La deslumbrante luz del sol pilló desprevenida a Blue, cuyos ojos tardaron un poco en adaptarse a tanta claridad. Tenía la sensación de hallarse en un espacio cercado, en una especie de jardincillo estrecho. Rápidamente se palpó la espalda. ¡No tenía alas! Por lo menos el filtro había funcionado. Suspiró aliviada. Todos los libros que explicaban las medidas de seguridad decían que había que comprobar las alas: si una persona se encogía al traspasar un portal, le salían alas; siempre sucedía, y eso le ocurrió a Pyrgus cuando el portal de la Casa de Iris sufrió el sabotaje. Y aunque a veces resultaba difícil calcular el tamaño propio en un ámbito desconocido (la cuestión de la escala era relativa), los libros insistían en que salían alas o no. Y como a ella no le habían salido, tampoco había encogido. Un obstáculo salvado.
El siguiente escollo consistía en verificar si el portal permanecía abierto, de modo que Blue miró hacia atrás y comprobó que había una pequeña zona de llamas aunque no quedaba ningún rastro de los pilares, pero seguro que el portal estaba ahí. No quería pensar en volver a cruzar aquel infierno azul, pero al menos el camino estaba abierto.
Ahora bien, ¿se hallaba en el lugar adecuado? Todos decían que los portales nunca se desviaban, pues una vez que se establecían las coordenadas del Mundo Análogo, te trasladaban a él. Pero siempre existía la posibilidad de un sabotaje o un error élfico. Y aunque Blue no creía que hubiera ningún motivo para un sabotaje, dado el sistema de seguridad establecido, los errores élficos podían producirse en cualquier momento. Así pues, la casa del guardián Fogarty ¿se encontraba en el Mundo Análogo?
El escaso césped marchito de ese lugar no tenía nada que ver con los deslumbrantes jardines que rodeaban el alojamiento del señor Fogarty en el Palacio Púrpura; la casa parecía pobre y sombría y alguien había pegado papel marrón en las ventanas del piso de abajo. Pero Blue recordó que tanto su padre como Pyrgus habían comentado las rarezas de la vida del señor Fogarty en el Mundo Análogo.
Blue dio un chillido ahogado: algo cálido y peludo se le restregaba contra una pierna. Bajó la vista y vio a un gato obeso que le lamía los tobillos. El animal la miró con ojos relucientes y emitió un pequeño ronroneo.
Blue se relajó. Sin duda se trataba de la casa del señor Fogarty y ése era el famoso Hodge.
—¡Hola, Hodge! —musitó, y el gato volvió a ronronear—. ¿Me enseñas dónde se esconde el guardián Fogarty?
Como si la hubiera entendido, el minino trotó hacia la puerta trasera. Blue lo siguió sonriendo ligeramente.
—¡Señor Fogarty! —llamó al abrir la puerta.
Había alguien dentro, pero no era el anciano.
* * *
—¡Henry! —exclamó Blue.
Henry pegó literalmente un salto. El chico contemplaba algo que tenía en la mano, un extraño artilugio negro con hileras de botones numerados. Miró sorprendido a Blue.
—¡Blue! —dijo casi sin aliento—. ¿Qué diablos haces aquí?
—Busco al guardián Fogarty —respondió ella sin más.
—Lo han llevado a la cárcel —repuso el chico con una vocecilla asombrada mientras contemplaba el artilugio que sostenía—. Acaba de llamarme.
—¿Quién lo ha llevado a la cárcel? —preguntó Blue, perpleja.
—La policía —repuso Henry—. Salió a hacer unos trámites de la casa y lo han encarcelado.
—No pueden hacer eso —dijo Blue en tono imperioso—. Es el Guardián del reino.
—Aquí sólo es un pensionista que antes robaba bancos. Pueden encarcelarlo tranquilamente. Está en una celda de la comisaría de Nutgrove.
—No puedo esperar —declaró Blue—. Debemos sacarlo de ahí.