Brimstone confiaba en que Graminis lo llevase a la iglesia a tiempo.
—¿No podemos ir más rápido? —preguntó con irritación.
Viajaban en un ouklo destartalado que parecía más viejo que Matusalén. Se trataba de un coche descapotable de color negro fúnebre cuya tapicería olía a moho de tumba, probablemente porque Graminis era demasiado tacaño para alquilar un auténtico coche de boda. El hechizo que lo conducía casi había desaparecido, así que en vez de flotar a respetable altura, el ouklo descendía cada vez más hasta rozar el camino; luego se elevaba de nuevo como un conejo asustado y volvía a iniciar el proceso de descenso. Brimstone se estaba mareando a causa de tanto subir y bajar.
Pero por lo menos el tradicional letrero de boda figuraba a la vista en la parte de atrás:
—No te incomodes, Silas —dijo Graminis riéndose—. Maura esperará. Esperó a los otros cinco, ¿no?
Brimstone se quedó de piedra. ¿La novia que lo esperaba se había casado cinco veces? Sabía que se trataba de una viuda, pero cinco maridos le parecía una exageración. Tal vez se los comía después de copular, como las arañas, o los asesinaba para cobrar el dinero del seguro. Debía vigilarla y sobre todo lo que le diera de comer y beber. Seguramente los había envenenado.
El ouklo pasó rozando el suelo y cabeceó a través de las callejuelas hasta que el campanario de la iglesia se hizo visible. El vehículo se detuvo en el cementerio.
—Tenemos que caminar el resto del trayecto —observó Graminis—. Lo siento, pero éste es un coche para funerales.
La iglesia era tan pequeña como Brimstone había supuesto (el coste de la boda se calculaba por centímetro cuadrado) y estaba construida según el modelo tradicional de la cuadratura del círculo; hileras de bancos llegaban hasta el altar y las alfombras estaban apolilladas y raídas.
Los bancos estaban ocupados por mendigos, que sin duda esperaban una limosna por hacer de testigos, y ya ardía un fuego central a cuyo alrededor empezaron a bailar con desgana media docena de ninfas flacas en cuanto Graminis y Brimstone entraron.
El sacerdote surgió de una trampilla abierta en el suelo, lo cual sugería que las cosas podían acabar bajo tierra en breve. Era un elfo de la noche rechoncho, con pinta de sapo, que vestía el sencillo traje amarillo que requería la ocasión. Le dedicó a Brimstone una sonrisa poco afable y éste se la devolvió.
—¡Ha llegado la novia! —susurró Graminis.
Brimstone miró hacia la entrada que enmarcaba la escuálida figura de su futura mujer. Lucía un minivestido negro ceñido, abierto por un lado, y sostenía un cactus.
Las piernas de Maura parecían escobillas de limpiar pipas.