27

A la mañana siguiente, y a pesar de todo lo sucedido, Pyrgus durmió hasta bastante tarde. Los demás también debían de estar agotados, porque nadie lo despertó, sino que lo hicieron la luz del sol y una sensación de miedo. Poco después se dedicó con ahínco a espabilarse y se quitó de encima la capa de lanudos endriagos que le servían de guardianes y edredón a la vez.

—Buenos días, jefe —saludaron alegremente a coro.

—Buenos días —gruñó Pyrgus.

Recogió las toallas que alguien le había dejado en la habitación y se encaminó al cubículo de aseo. Pyrgus nunca se encontraba muy bien por la mañana, pero ese día era peor que otros porque las conversaciones de la noche anterior habían durado casi hasta el amanecer sin haber dado lugar a ninguna solución.

—Buenos días, alteza real —ronroneó la voz dulce y hechizada del cubículo de aseo. Pyrgus soltó otro gruñido. Incluso aquella condenada instalación se había enterado de los últimos acontecimientos; desde la muerte de su padre lo había llamado «emperador electo». Seguramente, a esas alturas la noticia se había extendido por todo el palacio.

El cubículo se llenó de vapor cuando Pyrgus entró y unos pseudópodos se dispusieron a quitarle el sudor y las impurezas de la espalda frotándosela; chorritos de agua perfumada brotaron en torno a sus pies, se le introdujeron entre los dedos y le serpentearon por las piernas; y una música relajante fue haciéndose audible y le extrajo la tensión de los hombros y el cuello.

¿Qué tenía que hacer? Había otra reunión prevista dentro de…

—Diecisiete minutos y treinta y ocho segundos —dijo el cubículo, que no era sensible ni telepático, sino tan sólo caro. A menudo Pyrgus se sentía culpable por utilizarlo. La vida resultaba mucho más sencilla cuando se escondía entre la gente y no tenía otras preocupaciones que las discusiones con su padre.

Diecisiete minutos y treinta y ocho segundos y había que solucionar algo pronto. Pyrgus no podía permitir que lord Hairstreak se saliera con la suya, ni entonces ni nunca, aunque tuviera que… tuviera que… ¿qué? Era inútil esperar que los demás le proporcionasen un plan; él debía inventar uno: algo rápido, decisivo e implacable. ¡Tenía que tomar la iniciativa!

* * *

Pero el problema era que la mente no le funcionaba.

El cubículo percibió el dilema y arrojó una ráfaga de agua fría como el hielo contra el cuerpo desnudo de Pyrgus, que soltó un grito y dio un brinco. Pero cuando se secó con la toalla, reconoció que tenía la cabeza más despejada. Tal vez fuera capaz de negarse a reconocer el pacto y declarar que su padre seguía muerto y que Hairstreak había falsificado el sello y la firma de aquél. ¿Qué haría Hairstreak entonces?

«Mostrar al Emperador Púrpura», pensó Pyrgus, puesto que su padre era esclavo de Hairstreak.

Se vistió despacio mientras el desánimo lo invadía como un lodo grisáceo, casi negruzco. En situaciones así sólo quedaba un consuelo: las cosas ya no podían empeorar más.

Pero cuando Pyrgus entró en la reunión, descubrió que las cosas sí podían empeorar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Tu hermanastro debe decirte algo —le respondió el guardián Fogarty en vez de hacerlo el propio Comma.

—Ya le he explicado que tenías cosas importantes que hacer, pero ha insistido. No quiere contárnoslo —dijo Blue.

Pyrgus le lanzó una mirada fulminante a Comma, que parecía más gordo últimamente.

—Bueno, ¿qué sucede? —Se fijó en que madame Cardui no se hallaba presente; tal vez Blue la había enviado a algún sitio. Tampoco había ni rastro de Henry; le habría gustado que estuviese allí porque con él se sentía más seguro.

—No hace falta dirigirse a ti como si fueras el emperador electo —declaró Comma.

