todas las cosas; quiso extenderse hasta abarcar el mundo entero y otros mundos lejanos y le pareció que podía hacerlo y absorber todo el universo. Y creyó que era Dios.
También creyó que encontraría a Blue.
Este pensamiento le detuvo la expansión de la mente y le centró la atención. Vio a Blue enseguida, aunque de una forma muy rara: ante él discurrió la senda ondulante de la vida de la princesa, a través del espacio y el tiempo mientras visitaba diferentes lugares del reino, pero de pronto, de forma inquietante, penetraba en el auténtico entramado de la realidad al mismo tiempo que desaparecía totalmente del reino. No obstante, ella regresaba de nuevo cerca del punto de partida y continuaba como antes.
Pero ¿dónde estaba Blue en ese momento? No lo veía con nitidez, aunque el mero hecho de preguntárselo no dejaba de ser una ayuda. Era como si Henry saliera de su propio cuerpo y entrara en el claro de un bosque; Blue estaba allí, y también Pyrgus y un poco más allá el señor Fogarty con trajes de ceremonia sucios y arrugados. Los tres yacían en el suelo.
Los tres parecían muertos.
—¡Blue! —gritó Henry con repentina angustia. Perdió el enfoque y el dominio y la mente se le expandió hasta el infinito y la conciencia le explotó.
* * *
Henry tuvo la impresión de que lo habían metido en una trituradora de carne que le había machacado el cuerpo hasta convertirlo en un tornillo. Le dolían las extremidades y se sentía débil como un corderito; le parecía imposible moverse, le costaba abrir los ojos y los párpados rascaban sus glóbulos oculares como papel de lija.
Se hallaba tendido en el suelo de algún lugar, acurrucado en posición fetal, con las manos entre las rodillas.
No sabía muy bien quién era, ni dónde estaba.
Tenía un regusto a cloaca en la boca, la lengua se le había hinchado hasta el doble de su tamaño normal y notaba un zumbido distante en los oídos.
Se movió con cuidado. Los dolores del cuerpo se le agudizaron, aunque poco después cedieron un poco. Conocía esa misma sensación de cuando sufría un calambre en una pierna jugando al fútbol, pero en ese momento tenía calambres en todos los músculos. Daba igual, lo soportaría. Cambió de posición y el dolor ya no fue tan intenso como antes; se estiró poco a poco y se puso de pie lentamente.
Había algo extraño en la habitación. Intentó saber qué era, pero no podía pensar.
Se sentía mareado y buscó una silla próxima.
¡Lo sabía! Estaba en la habitación de Blue, pero en tamaño normal, y él también había recuperado su tamaño normal, aunque notaba algo raro en la espalda. Sentía… sentía… bueno, una especie de vacío.
¡Le habían desaparecido las alas!
Mientras se apoyaba con dificultad en la silla, pensó que eso mismo era lo que le había sucedido a Pyrgus. Cuando el portal de la Casa de Iris fue saboteado y Pyrgus se convirtió en una figurita de elfo con alas de mariposa, al cabo de varios días ese efecto se extinguió por completo y las alas le desaparecieron. ¿Había estado él inconsciente tanto tiempo? Se le encogió el corazón. ¿Cómo se lo diría a Blue? ¿Cómo explicarle que había perdido el control de su portal y por eso había tardado tanto en aparecer? Ya debían de haber solucionado la emergencia y él no había hecho nada por ayudarlos. Qué mortificante.
¿Qué le había dicho ella? ¿Que el cuerpo de su padre había desaparecido y se tramaba un complot para asesinar a Pyrgus? Una idea horrible lo asaltó: ¿y si el complot había triunfado y Pyrgus había muerto? Henry nunca se lo perdonaría, y suponía que Blue tampoco.
Se sentía más fuerte a cada minuto que pasaba, pero cuando se le serenó la mente supo que en realidad no se encontraba mejor. De pronto, como caída del cielo, tuvo una visión de Pyrgus, Blue y el señor Fogarty muertos en el suelo de un bosque. Había visto esa imagen, estaba seguro. Pero ¿dónde?
Intentó convencerse de que todo aquello no tenía más trascendencia que un sueño. ¡Por Dios, seguro que se trataba de un sueño! Pero no se lo creyó ni por un instante. Tenía que averiguar lo que le había pasado a Pyrgus y Blue. ¡Tenía que saberlo ya!
Henry se dirigió a trompicones hacia la puerta. Fue entonces cuando reparó en que alguien lo observaba.