El viejo Emperador Púrpura nunca los recibía en el salón del trono; las negociaciones trascendentales con los enemigos de cuidado se celebraban en privado. Pero a Hamearis no le sorprendió porque el emperador electo era joven, carecía de experiencia y probablemente creía que a un duque de semejante rango le correspondía una audiencia oficial. Además, no se daba cuenta de lo que le esperaba.
Hacía años que Hamearis no entraba en la estancia; la última vez había sido con ocasión de un banquete al que asistía gente de poca categoría social. Ahora estaba casi vacía e inusitadamente sombría. Parecía haber un fallo de iluminación, porque un par de soñolientos lacayos colocaban hileras de velas encendidas. Las oscilantes llamas producían sombras fantasmales, lo cual tal vez no fuese inadecuado teniendo en cuenta la noticia que llevaba.
Dejó que su mirada vagase, arrogante, entre el bosque de columnas y por las galerías superiores que tenían una buena acústica. Las construcciones barrocas como aquélla trasladaban el más mínimo susurro hasta el gran vestíbulo y a través de los pasillos. Lo cual tampoco le parecía mal. Si los sirvientes escuchaban, las palabras se extenderían como el fuego y causarían el mismo pánico.
El príncipe heredero Pyrgus y su hermana, la princesa real, se hallaban sentados en dos amplios tronos elevados, en un extremo del salón. Sin duda habían elegido ese lugar para impresionar, pero sólo conseguían dar una imagen de niños nerviosos. Los dos se parecían a su padre; Pyrgus más que su hermana. La gente decía que era un irresponsable, como la mayoría de los jóvenes, pero sus ojos irradiaban inteligencia y en pocos años podría convertirse en un emperador bastante aceptable. Casi era una pena que no fuese a tener la oportunidad de demostrarlo.
Hamearis se dirigió hacia ellos. Su encapuchado acompañante andaba como un fantasma tres pasos detrás de él.
* * *
Blue observó a Hamearis avanzar por el pasillo. Caminaba despacio, casi de forma insultante, como si estuviese dando un paseo vespertino. Pero lo hacía a propósito. Por lo que ella sabía, Hamearis Lucina era un maestro de la diplomacia y la manipulación psicológica, habilidades que lo hacían aún más peligroso que el propio lord Hairstreak. Aunque había visto muchos retratos de él y observado algunas de sus apariciones en pantalla, en persona impresionaba mucho más. Tenía un cuerpo muy musculoso, de guerrero, pero reflejaba una sensibilidad engañosa en el rostro; y exhibía el atractivo aspecto de un héroe, lo cual contribuía sin duda a su enorme popularidad entre los elfos de la noche.
Hamearis hizo una reverencia.
—Os saludo, príncipe Pyrgus, y os agradezco que me hayáis concedido una audiencia a una hora tan tardía.
«Príncipe Pyrgus —observó Blue para sus adentros—, en vez de emperador electo». El hombre tenía los ojos amarilloleonados de un haniel; a continuación se dirigió a ella:
—Alteza serenísima.
Blue inclinó ligeramente la cabeza. Se alegraba de que Pyrgus hubiese tenido la sensatez de llevarla a la reunión. Tal vez Hamearis fuese guapo, pero resultaba más peligroso que una víbora y más astuto que una rata.
—Precisamente porque es tarde, excelencia, os agradecería que expongáis sin más preámbulos el motivo de vuestra visita —expuso Pyrgus con frialdad.
—Por supuesto. Pero primero, con vuestro permiso, señor, os presento los respetos y saludos de mi amigo y colega lord Hairstreak, quien me ha pedido que pregunte por vuestra salud y la de vuestra hermana.
—Mi salud es excelente —se limitó a decir Pyrgus—, y también la de Blue.
—Por favor, transmitid nuestros saludos a lord Hairstreak y expresadle nuestra esperanza de que también él se encuentre bien —señaló Blue, dándose cuenta de que su hermano nunca sabría ser diplomático.
—Y ahora vamos al grano —dijo Pyrgus restando efectividad a las palabras de Blue.
Si Hamearis se ofendió, no lo demostró, antes bien esbozó una sonrisa.
—Como gustéis, príncipe heredero —repuso.
A Blue le asaltó la repentina intuición de que se avecinaba algo horrible. Era tan fuerte la sensación que quería gritar, acallar lo que Hamearis Lucina iba a decir, pero experimentaba un terror tan intenso que la lengua no la obedeció.
—Príncipe heredero Pyrgus —dijo Hamearis en tono ceremonioso—, vuestro padre, el Emperador Púrpura, ha firmado un pacto con lord Hairstreak, que actúa como representante de los elfos de la noche, según el cual el Emperador Púrpura acuerda que, debido a su reciente enfermedad, las funciones de Estado pasarán a ser responsabilidad de su hijo Comma, quien hasta su mayoría de edad será aconsejado en todos los asuntos por lord Hairstreak en calidad de regente real. —Hamearis sacó un rollo de pergamino del bolsillo de su túnica y se lo ofreció a Pyrgus—. Tengo el encargo, príncipe heredero, de presentaros una copia del pacto, solemnizado con el sello imperial y firmado por vuestro padre, el presente Emperador Púrpura, con la seguridad de que vos y todos los miembros de la familia real y la casa real acataréis los términos de dicho acuerdo y ofreceréis al príncipe Comma y lord Hairstreak la ayuda y asistencia necesarias para llevar a cabo sus innumerables deberes. —Como Pyrgus no hizo ademán de aceptar el pergamino, Hamearis lo dejó caer a sus pies.
—Duque Hamearis —intervino Blue—, ¡nuestro padre ha muerto! —Lo que aquel hombre acababa de decir era sorprendente, asqueroso, hiriente, despreciable, estúpido…
Hamearis se humedeció los labios.
—Alteza serenísima —dijo empleando el mismo tono ceremonioso—, me corresponde el grato deber de informaros que vuestro ilustre padre está vivo. —Hizo un gesto a su acompañante.
La figura envuelta en la capa dio tres pasos y se retiró la capucha.