El guardián Fogarty no regresó por la mañana.
Blue encontró a Pyrgus caminando con paso airado ante la vivienda del Guardián.
—¿Dónde está? —preguntó él en cuanto vio a su hermana.
—¿Cómo voy a saberlo? —repuso Blue—. Tú hablaste con él. ¿Cuándo dijo que volvería?
—Al amanecer. Y ya han pasado muchas horas. —Tenía ojeras como si hubiera estado levantado toda la noche. Blue se preguntó si no habría dormido, pues no se había acostado tan tarde.
—Tal vez su ayuda de cámara o su ama de llaves sepan algo —sugirió Blue.
—No tiene ni lo uno ni lo otro —explicó Pyrgus de mal humor—. No tiene ningún sirviente. No quiere a nadie en su casa. Ya sabes cómo es. Ni siquiera yo puedo entrar con la llave maestra del emperador; ha manipulado las cerraduras.
La vivienda del Guardián era un apretado conglomerado de torrecillas y chapiteles con vistas al Palacio Púrpura, aunque bastante alejada de éste. Se erigía en los magníficos jardines que tenían como telón de fondo el bosquecillo de la isla donde Apatura Iris, el último Emperador Púrpura y padre de Pyrgus y Blue, había disfrutado con la caza del oso. Pyrgus contempló el bosque, pensativo.
—Tal vez sus asuntos personales le hayan ocupado más tiempo del que pensaba —comentó Blue.
—¿Qué te dijo exactamente madame Cardui? —preguntó Pyrgus con brusquedad.
—Que había un complot para matar a un miembro de la familia real.
—¿La familia real o la casa real?
—La casa real —contestó Blue tras un momento de duda.
—¿Estás segura?
—Sí. Dijo «casa». Es cierto.
Pyrgus dejó de mirar el bosque.
—Si se trata de la familia real, significa tú, yo, Comma y… bueno, ya sabes, las opciones son limitadas. Pero si se refiere a la casa real, hay que incluir a las familias nobles que están a nuestro servicio y dignatarios como el señor Fogarty.
—Lo sé —dijo Blue con seriedad—. ¿No creerás que…?
Se calló. Un sacerdote que había salido del palacio corría hacia ellos. Los sacerdotes que corrían auguraban problemas, como sabía por experiencia. Con el rabillo del ojo percibió pequeños movimientos en los arbustos cercanos al linde del bosque, puesto que Pyrgus se había acordado de aumentar la alerta de seguridad, pero los guardias ocultos debieron de reconocer al sacerdote, pues no se dejaron ver.
La propia Blue lo reconoció. Se llamaba Thorn y era miembro de Dentaria, la orden fúnebre más antigua del reino. Se encargaba de vigilar el cuerpo del emperador difunto y de rezar todos los días por su alma hasta que Pyrgus fuese coronado. Blue se asombró al ver que el sacerdote caía de rodillas ante su hermano y ella.
Thorn no era joven y se había quedado sin aliento.
—Majestad… —boqueó al fin—. Alteza serenísima… Vuestro padre, vuestro padre, el emperador, vuestro padre… Majestad, el cuerpo de vuestro padre ha desaparecido.