—Señor Chalkhill, ¿por qué no intenta concentrarse, por favor? —rezongó el fisónomo.
—Pero si estoy mejorando —protestó Chalkhill—. Me supero a todas luces.
Se hallaban solos en la enorme sala de entrenamiento de la Academia de Asesinos de Hairstreak, con suelo de roble pulido y paredes cubiertas de espejos, de modo que el reflejo de las figuras de ambos hombres se extendían hasta el infinito. El fisónomo era un hombre moreno de cuerpo esbelto pero musculoso y de aspecto frío y profesional.
—¿Mejorando? —repitió—. Sí, un poco. Pero aún queda mucho por hacer, señor Chalkhill. Francamente, si tuviera que realizar su misión mañana, fracasaría. Y entonces, ¿qué sucedería?
«Acabaría muerto —pensó Chalkhill—. Y tú tendrías que explicarle a Hairstreak por qué no habías conseguido ponerme en forma».
El fisónomo lo sabía todo sobre la misión; era una de las cuatro personas que estaban al corriente de ella. Los otros tres eran el propio Chalkhill, lord Hairstreak y un bobo mago halek, llamado Puderow, Plumduff, Psodos… o algo parecido, al que habían retenido y entrenado para que pronunciara el hechizo de transformación. A todo el mundo se le había dicho que lord Hairstreak asistiría a la coronación y no había trascendido la noticia de que Chalkhill ocuparía el lugar de aquél, siempre que superase la preparación que se le estaba dando.
Naturalmente, si no la superaba, Hairstreak lo mataría de forma lenta y dolorosa. No cabía la menor duda.
—No entiendo la necesidad de esta preparación —dijo Chalkhill en tono altivo—. El hechizo de ilusión óptica me convertirá en alguien exactamente igual a su señoría.
—Sí, señor Chalkhill, pero el hechizo no le servirá para hacer determinados movimientos como él, que es lo que estamos ensayando. Ya comprende cuál es el problema, ¿no?: su volumen.
—¿Mi volumen? —repitió Chalkhill. Estaba un poco obeso, sí, tal vez lo bastante para que lo llamaran «gordito», pero no se imaginaba que nadie en su sano juicio lo considerase voluminoso.
—Es usted más corpulento que lord Hairstreak. —El fisónomo puso cara de preocupación—. Y se mueve de forma diferente. No lo critico, pero debemos arreglarlo. Yo también soy más corpulento que él, pero observe…
Resultaba escalofriante: cuando el fisónomo cruzó de nuevo la sala, parecía que se había encogido; tenía inclinado el hombro derecho, imitando una postura característica de Hairstreak, y había cambiado los rasgos del rostro para adoptar una fisonomía lúgubre e implacable. Pero destacaba sobre todo su forma de andar: un caminar huidizo y arrogante como el de un insecto. No había realizado ningún hechizo de transformación ni existía el menor parecido físico, pero daba la impresión de estar ante el propio Black Hairstreak.
—Y ahora usted —ordenó el fisónomo Wainscot.
Chalkhill lo intentó, vaya si lo intentó. Bajó el hombro, encogió el cuerpo y entró varias veces en la sala a la vez que contemplaba su reflejo en los espejos de las paredes. Trató de meterse en la personalidad de lord Hairstreak, como un actor que representa un papel. Lo intentó y caminó hasta que le dolieron los pies.
—No sale bien —dijo al fin el fisónomo—. Tendremos que utilizar el gusano.