26

El gusano se parecía más bien a una anguila o una serpiente, aunque tenía el cuerpo segmentado y protegido por un reluciente caparazón natural. Desde el fondo de un depósito de agua caliente, miró a Chalkhill con sus negros ojillos como dos gotitas relucientes. El suelo del depósito era de arena, imitando la del desierto en que vivía el animalillo; algunas plantas disecadas le hacían compañía y sobre la roca plana que sobresalía habían esparcido rodajas de hordio.

Chalkhill miró al fisónomo.

—Es un simbionte. —Explicó el fisónomo Wainscot, y no le pasó inadvertida la expresión de sorpresa de Chalkhill, por lo que añadió—: Una criatura que trabaja en colaboración con otra para beneficio mutuo. —Hablaba como si leyese un libro de consulta—. Este gusano lo ayudará a caminar como es debido. —Parpadeó y aclaró—: Para que usted parezca lord Hairstreak.

Chalkhill examinó al gusano: medía unos veinte centímetros y sus recubiertas escamas exudaban una especie de limo maloliente.

—Aclarémonos —dijo Chalkhill—. ¿Esta cosa me va a ayudar a caminar como Hairstreak?

—Sí —afirmó el fisónomo, muy serio.

—¿Y qué hago yo a cambio?

—¿Cómo?

—Ha dicho que ese bicho es un simbionte: la sociedad de admiración mutua. Ojo por ojo. Tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya. —Chalkhill había comprendido perfectamente lo que era un simbionte, pues él mismo había funcionado así casi toda su vida—. ¿Cuál es la retribución?

—El gusano le quitará un poco de pigmentación para utilizarla en su ritual de apareamiento. —Volvió a fijarse en la expresión de Chalkhill—. Al parecer, los gusanos hembras prefieren a los gusanos machos con lunares blancos. Éste no los tiene, así que le extraerá un poco de color de la piel para crearlos.

—¿Y qué efecto me producirá? —preguntó Chalkhill con suspicacia.

—Estará un poco más pálido.

—¿Duele?

—En absoluto.

A Chalkhill no le pareció mal del todo.

—¿Y qué hago? ¿Llevo el gusano en el bolsillo o algo así?

—Umm… no exactamente —titubeó el fisónomo—. Usted ha de absorber al gusano.

—¿Tengo que tragarlo? —preguntó Chalkhill, boquiabierto.

—Me temo que la saliva humana es tóxica para esa especie, así que la inserción se hace por una fosa nasal. El gusano se desliza por la garganta, se arrastra por el estómago hasta el intestino grueso, luego el intestino delgado y por último llega a las entrañas, donde se instala permanentemente.

—¿Está usted loco? —replicó Chalkhill, espantado e incrédulo—. ¿Quiere que me meta esa cosa por la nariz y deje que se arrastre hasta mis tripas?

—A mí tampoco me hace gracia —repuso el gusano.