La guardia imperial estaba formada en el jardín del palacio y Pyrgus avanzaba entre las filas con la mayor dignidad que era capaz de exhibir. Blue lo acompañaba. El guardián Fogarty caminaba tres pasos detrás de ellos, como mandaba el protocolo, manteniendo la compostura. Los tres se habían puesto los trajes de ceremonia en el breve tiempo que les habían concedido, y la desagradable ocasión tenía aire de acto oficial.
Comma se hallaba junto a las puertas de entrada sonriendo con gesto de suficiencia.
—No quiero que me crees problemas, querido hermanastro —le dijo a Pyrgus cuando éste llegó junto a él—. Si intentas regresar o interferir de alguna manera, lord Hairstreak insistirá en que te mate. Y no me gustaría tener que hacerlo, ya lo sabes, pero sería justo. Debemos gobernar un reino y no puede haber intromisiones. Además, yo seré el emperador y cualquier tipo de oposición se considerará traición. —Dejó de sonreír y adoptó una expresión curiosa, casi compasiva—. Puedes quedarte con todo tu dinero, Pyrgus, y si necesitas más, házmelo saber y te lo daré. Si te mantienes alejado y no creas dificultades, te dejaré asistir a mi coronación. A lord Hairstreak no le gustará, pero no me importa.
—¡Pagarás por esto, Comma! —susurró Blue. Pyrgus no dijo nada.
—¡Escoltadlos hasta que salgan de la isla! —ordenó Comma en tono autoritario—. Y después que los lleven hasta la frontera de Haleklind. Cuando abandonen el reino, no deben regresar a menos que yo los invite. —Elevó el mentón y añadió con afectación—: Por escrito y rubricado con el sello imperial.
—¿Dónde está lord Hairstreak, Comma? —inquirió amigablemente el señor Fogarty.
—Soy el príncipe Comma, Guardián —lo corrigió enfadado—. Y, además, tú ya no eres Guardián. Te he despedido. Voy a nombrar a otro, a un elfo de la noche. Lord Hairstreak opina que es más ecuménico.
—Lo siento, príncipe Comma —dijo Fogarty—. Sólo quería saber dónde está lord Hairstreak. Al fin y al cabo es el regente.
—Alégrate de que lord Hairstreak no se halle aquí —repuso Comma—, porque si no estarías en la cárcel en vez de irte a un magnífico y cómodo exilio. Pero vendrá pronto, cuando acabe con algunos asuntos. A partir de ahora vivirá en palacio con mi padre.
—Me lo suponía —comentó Fogarty.
—Bueno, será mejor que os deis prisa y salgáis antes de que él regrese. Marchaos ahora que podéis hacerlo. —Comma se hizo a un lado y la escolta se colocó detrás de Pyrgus y su pequeño grupo.
Cuando Pyrgus cruzó la puerta, se permitió mirar hacia atrás. No estaba seguro, pero le pareció ver a su padre en una de las ventanas superiores del palacio.
* * *
—¡Lo mataré! —exclamó Blue en cuanto se quedaron solos.
—Es sólo un niño —dijo Fogarty—. Cree que ser emperador lo convertirá en alguien especial.
—Me preocupa que lord Hairstreak lo asesine cuando llegue a la mayoría de edad —observó Pyrgus—. Hairstreak no renunciará al poder cuando sea regente.
—Ya lo es —le recordó Blue con amargura—. Tiene todo preparado para anunciarlo oficialmente.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Pyrgus.
Se habían instalado en uno de los ouklos de palacio, un enorme carruaje dorado con asientos de felpa púrpura. El vehículo flotaba con un movimiento majestuoso dando la engañosa impresión de que devoraba kilómetros. A través de las ventanillas veían a los escoltas uniformados en sus vehículos flotantes individuales: hombres armados y provistos de cascos, cuyo deber consistía en asegurarse de que abandonasen el reino.
—¿Alguno de vosotros ha estado en Haleklind? —preguntó Fogarty.
—Yo. Viví allí un tiempo —respondió Pyrgus mientras miraba por la ventanilla.
—¿Cómo es?
—Montañoso, rocoso, árido y bastante primitivo. En algunos lugares la gente aún vive en cuevas. Pero nuestro padre tenía excelentes relaciones con la casa reinante, así que seguro que nos ofrecen un lugar confortable.
—No vamos a quedarnos —repuso Blue.
—No —coincidió Pyrgus—. No, claro que no. —Pero parecía estar pensando en otras cosas.
—¿Cuál es la casa reinante? —preguntó Fogarty.
—¿En Haleklind? La Casa de Halek. En realidad sólo hay una casa.
—¿Nos ayudarán a regresar al reino?
—Lo dudo —respondió Pyrgus—. Pero aunque lo hicieran, no pueden medirse con el ejército imperial.
—Es un lugar atrasado —explicó Blue—. Por eso mi padre nunca se molestó en añadirlo al reino, no valía la pena.
—¿Por qué viviste allí, Pyrgus? —preguntó Fogarty.
—Quería conseguir una hoja halek —dijo Pyrgus.
—Es un cuchillo que siempre mata —le explicó Blue a Fogarty con una expresión que daba a entender que ella no tenía tiempo para esos caprichos de niñato.
—¿No podías limitarte a comprar uno?
—No tenía dinero suficiente. Además, lleva tiempo hacer una hoja halek y hay que tratar con los magos de ese lugar. Son los mejores del mundo, pero hacen trampas y no se apresuran por nadie.
—¿Y no podrían ayudarnos a salir de este aprieto? —inquirió Fogarty.
—¿Los magos? —preguntó Blue—. Sí, claro. Pyrgus tiene razón: poseen técnicas mágicas extremadamente poderosas. Pero tendríamos que idear un plan.
Fogarty asintió, se arrellanó en su asiento y cerró los ojos.