—Por lo visto ya no lo soy —repuso Pyrgus, cortante—. Ocurre que aún no he tenido tiempo…

—Ya sé que no eres el emperador electo —afirmó Comma—. Lo que pretendo decir es que yo sí lo soy. —Lanzó a Pyrgus una mirada tan fulminante como la que éste le había dirigido antes—. ¡No me dijiste que padre seguía vivo, cerdo!

—Comma… —Blue trató de intervenir. La joven observaba a Comma con mayor comprensión de la que había sentido hacia él en los últimos meses.

Pero Comma no estaba para cuentos; parecía enfadado y compungido al mismo tiempo.

—Fingiste ante mí que estaba muerto. Y tú también, Blue. ¡La tomásteis conmigo y dijisteis que mi padre había muerto!

—Nadie la ha tomado contigo, Comma… —terció Fogarty.

Comma no le hizo caso.

—¡Pues no está muerto! —le gritó a Pyrgus—. Nunca murió. Y ahora quiere que yo sea el emperador.

Por un largo momento Pyrgus no pudo apartar la vista de su hermanastro.

—Entonces ya te lo han contado —dijo finalmente.

—El quiere que yo sea el próximo emperador, no tú, Pyrgus, ¡yo! Padre no desea ser emperador a causa de su deformidad. ¡Pero quiere que sea yo!

Pyrgus tenía la mente hecha un caos. ¿Cómo lo había averiguado Comma tan pronto? El duque de Borgoña había dado a entender que no se divulgaría la noticia hasta que Pyrgus renunciase formalmente al trono. Pero había otras preguntas: ¿Qué haría él? ¿Qué podía hacer si ni siquiera era capaz de pensar con claridad?

—¿Quién te contó lo de papá, Comma? —preguntó Blue.

—¡Lord Hairstreak! —respondió con aire triunfante.

—Las cosas no son como tú crees —dijo Fogarty intentando salvar la situación, y miró a Pyrgus como si buscase que éste diera una explicación.

Pero el chico no podía hacerlo y mucho menos de forma convincente. ¿Cómo le iba a explicar semejante abominación espiritual a alguien de la edad de Comma? ¿Cómo le iba a descubrir que el caparazón que había cobrado vida estaba bajo el control de lord Hairstreak? ¿Cómo se le contaba todo eso a un chico que tan sólo anhelaba que su padre estuviese vivo? Al fin y al cabo era lo mismo que deseaba Pyrgus.

—Lord Hairstreak miente —declaró Blue.

—¿Miente cuando dice que padre vive? —inquirió Comma echando chispas por los ojos.

—No exactamente. Lo que él…

—¿A qué te refieres con «no exactamente»? Padre está vivo o muerto. No puede ser que esté «no exactamente» vivo. Antes creía que eras mejor que Pyrgus, Blue, pero no es así; me pareces tan mala como él. Padre vive. No queríais que lo supiera porque no deseáis que yo me convierta en emperador. Pero vuestro asqueroso plan no dará resultado. No sois amigos míos; nunca lo habéis sido. Lord Hairstreak sí lo es.

—Hairstreak no es tu amigo —intervino Fogarty—. Él no es amigo de nadie.

—¡Mirad! —exclamó Comma sin hacerle caso—. ¡Mirad esto! —Sacó un rollo de pergamino del bolsillo de su jubón. Se parecía al rollo que el duque de Borgoña les había presentado con los detalles del pacto. Comma lo tendió y lo agitó debajo de las narices de Pyrgus.

Éste tomó el documento con pesar. En cierto modo sabía cuál era su contenido. Contempló a Comma un instante y luego clavó la vista en el documento. Lo examinó superficialmente con una expectación horrorizada.

—¿Qué dice? —preguntó Blue.

—Se trata de una autorización oficial —repuso Pyrgus— para que Comma se convierta en el próximo Emperador Púrpura, pero hasta que alcance la mayoría de edad lord Hairstreak gobernará como regente.

—¡Maldito imbécil! —exclamó Fogarty a punto de explotar. Al parecer se refería a lord Hairstreak.

—¿Has visto quién lo ha firmado? —gritó Comma—. ¡Lee en alto la firma, Pyrgus!

