10

Brimstone se levantó temprano el día de su boda y corrió las cortinas de la habitación con un gesto elegante. Las cosas habían mejorado. Arriates de flores y un césped bien recortado sustituían la estrecha callejuela y la alcantarilla destapada de su antiguo alojamiento. Como la viuda Mormo era una mujer supersticiosa, creía que daría mala suerte a los novios dormir bajo el mismo techo la noche anterior a su matrimonio, así que había dispuesto que Brimstone pernoctase con el hermano de ella, que vivía de forma mucho más cómoda que su apestosa hermana.

Brimstone se desperezó con placer. Se escondería de Beleth durante meses en una cabaña del bosque bien provista. Fue al cuarto de baño, se cepilló los dientes y los hizo saltar en la boca. El residuo mágico los fijó en su lugar con un audible chapoteo.

Después de asearse, comprobó que una silenciosa criada había entrado en el dormitorio para dejar el traje de boda. Brimstone se lo puso, se admiró en el espejo y bajó a desayunar silbando una tonadilla.

El hermano de la viuda Mormo ya estaba sentado a la mesa.

—Buenos días, Graminis —saludó Brimstone en tono alegre.

—Hay huevos —gruñó Graminis—. Escalfados, fritos o revueltos. —Tenía el mismo aspecto andrajoso que su hermana, pero los ojos eran más bonitos.

—Los huevos escalfados me parecen de rechupete —respondió Brimstone. Desde luego, muchísimo mejores que la porquería de gachas de huesos—. Dos, por favor; uno duro y otro blando.

Graminis le hizo una señal a una sirvienta que esperaba en la penumbra de un arco, y la mujer se escabulló para preparar lo que Brimstone había pedido.

—¿Periódicos? —ofreció Graminis, y empujó los diarios hacia Brimstone—. ¿Quieres saber qué pasa en el mundo esta mañana?

Aquello sí era vida. Brimstone inclinó la silla hacia atrás y desplegó el periódico. Todos los artículos trataban de la próxima coronación, que tendría lugar dos semanas después, más o menos. Se había declarado día festivo, estaban pintando la ruta del desfile y se habían repartido invitaciones. Asimismo se hacía especial hincapié en el vestido elegido por la acompañante femenina, la princesa real (la pequeña mimada se había permitido el lujo de la seda de hilandera, algo que se podía comprar cuando se contaba con dinero público). El acompañante masculino era un tal Hombre Férreo, un nombre nuevo para Brimstone; seguramente se trataría de un horrible niño bien sin barbilla. El emperador electo declaraba que estaba deseando servir a todas las personas del reino, independientemente de su credo o raza, un sentimiento tan empalagoso que a Brimstone le dieron ganas de vomitar.

Iba a centrarse en la sección que daba noticias de los elfos de la noche cuando otro párrafo sobre la coronación captó su interés: se mencionaban de pasada las medidas de seguridad de la ceremonia. «Como el nuevo emperador desea mantener contacto con la gente, las normas de seguridad serán mínimas, lo cual ha resultado factible gracias a la clausura de todos los portales del reino de Hael. La clausura de todos los portales del reino de Hael…».

—Graminis, aquí pone que se han cerrado los portales de Hael —comentó Brimstone, ceñudo.

—¿No lo sabías? —Levantó la mirada de las gachas—. Ya es una noticia vieja. Ningún portal de Hael ha funcionado desde… oh, debe hacer… unas semanas.

—¿Quieres decir que no podemos invocar a los demonios? —Sabía que Graminis era un elfo de la noche, como él, por la forma de los ojos. Esa raza tenía ojos de gato, muy sensibles a la luz. Por eso los elfos de la noche mantenían sus ciudades en la penumbra y la mayoría de ellos llevaba modernas viseras. Y también por ese motivo poseían afinidades con los demonios de las que carecían los elfos de la luz, pues a los demonios también les gustaba la oscuridad—. Ni siquiera a un diablillo —respondió Graminis.

Y eso causa estragos entre la servidumbre. —Soltó una risita—. ¿Lo captas, Silas? Con los portales cerrados no se encuentran criados.

—Muy gracioso, Graminis. ¿Cómo los cerraron los elfos de la luz?

—No lo hicieron, que yo sepa. Sucedió sin más. Se habla de que Hael se derrumbó.

—¿Todo Hael?

—Eso dicen. Parece que el Príncipe de la Oscuridad hizo una Bomba del Juicio Final y el maldito chisme le explotó en las narices.

Brimstone sentía una emoción creciente. Si los portales de Hael no funcionaban, él era libre. Sin los portales Beleth no podría pillarlo, a no ser que hiciera el viaje de la manera más difícil, en una vimana, ¡y tardaría años! Y si Graminis estaba en lo cierto, tal vez Beleth estuviese muerto. Resultaba increíble.

—¿Seguro que los portales están cerrados? —preguntó.

—Pues claro que sí. Corrió la voz por el reino inmediatamente después de que ocurriese. Y créeme, un montón de brujos han intentado volver a abrirlos, pero… —Se encogió de hombros—. Te lo aseguro; nadie consigue que funcionen y no tardarás en leerlo. Saldrá en primera plana.

Graminis tenía razón; se convertiría en tema de portada. Así que él podría salir del escondite e ir a donde quisiera sin que Beleth le tocara ni un pelo, aunque estuviera vivo. Lo único que debía hacer era leer los periódicos por si se publicaba alguna noticia sobre la reapertura de los portales. Si eso ocurría, se escondería de nuevo hasta que alguien le confirmase que Beleth había muerto. Mientras tanto atendería sus negocios, como siempre (su corazón dio un brinco al pensarlo). Cancelaría la boda e iría de nuevo a la fábrica de pegamento; volvería a establecer contacto con Chalkhill y regresaría a su cómoda casa de Seething Lane.

Y lo más importante: tendría de nuevo sus libros de hechizos y su oro. Podría…

Pero lo asaltó una idea como un jarro de agua fría: había intentado sacrificar al joven emperador electo Pyrgus ante Beleth. Seguramente el chico no lo había olvidado y como se iba a convertir en emperador, tal vez desease una pequeña venganza. Todos los emperadores eran vengativos. Quizá sería mejor que no volviese a la fábrica ni se viera con Chalkhill de momento. Le convenía más no llamar la atención y reconocer el terreno antes de aparecer en público. Sin duda le interesaba seguir con la pantomima del matrimonio, matar a la viuda Mormo como había planeado y utilizar la cabaña como base de operaciones. ¡Era perfecto!

Brimstone estaba sonriendo.

—Pareces muy feliz para ser un hombre a punto de casarse —comentó Graminis.