—¡¿Que se han ido?! —rugió lord Hairstreak. Iba vestido de terciopelo negro de pies a cabeza y parecía un diablillo histérico. Comma había insistido en que se reuniesen en el salón del trono, seguramente porque quería sentarse en el trono.
—Sí, al exilio —respondió Comma subrayando un poco la segunda palabra para remarcar su importancia o tal vez para demostrar que conocía su significado. Se había puesto el traje de ceremonia, varias tallas más grande, y la púrpura imperial. Desde su elevada posición sentado en el Trono del Pavo Real, optó por examinarse el dorso de las manos con aire despreocupado.
—¡Te dije que había que encarcelarlos! —exclamó Hairstreak—. ¡E incluso que ejecutarlos!
—Pero en cambio decidí enviarlos al exilio. —Repuso Comma, y añadió con aire petulante—: Nadie le dice al Emperador Púrpura lo que debe hacer.
Aquel chico era una pesadilla y siempre lo había sido, como su madre. Hairstreak no se anduvo con rodeos y le espetó:
—Aún no eres el Emperador Púrpura. Y hasta que lo seas, te conviene recordar que tu regente lleva las riendas.
—Bueno, pues ya está hecho —respondió Comma mirándolo de mal humor.
—¿Adonde los has enviado?
Dio la impresión de que Comma no se lo iba a decir, pero murmuró:
—A Haleklind.
Hairstreak maldijo para sus adentros. Haleklind era uno de los pocos países que se había resistido a la infiltración de sus agentes, lo que resultaba especialmente mortificante dado que era un lugar muy atrasado. La mayoría de los habitantes aún no habían descendido de los árboles, pero sus magos eran otra cosa. ¿Podría organizarse una invasión? No obstante, el precio sería enorme, puesto que la magia halek consistía en magia armamentística y los magos diezmarían un ejército si descubrían por qué su país había permanecido aislado tanto tiempo. Lo mejor era detener a Pyrgus y Blue antes de que llegasen a la frontera, o perpetrar un asesinato si no lo lograban.
—¿Cuándo se marcharon? —preguntó Hairstreak, cortante.
—Poco antes de tu llegada —respondió Comma con vaguedad.
—¿En qué viajan?
—En ouklo. Un ouklo imperial. A fin de cuentas siguen siendo miembros de la familia real.
Podía haber sido peor. Los ouklos no eran muy rápidos y tardarían un día o dos en llegar a Haleklind contando con buenas condiciones. Aún quedaba tiempo de hacer algo.
—¿Qué ruta tomaron?
—Cómo voy a saberlo —respondió Comma airado—. De esas cosas se ocupan mis subalternos.
Hairstreak se esforzó en ocultar su furia bajo un manto de calma glacial. Resultaría sencillo averiguar qué ruta habían tomado, pues ni siquiera Comma era tan estúpido como para dejarlos marchar sin escolta. Cuando lo supiera, enviaría a un grupo de sus mejores hombres. Los soldados no esperarían un ataque, de modo que Pyrgus y los que viajaban con él morirían antes de que la escolta pudiese reaccionar.
—Es una insensatez para tu futuro permitir que vivan tus hermanastros —declaró entrecerrando los ojos—. Pero puedes dejar ese asunto en mis manos. Mientras tanto, Comma, permite que te diga algo: si vuelves a contradecir una orden mía alguna vez, haré que lo lamentes profundamente. Al parecer has olvidado que tengo toda la autoridad de tu bendito padre.
Comma sufrió un cambio asombroso, pero no el que Hairstreak se esperaba. El chico se dio la vuelta echando chispas por los ojos.
—¡Esa cosa que llamas mi «padre» es una cáscara vacía que camina gracias a tu magia negra! ¿Crees que soy tonto? ¡Piénsalo mejor, querido tío!
Hairstreak se giró y salió hecho un basilisco del salón del trono. No había tiempo que perder para organizar la persecución de Pyrgus y Blue.
Ya se ocuparía de Comma después.