—Está firmado por nuestro padre —respondió el muchacho en voz baja.

—¿Lo veis? ¿Lo veis? —exclamó Comma y miró con perspicacia a Pyrgus—. No sirve de nada romperlo, Pyrgus. Tengo más copias y también lord Hairstreak.

Pyrgus dejó caer el papel al suelo.

—Comma, papá no sabe lo que firma. Todo esto es obra de lord Hairstreak, que quiere que tú seas emperador para convertirse en regente —dijo Blue.

Un pensamiento cruzó la mente de Pyrgus: Hairstreak era capaz de matar a Comma antes de que éste alcanzase la mayoría de edad y, desde luego, no renunciaría al trono después de convertirse en regente.

—Me avisó que dirías eso —manifestó Comma—. Me advirtió que intentarías impedir que me convirtiese en emperador.

—Pues claro que no puedes ser emperador —declaró Blue—. Pero no se trata de que lo seas o no. ¿Es que no te das cuenta de lo que pretende Hairstreak? ¿No…?

—También me avisó que dirías eso, Blue —siguió Comma—. Y me indicó qué debía hacer. ¿Me permitirás ser emperador, Pyrgus?

—Comma… —Pyrgus hizo un gesto negativo.

Entonces Comma se lanzó hacia la puerta y la abrió de golpe.

—¡Rápido! —gritó excitado.

El general Ovard entró en la habitación y tras él, un contingente de guardias de palacio. Pyrgus se fijó en que vestía el uniforme de gala, como si se tratase de un acto oficial de Estado. El viejo general, que parecía apenado pero decidido, los miró a todos con seriedad.

—¡No me permiten ser emperador! —gritó Comma con su aguda vocecilla—. Les he enseñando la orden, pero ¡Pyrgus la ha tirado al suelo!

El general fijó la mirada en Pyrgus.

—Se trata de una orden que se ajusta al procedimiento, príncipe heredero; está firmada por vuestro padre y sellada con el sello imperial.

—Es un complot de Hairstreak —rezongó Fogarty.

—Me gusta tan poco como a usted que Hairstreak se convierta en regente, Guardián —afirmó el general—. Pero he hecho un juramento y si mi Emperador Púrpura lo ha ordenado, así se hará.

—El Emperador Púrpura ha muerto, Ovard. Tú viste el cuerpo.

—Vi un cuerpo en éxtasis —precisó Ovard—. Vivos o muertos, se parecen mucho. Pero me pareció vivito y coleando cuando me entregó la orden.

—¿Papá sigue aquí? —preguntó Blue—. ¿En palacio?

—Se encontraba en el cuartel, acompañado de lord Hairstreak. No sé dónde están ahora, pero se trata de una orden legal, Serenidad. —Ovard parecía turbado pero aun así firme.

—¡No quiero más cháchara! —gritó Comma de pronto—. Nada de seguir hablando; callaos todos. ¡Ahora tenéis que escucharme y hacer lo que yo diga!

Pyrgus observó las filas de soldados alineados detrás de Ovard; Comma se fijó en la mirada de su hermanastro y esbozó una sonrisa astuta.

—Soy el emperador electo y ésta es mi primera proclama: lord Hairstreak dijo que si intentabais detenerme, debía meteros a todos en prisión y ejecutaros. Pero no voy a hacer tal cosa. Sois mis hermanastros, mi «familia», así que no lo haré, por mucho que lo diga lord Hairstreak. Sin embargo, no puedo consentir que montéis tantos líos y os opongáis a todo lo que mando, y por eso voy a enviaros al exilio. A todos: Pyrgus, Blue y usted, Guardián. Os doy media hora para que recojáis vuestras cosas y abandonéis el palacio. ¡General Ovard, os ordeno que los vigiléis mientras se preparan! —Hizo un movimiento majestuoso con la cabeza y salió de la habitación.

Se produjo un silencio largo y triste, hasta que al fin el señor Fogarty dijo:

—¿Puede dar semejante orden, general?

—Ya la ha dado, Guardián —repuso Ovard.