Henry abrió la caja en su habitación. Contenía seis cucuruchos de color óxido sobre un lecho de algodón en rama. Los contempló nervioso.
En el interior de la tapa había algo escrito con la curiosa caligrafía de los elfos, similar al árabe. Pero cuando Henry la miró, debió de provocar que se esfumara la magia encubierta porque las letras adoptaron los caracteres románicos.
Los cucuruchos de hechizos Lethe® se venden sólo para uso personal, como ayuda terapéutica para deshacerse de recuerdos dolorosos. Constituye delito utilizarlos con otra persona sin su previo consentimiento por escrito.
Los fabricantes no aceptarán responsabilidad alguna por el mal uso de los cucuruchos de hechizos ni por los daños y perjuicios causados a una persona o varias. Lethe® es la marca registrada de Magia de la Memoria, S. L., miembro de la Liga Ética de Hechizos. No se admiten devoluciones.
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A Henry le dio un vuelco el corazón. Eran los hechizos de los que le había hablado Fogarty: bajo sus efectos la gente se olvidaba de las cosas. Por tanto, ya no tenía que inventar una historia estúpida para convencer a su madre, sino que le bastaría con utilizar un cucurucho con ella y Aisling y podría desaparecer el tiempo que quisiera sin que ellos se percatasen. No se acordarían de él hasta que regresara. Se reuniría con Blue en el reino y tal vez salvaría a Pyrgus por segunda vez y la impresionaría tanto que quizá, quizá… ¡Gracias, señor Fogarty; era perfecto!
Sin embargo, no era perfecto del todo porque la magia le producía alergia.
Henry colocó con cuidado la caja en la mesilla de noche y se dirigió al armario. Cuando abrió la puerta, un montón de cosas le cayeron encima. Las apartó y rebuscó prendas de fibra natural.
Se desabotonó la camisa de fibra sintética y la sustituyó por una camiseta de algodón con la leyenda «Imán para chavalas». Se la había regalado una tía suya que no lo conocía bien; ahora no la eligió porque le gustara, sino porque fue la única prenda que encontró que olía a limpio. Se quitó los pantalones y los calzoncillos y se puso slips de algodón y unos vaqueros militares anchos. Nunca se había puesto esos vaqueros (un regalo de la misma tía de la camiseta), pero al menos la tela vaquera era natural y podía quitárselos y cambiarlos por algo un poco más decente después de ocuparse de su madre y Aisling.
Oyó voces en la cocina. Su madre y su hermana estaban sentadas a la mesa de desayuno tomando té. Tenían las cabezas juntas, pero dejaron de hablar en cuanto él entró.
—¿Por qué te has puesto esa espantosa camiseta? —preguntó Aisling—. Me parece totalmente vulgar y un insulto para las mujeres. —Se volvió hacia su madre y dijo muy seria—: Dile que se cambie, mamá.
Henry entrecerró los ojos, avanzó y rompió un cucurucho Lethe debajo de la nariz de su hermana. Un remolino de humo polvoriento rodeó la cabeza de la niña que, repentinamente asustada, dio un brinco y se quedó inmóvil sin expresión en el rostro.
La madre de Henry lo miró, perpleja.
—¿Era una droga? —inquirió, olfateando. El pánico la embargó—. Nitrito de amilo. Dios mío, Henry, ¿qué le has hecho a tu hermana?
—Lo siento, mamá —murmuró él, y rompió el segundo cucurucho debajo de la nariz de su madre.
Lo asaltó el miedo cuando su madre también se quedó inmóvil. Además, Aisling seguía sentada sin moverse, con la boca ligeramente abierta y el pecho quieto como si hubiera dejado de respirar. Del mismo modo su madre se había convertido en una estatua. No las habría matado, ¿verdad? No estaba acostumbrado a usar magia; en realidad era la primera vez que la ponía en práctica. Tal vez había hecho algo mal.
Tocó el brazo de su madre.
—¿Mamá…?
¡No podía estar muerta! El señor Fogarty no le habría dado una caja de cucuruchos asesinos, ¿verdad? ¿O sí? A veces el señor Fogarty hacía cosas raras.
De repente su madre y Aisling se pusieron a hablar de algo relacionado con el estúpido Poni Club de la niña. Ambas ignoraron a Henry, como si no estuviera en la habitación, o como si… lo hubiesen olvidado totalmente.
Con cautela, Henry se dispuso a salir de la cocina. Algo le cosquilleaba en el estómago y, tras unos momentos, se dio cuenta de que era alegría. ¡Lo había logrado! ¡Había hecho magia y era un «olvidado», lo cual significaba que estaba libre! Iría al reino y volvería a ver a Blue. ¡Iría al reino enseguida!
Subió los escalones de dos en dos. El control del portal del señor Fogarty estaba en una caja de zapatos, oculta en el estante superior de su armario, junto con la decorativa daga que le habían dado cuando Pyrgus lo había nombrado Hombre Férreo, Caballero Comendador de la Daga Gris.
Sacó la caja de zapatos y la abrió. ¡El control del portal no estaba allí!
* * *
¡Había sido Aisling! ¡Tenía que haber sido Aisling! Ella era la única que se colaba en su habitación para robarle cosas. Su madre era muy capaz de revolverlas (no tenía el menor sentido de la propiedad privada, excepto cuando se trataba de la suya), pero no se habría llevado el control: parecía algo demasiado inocente para que pensase que tenía que ver con el ordenador. Además, si hubiera sido su madre, habría encontrado la daga, que seguía allí. ¡Tenía que ser Aisling, la muy arpía!
Henry se precipitó escaleras abajo, pero ni su madre ni su hermana estaban en la cocina. Se dirigió a la habitación de Aisling y tropezó con ella cuando salía del cuarto de baño de la planta baja.
—¡Has robado mi control! —la acusó Henry, furioso.
—¿Quién eres? —preguntó su hermana, medio adormilada.